Textos por orden alfabético publicados por Edu Robsy disponibles | pág. 5

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editor: Edu Robsy textos disponibles


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A Través del Atlántico en Globo

Emilio Salgari


Novela


I. UNA SORPRESA DE LA POLICÍA CANADIENSE

—¡Hurra! —rugían diez mil voces.

—¡Viva el Washington!

—¡Hurra por Sir Kelly!

—¿Hay quien acepte una apuesta de mil dólares?

—¿Está usted loco, Paddy? Si apuesta usted, perderá. Yo se lo garantizo.

—¡Doscientas libras esterlinas! —gritó otra voz.

—¿Quién las arriesga?

—¿Por qué?

—Por el éxito de la travesía.

—¡Otro insensato! ¿Tiene usted sobra de dinero para tirarlo así, al mar, Sir Holliday?

—Nada de tirar. Ganaré. Kelly atravesará el océano y descenderá en Inglaterra.

—No; en España —gritó otro.

—¡En España o en Inglaterra, lo mismo da! ¿Quién apuesta doscientas libras?

—¡Mire usted que las va a perder! ¡Que el globo estallará en el aire!

—Y luego se hundirá en el océano.

—Kelly está loco.

—No; está cansado de vivir.

—Ni una cosa ni otra; es un valiente. ¡Hurra por Kelly!

—¡Viva el Washington!

—¡Mil dólares a que perece ahogado!

—¡Dos mil a que su aerostato estalla sobre nuestras cabezas!

—¡Cien libras a que se estrella contra la playa!

—¡Mil a que consigue atravesar el Atlántico!

—¿Las apuesta usted?

—¡Sí!…

—¡No!… ¡Estáis locos!

—¡Hurra por Kelly! ¡Hurra!

Estos diálogos, aquellas exclamaciones, tales apuestas, a cual más extravagantes, cruzábanse en todos sentidos y brotaban por doquier. Yanquis, canadienses e ingleses porfiaban con análoga furia; por todas partes corrían libras y dólares mientras la muchedumbre se agitaba, se empujaba, se agolpaba y se aplastaba contra un vasto recinto, atropellando a los policemen que ya no podían contenerla, y eso que no economizaban los mazazos, que caían como granizo sobre los más impacientes…


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185 págs. / 5 horas, 25 minutos / 758 visitas.

Publicado el 22 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

A Treinta Años Fecha

Joaquín Dicenta


Cuento


Era una chiquilla encantadora, morena y andaluza, con la agravante de ser perchelera y de tener más sal en su cuerpo y en su lenguaje que todos los boquerones de Málaga. Tenía veintidós años; yo veinte.

La primera vez que la vi asomarse al balcón de su casa, una casita frontera a la mía, se me cayeron los palos del sombrajo, como dicen en la tierra de ella. ¡Vaya una moza!… grité, sin enterarme de que gritaba; y me quedé mirándola, con los ojos muy abiertos, la boca más abierta que los ojos y la cara del más perfecto imbécil que puedan mis lectores imaginarse. Claro, que la muchacha se dio cuenta de lo que ocurría; ¡así que las mujeres son tontas!… Guiñó los ojos; soltó la carcajada; dio un retemblío de caderas y se metió en su cuarto balanceando el cuerpo y dejando sin cerrar balcón, para que yo siguiera llenándome de su persona.

Así empezó la cosa, que no se hizo entretener mucho para llegar al apetecido desenlace. Moza ella, mozo yo; la moza sin ser una virtud y el mozo sin pecar de tímido, ¿qué iba a ocurrir?… Pues… nada; es decir, todo.

Anita había venido de Málaga con una apreciable señora, comerciante en carne viva; pero se cansó muy pronto de trabajar por cuenta ajena y se dedicó a hacerlo por la propia. Ni su desparpajo necesitaba andadores, ni su hermosura intermediarios.

Tal fue el principio de su etapa madrileña.


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Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 84 visitas.

