Las medias rojas
Cuando la razapa entró, cargada con el haz de leña que acababa de me
rodear en el monte del señor amo, el tío Clodio no levantó la cabeza,
entregado a la ocupación de picar un cigarro, sirviéndose, en vez de
navaja, de una uña córnea, color de ámbar oscuro, porque la había
tostado el fuego de las apuradas colillas.
Ildara soltó el peso en tierra y se atusó el cabello, peinado a la
moda «de las señoritas» y revuelto por los enganchones de las ramillas
que se agarraban a él. Después, con la lentitud de las faenas aldeanas,
preparó el fuego, lo prendió, desgarró las berzas, las echó en el pote
negro, en compañía de unas patatas mal troceadas y de unas judías asaz
secas, de la cosecha anterior, sin remojar. Al cabo de estas
operaciones, tenía el tío Clodio liado su cigarrillo, y lo chupaba
desgarbadamente, haciendo en los carrillo dos hoyos como sumideros,
grises, entre el azuloso de la descuidada barba
Sin duda la leña estaba húmeda de tanto llover la semana entera, y
ardía mal, soltando una humareda acre; pero el labriego no reparaba: al
humo ¡bah!, estaba él bien hecho desde niño. Como Ildara se inclinase
para sopla y activar la llama, observó el viejo cosa más insólita: algo
de color vivo, que emergía de las remendadas y encharcadas sayas de la
moza... Una pierna robusta, aprisionada en una media roja, de algodón...
—¡Ey! ¡Ildara!
—¡Señor padre!
—¿Qué novidá es esa?
—¿Cuál novidá?
—¿Ahora me gastas medias, como la hirmán del abade?
Incorporóse la muchacha, y la llama, que empezaba a alzarse, dorada,
lamedora de la negra panza del pote, alumbró su cara redonda, bonita, de
facciones pequeñas, de boca apetecible, de pupilas claras, golosas de
vivir.
—Gasto medias, gasto medias —repitió sin amilanarse—. Y si las gasto, no se las debo a ninguén.
Leer / Descargar texto 'Cuentos de la Tierra'