Textos más descargados publicados por Edu Robsy disponibles publicados el 27 de febrero de 2021 | pág. 4

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editor: Edu Robsy textos disponibles fecha: 27-02-2021


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La Cómoda

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Ante todo, conviene saber que yo era la moderación en persona, y mi única debilidad, muy censurada por mi consorte, la afición a trastear un poco en las tiendas de los anticuarios.

Por irrisoria cantidad adquirí en uno de esos establecimientos un mueble viejo, que me valió una filípica. ¿Dónde se ha visto traer se a casa embeleco semejante?

Era el embeleco una de esas cómodas ventrudas de la época de Luis XV que, en efecto, se construían para viviendas más espaciosas de las actuales. Sus dimensiones debieran haberme alarmado cuando la compré. Pero la curiosa taracea de la tapa, los lindos bronces, primor de cinceladura, me sedujeron, y ahora, en vista de la desazón doméstica, me pesaba mi capricho.

La idea de revenderla me ocurrió, naturalmente. Sin saber por qué, la rechacé; se me hacía intolerable. Dijérase que tenía que separarme de alguien muy querido. Tan extraño sentimiento fijó mi atención en el mueble. Yo acostumbro creer que todas nuestras impresiones responden fielmente a alguna causa, oculta o visible. El sentir avisa. Si no lo percibe la inteligencia, es porque la inteligencia percibe muy contadas cosas.

Continuaba mi mujer hostigándome (con esa insistencia en mortificar que es uno de sus defectillos), y por eximirme de aquella persecución de mosca tenaz, adopté singular determinación. Alquilé, en retirada calle, un piso muy modesto y, reservadamente, trasladé allí la cómoda tripona. Un goce vengativo me hacía sonreír. ¿No quisiste la cómoda? Pues ahora tu esposo —lo mismo que si te engañase con alguna bella— tiene su pisito y se pasa en él horas que no sospechas tú.


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Publicado el 27 de febrero de 2021 por Edu Robsy.

La Cola del Pan

Emilia Pardo Bazán


Cuento


La mañana, como de encargo. Desde las últimas horas de la noche, y durante toda la madrugada, había llovido, no lo que se dice a cántaros, sino terca y silenciosamente; ese llover que parece que no va a cesar nunca… El suelo, un puro lodazal; y en él patullaban, calados, los «de la cola».

Se hallaban allí desde el romper del día, sin perder el buen humor la mayor parte; diciendo chirigotas y resignados a la espera, hasta que Dios les deparase el pan nuestro… ¡Y qué pan!

La víspera, gritos de indignación y dichetes irónicos habían saludado a las microscópicas libretas, de mínimas dimensiones y, por contera, mal elaboradas. ¡Feliz, así y todo, quien las podía obtener!

El caso era llevar algo al domicilio, donde la vuelta de coleros y coleras era esperada como el santo advenimiento. De ellos se aguardaba el alimento maravilloso, el que sustituye a todos los demás: la pasta del trigo. ¡Bueno es el coci, y no despreciemos a las judías con colorado; pero el pan! Donde hay chicos, ¡nada como el pan! Vaya usted en las familias a remediarse sin él. Y es un guiso que está hecho: ni carbón, ni aceite se gasta.

—¿Verdá, usted señá Remigia? —preguntaba la señá Ponciana, alias la Mantecosa, que tenía un cajón de verdura en el mercado—. A las creaturas, su buen zoquete de pan…, y los míos, proecillos, dos días ha que no lo prueban. ¡Por las patas debíamos ahorcar a los que armaron tal huerga; condenaos!


