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La Redada

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Mi boda se desbarató por una circunstancia insignificante, sin valor alguno sino para quien, como yo, se pasa de celoso y raya en maniático. ¿Fueron celos lo que tuve? ¡Apenas me atrevo a decir que sí! Y es porque me da vergüenza pensar que probablemente «serían celos»… en el fondo, allá en el fondo inescrutable y sombrío del alma… Para que se descifre mejor el enigma, explicaré mi manera de ser, antes de referir el mínimo incidente que dio en tierra con mi felicidad y me condenó, tal vez, a perpetua soltería.

Apasionadamente enamorado de mi novia, criatura fina e ideal como una flor blanca, y que reunía cuanto puede halagar la vanidad de un novio —alcurnia, elegancia, caudal—, aspiraba yo a ser para ella lo que ella era para mí: un sueño realizado. Si en su presencia alababa alguien los méritos de otro hombre, se me revolvía la bilis y se me ponía la boca pastosa y amarga. No habiéndome creído envidioso hasta entonces, la pasión me despertaba la envidia, que sin duda existía latente en mí, a manera de aletargada culebra. Hacíame yo este razonamiento absurdo: «Puesto que ese otro vale más que tú, tienes mayores derechos al sumo bien del cariño de María Azucena Guzmán, vizcondesa de Fraga. Para merecer tal ventura debes ser —o parecer— el más guapo, el más inteligente, el más fuerte, el primero en todo». Y desatinado por mis recelos, aplicaba un escalpelo afiladísimo a las perfecciones de mi imaginario rival; le rebuscaba los defectos, le ridiculizaba, le trataba como a enemigo… ¡Hasta llegué a la vileza de la calumnia! Pasada la crisis, celosa, caía en abatimiento inexplicable, despreciándome a mí mismo.


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3 págs. / 6 minutos / 84 visitas.

Publicado el 10 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

Mal Amor

José de la Cuadra


Cuento


A Jorge Pérez Concha.


«Querida Nelly:

Sí; ayer fué mi birth day, como tú me dices en tu carta de Felicitación. Cumplí diez años; es decir, soy uno mayor que tú. Ves; estoy casi hecha una señorita.

Me gusta mucho el álbum de vistas de Chicago que me enviaste. Se lo mostré a nuestro primo Raúl y él dijo que estaba muy lindo. Lo conservaré como un recuerdo de mi lejana Nelly.

Francamente, tu regalo y el de Raúl han sido los que más me han agradado.

Ah, este Raúl... ¿Sabes lo que me obsequió por mi santo? Adivina, adivinadora... Pues, un precioso álbum, también; pero para autógrafos. En la primera página están escritos unos versos que él ha hecho para mí. Son una bonita cosa. Raúl cumple justamente años el mismo día que yo —lo que es una graciosa coincidencia,— y los versos son en torno a eso: habla de que la vida es un camino y cada año una etapa, y dice que él está veinte etapas más adelante que yo. En fin, son encantadores. Te mandaré una copia en cuanto pueda.

Por casa, todos buenos. Espero que por allá también lo estéis. No tardes en contestarme, y cuenta siempre con el cariño de tu primita que te abraza y te besa efusivamente,

Loló.

P. S.—Raúl ha corregido esta carta. Por eso me ha salido tan alhajita.—Vale.—L.»


«Querida, Nelly:

Recibí tu cable. ¡Qué amable eres! ¡Qué buena primita! ¡Tantos años como no nos vemos, y jamás te olvidas de mí! Me tienes muy obligada.

Me pedías en tu última que te contara novedades. Pues, no hay ninguna. Nuestro Guayaquil, al que tanto quieres, progresa y progresa más. Yo creo que algún día llegará a ser una ciudad muy grande y muy hermosa, como ésas que tú estarás harta de ver en los Estados Unidos.


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Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 109 visitas.

Publicado el 4 de septiembre de 2021 por Edu Robsy.

Camino de Perfección

José de la Cuadra


Cuento


Ante los ojos —azules— de aquella muchachita, Arturo Nilmes —el simpatiquísimo y elegante Nilmes, campeón de tennis, primera copa de automovilismo 1925, —se sintió cohibido, como dominado por una misteriosa atracción, tal ocurre a los que miran largamente los ojos de Budha el silencioso.

Cuando en su peña del club relató a los contertulios habituales aquel “fenómeno”, dos o tres tontos se mofaron del paradójico Nilmes, terror de maridos, “que se había puesto nervioso ante una pequerrucha”.

