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La Isla de los Pingüinos

Anatole France


Novela, Sátira


Prólogo

A pesar de la diversidad aparente de ocupaciones que me solicitan, mi vida sólo tiene un objeto, la consagro a la realización de un propósito magnifico: escribir la Historia de los pingüinos, en la cual trabajo asiduamente sin desfallecer nunca si tropiezo con dificultades que alguna vez parecen invencibles.

Hice excavaciones para descubrir los monumentos de ese pueblo sepultados en la tierra. Los primeros libros de los hombres fueron piedras, y estudié las piedras que se pueden considerar como los anales primitivos de los pingüinos. A orillas del Océano escudriñé tumbas que no habían sido aún violadas, y encontré, según costumbre, hachas de pedernal, espadas de bronce, dinero romano y una moneda con la efigie de Luis Felipe, rey de los franceses en 1840.

Para los tiempos históricos, la Crónica de Johannes Talpa, monje del monasterio de Beargarden, fue mi guía segura, y me abrevé tanto más a esta fuente cuanto que no es posible hallar otra en justificación de la historia pingüina durante la Edad Media.

Pero a partir del siglo XIII contamos con mayor abundancia de documentos, aunque no sean más afortunadas nuestras investigaciones. Resulta difícil escribir la Historia; nunca se averigua con certeza de qué modo tuvieron lugar los sucesos, y las incertidumbres del historiador aumentan con la abundancia de documentos. Cuando un hecho es conocido por una referencia única, lo admitimos sin vacilación; pero empiezan las perplejidades al ofrecerse varios testimonios del mismo suceso, pues no suele haber manera de armonizar las contradicciones evidentes.


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Dominio público
239 págs. / 6 horas, 59 minutos / 833 visitas.

Publicado el 25 de febrero de 2019 por Edu Robsy.

Las Gotas de Agua

Vicente Riva Palacio


Cuento


Era un día de los más calurosos en la mitad del verano. El sol derramaba torrentes de fuego y de luz sobre la tierra, cruzando por un cielo profundamente azul, y en el que no flotaba ni la más ligera nubecilla.

Dormían los vientos en las húmedas grutas de los bosques; se abrigaban los pájaros en lo más tupido de la selva; los insectos silbaban entre la hojarasca, y todo en la naturaleza parecía desmayar de sed y de fatiga.

Las hojas lánguidas colgaban en sus tallos, y unas flores cerraban sus corolas y otras se inclinaban lanzando su perfume para pedir la lluvia, porque el perfume es la plegaria de las flores, como es también su canto de amor. Pero ninguna murmuraba en el bosque, y esperaban resignadas a la nube bienhechora que debía traerles la lluvia.

Sólo en uno de los valles, esas pequeñas florecillas que brotan entre la hierba, y que son como niños entre las otras flores, murmuraban y pedían agua con toda la irreflexión de la infancia.

Envuelta en transparentes cendales de color de rosa, cruzó entonces un hada sobre aquellos campos: no hicieron las florecillas más que mirarla, y comenzó entre ellas una especie de sublevación para pedir el agua.

En vano el hada les hizo ver que sin la preparación de la sombra que llega con las nubes antes que la lluvia, y después con esa veladura que a la luz del sol le dan las últimas gasas que deja tras de sí la tempestad, el agua podría serles muy dañosa. Las florecillas no escucharon su razonamiento, y tanto insistieron que el hada se resolvió a darles lo que pedían.


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Dominio público
1 pág. / 2 minutos / 797 visitas.

Publicado el 29 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Acertijo

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Cuentan que un día muy, muy lejano, un príncipe decidió recorrer mundo. Avisó a su criado y ambos se pusieron en camino. Tras mucho cabalgar, llegaron a un profundo bosque del que no podían salir. Mientras daban vueltas y vueltas, buscando un camino adecuado, se hizo de noche, y decidieron buscar un refugio donde pasar la noche. Al fin vieron a lo lejos la luz de una cabaña, a la que se acercaron pidiendo cobijo.

— Mi madre no está,— dijo la linda muchacha que les abrió la puerta —. Pero no creo que queráis quedaros aquí, porque es una bruja. Sin embargo el príncipe, que no conocía el miedo, y ante la perspectiva de pasar la noche al raso, decidió dormir allí. Cuando llegó la terrible bruja y sirvió la cena, la hija previno al príncipe y su criado de que no comieran nada, pues estaba envenenado.

Gracias a la advertencia de la hija de la bruja, consiguieron sobrevivir a la noche. A la mañana siguiente, muy temprano, el príncipe, temiendo nuevos ataques de la bruja, decidió partir. Y cuánta razón tenía. La bruja se acercó al criado, que todavía estaba ensillando a su caballo y tendiéndole una pequeña vasija, le dijo: — ¡Llévale al príncipe este buen vino! Es seguro que le ha de gustar.