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John

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Aquel diván del Smart-Círculo, obra de Maple, empezaba a fatigarse de resortes, a consecuencia de haberlo elegido Federico Galluste y yo, dos amigotes, para nuestras confidenciales charlas, ondulatorias y polícromas, como los cendales de Loïe Fuller. Al diferenciarnos, nos completamos. Galluste, tipo de clubman y de sportman, corregía mis frecuentes faltas de «elegancia suprema»; un servidor de ustedes, algo más intelectual, le enmendaba la plana del pensar a menudo. Debo confesar, sin embargo —aun cuando finalmente hayamos reñido Galluste y yo, por motivos que los caballeros no publican—, que este muchacho tuvo siempre el don de no parecer ignorante, merced al tacto exquisito con que evita discutir lo que no entiende, y el baño de conocimientos prácticos que le ha prestado su mundanismo. Huyendo como del fuego de la pedantería cuando no sabe, pregunta discretamente, o guarda hábil silencio.

En la época a que me refiero ahora, Federico —le llamaré así, porque nos encontrábamos en ese período de la amistad en que el apellido no existe— andaba muy preocupado: le faltaba algo esencial, indispensable a un joven tan distinguido.


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Publicado el 27 de febrero de 2021 por Edu Robsy.

Irracional

Emilia Pardo Bazán


Cuento


El deber de Cleto Páramo en Madrid era estudiar Derecho. Para eso, y no para otra cosa, le había enviado a la Corte, con el subsidio de cuatro pesetas diarias, su tío el señor cura de Villafán. Si hemos de ser enteramente francos, el cura hubiese preferido verle ingresar en el Seminario de la diócesis, tenerle allí bajo el ala, cuidar de su alma y de su ropa interior y hacer de él un misacantano. ¡Porque ese Madrid! ¡Esa perdición! ¡Lo que allí hará un muchacho suelto! ¡Y cuando vuelva al lugar, qué va a traer sino las camisas y los calzoncillos en un puro jirón y en la conciencia un cargamento de pecados mortales! Pero, así y todo…


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Publicado el 27 de febrero de 2021 por Edu Robsy.

Interrogante

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Es la que voy a contar una historia en la cual no sé si soñé lo que me pareció ver, o si, al contrario, vi efectivamente algo semejante a una pesadilla. Esto, traducido a más claro lenguaje, significa que no estoy enteramente seguro de los hechos que voy a recordar.

Vivía yo en Madrid, en compañía de una de mis hermanas, casada con un negociante. Me preparaba a una lucida carrera, pero no ponía gran afán en mis estudios; teníamos con qué vivir, y yo era perezoso y paseante en corte.

Una mañana, en el mismo centro de la Puerta del Sol, lugar nada novelesco, vi a una mujer que me atrajo desde el primer instante. Era chiquita, pálida, muy esbelta y fina, y sus ojos, negrísimos, miraban de un modo especial, hondo, sugestivo. Se fijaron en mí un segundo, y al punto los veló con las tupidas pestañas, enigmáticamente. No sería yo español neto si no la hubiese seguido, y si no me creyese, de un modo fulminante, enamorado hasta las cachas.

Fui tras ella por algunas calles, céntricas todas, hasta llegar a la casa donde vivía.

Al pronto, se hizo la indiferente, como si no me viese, ni se enterase de mi persecución. Y en el portal —donde me atreví a entrar—, se volvió, me miró otra vez, de un modo trágico por lo intenso, y metiéndose en el ascensor, me hizo una seña que no supe interpretar, un poco de unto de plata desató la lengua de la portera, y me hizo saber que la dama se llamaba Julia, que vivía con su tío, señor muy rico y bastante viejo, y que ambos eran de fuera de Madrid; de Andalucía o Valencia.


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Publicado el 27 de febrero de 2021 por Edu Robsy.