Publicado el 13 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

A Vida y Muerte

Arturo Robsy


Cuento


Miguel de los Santos tenía una mujer muy bella y unos celos muy feos que le llevaron a convertir su casa en comisaría. Paseaba por ella reparando en los detalles y practicando interrogatorios:

—¿Qué hace este hilo verde en el respaldo? —preguntaba.

—Será de cuando ayer cosí.

—¿Por qué está la toalla en el dormitorio?

—Al salir de la regadera y vestirme la olvidé, seguramente.

Miguel de los Santos miraba a su bella mujer y sospechaba. Unas veces en silencio y otras, no. Ella era la muleta en la que apoyaba el peso de sus miedos secretos.

—Tú me quieres, ¿verdad?

Y le quería. Sintieron un amor que reventaba en el pecho; un ansia desconocida. Pero amar y vivir son cosas distintas y las continuas sospechas de Miguel de los Santos no podían menos que provocar tentaciones y ensueños.

Por fin hubo otro hombre. Si Miguel sospechaba sin razón, sospecharía de igual modo con ella, como así fue hasta que en una discusión los ánimos subieron a gritos y los gritos a las verdades que no deberían serlo:

—¡Claro que te engaño! —dijo Amalia como una furia.— Con un hombre mejor que tú. ¿Y qué?

Nada. Miguel de los Santos quedó mudo y frío. Había pensado demasiado en la posibilidad para tener alguna duda. Así pasó al plan B, que era la pistola. Sin una palabra de despedida, sin un reproche, le disparó bajo el seno izquierdo y ella le siguió mirando con furia hasta que comprendió lo que pasaba en el momento que la muerte la pilló por los cabellos.

Miguel de los Santos la llevó al lecho y dispuso el cuerpo con cariño. Lo lavó, recordando toda la vida que llegó a haber en cada parte. Lo besó, sintiéndose tan herido en el corazón como ella.


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Licencia limitada
3 págs. / 6 minutos / 344 visitas.

Publicado el 28 de enero de 2018 por Edu Robsy.

A Vista de Araña

Rosario de Acuña


Cuento


Allá por el Oriente empezaban a iluminarse con las vagas tintas de la aurora, los contornos de la tierra.

Toda la creación se estremecía con esos albores que traen a la naturaleza nuevos efluvios de vida y calor.

La Naturaleza comenzaba a vivir ansiando levantar el himno de bienvenida al sol, alma del mundo, que, con sus rayos de fuego, marca el paso del tiempo en el reloj de la existencia.

Descendamos; no es en el oscuro retiro de intrincada floresta donde hemos de asentar la huella, que, al fin allí, entre arbustos y zarzas, aún se podría vislumbrar un átomo de Dios, reflejado en la Naturaleza.

No  es en los sombríos antros de profunda caverna donde el pensamiento ha de buscar su inspiración, que allí también se podría hallar, en medio de la terrorífica sombra, el luminoso espectro de Dios.

No es tampoco en el abrupto laberinto de algún hondo abismo, donde habrán de sumirse los destellos del espíritu, que, también entre las ennegrecidas y dislocadas rocas, y en medio del silencio y la soledad de una naturaleza; muerta para la luz, podría encontrarse el reflejo del alma divina, fulgurando con incesante alma y recreándose en sus obras.

Descendamos más hondo que a la floresta, más hondo que a la gruta, más que al abismo; busquemos algo que nos aleje del principio universal de la vida, y en alas de la fantástica imaginación, penetremos en uno de esos alcázares de barro que se alzan sobre nuestro mundo de granito y de fuego, átomos de polvo en los remotos siglos del porvenir, gigantes de sillería en las edades presentes.

Hela allí; es muy negra, muy redonda; sus patas extendidas en semicírculo, finas como hebras de seda, revestidas interiormente de un pelo suave y lustroso, forman, en derredor de su abultado cuerpo, una corona de rayos.


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Dominio público
4 págs. / 8 minutos / 236 visitas.

Publicado el 29 de agosto de 2019 por Edu Robsy.

