Textos más populares este mes disponibles | pág. 53

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Caperucita Roja

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Había una vez una adorable niña que era querida por todo aquél que la conociera, pero sobre todo por su abuelita, y no quedaba nada que no le hubiera dado a la niña. Una vez le regaló una pequeña caperuza o gorrito de un color rojo, que le quedaba tan bien que ella nunca quería usar otra cosa, así que la empezaron a llamar Caperucita Roja. Un día su madre le dijo: “Ven, Caperucita Roja, aquí tengo un pastel y una botella de vino, llévaselas en esta canasta a tu abuelita que esta enfermita y débil y esto le ayudará. Vete ahora temprano, antes de que caliente el día, y en el camino, camina tranquila y con cuidado, no te apartes de la ruta, no vayas a caerte y se quiebre la botella y no quede nada para tu abuelita. Y cuando entres a su dormitorio no olvides decirle, “Buenos días”, ah, y no andes curioseando por todo el aposento.”


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4 págs. / 8 minutos / 1.626 visitas.

Publicado el 23 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Sastre en el Cielo

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Un día, en que el tiempo era muy hermoso, Dios Nuestro Señor quiso dar un paseo por los jardines celestiales y se hizo acompañar de todos los apóstoles y los santos, por lo que en el Cielo sólo quedó San Pedro. El Señor le había encomendado que no permitiese entrar a nadie durante su ausencia, y, así, Pedro no se movió de la puerta, vigilando. Al cabo de poco llamaron, y Pedro preguntó quién era y qué quería.

— Soy un pobre y honrado sastre —respondió una vocecita suave— que os ruega lo dejéis entrar.

— ¡Sí —refunfuñó Pedro—, honrado como el ladrón que cuelga de la horca! ¡No habrás hecho tú correr los dedos, hurtando el paño a tus clientes! No entrarás en el Cielo; Nuestro Señor me ha prohibido que deje pasar a nadie mientras él esté fuera.

— ¡Un poco de compasión! —suplicó el sastre—. ¡Por un retalito que cae de la mesa! Eso no es robar. Ni merece la pena hablar de esto. Mirad, soy cojo, y con esta caminata me han salido ampollas en los pies. No tengo ánimos para volverme atrás. Dejadme sólo entrar; cuidaré de todas las faenas pesadas: llevar los niños, lavar pañales, limpiar y secar los bancos en que juegan, remendaré sus ropitas...

San Pedro se compadeció del sastre cojo y entreabrió la puerta del Paraíso, lo justito para que su escuálido cuerpo pudiese deslizarse por el resquicio. Luego mandó al hombre que se sentase en un rincón, detrás de la puerta, y se estuviese allí bien quieto y callado, para que el Señor, al volver, no lo viera y se enojara. El sastre obedeció. Al cabo de poco, San Pedro salió un momento; el sastre se levantó y, aprovechando la oportunidad, se dedicó a curiosear por todos los rincones del Cielo.


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2 págs. / 4 minutos / 166 visitas.

Publicado el 26 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

A la Conquista de un Imperio

Emilio Salgari


Novela


Primera parte. A La Conquista De Un Imperio

1. Milord Yáñez

La ceremonia religiosa que había hecho acudir a Gauhati —una de las ciudades más importantes del Assam indio— a millares, y millares de devotos seguidores de Visnú, llegados desde todos los pueblos bañados por las sagradas aguas del Brahmaputra, había terminado.

La preciosa piedra de salagram, que no era otra cosa que una caracola petrificada —del tipo de los cuernos de Ammón, de color negro—, pero que ocultaba en su interior un cabello de Visnú, el dios protector de la India, había sido llevada de nuevo a la pagoda de Karia y, probablemente, escondida ya en un lugar secreto conocido solamente por el rajá, sus ministros y el sumo sacerdote.