Instinto

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Aquel año, las monjitas de la Santa Espina se habían excedido a sí mismas en arreglar el Nacimiento. En el fondo de una celda vacía, enorme, jamás habitada, del patio alto, armaron amplia mesa, y la revistieron de percalina verde. Guirnaldas de chillonas flores artificiales, obra de las mismas monjas, la festoneaban. Sobre la mesa se alzaba el Belén. Rocas de cartón afelpadas de musgo, cumbres nevadas a fuerza de papelitos picados y deshilachado algodón, riachuelos de talco, un molino cuya rueda daba vueltas, una fuentecilla que manaba verdadera agua, y los mil accidentes del paisaje, animados por figuras: una vieja pasando un puente, sobre un pollino; un cazador apuntando a un ciervo, enhiesto sobre un monte; un elefante bajando por un sendero, seguido de una jirafa; varias mozas sacando agua de la fuente; un gallo, con sus gallinas, del mismo tamaño de las mozas, y por último, novedad sorprendente y modernista: un automóvil, que se hunde en un túnel, y vuelve a salir y a entrar a cada minuto…

Pero lo mejor, allá en lo alto, era el Portal, especie de cueva tapizada de papel dorado, con el pesebre de plata lleno de pajuelitas de oro, y en él, de un grandor desproporcionado al resto de las figuras, el Niño echado y con la manita alzada para bendecir a unos pastores mucho más pequeños que él, que le traían, en ofrenda, borregos diminutos…


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Publicado el 27 de febrero de 2021 por Edu Robsy.

Instintivo

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Confiada en una promesa, llevaba tres años de trabajar en secreto para preparar su equipo de novia, cuando recibió una carta en que él se declaraba libre del compromiso. Habían sido sueños de niño, esas primeras ilusiones que todos se forman. La realidad surgía, apremiante: en la casa de comercio de Bilbao donde estaba colocado le asociarían, si se casaba con la hija del dueño; era todo su porvenir aquella boda, y tiraría por la ventana el porvenir si la rehusase. Que Elvira se hiciese cargo, y le perdonase, y creyese firmemente en el cariño que había de profesarle siempre. La misiva era franca, de un tono cordial, con ribetes de humilde. La prosa hablaba por boca del antiguo novio. Lo que decía era cierto; no había respuesta ni objeción posible. Elvira, sin embargo, encontraba algo que oponer. Toda su juventud, que había sacrificado: iba a cumplir veintinueve y no había conocido otro amor, ni otra esperanza… Coser aquel equipo modesto representaba cientos de noches de velar hasta el amanecer, con los ojos hinchados, la vista desvanecida. A cada puntada, se figuraba lo que la iba a suceder cuando estrenase la prenda, cuando Miguel se la alabase, cuando por ella se encandilase el amor… Y ahora, ¡una carta…, un pedazo de papel…, y todo acabado…!

Sus nervios respondieron al golpe: cayó sobre el sofá, retorciéndose, conteniéndose para no gritar. Un diluvio de lágrimas desenlazó la crisis. Lo demás lo hizo el hábito de la paciencia, contraído en ausencia tan larga. Una idea cruzó por su imaginación. ¿Sería una prueba a que Miguel la sometía? Acaso, porque él, se había mostrado a veces celoso, dudoso, como sucede cuando se está lejos… Recogió del suelo la carta, la releyó… Era el tono de la verdad, de la amarga verdad.

No cabía duda.


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Implacable Kronos

Emilia Pardo Bazán


Cuento


¡Qué juventud y qué edad madura tan laboriosas y aperreadas las de don Zoilo Terrón! Sin una hora de descanso y recreo, sin un minuto que perteneciese al gusto y al solaz, vivió don Zoilo, no como la ostra —al fin, la ostra no trabaja—, sino como la polilla, que roe y roe y no sale de su rincón, no deja su viga telarañosa, no despliega nunca sus alas, buscando lo que las mariposas: luz, calor solar y entreabiertas flores.