Sofronio Redal —suegro de profesión y abuelo diecisiete veces y media, según su forma de presentarse,— fué el único que tomó en serio el asunto.

—Es que esa muchachita —dijo— lleva en sus ojos el alma de la madre, de la singular Magdalena, gloria y prez de nuestra tierra, modelo de su sexo.

Sofronio Redal la había conocido. Según aseguró, la había tratado; y, aún insinuó algo más, que decidimos por unanimidad no creer, en mérito a las pocas pruebas y a la petulancia que —en materia amorosa— se gastaba nuestro amigote.

...La había conocido desde muy joven, cuando él, aunque un poco menos, también lo era. Tendría Magdalena, entonces, una veintena de años y trabajaba en una casa de modas con una francesa de Lyon.

Venida de las más bajas capas sociales porteñas, logró interesar con su belleza a todos los chiquillos bien de la urbe, que acudían en bandadas, a las horas de salida, para seguir, entre un fuego granado de piropos más o menos colorados, a la encantadora obrerita hasta su humilde vivienda del arrabal, en las proximidades del Estero Salado.


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Dominio público
3 págs. / 6 minutos / 97 visitas.

Publicado el 4 de septiembre de 2021 por Edu Robsy.

Venganza

José de la Cuadra


Cuento


Esa madrugada, como otras tantas, Juan regresó a su humilde casuca del arrabal occidental de Guayayaquil, borracho como una cuba.

La Petra, su mujer, dormía sobre el camastro sucio, pringoso, que era la diurna habitación del marido.

Este dijo, al entrar:

—¡Ey, carajo! Ta mañaneando, y vos todavía’stás en el catre sobándote la panza. ¡Arza!

La Petra se agitó pesadamente. El enorme vientre —nueve meses de preñez— impedíale movimientos ágiles.

Algo balbuceó torpemente en la semiconsciencia del despertar.

Juan se encolerizó.

—¡Silencio!

Pero, en seguida se calmó y comenzó a acariciar a la mujer.

—¡Negrita!

Como sufriera un vago rechazo, tornó a enfurecerse.

Levantó violentamente la pierna sobre la cama y dejó caer

el pié desnudo en la barriga de la preñada.

—¡Toma, so p.....!

La grávida lanzó una suerte de gruñido hórrido, y del sueño pasó al desmayo.

Reía, ahora, el borracho.

—¡Pa que veas!

Cruzó por su mente el recuerdo de su época de futbolista, y le clareó un orgullo en el alma.

Pero ya no podía más. Se había agotado totalmente en el esfuerzo.

Se bamboleó. Vínole una náusea incontenible, y se vomitó en la cama, agarrándose a uno de los pilares, yéndose de bruces contra la Petra. Medio ahogado en el vómito, se durmió.

A poco resbaló. Y quedó en una postura incómoda, entre sentado y echado, en el suelo, con el rostro vuelto hacia lo alto, al pié de la cama...

Despertó a la media tarde.

Sentía en el rostro una mojadura viscosa y en la boca el sabor de un líquido espeso y dulzón.

Se horrorizó cuando, luego de pasarse las manos por la cara, advirtió que era sangre.

Púsose de pies.


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2 págs. / 4 minutos / 346 visitas.

Publicado el 8 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

Compendio del Derecho Público Romano

Theodor Mommsen


Historia, Derecho


Prólogo

El deseo que se me ha manifestado por diferentes y atendibles conductos, de ver expuesto el Derecho público romano en forma clara y suficiente para que lo conozcan los juristas que no son a la vez filósofos, es lo que me ha ofrecido ocasión para escribir este libro sobre aquel Derecho. Tan evidente es que para la concepción viva y la inteligencia fundamental del Derecho privado y del procedimiento privado romanos, no basta con saber que el pretor era un magistrado encargado de la administración de justicia, y que el jurado se llamaba iudex, como lo es también la inutilidad que para los prácticos del Derecho tienen la mayor parte de las particularidades del Derecho público del Estado romano y su tan necesario como fatigante aparato filológico-arqueológico. En este libro se ha intentado exponer ordenadamente los elementos esenciales del Derecho público de los romanos, haciendo caso omiso de las pruebas o documentos, que no corresponden a una reducción estricta. Es verdad que no está uno autorizado para hacer públicamente afirmaciones sin demostrarlas; pero cuando ya anteriormente se han presentado las pruebas en una obra extensa, según al presente ocurre (excepto en lo que hace referencia a la corta sección última), bien puede uno, en un trabajo sin pretensiones como es este, remitirse a tal obra.