Las calles se vaciaban rápidamente: pueblo, soldados, bayaderas y tañedores se apresuraban a regresar a sus casas, a los cuarteles, a los templos o a las fondas para refocilarse después de tantas horas de marcha por la ciudad, siguiendo el gigantesco carro que llevaba el codiciado amuleto y, sobre todo, el divino cabello cuya posesión envidiaban todos los estados de la India al afortunado rajá de Assam.

Dos hombres, que destacaban por sus ropas, muy distintas a las que vestían los indios, bajaban lentamente por una de las calles centrales de la populosa ciudad, deteniéndose de vez en cuando para cambiar unas palabras, en particular cuando no tenían cerca hombres del pueblo ni soldados.

Uno era un hermoso tipo de europeo, sobre la cincuentena, con la barba canosa y espesa, la piel un poco bronceada, vestido de franela blanca y con un ancho fieltro en la cabeza, parecido al típico sombrero mejicano, con unas bellotitas de oro en torno a la cinta de seda.


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349 págs. / 10 horas, 11 minutos / 1.895 visitas.

Publicado el 26 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Libro de la Orden de Caballería

Ramón Llull


Tratado


Comienza el prólogo

A semejanza de los siete planetas que son los celestiales Corsos que gobiernan y ordenan las cosas terrenales, dividimos este Libro de Caballería en Siete Partes; en las cuales queremos demostrar que los caballeros reciben honor y señoría del pueblo, con el fin de ordenarlo y defenderlo.

La Primera Parte trata del fundamento de la Caballería.

La Segunda Parte trata del oficio de Caballería.

La Tercera Parte trata del examen a que conviene sea sometido el escudero que quiere entrar en el orden de Caballería.

La Cuarta Parte trata de la manera cómo debe ser hecho el caballero.

La Quinta Parte trata de lo que significan las armas del caballero.

La Sexta Parte es de las costumbres que pertenecen al caballero.

La Séptima Parte es del honor que conviene se haga al caballero.

Sigue el prólogo

1. En un país aconteció que un sabio caballero había mantenido largamente el orden de caballería con nobleza y con la fuerza de su ánimo; después que la sabiduría y la ventura le habían mantenido en el honor de caballería en guerras y torneos, en justas y batallas, escogió vida ermitaña cuando observó que ya eran contados los días que de vida debían quedarle, puesto que por ancianidad se hallaba torpe en el uso de las armas.

Por esto abandonó sus bienes, dejando herederos de ellos a sus hijos, e hizo su habitación en medio de una gran selva abundosa en aguas y en árboles frutales, huyendo definitivamente del mundo, a fin de que el estado valetudinario a que la vejez había llevado a su cuerpo, no le quitase honor en aquellas cosas en las cuales la sabiduría y la ventura le habían mantenido con honra durante tan largo tiempo.

En tales circunstancias el caballero meditó en la muerte, recordando el paso de este siglo al otro siglo, entendiendo que se acercaba la sentencia perdurable que le había de sobrevenir.


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Dominio público
76 págs. / 2 horas, 13 minutos / 339 visitas.

Publicado el 7 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Cármides

Platón


Diálogo, Filosofía


Sócrates: Habiendo llegado la víspera de la llegada del ejército de Potidea, tuve singular placer, después de tan larga ausencia, en volver a ver los sitios que habitualmente frecuentaba. Entré en la palestra de Taureas, frente por frente del templo del Pórtico real, y encontré allí una numerosa reunión, compuesta de gente conocida y desconocida. Desde que me vieron, como no me esperaban, todos me saludaron de lejos. Pero Querefon, tan loco como siempre, se lanza en medio de sus amigos, corre hacia mí, y tomándome por la mano:

—¡Oh Sócrates! dijo, ¿cómo has librado en la batalla?

Poco antes de mi partida del ejército había tenido lugar un combate bajo los muros de Potidea, y acababan de tener la noticia.

—Como ves, le respondí.

—Nos han contado, replicó, que el combate había sido de los más empeñados, y que habían perecido en él muchos conocidos.

—Os han dicho la verdad.

—¿Asististe a la acción?

—Allí estuve.

—Ven a sentarte, dijo, y haznos la historia de ella, porque ignoramos completamente los detalles.

