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La Araña Mizguir

Aleksandr Afanásiev


Cuento infantil


En tiempos remotos hubo un verano tan caluroso que la gente no sabía dónde esconderse para librarse de los ardientes rayos del Sol, que quemaban sin piedad. Coincidiendo con esta época de calor apareció una gran plaga de moscas y de mosquitos, que picaban a la desgraciada gente de tal modo que de cada picadura saltaba una gota de sangre. Pero al mismo tiempo se presentó el valiente Mizguir, incansable tejedor, que empezó a tejer sus redes, extendiéndolas por todas partes y por todos los caminos por donde volaban las moscas y los mosquitos.

Un día una mosca que iba volando fue cogida en las redes de Mizguir. Éste se precipitó sobre ella y empezó a ahogarla; pero la Mosca suplicó a Mizguir:

—¡Señor Mizguir! ¡No me mates! ¡Tengo tantos hijos, que si los pobres se quedan sin mí, como no tendrán qué comer, molestarán a la gente y a los perros!

Mizguir tuvo compasión de la Mosca y la dejó libre. Ésta echó a volar, zumbando y anunciando a todos sus compañeros:

—¡Cuidado, moscas y mosquitos! ¡Escóndanse bien bajo el tronco del chopo! ¡Ha aparecido el valiente Mizguir y ha empezado a tejer sus redes, poniéndolas por todos los caminos por donde volamos nosotros y a todos matará!

Las moscas y los mosquitos, a todo correr, se escondieron debajo del tronco del chopo, permaneciendo allí como muertas. Mizguir se quedó perplejo al ver que no tenía caza; a él no le gustaba padecer hambre. ¿Qué hacer? Entonces llamó al grillo, a la cigarra y al escarabajo, y les dijo:

—Tú, Grillo, toca la corneta; tú, Cigarra, ve batiendo el tambor, y tú, Escarabajo, vete debajo del tronco del chopo. Vayan anunciando a todos que ya no vive el valiente Mizguir, el incansable tejedor; que le pusieron cadenas, lo enviaron a Kazán, le cortaron la cabeza sobre el patíbulo y luego fue despedazado.


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1 pág. / 2 minutos / 87 visitas.

Publicado el 15 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

Por la Educación

José Rizal


Poesía


La sabia educación, vital aliento
Infunde una virtud encantadora;
Ella eleva la Patria al alto asiento
De la gloria inmortal, deslumbradora,
Y cual de fresca brisa al soplo lento
Reverdece el matiz de flor odcra:
Tal la educación al ser humano
Bienhechora engrandece con larga mano.

Por ella sacrifica su existencia
El mortal y el placido reposo;
Por ella nacer vence el arte y la ciencia
Que ciñen al humano lauro hermoso:
Y cual del alto monte en la eminencia
Brota el puro raudal de arroyo undoso;
Así la educación da sin mesura
A la patria do mora paz segura.

Do sabia educación trono levanta
Lozana juventud robusta crece
Que subyuga el error con firme planta
Y con nobles ideas se engrandece:
Del vicio la cerviz ella quebranta;
Negro crimen ante ella palidece:
Ella domina bárbaras naciones,
Y de salvajes hace campeones.

Y cual el manantial que alimentando
Las plantas, los arbustos de la vega,
Su plácido caudal va derramando,
Y con bondoso afan constante riega
Las riberas do vase deslizando,
Y a la bella natura nada niega:
Tal al que sabia educación procura
Del honor se levanta hasta la lectura.

De sus labios las aguas cristalinas
De célica virtud sin cesar brotan,
Y de su fe las providas doctrinas
Del mal las fuerzas débiles agotan,
Que se estrellan cual olas blanquecinas
Que la playas inmóviles azotan:
Y aprenden con su ejemplo loas mortales
A trepar por las sendas celestiales.

En el pecho de miserios humanos
Ella enciende del bien la viva llama;
Al fiero criminal ata las manos,
Y el consuelo en los pechos fiel derrama.
Que buscan sus beneficos arcanos;
Y en el amor de bien su pecho inflama:
Y es la educación noble y cumplida
El bálsamo seguro de la vida.