Pero el caballo del criado, asustado por la vieja, se encabritó, rompiendo la vasija. Y resultó contenía un veneno tan potente, que el caballo murió al tocarle. El criado huyó despavorido, pero enseguida se detuvo y volvió sobre sus pasos para recoger la silla de montar. Al llegar al lugar del suceso, vio a un cuervo comiendo la carne del animal, y pensando que podría ser su cena, lo mató y lo guardó en su morral.


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2 págs. / 4 minutos / 784 visitas.

Publicado el 23 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Intruso

Vicente Blasco Ibáñez


Novela


I

Comenzaba á clarear el día cuando despertó el doctor Aresti, sintiéndose empujado en un hombro. Lo primero que vió fué el rostro de manzana seca, verdoso y arrugado de Kataliñ, su ama de llaves, y los dos cuernos del pañuelo que llevaba la vieja arrollado á las sienes.

—Don Luis... despierte. Muerto hay en el camino de Ortuella. El jues que vaya.

Comenzó á vestirse el doctor, después de largos desperezos y una rebusca lenta de sus ropas, entre los libros y revistas que, desbordándose de los estantes de la inmediata habitación, se extendían por su dormitorio de hombre solo.

Dos médicos tenía á sus órdenes en el hospital de Gallarta, pero aquel día estaban ausentes: el uno en Bilbao con licencia; el otro en Galdames desde la noche anterior, para curar á varios mineros heridos por una explosión de dinamita.

Kataliñ le ayudó á ponerse el recio gabán, y abrió la puerta de la calle mientras el doctor se calaba la boina y requería su cachaba, grueso cayado con contera de lanza, que le acompañaba siempre en sus visitas á las minas.

—Oye, Kataliñ—dijo al trasponer la puerta.—¿Sabes quién es el muerto?

—El Maestrico disen. El que enseñaba por la noche el abesedario á los pinches y era novio de esa que llaman La Charanga. ¡Cómo está Gallarta, Señor Dios! Ya se conoce, pues: la iglesia siempre vasía.

—Lo de siempre—murmuró el médico.—El crimen pasional. A estos bárbaros no les basta con vivir rabiando y se matan por la mujer.

Aresti andaba ya, calle abajo, cuando la vieja le llamó desde la puerta.

—Don Luis, vuelva pronto. No olvide que hoy es San José y que le esperan en Bilbao. No haga á su primo una de las suyas.


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Dominio público
307 págs. / 8 horas, 58 minutos / 727 visitas.

Publicado el 19 de abril de 2016 por Edu Robsy.

Feminista

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Fue en el balneario de Aguasacras donde hice conocimiento con aquel matrimonio: el marido, de chinchoso y displicente carácter, arrastrando el incurable padecimiento que dos años después le llevó al sepulcro; la mujer, bonitilla, con cara de resignación alegre, cuidándole solícita, siempre atenta a esos caprichos de los enfermos, que son la venganza que toman de los sanos.

Conservaba, no obstante, el valetudinario la energía suficiente para discutir, con irritación sorda y pesimismo acerbo, sobre todo lo humano y lo divino, desarrollando teorías de cerrada intransigencia. Su modo de pensar era entre inquisitorial y jacobino, mezcla más frecuente de lo que se pudiera suponer, aquí donde los extremos no sólo se han tocado, sino que han solido fusionarse en extraña amalgama. Han sido generalmente prendas raras entre nosotros la flexibilidad y delicadeza de espíritu, engendradoras de la amable tolerancia, y nuestro recio y chirriante disputar en cafés, círculos, reuniones, plazuelas y tabernas lo demostraría, si otros signos del orden histórico no bastasen.

El enfermo a que me refiero no dejaba cosa a vida. Rara era la persona a quien no juzgaba durísimamente. Los tiempos eran fatídicos y la relajación de las costumbres horripilantes. En los hogares reinaba la anarquía, porque, perdido el principio de autoridad, la mujer ya no sabe ser esposa, ni el hombre ejerce sus prerrogativas de marido y padre. Las ideas modernas disolvían, y la aristocracia, por su parte, contribuía al escándalo. Hasta que se zurciesen muchos calcetines no cabía salvación. La blandenguería de los varones explicaba el descoco y garrulería de las hembras, las cuales tenían puesto en olvido que ellas nacieron para cumplir deberes, amamantar a sus hijos y espumar el puchero. Habiendo yo notado que al hallarme presente arreciaba en sus predicaciones el buen señor, adopté el sistema de darle la razón para que no se exaltase demasiado.


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Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 718 visitas.

Publicado el 1 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

Los Dos Vecinos

Julia de Asensi


Cuento


I

Debe ser rubia, tener los ojos azules, una figura sentimental —dijo Santiago.