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Dominio público
515 págs. / 15 horas, 1 minuto / 207 visitas.

Publicado el 6 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

El Manual del Perfecto Cuentista

Horacio Quiroga


Artículo


Una larga frecuentación de las personas dedicadas entre nosotros a escribir cuentos, y alguna experiencia personal al respecto, me han sugerido más de una vez la sospecha de si no hay, en el arte de escribir cuentos, algunos trucs de oficio, algunas recetas de cómodo uso y efecto seguro, y si no podrían ellos ser formulados para pasatiempo de las muchas personas cuyas ocupaciones serias no les permiten perfeccionarse en una profesión mal retribuida por lo general, y no siempre bien vista.

Esta frecuentación de los cuentistas, los comentarios oídos, el haber sido confidente de sus luchas, inquietudes y desesperanzas, han traído a mi ánimo la convicción de que, salvo contadas excepciones en que un cuento sale bien sin recurso alguno, todos los restantes se realizan por medio de recetas o trucs de procedimiento al alcance de todos, siempre, claro está, que se conozcan su ubicación y su fin.

Varios amigos me han alentado a emprender este trabajo, que podríamos llamar de divulgación literaria, si lo de literario no fuera un término muy avanzado para una anagnosia elemental.

Un día, pues, emprenderé esta obra altruista, por cualquiera de sus lados, y piadosa, desde otro punto de vista.

Hoy apuntaré algunos de los trucs que me han parecido hallarse más a flor de ojo. Hubiera sido mi deseo citar los cuentos nacionales cuyos párrafos extracto más adelante. Otra vez será. Contentémonos por ahora con exponer tres o cuatro recetas de las más usuales y seguras, convencidos de que ellas facilitarán la práctica cómoda y casera de lo que se ha venido a llamar el más difícil de los géneros literarios.

Comenzaremos por el final. Me he convencido de que, del mismo modo que en el soneto, el cuento empieza por el fin. Nada en el mundo parecería más fácil que hallar la frase final para una historia que, precisamente, acaba de concluir. Nada, sin embargo, es más difícil.


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Dominio público
5 págs. / 8 minutos / 103 visitas.

Publicado el 23 de enero de 2024 por Edu Robsy.

Los "Trucs" del Perfecto Cuentista

Horacio Quiroga


Artículo


Días atrás, en estas mismas páginas, comentábamos algunos trucs inocentes a que recurre todo cuentista que cuida en lo que vale de su profesión. Una historia —anotamos previamente— puede surgir de una pieza, sin que se haya recurrido a truc alguno para su confección. Se han visto casos. Pero ¡cuán raros y qué cúmulo de decepciones han proporcionado a su autor!

Pues, por extraño que parezca, el honesto público exige del cuento, como de una mujer hermosísima, algo más que su extrema desnudez. El arte íntimo del cuento debe valerse con ligeras hermosuras, pequeños encantos muy visibles, que el cuentista se preocupa de diseminar aquí y allá por su historia.

Estas livianas bellezas, al alcance de todos y por todos usadas, constituyen los trucs del arte de contar.

Desde la inmemorial infancia de este arte, los relatos de color local —o de ambiente, como también se les llama con mayor amplitud— han constituido un desiderátum en literatura. Los motivos son obvios: evocar ante los ojos de un ciudadano de gran ciudad la naturaleza anónima de cualquier perdida región del mundo, con sus tipos, modalidades y costumbres, no es tarea al alcance del primer publicista urbano. Lo menos que un cuento de ambiente puede exigir de su creador es un cabal conocimiento del país pintado: haber sido, en una palabra, un elemento local de ese ambiente.

Las estadísticas muy rigurosas levantadas acerca de este género comprueban el anterior aserto. No se conoce creador alguno de cuentos campesinos, mineros, navegantes, vagabundos, que antes no hayan sido, con mayor o menor eficacia, campesinos, mineros, navegantes y vagabundos profesionales; esto es, elementos fijos de un ambiente que más tarde utilizaron (explotamos, decimos nosotros) en sus relatos de color.


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Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 74 visitas.

Publicado el 23 de enero de 2024 por Edu Robsy.