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Dominio público
1 pág. / 2 minutos / 51 visitas.

Publicado el 19 de junio de 2022 por Edu Robsy.

La Risa

Rafael Barrett


Cuento


Se nos fue la risa de los niños, la risa de los dioses; ya no se desborda nuestra alma y nos tortura la sed.

La música de la risa se cambió en hipo; se cambió en mueca la onda pura que resplandecía sobre los rostros nuevos.

La risa ahonda nuestras arrugas, y revela mejor nuestra decrepitud.

La risa noble se volvió alevosa. El signo de la alegría plena se convirtió en signo de dolor. Si oís reír, es que alguien sufre.

Hemos hecho de la risa una daga, un tósigo, un cadalso. Se mata y se muere por el ridículo.

Nuestro patrimonio común parece tan ruin, que el poder consiste en la miseria ajena, y la dicha en la ajena desventura. Nos repartimos aviesamente la vida, y nos reconforta la agonía del prójimo.

Náufragos hambrientos, apiñados sobre una tabla en medio del mar, nos alivia el cadáver amigo que viene a refrescar las provisiones. Entonces reímos enseñando los dientes.

¿Dónde están las carcajadas que no rechinan y rugen y gimen, las que no hacen daño?

Es cómico perder el equilibrio, caer y chocar contra la realidad exterior, que, cómplice de los fuertes, siempre se burla.

Por eso el justo es risible: ignora la realidad, ya que ignora el mal. Por eso no es digna de risa a doblez, sino la confianza; no la crueldad, sino, la blandura de corazón.

Un loco malvado no será nunca tan grotesco como un loco generoso. ¿Quién lavará el celeste semblante de Don Quijote, escupido por las risotadas de los hombres?

También los hombres se rieron de Jesús, y le escupieron.

Aunque no sea más que en efigie, el público necesita risa, necesita sangre. La risa es casi todo el teatro.

Y siendo el dolor de cada uno el dolor de lo demás, manifestado fuera de ellos, la risa universal es un quejido. Escuchadla bien, y descubriréis en ella los espasmos del sollozo.


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Dominio público
1 pág. / 2 minutos / 43 visitas.

Publicado el 13 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

El Alma de Fray Venancio

Ricardo Palma


Cuento


Cuentan las crónicas, para probar que el arzobispo Loayza tenía sus ribetes de mozón, que en Lima había un clérigo extremadamente avaro, que usaba sotana, manteo, alzacuello y sombrero tan raídos, que hacía años pedían a grito herido inmediato reemplazo. En arca de avariento, el diablo está de asiento, como reza el refrán.

Su ilustrísima, que porfiaba por ver a su clero vestido con decencia, llamóle un día y le dijo:

—Padre Godoy, tengo una necesidad y querría que me prestase una barrita de plata.

El clérigo, que aspiraba a canonjía, contestó sin vacilar:

—Eso, y mucho más que su ilustrísima necesite, está a su disposición.

—Gracias. Por ahora me basta con la barrita, y Ribera, mi mayordomo, irá por ella esta tarde.

Despidióse el avaro contentísimo por haber prestado un servicio al señor Loayza, y viendo en el porvenir, por vía de réditos, la canonjía magistral cuando menos.

Ocho días después volvía Ribera a casa del padre Godoy, llevando un envoltorio bajo el brazo, y le dijo:

—De parte de su ilustrísima le traigo estas prendas.

El envoltorio contenía una sotana de chamalote de seda, un manteo de paño de Segovia, un par de zapatos con hebilla dorada, un alzacuello de crin y un sombrero de piel de vicuña.

El padre Godoy brincó de gusto, vistióse las flamantes prendas, y encaminóse al palacio arzobispal a dar las gracias a quien con tanta liberalidad lo aviaba, pues presumía que aquello era un agasajo o angulema del prelado agradecido al préstamo.

Nada tiene que agradecerme, padre Godoy—le dijo el arzobispo.—Véase con mi mayordomo para que le devuelva lo que haya sobrado de la barrita; pues como usted no cuidaba de su traje, sin duda porque no tenía tiempo para pensar en esa frivolidad, yo me he encargado de comprárselo con su propio dinero. Vaya con Dios y con mi bendición.