En el acto, llevándome consigo, me hizo sentar al lado de Critias, hijo de Callescrus. Me senté, saludé a Critias y a los demás, y procuré satisfacer su curiosidad sobre el ejército, teniendo que responder a mil preguntas.

Terminada esta conversación, les pregunté a mi vez qué era de la filosofía, y si entre los jóvenes se habían distinguido algunos por su saber o su belleza, o por ambas cosas. Entonces Critias, dirigiendo sus miradas hacia la puerta y viendo entrar algunos jóvenes en tono de broma, y detrás un enjambre de ellos:

—Respecto a la belleza, dijo, vas a saber, Sócrates, en este mismo acto todo lo que hay. Esos que ves que acaban de entrar son los precursores y los amantes del que, a lo menos por ahora, pasa por el más hermoso. Imagino que no está lejos, y no tardará en entrar.


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Dominio público
33 págs. / 57 minutos / 1.038 visitas.

Publicado el 12 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Viva mi Dueño

Ramón María del Valle-Inclán


Novela


Libro primero. Almanaque revolucionario

I

Chismosos anuncios difundían el mensaje revolucionario por la redondez del Ruedo Ibérico. Y en las ciudades viejas, bajo los porches de la plaza y en los atrios solaneros de los villorrios, y en el colmado andaluz, y en la tasca madrileña, y en el chigre y en el frontón, entre grises mares y prados verdes, el periquito gacetillero abre los días con el anuncio de que viene la Niña. ¡Y la Niña, todas las noches quedándose a dormir por las afueras!…

II

¡Alea jacta est!

Así terminaba su homilía beatona en un Consejo de Ministros el Ministro de Gracia y Justicia, Señor Coronado. Echada la suerte, sobrevino, como en tiempo de romanos, juramentarse para la guerra sin cuartel a las huestes púnicas de los revolucionarios. Don Carlos Marfori, Ministro de Ultramar, para celebrarlo encendió un veguero de la Vuelta de Abajo: Su jácara matona propuso que saliesen en cuerda aquella noche los conspicuos de la conjura progresista que aún andaban emigrados. La cuadrilla ministerial, con elocuentes murmullos, loaba el cante del Señor Marfori:

—¡A Chafarinas con todos y un barreno en el barco que los lleve!


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Dominio público
291 págs. / 8 horas, 30 minutos / 605 visitas.

Publicado el 30 de abril de 2017 por Edu Robsy.

El Anacronópete

Enrique Gaspar y Rimbau


Novela


Capítulo I

En el que se prueba que ADELANTE no es la divisa del progreso


París, foco de la animación, centro del movimiento, núcleo del bullicio, presentaba aquel día un aspecto insólito. No era el ordenado desfile de nacionales y extranjeros dirigiéndose a la exposición del Campo de Marte ya para satisfacer la profana curiosidad, ya para estudiar técnicamente los progresos de la ciencia y de la industria. Mucho menos reflejaban aquellas fisonomías la alegre satisfacción con que los habitantes de la antigua Lutecia corren anualmente a ver disputar el gran premio en el concurso hípico destrozando palabras inglesas y luciendo trajes y trenes, capaz cada uno de satisfacer el precio del handicap y de saldar todos juntos la deuda flotante de algún Estado.

Verdad es que aunque época de certamen universal, pues desfilaba el año de 1878, no lo era de carreras, pues no iban transcurridos más que diez días del mes de julio. Además no había vaivén; es decir que no acontecía lo que en aquellos casos, que la gente que se divierte se cruza en opuesta dirección con la que trabaja o huelga. Todos seguían el mismo rumbo llevando impresa en la mirada la huella del asombro. Las tiendas estaban cerradas, los trenes de los cuatro puntos cardinales vomitaban viajeros que asaltando ómnibus y fiacres no tenían más que un grito: «¡Al Trocadero!»


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Dominio público
167 págs. / 4 horas, 52 minutos / 755 visitas.

Publicado el 14 de junio de 2020 por Edu Robsy.