—Te equivocas —replicó Anselmo—; debe ser morena, con brillantes ojos negros, cabellos de azabache, abundantes y sedosos…

—No —interrumpió Genaro—; ni lo uno ni lo otro. Pelo castaño, ojos garzos, pálida, hermosa, elegante, esbelta.

—¿De quién se trata? —preguntó Rafael, entrando en la habitación de la fonda donde discutían sus tres amigos.

—Ven aquí, Rafael —dijo Santiago—; nadie mejor que tú puede sacarnos de esta duda. Aunque has llegado al pueblo hace pocos días, de seguro habrás observado que enfrente de tu casa vive una mujer acompañada de dos criados viejos, verdaderos Argos que la guardan y la vigilan, sin permitir que nadie se aproxime a su morada. Ninguno de nosotros ha alcanzado la suerte de ver a tu vecina, y hablábamos del tipo que imaginábamos debía tener. Tú, sin duda, la habrás visto, y podrás decirnos cuál acierta de los tres.

—Sé, en efecto, que enfrente de mi casa vive una mujer que, como vosotros, supongo será joven y hermosa —contestó Rafael—; de noche llegan hasta mí las dulces melodías que sabe arrancar de su arpa o los suaves acentos de su voz; pero en cuanto a haberla visto, os aseguro que jamás he tenido esa suerte, y sólo he logrado vislumbrar una vaga sombra detrás de las persianas de sus balcones. Hasta ahora me he ocupado muy poco de ella; la muerte de mi tío, su recuerdo, que me persigue sin cesar en esa casa que él habitó y que heredé a su fallecimiento, todo contribuye a que no busque gratas sensaciones; así es que apenas me he asomado a la ventana desde que llegué, y cuando lo hago es como mi misteriosa vecina, detrás de las persianas; así observo sin que nadie pueda fijarse en mí.

—¿De modo que no te es posible decirnos nada respecto a ella? —preguntó Anselmo.

—Nada —contestó Rafael.


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Dominio público
8 págs. / 15 minutos / 704 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2020 por Edu Robsy.

La Leyenda de Sleepy Hollow

Washington Irving


Cuento


ENCONTRADA ENTRE LOS PAPELES DEL DIFUNTO DIETRICH KNICKERBOCKER

En el seno de uno de esos espaciosos recodos que forman la parte oriental del Hudson, en aquella parte ancha del río que los antiguos navegantes holandeses llamaban Tappaan Zee, donde los marinos prudentemente recogían sus velas e imploraban el apoyo de San Nicolás, se encuentra una pequeña ciudad o puerto en el cual se celebran con frecuencia ferias. Algunos la llaman Greensburgh, pero más propiamente la conoce la mayoría por Tarry Town. Se dice que le dieron este nombre las buenas mujeres de las regiones adyacentes por la inveterada propensión de sus maridos a pasar el tiempo en la taberna de la villa durante los días de mercado. Sea como quiera, yo no aseguro este hecho, sino que simplemente me limito a hacerlo constar para ser exacto y veraz. A una distancia de unos tres kilómetros de esta villa se encuentra un vallecito situado entre altas colinas, que es uno de los más tranquilos lugares del mundo. Corre por él un riachuelo, cuyo murmullo es suficiente para adormecer al que lo escucha; el canto de los pájaros es casi el único sonido que rompe aquella tranquilidad uniforme. Me acuerdo, cuando era todavía joven, haberme dedicado a la caza en un bosque de nogales que da sombra a uno de los lados del valle. Había iniciado mi excursión al mediodía, cuando todo está tranquilo, tanto que me asombraban los disparos de mi propia escopeta que interrumpían la tranquilidad del sábado y el eco reproducía. Si quisiera encontrar un retiro a donde dirigirme para huir del mundo y de sus distracciones, y pasar en sueños el resto de una agitada vida, no conozco lugar más indicado que este pequeño valle.


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Dominio público
35 págs. / 1 hora, 1 minuto / 636 visitas.

Publicado el 22 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

La Piel de Zapa

Honoré de Balzac


Novela


I. EL TALISMÁN

Hacia fines del mes de octubre último, entró un joven en el Palacio Real, en el momento en que se abrían las casas de juego, conforme a la ley que protege una pasión esencialmente imponible. Sin titubear apenas, subió la escalera del garito señalado con el número 36.

—¡Caballero! ¿me hace usted el favor del sombrero? — requirió en voz seca y gruñona un viejecillo paliducho, acurrucado en la sombra, resguardado por una barricada, y que se levantó súbitamente, mostrando un rostro vaciado en un tipo innoble.