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Dominio público
1 pág. / 2 minutos / 108 visitas.

Publicado el 19 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Justicia

Javier de Viana


Cuento


Dalmiro, mocetón de veintiocho años, era hijo único de Paulino Soriano, rico hacendado en las costas del Yi.

Muerta doña Inés, la patrona, la familia, compuesta de Paulino, Dalmiro y Josefa, —sobrina huérfana recogida y criada en la casa,— holgaba en el caserón.

Cierto que la servidumbre era numerosa: negras abuelas de motas blancas, negras jóvenes y presumidas con su tez de hollín y sus dientes de mazamorra, y un cardumen de negritos y negritas que al arrastrarse por el patio parecían pichones de patos picazos.

Pero todos eran silenciosos.

La adustez del patrón no necesitaba voces para imponerse.

No era malo el viejo gaucho; pero su exagerado espíritu de orden, respeto y justicia, le imponían una rígida severidad.

Amando entrañablemente a su hijo, éste creíalo hostil.

Dalmiro era indolente en el trabajo, brusco en sus maneras, provocativo en su decir; en tanto Bibiano, un peoncito de su misma edad y criados juntos, distinguíase por su incansable laboriosidad, su modestia, su comedimiento y sensatez.

Eran compañeros inseparables y con harta frecuencia don Paulino amonestaba a su flojedad y sus arrebatos, elogiando de paso a Bibiano.

—¡Usté nunca me da razón! —exclamó amoscado, cierta ocasión.

—Porque nunca la tenes, —replicó, severo, el anciano.

Desde entonces el “patroncito” comenzó a tomarle rabia al compañero. Y esa malquerencia fué subiendo de punto al enterarse de que Bibiano requería de amores a Josefa, que ella le correspondía y que don Paulino miraba con agrado la presunta unión.

Y Dalmiro, que nunca se había preocupado de su prima, quiso interponerse, y comenzó a perseguirla, más que con ruegos amorosos, con imposiciones y amenazas. Rechazólo la moza, y ante las lúbricas agresividades de Dalmiro, se vió obligada a poner en conocimiento del patrón lo que ocurría.


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Dominio público
1 pág. / 2 minutos / 26 visitas.

Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

El Poncho Más Pesado

Javier de Viana


Cuento


Don Cantalicio iba con su hijo atravesando el campo. Lo notaba extraño, nervioso, violento; en esto aprovechó para hablarlo.

—¡Ruperto!

—¿Qué quiere, tata? —interrogó el mozo.

Recostados ambos en la culata de la carreta, ambos en ese instante indiferentes a la lluvia que arreciaba, el viejo fijó en su hijo la mirada severa y empezó:

—Vamo arreglar cuentas.

—Yo nunca se las he pedido.

—Porque no tenes derecho... Nunca se las pedí yo a mi padre, pero él a mí, sí, y siempre supe dárselas!

—Vaya diciendo, —rindió el mozo, sometido.

Con expresión más suave, el viejo comenzó:

—P’algo sirven los años y la esperencia. Yo sé que vos estás sufriendo de mal de amores. Palabra de mujer...

—¡Es como renguera ’e perro'... ¡Nu hay que crerla nunca!...

—Y cuando no se cre, se monta a caballo y se marcha; p’algo tiene caballo el gaucho.

—¡Y p’algo tiene facón tamién! —rugió con violencia Ruperto.

Medió un silencio. Con voz más angustiosa que el chirriar de las ruedas de la carreta girando sobre los ejes desengrasados, habló don Cantalicio:

—¡Ya me lo malisiaba!... ¡Tenes las manos manchadas de sangre!... ¡Lo compriendo!... Ella t’engañó... Fuiste en busca ’el rival, se toparon, lo peliastes y te tocó matarlo!... ¡Compriendo!... Es triste... ¡Pero el corazón es una achura que manda más que un ray!... ¡Pobre hijo mío!... ¡Compriendo!...

—¡No compriende!... ¡A quién mate no jué a él!

—¿No jué a él?...

