Para Dino. Porque su paciencia conmigo es infinita.
Para Eduardo y Dinito. Porque, pese a todo, siguen considerándome una aceptable, aunque atípica, versión de madre.
Para mi madre. Porque sin ella, sin su cariño y apoyo, nada sería
posible. Para Laly, Carlota, Irene, Magda y Belarmino. Porque ellos, en
este orden o en cualquier otro, son los amigos fieles que no te fallan
nunca, los importantes, los imprescindibles.
Y para quien conmigo va, aunque su sombra y la mía coincidan tan pocas veces.
Si ellos no existieran, esta aventura, mi primer libro, no sería posible.
Gracias a todos.
Y para tí, Edmundo, estés donde estés. Porque me hiciste
pelirroja y rebelde, porque me enseñaste de la vida más que cualquier
libro. Y porque siempre confiaste en mí, aunque te rieras de mis
ilusiones absurdas llamándome lista, lista, listísima.
Ya ves, papá, tu broma se ha convertido en el título de mi primer libro.
Prólogo
La vida, imprevisible, no siempre confirma las expectativas. Pero algunas sí se cumplen.
Me llama Isabel para solicitarme que le escriba el prólogo a su
primer libro que va a publicar. Y lo hago gustoso, con el placer de
quien asiste a la confirmación de una promesa anunciada. Atrás quedaron
aquellos años que para mí significaban el inicio de mi andadura
profesional y en los que Isabel, a sus dieciséis años, se mostraba como
una chica aplicada e inquieta, que manejaba la pluma con soltura y
despuntaba con sus redacciones originales y sugerentes, llenas de
creatividad. Sin duda había madera de escritora en aquella adolescente,
soñadora y vivaz, que irradiaba simpatía entre las paredes del
Instituto, todavía sin nombre, que le vieron crecer.
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