Cuando entras en una casa de juego, la ley comienza por despojarte de tu sombrero. ¿Será ello una parábola evangélica y providencial? ¿Será más bien una manera de cerrar un contrato infernal contigo, exigiéndote no sé qué prenda? ¿Será quizá para obligarte a guardar actitud respetuosa para con aquellos que van a ganarte el dinero? ¿Será por ventura, que la policía, agazapada en todos los bajos fondos sociales, tiene afán de averiguar el nombre de tu sombrerero o el tuyo, si es que le has estampado en el forro? ¿Será, en fin, para tomar la medida de tu cráneo y confeccionar una instructiva estadística, relativa a la capacidad cerebral de los jugadores? En este punto, el silencio de la Administración es absoluto. Pero, sábelo bien; apenas avances un paso hacia el tapete verde, ya no te pertenece tu sombrero, como tampoco te perteneces tú mismo; tanto tú, como tu fortuna, tus prendas de vestuario, hasta tu bastón, todo es del juego. A tu salida, el juego te demostrará, mediante un atroz epigrama en acción, que te ha dejado algo, devolviéndote tu indumentaria. No obstante, si en alguna ocasión llevas sombrero nuevo, aprenderás, a tu costa, que conviene hacerse un traje de jugador.


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Dominio público
285 págs. / 8 horas, 20 minutos / 615 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

El Alienista

J. M. Machado de Assis


Novela corta


I. De cómo Itaguaí obtuvo una casa de orates

Las crónicas de la villa de Itaguaí dicen que en tiempos remotos había vivido allí un cierto médico, el doctor Simón Bacamarte, hijo de la nobleza de la tierra y el más grande de los médicos del Brasil, de Portugal y de las Españas. Había estudiado en Coimbra y Padua. A los treinta y cuatro años regresó al Brasil, no pudiendo lograr el rey que permaneciera en Coimbra al frente de la universidad, o en Lisboa, encargándose de los asuntos de la monarquía que eran de su competencia profesional.

—La ciencia —dijo él a su majestad— es mi compromiso exclusivo; Itaguaí es mi universo.

Dicho esto, retornó a Itaguaí, y se entregó en cuerpo y alma al estudio de la ciencia, alternando las curas con las lecturas, y demostrando los teoremas con cataplasmas.

A los cuarenta años se casó con doña Evarista da Costa e Mascarenhas, señora de veinticinco años, viuda de un juez—de—fora, ni bonita ni simpática. Uno de sus tíos, cazador de pacas ante el Eterno, y no menos franco que buen trampero, se sorprendió ante semejante elección y se lo dijo. Simón Bacamarte le explicó que doña Evarista reunía condiciones fisiológicas y anatómicas de primer orden, digería con facilidad, dormía regularmente, tenía buen pulso y excelente vista; estaba, en consecuencia, apta para darle hijos robustos, sanos e inteligentes. Si además de estos atributos —únicos dignos de preocupación por parte de un sabio— doña Evarista era mal compuesta de facciones, eso era algo que, lejos de lastimarlo, él agradecía a Dios, porque no corría el riesgo de posponer los intereses de la ciencia en favor de la contemplación exclusiva, menuda y vulgar, de la consorte.


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59 págs. / 1 hora, 44 minutos / 613 visitas.

Publicado el 21 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

La Novela de Don Sandalio, Jugador de Ajedrez

Miguel de Unamuno


Novela corta, novela epistolar


Alors une faculté pitoyable se développa dans leur esprit, celle de voir la bêtise et de ne plus la tolérer.

(G. Flaubert, Bouvard et Pécuchet)

Prólogo

No hace mucho recibí carta de un lector para mí desconocido, y luego copia de parte de una correspondencia que tuvo con un amigo suyo y en que éste le contaba el conocimiento que hizo con un Don Sandalio, jugador de ajedrez, y le trazaba la característica del Don Sandalio.

“Sé —me decía mi lector— que anda usted a la busca de argumentos o asuntos para sus novelas o nivolas, y ahí va uno en estos fragmentos de cartas que le envío. Como verá, no he dejado el nombre lugar en que los sucesos narrados se desarrollaron, y en cuanto a la época, bástele saber que fue durante el otoño e invierno de 1910. Ya sé que no es usted de los que se preocupan de situar los hechos en lugar y tiempo, y acaso no le falte razón”.

Poco más me decía, y no quiero decir más a modo de prólogo o aperitivo.

I

31 de agosto de 1910

Ya me tienes aquí, querido Felipe, en este apacible rincón de la costa y al pie de las montañas que se miran en la mar; aquí, donde nadie me conoce ni conozco, gracias a Dios, a nadie. He venido, como sabes, huyendo de la sociedad de los llamados prójimos o semejantes, buscando la compañía de las olas de la mar y de las hojas de los árboles, que pronto rodarán como aquéllas.


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Dominio público
35 págs. / 1 hora, 1 minuto / 591 visitas.

Publicado el 6 de octubre de 2019 por Edu Robsy.

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