—No. A ella. Le sumí cinco veces el facón!...

Hizo el viejo un brusco ademán, púsose muy pálido, agitó los brazos, tembláronle los dedos y se le nubló la vista. Durante varios minutos permaneció en estado de inconsciencia. Luego, con voz majestuosa, dijo:


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Dominio público
1 pág. / 2 minutos / 18 visitas.

Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Apunte de Economía Política

Silverio Lanza


Cuento


—Y usted, Jesús, ¿qué espera de este Gobierno?

—Yo, nada.

—Ni yo. Entre paréntesis, ¿ha bajado el cuatro?

—Hoy, no.

—¿Y el cinco?

—Bajo ayer.

—Hoy subirá.

—o no: según se presente la cuestión de Africa.

—Pero yo creía, Jesús, que eso no tenía importancia de cierta especie.

—Pues hay algo.

—¡Si yo fuese dueño de Africa...!

—¿Qué haría usted?

—Lo primero allanar...

—Perdone usted que le interrumpa, Don Ignacio. ¿El Banco le merece á usted confianza?

—Completa.

—Pues yo no la tendría.

—¿Qué teme usted?

—¡Quién lo sabe!


* * *


Calle del Bastero, numero 303; casa vieja, anterior á la venida del caciquismo; portal muy grande que termina en un patio, por cuyas paredes trepa la escalera y se extienden los corredores.

Jesús, zapatero remendón, trabaja en su oficio y conversa con Don Ignacio quien, sentado en un banco que oscila, mueve las manos para sostener un cigarro de la Tabacalera, y las descansa sobre el abultado vientre.

Africa llega de la calle. En la acera se ve al 5, Tostón, que venía tras la moza; y en el corredor aparece el 4, Rubiales, que la estaba esperando.

—Buenos días, señor Jesús.

—¡Hola, vecinal

Don Ignacio se pone erguido, señala al busto de la barbiana, y dice:

—Tiene usted un punto en el jersey.

—Haga usted otro.

—¿Qué?

—Que haga usted punto.

—Sabe usted más que Merlín.

—Y más que usted: como que usted no sabe lo antipático que se cría.

—Por ser cosa de usted, me quedo con ella.

—Póngala usted donde la vergüenza para que no se la vea nadie. Conque, adiós Jesús.

—Adiós, vecina.

—Y para la compañía, que soy yo, na.


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Dominio público
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Publicado el 28 de noviembre de 2021 por Edu Robsy.

La Galatea

Silverio Lanza


Cuento


Con este nombre se conocen muchas obras literarias y dramáticas y no pocas tradiciones. No las citaré por no presumir de erudito.

Hace tiempo asistí á una de las representaciones que obtuvo una zarzuela española que alcanzó gran éxito. Cantaba una tiple que me produjo enojo. ¡Qué falta de mímica, de expresión y de voz! En fin, la ausencia del arte. Pero en una de las escenas, el galán, joven pescador, ofrece á la dama una preciosa joya. La metamorfosis fué completa.

Era de ver la actitud de aquella señora y eran de oír las purísimas notas que su garganta daba al aire.

Al salir del teatro recordé el cuento que voy á referir, cuento vulgarísimo que todos conocen y cuentan.

En una ciudad de Italia existía un escultor, asombro de las gentes, no sólo por sus talentos artísticos sino también por su fealdad física. Ambas cualidades se decía haberlas heredado de su padre el célebre Forgio.

Contrariado en sus empresas amorosas el tal Santino, resolvió hacerse una mujer á gusto suyo, empresa fácil para escultor tan insigne. La obra se terminó. Las timoratas gentes encontraron inmoral el asunto y el objeto, pero Santino les enseñó el texto de un soldado de Garibaldi que disculpa tales aficiones, y la hermosa mujer desnuda empezó á llamarla atención y al cabo se ofrecieron grandes sumas por aquellos contornos del mármol.

El artista empezó á adelgazar notablemente, luego se le oyó por las noches dar voces pidiendo á la estátua que correspondiese á sus caricias, después se le tuvo por loco.

Santino cerró el taller y empezó á vender las obras que tenía terminadas.