A Vuela Pluma

Juan Valera


Ensayo, Artículo, Crítica


PRÓLOGO

IMPRESO ya este libro y reunidos en él no pocos artículos, se me ofrecen dificultades que conviene allanar antes de que el libro salga á luz pública. Ponerle título es la menor de todas y ya la considero allanada. A vuela pluma es título tan significativo como propio. Ora excitado yo á dar mi parecer sobre flamantes producciones literarias, ora movido é inspirado por los tristes acontecimientos políticos de nuestros días, he escrito y esparcido, por revistas y periódicos diarios, lo que aquí va reunido. No porque soy escéptico, sino porque soy modesto, aunque me contradiga atribuyéndome tan buena cualidad, nada pretendí enseñar al escribirlos en cada uno de los siguientes artículos, ni nada pretendo ahora enseñar al reunirlos en un volumen. Y no porque yo crea que no haya verdades que enseñar, sino porque carezco de fe bastante en mi propio saber y en mi autoridad y competencia para empuñar la férula y revestirme de la toga y demás insignias del magisterio. No es, pues, para enseñanza de mis lectores, para lo que publico este libro.

Si he de confesar la verdad tampoco han acudido mis amigos, admiradores y parciales, aconsejándome y casi impulsándome con la violencia de sus ruegos para que le publique, según ocurre con frecuencia á otros autores más que yo dichosos. Este libro, inútil para la enseñanza, para la cual candorosamente le desautorizo, se publica sin que nadie me lo pida ni se empeñe en ello, por mi espontánea y libérrima voluntad y por mi iniciativa. ¿Qué fin me llevo al publicarle? Alguna explicación acerca de esto me considero obligado á dar á los lectores.


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257 págs. / 7 horas, 30 minutos / 310 visitas.

Publicado el 30 de abril de 2016 por Edu Robsy.

¡Abajo la Vida!

Arturo Robsy


Cuento


Cuando Segismundo Flores — todavía quedan floridos Segismundo de caldernoniana memoria — cumplió los cincuenta años en compañía de todos sus dientes y todos sus cabellos, la gente empezó a murmurar en serio. Aquellos comentrios de la década anterior, que si qué bien te conservas, y por tí no pasan los años, qué tío, buenos para los cuarenta, a los cincuenta se hacían ácidos, más aún en boca de los otros cincuentones amigos, gorditos, calvitos, con alifafes y arrechuchos.

Pero Segismundo, ser humano de aceptable apariencia, seguía delgado, fuerte, con cutis terso en vez de pellejo surcado, sin enfermedades conocidas, optimista, con buenas digestiones y, lo que es peor y más indignante, con ilusión, sin amargura y sin necesidad de ser sarcástico.

Segismundo Flores era soltero, con esa difícil soltería que consiste en estar casado consigo mismo, obedenciéndose, soportándose, tolerándose y acompañándose sin caer en el egoísmo o en la neurosis. Se trataba, pues, de un matrimonio bien avenido en el que fugazmente habían entrado otras personas, algunas sonrientes y algunas malhumoradas, sin llegar a cambiar el buen equilibrio de Segismundo.

El hombre no era un campesino sanote y rubicundo, ni un naturista, ni un macrobiótico, si se me permite la grosería. No hacía trucos ni se dejaba llevar por más fe que la fe en Dios, ni por más doctrina que la de la Iglesia. No era higienista. No era deportista. El joggin, o carrerita, le dejaba impasiblwe y tampoco jugueteaba ni con plantas medicinales ni con fármacos mágicos, ni con las brujerías de la doctora Aslan.

Vamos, que era normal y no hacía nada del otro jueves, salvo seguir como siempre, es decir, joven, alegre y sano a los cincuenta años, cuando muchos de los de su quinta estaban fuera de la circulación.


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Licencia limitada
7 págs. / 13 minutos / 225 visitas.

Publicado el 14 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

Abdala

José Martí


Teatro


Escrito expresamente para «La Patria»

Personajes

ESPIRTA, madre de Abdala.
ELMIRA, hermana de Abdala.
ABDALA.
UN SENADOR.
Consejeros, soldados, etc.

