Atanasilda
Javier de Viana
Cuento
Al maestro Lugones.
El camino real, ladereando una cerrillada, describía tres cuartos
de círculo para ir a rozar la estancia del "Venteveo", donde tenían su
posta las diligencias. Desde su aparición en la falda hasta su llegada a
las casas, las diligencias demoraban más de media hora; y, durante
cuatro años, Atanasilda sufrió media hora de angustias, tres veces en la
semana.
Ella levantábase con el alba, invierno y verano, para ordeñar las lecheras; y mientras ordeñaba, —los días en que iban diligencias del "centro",—su mirada clavábase insistente en la curva gris por donde debía aparecer el ruidoso vehículo, encarnizado portador de desengaños. "Tatú", su perro favorito, se daba esos días un regalo, pues ocurría indefectiblemente que la moza, preocupada y distraída, echara fuera del tiesto todo el contenido de una teta, que el can iba golosamente "lambeteando" del suelo.
¡Cuatro años de angustiosa espera!... De tanto esperar y de tanto sufrir, recordaba ya imperfectamente los rasgos fisonómicos de Raúl Linares, el joven pueblero que había ido a pasar unas vacaciones en estancia lindera, que había bailado con ella en unas romerías, que le había mentido amores, y que se marchó jurándole pronto regreso...
Ya no lo esperaba; y sin embargo, todos los turnos de diligencia madrugaba más que de costumbre e íbase al corral, y ordeñaba inquieta, atisbando siempre el camino, mientras su pequeño Raúl, descalzo, envuelto en un harapo, jugaba con el barro y con el perro, —únicos juguetes de que podía disponer,—entre las patas de la lechera y del ternero...
Dominio público
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Publicado el 30 de agosto de 2022 por Edu Robsy.