Las Mulas de Su Excelencia

Vicente Riva Palacio


Cuento


En la gran extensión de Nueva España, puede asegurarse que no existía una pareja de mulas como las que tiraban de la carroza de su excelencia el señor virrey, y eso que tan dados eran en aquellos tiempos los conquistadores de México a la cría de las mulas, y tan afectos a usarlas como cabalgadura, que los reyes de España, temiendo que afición tal fuese causa del abandono de la cría de caballos y del ejercicio militar, mandaron que se obligase a los principales vecinos a tener caballos propios y disponibles para el combate. Pero las mulas del virrey eran la envidia de todos los ricos y la desesperación de los ganaderos de la capital de la colonia.

Altas, con el pecho tan ancho como el del potro más poderoso; los cuatro remos finos y nerviosos como los de un reno; la cabeza descarnada, y las movibles orejas y los negros ojos como los de un venado. El color tiraba a castaño, aunque con algunos reflejos dorados, y trotaban con tanta ligereza que apenas podía seguirlas un caballo al galope.

Además de eso, de tanta nobleza y tan bien arrendadas, que al decir del cochero de su excelencia, manejarse podrían, si no con dos hebras de las que forman las arañas, cuando menos con dos ligeros cordones de seda.

El virrey se levantaba todos los días con la aurora; le esperaba el coche al pie de la escalera de Palacio; él bajaba pausadamente; contemplaba con orgullo su incomparable pareja; entraba en el carruaje; se santiguaba devotamente, y las mulas salían haciendo brotar chispas de las pocas piedras que se encontraban en el camino.

Después de un largo paseo por los alrededores de la ciudad, llegaba el virrey poco antes de las ocho de la mañana, a detenerse ante la catedral, que en aquel tiempo, y con gran actividad, se estaba construyendo.


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Dominio público
4 págs. / 8 minutos / 180 visitas.

Publicado el 29 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Jayón

Concha Espina


Cuento


I

ROSA DE ZARZA.—EL JAYÓN.—EL DARDO DE UNA SOSPECHA.—AMANECER…


Entreabrió Marcela un poco la ventana y, sin vestirse, apoyándose en el lecho recién abandonado se puso a mirar con obstinación a los dos nenes que dormían arropados en una escanilla, la humilde cuna montañesa. Eran en todo semejantes: robustos, encarnados, con las cabecitas muy juntas, parecían nacidos a la vez, como esos capullos de las rosas fuertes que se abren en dos botones rojos y ufanos bajo un mismo rayo de sol.

Fuerte rosa de bizarra hermosura, la madrugadora mujer que contemplaba a los niños no trasciende a cultivo selecto de jardín; es joven y arrogante, pálida y tranquila, con el encanto agreste y puro de una rosa de zarza. Su belleza, medio desnuda, se estremece al influjo de una sorda inquietud, y, sin embargo, el rostro, impasible y hermético, no delata la oscura turbación.

Con los profundos ojos clavados en la cuna, Marcela revive, una vez más, sus incertidumbres a partir de la reciente noche en que, dormida con el nene en los brazos, la despertó la voz de su marido:

—¿No oyes?

—No… ¿Qué sucede?

—Escucha…

—Es un niño que llora a la puerta.

—¿Un niño que llora?… ¡Si parece un recental que plañe!

—Pues es un nene pequeñín, como el nuestro.

—¿Un jayón, entonces?

—Sin duda.

—Y ¿qué hacemos?

—Abrir, y recogerle hasta la mañana.

Andrés se levantó, muy presuroso, y la moza vió al instante cómo la oscuridad del campo dormido se asomaba al portón abierto frente a la alcoba matrimonial.

Luego, el llanto de la abandonada criatura resonó más apremiante y sensible dentro del dormitorio.

Incorporada y absorta, Marcela recibió aquel hallazgo lamentable y le acercó a la luz.


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Dominio público
29 págs. / 50 minutos / 218 visitas.

Publicado el 13 de enero de 2021 por Edu Robsy.

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