Herodías

Gustave Flaubert


Cuento


La ciudad de Machaerus se alzaba al oriente del Mar Muerto, sobre un pico de basalto en forma de cono. Cuatro valles profundos la rodeaban: dos hacia los costados, uno enfrente, el cuarto a la espalda. Las casas amontonábanse contra su base, dentro del círculo de un muro que ondulaba siguiendo las desigualdades del terreno; y por un camino en ziszás, tallado en la roca, uníase la ciudad a la fortaleza, cuyas murallas altas, de ciento veinte codos, ofrecían numerosos ángulos, almenas en los bordes, y aquí y allá torres que eran como florones de esta corona de piedra, suspendida sobre el abismo.

Dentro estaba el palacio, ornado de pórticos y cubierto por una terraza con su balaustrada de madera de sicomoro, donde se erguían los mástiles dispuestos para tender un velarium.

Una mañana, al rayar el día, vino el Tetrarca Herodes—Antipas a reclinarse y a mirar desde allí.


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Dominio público
31 págs. / 55 minutos / 13 visitas.

Publicado el 28 de enero de 2025 por Edu Robsy.

Textos Póstumos

Felisberto Hernández


Cuentos, colección, miscelánea


Úrsula

Úrsula era callada como una vaca. Ya había empezado el verano cuando yo la veía llevar su cuerpo grande por una calle estrecha; a cada paso sus pantorrillas se rozaban y las carnes le quedaban temblando.

A mí me gustaba que se pareciera a una vaca. Una noche que el cielo estaba bajo y se esperaba la lluvia, un auto descargó sus focos sobre el cuerpo de Úrsula. Ella dio vuelta la cabeza y en seguida corrió para un lado de la calle estrecha; parecía una vaca sacudiendo las ubres. El auto se detuvo y alguien, desde adentro, preguntó algo. Úrsula contestó moviendo la cabeza; estaba rodeada del polvo que había levantado y se veía brillar las córneas de sus grandes ojos. Después yo me quedé entre unos árboles bajos hasta que llegó la lluvia. Úrsula volvería a pasar al otro día. Yo oía el ruido de gotas gordas tragadas por el polvo y me había agachado como si los árboles fueran capuchones que me pesaran sobre los hombros. Pensé en mi casa; a cada instante yo elegía en ella lugares y libros que aún no conocía. Y cuando estaba desasosegado subía una escalera de caracol que en vez de baranda tenía colgada en el centro una cuerda gruesa. A veces me quedaba un rato agarrado a ella y me parecía que esperaba el momento de subir un telón. Después entraba a una de las habitaciones y me tiraba en la cama.

Aquella noche yo oía la lluvia desde un sillón acolchado y pensaba en Úrsula. La primera vez que la vi ella estaba sentada a la mesa en el mismo restorán donde comía yo. Su cuerpo parecía haberse desarrollado como los alrededores de un pueblo por los cuales ella no se interesaba.


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127 págs. / 3 horas, 43 minutos / 6 visitas.

Publicado el 21 de febrero de 2025 por Edu Robsy.

La Fontana de Oro

Benito Pérez Galdós


Novela


Los hechos históricos ó novelescos contados en este libro, se refieren á uno de los periodos de turbación política y social más graves é interesantes en la gran época de reorganización, que principió en 1812 y no parece próxima á terminar todavía. Mucho después de escrito este libro, pues sólo sus últimas páginas son posteriores á la Revolución de Septiembre, me ha parecido de alguna oportunidad en los días que atravesamos, por la relación que pudiera encontrarse entre muchos sucesos aquí referidos y algo de lo que aquí pasa; relación nacida, sin duda, de la semejanza que la crisis actual tiene con el memorable período de 1820-23. Esta es la principal de las razones que me han inducido á publicarlo.

B.P.G.

Diciembre de 1870.

CAPÍTULO I. La Carrera de San Jerónimo en 1821.

Durante los seis inolvidables años que mediaron entre 1814 y 1820, la villa de Madrid presenció muchos festejos oficiales con motivo de ciertos sucesos declarados faustos en la Gaceta de entonces. Se alzaban arcos de triunfo, se tendían colgaduras de damasco, salían á la calle las comunidades y cofradías con sus pendones al frente, y en todas las esquinas se ponían escudos y tarjetones, donde el poeta Arriaza estampaba sus pobres versos de circunstancias. En aquellas fiestas, el pueblo no se manifestaba sino como un convidado mas, añadido á la lista de alcaldes, funcionarios, gentiles-hombres, frailes y generales; no era otra cosa que un espectador, cuyas pasivas funciones estaban previstas y señaladas en los artículos del programa, y desempeñaba como tal el papel que la etiqueta le prescribía.


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408 págs. / 11 horas, 54 minutos / 475 visitas.

Publicado el 21 de abril de 2016 por Edu Robsy.

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