La escena pasa en Nubia.

Escena I

ABDALA, UN SENADOR y CONSEJEROS

SEN.
Noble caudillo: a nuestro pueblo llega
Feroz conquistador: necio amenaza.
Si a su fuerza y poder le resistimos,
En polvo convertir nuestras murallas:
Fiero pinta a su ejército, que monta
Nobles corceles de la raza arábiga;
Inmensa gente al opresor auxilia
Y tan alto es el número de lanzas
Que el enemigo cuenta, que a su vista
La fuerza tiembla y el valor se espanta.
¡Tantas sus tiendas son, noble caudillo,
Que a la llanura llegan inmediata,
Y del rudo opresor ¡oh Abdala ilustre!
Es tanta la fiereza y arrogancia,
Que envió un emisario reclamando
-¡Rindiese fuego y aire, tierra y agua!

ABD.
Pues decid al tirano que en la Nubia
Hay un héroe por veinte de sus lanzas:
Que del aire se atreva a hacerse dueño:
Que el fuego a los hogares hace falta:
Que la tierra la compre con su sangre:
Que el agua ha de mezclarse con sus lágrimas.

SEN.
Guerrero ilustre: ¡calma tu entusiasmo!
Del extraño a la impúdica arrogancia
Diole el pueblo el laurel que merecían
Tan necia presunción y audacia tanta;
Mas hoy no son sus bárbaras ofensas
Muestras de orgullo y simples amenazas:
¡Ya detiene a los nubios en el campo!
¡Ya en nuestras puertas nos coloca guardias!

ABD.
¿Qué dices, Senador?


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Dominio público
8 págs. / 14 minutos / 1.127 visitas.

Publicado el 29 de agosto de 2018 por Edu Robsy.

Abel Sánchez

Miguel de Unamuno


Novela


Al morir Joaquín Monegro encontróse entre sus papeles una especie de Memoria de la sombría pasión que le hubo devorado en vida. Entremézclanse en este relato fragmentos tomados de esa confesión ––así la rotuló––, y que vienen a ser al modo de comentario que se hacía Joaquín a sí mismo de su propia dolencia. Esos fragmentos van entrecomillados. “La Confesión” iba dirigida a su hija:

No recordaban Abel Sánchez y Joaquín Monegro desde cuándo se conocían. Eran conocidos desde antes de la niñez, desde su primera infancia, pues sus dos sendas nodrizas se juntaban y los juntaban cuando aún ellos no sabían hablar. Aprendió cada uno de ellos a conocerse conociendo al otro. Y así vivieron y se hicieron juntos amigos desde nacimiento, casi más bien hermanos de crianza. En sus paseos, en sus juegos, en sus otras amistades comunes, parecía dominar e iniciarlo todo Joaquín, el más voluntarioso; pero era Abel quien, pareciendo ceder, hacía la suya siempre. Y es que le importaba más no obedecer que mandar. Casi nunca reñían. «¡Por mí como tú quieras… !», le decía Abel a Joaquín, y este se exasperaba a las veces porque con aquel «¡como tú quieras… !» esquivaba las disputas.

—¡Nunca me dices que no! —exclamaba Joaquín.

—¿ Y para qué? —respondía el otro. —

—Bueno, este no quiere que vayamos al Pinar —dijo una vez aquel, cuando varios compañeros se disponían a un paseo.

—¿Yo? ¡pues no he de quererlo… ! —exclamó Abel—. Sí, hombre, sí; como tú quieras. ¡Vamos allá!

—¡No, como yo quiera, no! ¡Ya te he dicho otras veces que no! ¡Como yo quiera no! ¡Tú no quieres ir!

—Que sí, hombre…

—Pues entonces no lo quiero yo…

—Ni yo tampoco…

—Eso no vale —gritó ya Joaquín—. ¡O con él o conmigo!


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Dominio público
99 págs. / 2 horas, 53 minutos / 1.533 visitas.

Publicado el 6 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Abrojos

Javier de Viana


Cuentos, colección


El abrojo

Se llamaba Juan Fierro.