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Dominio público
1 pág. / 2 minutos / 45 visitas.

Publicado el 31 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

La Novia del Conejillo

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Érase una vez una mujer y su hija, las cuales vivían en un hermoso huerto plantado de coles. Y he aquí que, en invierno, viene un conejillo y se pone a comer las coles. Dijo entonces la mujer a su hija:

— Ve al huerto y echa al conejillo. Y dice la muchacha al conejillo:

— ¡Chú! ¡Chú! ¡Conejillo, acaba de comerte las coles!

Y dice el conejillo:

— ¡Ven, niña, súbete en mi colita y te llevaré a mi casita!

Pero la niña no quiere. Al día siguiente vuelve el conejillo y se come las coles; y dice la mujer a su hija:

— ¡Ve al huerto y echa al conejillo!

Y dice la muchacha al conejillo:

— ¡Chú! ¡Chú! ¡Conejillo, acaba de comerte las coles!

Dice el conejillo:

— ¡Ven, niña, súbete en mi colita y te llevaré a mi casita!

Pero la niña no quiere. Al tercer día vuelve aún el conejillo y se come las coles. Dice la mujer a su hija:

— ¡Ve al huerto y echa al conejillo!

Dice la muchacha:

— ¡Chú! ¡Chú!, ¡Conejillo, acaba de comerte las coles!

Dice el conejillo:

— ¡Ven, niña, súbete en mi colita y te llevaré a mi casita!

La muchacha monta en la colita del conejillo, y el conejillo la lleva lejos, lejos, a su casita y le dice:

— Ahora cuece berzas y mijo; invitaré a los que han de asistir a la boda.

Y llegaron todos los invitados. (¿Que quiénes eran los invitados? Tal como me lo dijeron, os lo diré: eran todos los conejos, y el grajo hacía de señor cura para casar a los novios, y la zorra hacía de sacristán, y el altar estaba debajo del arco iris.)

Pero la niña se sentía sola y estaba triste. Viene el conejillo y dice:

— ¡Vivo, vivo! ¡Los invitados están alegres!

La novia se calla y se echa a llorar. Conejillo se marcha, Conejillo vuelve, y dice:

— ¡Vivo, vivo! ¡Los invitados están hambrientos!


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Publicado el 30 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

Juan se Casa

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Había una vez un joven campesino llamado Juan, a quien un primo suyo se empeñó en buscarle una mujer rica. Hizo poner a Juan detrás del horno bien caliente. Trajo luego un tarro con leche y una buena cantidad de pan blanco y, poniéndole en la mano una reluciente perra gorda recién acuñada, le dijo:

— Juan, no sueltes la perra gorda, y, en cuanto al pan, desmigájalo en la leche. Permanece sentado aquí sin moverte hasta que yo vuelva.

— Muy bien — respondió Juan; — todo lo haré como dices.

El casamentero se puso unos pantalones remendados, llenos de piezas, se fue al pueblo vecino, a casa de un rico labrador que tenía una hija, y dijo a la muchacha:

— ¿No te gustaría casarte con mi primo Juan? Tendrías un marido bueno y diligente. Quedarías satisfecha.

Preguntó entonces el padre, que era muy avaro:

— ¿Y cómo anda de dinero? ¿Tiene su pan que desmigajar?

— Amigo — respondióle el otro, — mi joven primo está bien calentito, tiene en la mano su buen dinerillo, y pan, no le falta. Y tampoco cuenta menos piezas — así llamaban a los campos y tierras parcelados — que yo — y, al decir esto, dióse un golpe en los remendados calzones. — Y si queréis tomaros la molestia de venir conmigo, en un momento podréis convencemos de que todo es tal como os digo.

El viejo avaro no quiso perderse tan buena oportunidad, y dijo:

— Siendo así, nada tengo en contra del matrimonio.

Celebróse la boda el día señalado, y cuando la desposada quiso salir a ver las propiedades de su marido, empezó Juan quitándose el traje dominguero y poniéndose la blusa remendada, pues dijo:

— Podría estropearme el vestido nuevo.


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1 pág. / 2 minutos / 118 visitas.

Publicado el 30 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

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