A mis amigos
Juan Constantini y Juan Carlos Guido Spano
afectuosamente
Introducción
¿Cómo he conocido un centro de estudios de ocultismo? Lo recuerdo.
Entre los múltiples momentos críticos que he pasado, el más amargo fue
encontrarme a los 16 años sin hogar.
Había motivado tal aventura la influencia literaria de Baudelaire y
Verlaine, Carrere y Murger. Principalmente Baudelaire, las poesías y
bibliografía de aquel gran doloroso poeta me habían alucinado al punto
que, puedo decir, era mi padre espiritual, mi socrático demonio, que
recitaba continuamente a mis oídos, las desoladoras estrofas de sus Flores del mal.
Y receptivo a la áspera tristeza de aquel período que llamaría
leopardiano, me dije: vámonos. Encontremos como De Quincey la piadosa y
joven vagabunda, que estreche contra su seno impuro, nuestra extraviada
cabeza, seamos los místicos caballeros de la gran Flor Azul de Novalis.
Abreviemos. Describir los pasajes de un intervalo harto penoso y
desilusionador no pertenece a la índole de este tema, mas sí puedo decir
que, descorazonado, hambriento y desencantado, sin saber a quién
recurrir por que mi joven orgullo me lo impedía, llené la plaza de
vendedor, en casa de un comerciante en libros viejos. Pues bien, una
mañana que reflexionaba tristemente en el dudoso avenir, penetró en
aquel antro, en busca de una Historia de las Matemáticas, un joven, de
extraña presencia. Palidísimo, casi mate, los ojos hundidos en las
órbitas, todo de una contextura delicada y profunda, rodeado, por
decirlo así, de un aura tan vasta y espiritual que inmediatamente me
inspiró simpatía su criolla belleza.
Tratamos de encontrar tal obra, y en el curso de nuestras investigaciones por los polvorientos estantes, trabamos conversación.
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