Durante los primeros treinta años de su vida fue simplemente Juan. El segundo término de la fórmula de su nombre parecía irrisorio: ¡Fierro, él!...

Era blando, dúctil, sin resistencia. A causa de su propensión a abrirle sin recelos la puerta de la amistad al primer forastero que golpeara, no llegó a quedarle más que un caballo de su tropilla, un mal pabellón en el recado, una camisa en el baúl y el calificativo de zonzo.

Llegado a esa etapa de su vida, ya no tuvo amigos. Por cada afecto sembrado, le había nacido una ingratitud. Sin embargo, heroico y resignado, doblaba el lomo, cavaba la tierra, fertilizándola con el riego de sudor de su frente, echando sin cesar al surco semillas de plantas florales y semillas de plantas sativas.

Cosechaba abrojo que pincha y miomio que envenena. Y a pesar de ello proseguía siendo Juan, sin que por un momento le asaltase la tentación de ser Fierro.

Empero, si es verdad que en el camino se hacen bueyes y que el clavo de la picana concluye casi siempre por abatir las más orgullosos altiveces, también es verdad que el rebenque y la espuela usados en forma injusta y desconsiderada, suele convertir al matungo más manso.

Tal le ocurrió a Juan Fierro.

A los treinta años presentaba un aspecto de viejo decrépito. Su rostro enflaquecido agrietábase en arrugas. Sus ojos fueron perdiendo poco a poco el brillo y tenían la lumbre triste de un fogón que se apaga, ahogadas las brasas por las cenizas. Sus labios, que ni la risa ni los besos calentaban ya, evocaban la tristeza de la arpa desencordada, en cuya gran boca muda ya no brotan las melodías que otrora hicieran estremecer en sensación voluptuosa la madera de su alma sonora...

Los pocos que todavía llegaban a su casa juzgaban mentalmente:

—Este candil se apaga.

O si no:


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Dominio público
95 págs. / 2 horas, 47 minutos / 120 visitas.

Publicado el 9 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Abuela Julieta

Leopoldo Lugones


Cuento


Cada vez más hundido en su misantropía, Emilio no conservaba ya más que una amistad: la de su tía la señora Olivia, vieja solterona como él, aunque veinte años mayor. Emilio tenía ya cincuenta años, lo cual quiere decir que la señora Olivia frisaba en los setenta. Ricos ambos, y un poco tímidos, no eran éstas las dos únicas condiciones que los asemejaban. Parecíanse también por sus gustos aristocráticos, por su amor a los libros de buena literatura y de viajes, por su concepto despreciativo del mundo, que era casi egoísta, por su melancolía, mutuamente oculta, sin que se supiese bien la razón, en la trivialidad chispeante de las conversaciones. Los martes y los jueves eran días de ajedrez en casa de la señora Olivia, y Emilio concurría asiduamente, desde hacía diez años, a esa tertulia familiar que nunca tuvo partícipes ni variantes. No era extraño que el sobrino comiese con la tía los domingos; y por esta y las anteriores causas desarrollose entre ellos una dulce amistad, ligeramente velada de irónica tristeza, que no excluía el respeto un tanto ceremonioso en él., ni la afabilidad un poco regañona en ella. Ambos hacían sin esfuerzo su papel de parientes en el grado y con los modos que a cada cual correspondían. Aunque habíanse referido todo cuanto les era de mutuo interés, conservaban, como gentes bien educadas, el secreto de su tristeza. Por lo demás, ya se sabe que todos los solterones son un poco tristes; y esto era lo que se decían también para sus adentros Emilio y la señora Olivia, cuando pensaban con el interés que se presume, ella en la misantropía de él, él en la melancolía de ella. Los matrimonios de almas, mucho más frecuentes de lo que se cree, no están consumados mientras el secreto de amargura que hay en cada uno de los consortes espirituales, y que es como quien dice el pudor de la tristeza, no se rinde al encanto confidencial de las intimidades.


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7 págs. / 12 minutos / 388 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

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