El Pozo de la Vida
La caravana se alejó, dejando al camellero enfermo abandonado al pie del pozo.
Allí las caravanas hacen alto siempre, por la fama del agua, de la
cual se refieren mil consejas. Según unos, al gustarla se restaura la
energía; según otros, hay en ella algo terrible, algo siniestro.
Los devotos de Alí, yerno y continuador de la obra religiosa y
política de Mohamed, profesan respeto especial a este pozo; dicen que en
él apagó su sed el generoso y desventurado príncipe, en el día de su
decisiva victoria contra las huestes de su jurada enemiga Aixa o Aja,
viuda del Profeta. Como no ignoran los fieles creyentes, en esta batalla
cayó del camello que montaba la profetisa, y fue respetada y perdonada
por Alí, que la mandó conducir a La Meca otra vez. Aseguran que de tal
episodio histórico procede la discusión sobre las cualidades del agua
del Pozo de la Vida. Es fama que Aixa la ilustre, una de las cuatro
mujeres incomparables que han existido en el mundo, al acercar a sus
labios el agua cuando la llevaban prisionera y vencida, aseguró que
tenía insoportable sabor.
El camellero no pensaba entonces en el gusto del agua. Miraba
desvanecerse la nube de polvo de la caravana alejándose, y se veía como
náufrago en el mar de arena del desierto.
Verdad que el pozo se encontraba enclavado en lo que llaman un oasis;
diez o doce palmeras, una reducida construcción de yeso y ladrillo
destinada a bebedero de los camellos y albergue mezquino y transitorio
para los peregrinos que se dirigían a la mezquita lejana; a esto se
reducía el oasis solitario. Devorado por la calentura, que secaba la
sangre en sus venas, el camellero, frugal y sobrio siempre, ahora apenas
se acercaba al alimento, a las provisiones de harina y dátiles. Su
sostén era el agua del pozo.
—No en balde se llama el Pozo de la Vida... Bebiendo sanaré.
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