Resuelto a ganarse un caudal, porque don Zoilo veía en el dinero la clave de la vida y el eje del mundo, sudó, se afanó y atesoró con incansable codicia, hasta llegar a la suma deseada. Cebado en la asidua labor, no supo don Zoilo lo que era pasear, ni se miró al espejo, ni cuidó de su salud, ni se enteró de que ya iban encorvándose sus espaldas y pesando sobre su cuerpo, recio como plomo, los años. Sólo cuando se encontró poderoso, dueño de la riqueza pingüe que de antemano se propusiera obtener, entró a cuentas consigo mismo y advirtió que no había disfrutado miaja ni catado los goces lícitos y sabrosos de la existencia. «He sido una bestia de carga», pensó, lleno de remordimiento y de melancolía. «Esto no puede quedar así. A ver si una vez, por lo menos, soy un racional. Es preciso que yo me case, que tenga familia y pruebe sus alegrías y sus expansiones, y, además, que mi mujer me guste mucho…, tanto como me gusta Casildita Ramírez, la viuda que vive en el segundo piso».


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Fantaseando

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Al fin se arregló; la noche de un día en que ni a Paquito le dolió el vientre, ni Bruno sufrió elevación de temperatura, ni Maleta (Magdalena) tuvo jaqueca, ni Sinsín (Asís) rompió ningún objeto o se revolcó rabiando por la alfombra, el matrimonio Ruyalvar adquirió un palco, invitó a los primos y fue a cumplir el capricho de ver y oír a la famosa cupletista La Bella Dorada.

Se hablaba de ella con ahínco en los círculos de la gente que vive en juerga, no tiene que hacer y está arruinada o camino de arruinarse. De estas esferas se comunicaba la curiosidad a otras más morigeradas y pacíficas, llegaba hasta los hogares y alborotaba la fantasía de los señores formales, hasta de las señoras gordinflonas y apáticas… La Bella Dorada no era parisiense, sino española neta, chispera de Madrid. En sus tiernos años, cuando se llamaba Emeteria Cornejo, ejercía un oficio: aprendiza de fregadora. Después…, lo de todas: rodar. Rodando, la piedra desciende; pero la mujer, en la escala del vicio, puede subir. Y por una serie de azares venturosos y una rara disposición natural, la fregadorcilla subió. En Madrid se hizo ya notoria, al principio entonando canciones de un verde zafio, en cafés humosos y con fuerte vaho a humedad; pasando luego a un music-hall, el Dorado, que acababa de instalarse y que personificó en una revista, luciendo un traje todo de oropel, faldellines de gasa de oro, zapatos de oro, medias de oro y alrededor de la frente un círculo de rayos de oro…, falsísimo… Entonces, por primera vez, sonó en diarios el nombre de La Bella Dorada. Y la mata de pelo negro de la chulapa matritense quedó convertida en blondo tusón de pícara extranjera.


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Publicado el 27 de febrero de 2021 por Edu Robsy.

El Toro Negro

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Entre los títulos nobiliarios españoles que figuran en los anales taurinos por haber empuñado el estoque o manejado la muleta, el marqués de Tendería fue quizá el único que salió novillero y se atrevió con toros ya formados. Perdidas la agilidad y esbeltez, viejo y algo sordo, le quedaba la autoridad, el derecho de decir como al descuido: «Cuando despaché a Abejorro… El día en que le solté la larga a Choricero…». Los tres o cuatro bichos sacrificados por el marqués, y cuyas cabezas, primorosamente disecadas, adornaban su antecámara y su despacho, le daban guardia de honor, formándole una envidiada leyenda.

Quien quisiese oír de toros y toreros, que le preguntase a Tendería. Naturalmente, el marqués alababa lo de su tiempo, la generación que alcanzó, echando abajo la presente. Lo hacía con ingenio, con copia de argumentos, y como amenizaba sus juicios con anécdotas y detalles interesantes, se le escuchaba y celebraba. Una de sus conversaciones quedó fija en mi memoria —ya diré la causa—, y la transcribo fielmente en cuanto a la esencia, aunque las palabras no sean las mismas punto por punto.


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Publicado el 27 de febrero de 2021 por Edu Robsy.

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