Textos por orden alfabético inverso publicados por Edu Robsy etiquetados como Cuento infantil no disponibles

Mostrando 1 a 10 de 22 textos encontrados.


Buscador de títulos

editor: Edu Robsy etiqueta: Cuento infantil textos no disponibles


123

Una Francachela Frente al Mar

Louisa May Alcott


Cuento infantil


—¿Irás esta noche a la fiesta de la señora Tortuga? —preguntó un joven y alegre bígaro a su amigo Berberecho, cuando ambos se encontraron en la arena.

—Bueno… no lo sé: ¿qué tienen previsto hacer allí?, y ¿quiénes están invitados? —respondió Berberecho, bastante lánguidamente, porque había sido una estación veraniega muy animada, y estaba decididamente agotado.

—Definitivamente no habrá baile, pues el regidor no lo aprueba; pero no faltarán oportunidades para cantar, ni una antología de cuadros dramáticos, ni, por supuesto, un espléndido banquete. Es la última noche de la temporada; y, como en el gran hotel estarán celebrando su fiesta de despedida, hemos pensado que también nosotros podríamos organizar algún tipo de francachela. La encantadora Lily Cangrejo estará allí; también las langostas, los percebes, los cangrejos herradura, y los caracoles de mar, además de los mosquitos, las luciérnagas y los escarabajos de agua. He oído decir que asistirán distinguidos forasteros: un pez volador, una musaraña de agua, y los críos de la Madre Carey.

—Hum… ya, bueno; tal vez me deje arrastrar hasta allí en un par de horas o así. Me muero por ver a Lily Cangrejo; y el regidor organiza unas fiestas memorables. Ahora voy a disfrutar de unas algas; así que chao, hasta la noche.

El joven Berberecho no se refería a fumar un cigarro, no, sino a echarse una buena siesta bajo las algas. Bígaro buscó también unas algas con la misma intención; y ambos se despertaron tan vigorizados, que estuvieron entre los primeros en llegar a la fiesta.


Información texto

Protegido por copyright
15 págs. / 26 minutos / 56 visitas.

Publicado el 23 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Sirenitas

Louisa May Alcott


Cuento infantil


—¡Cómo me gustaría ser una gaviota, un pez, o una sirena!; entonces pasaría todo el rato nadando, que es lo que a mí me gusta, y no tendría que permanecer en esta estúpida tierra seca todo el día —refunfuñó Nelly, sentada con el ceño fruncido y abriendo agujeros en la arena con los puños, una luminosa mañana de verano, mientras las olas llegaban murmurando a la playa, y una refrescante brisa entonaba una agradable canción.

A esta niña le gustaba tanto bañarse en el mar, que de haber sido por ella habría estado todo el tiempo jugando en el agua; pero como la pobrecita andaba un poquito resfriada, le habían prohibido entrar en el agua durante un par de días. Así pues, Nelly, en plena rabieta como estaba, se separó de sus compañeros de juego para sentarse y enfurruñarse a sus anchas en un paraje solitario entre las rocas. Se entretuvo allí observando a las gaviotas volar y planear, con sus brillantes alas blancas plegadas cuando caían en picado, o abiertas al dispararse de nuevo hacia arriba bajo los rayos del sol. Y con tanta fuerza pidió que se cumpliese su deseo, que una muy grande descendió sobre la arena posándose delante de ella, y, mientras la niña miraba fijamente sus ojillos relucientes, el anillo rojo alrededor del cuello, y el pequeño penacho en la cabeza, la sorprendió diciendo en un tono ronco:

—Yo soy el rey de las gaviotas, y puedo hacer realidad cualquiera de tus deseos. Así pues, ¿qué prefieres ser: un pez, un pájaro, o una sirena?

—La… la gente dice que no hay si… sirenas —tartamudeó Nelly.

—Sí que las hay; sólo que los mortales no pueden verlas a menos que yo les dé el poder de hacerlo. ¡Decídete rápido, niña!, no me gusta nada estar en la arena. ¡Elige y deja que me vaya de una vez! —la urgió la Gran Gaviota, acompañando sus comentarios con un impaciente aleteo.


Información texto

Protegido por copyright
21 págs. / 37 minutos / 141 visitas.

Publicado el 23 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Rizo, la Ninfa del Mar

Louisa May Alcott


Cuento infantil


Muy hondo bajo la inquieta superficie del mar azul, vivía Rizo, una pequeña y feliz ninfa de las aguas. Se pasaba el día bailando despreocupadamente bajo las interminables arcadas de coral, confeccionando guirnaldas de irisadas flores marinas, o meciéndose a merced de las grandes y rizadas olas que brillan bajo el sol. Pero por encima de estas diversiones, ella amaba tenderse entre las caracolas multicolores en la orilla del mar, a escuchar la delicada y murmurante música que el oleaje les enseñara mucho tiempo atrás; y así, durante horas y horas, la pequeña ninfa contemplaba el océano y el cielo, mientras canturreaba alegremente para sí.

Mas cuando la tempestad se desataba, se apresuraba a desaparecer bajo la tumultuosa marejada, donde todo es tranquilidad y silencio; y junto a sus hermanas ninfas aguardaba a que remitiese el temporal, escuchando entristecida entretanto, los gritos y lamentos de aquellos a quienes los embates del mar embravecido destrozaban y arrojaban al agua; aquellos que pronto llegarían, abismándose pálidos y fríos, al acogedor reino de las ninfas marinas. Derramaban entonces lágrimas de compasión sobre las formas inertes, y las depositaban en silenciosas tumbas, donde algas de muchos colores prosperaban, y las joyas brillaban semienterradas en la arena.

Esta era la única aflicción que ensombrecía la vida de Rizo, que a menudo pensaba en quienes que se dolían de la pérdida de sus seres queridos —descansando para entonces en lo profundo de oscuras y silenciosas grutas de coral—, y de mil amores habría devuelto a la vida a cuentos yacían a su alrededor. Pero el gran océano es mucho más poderoso que todas las ninfas de corazón tierno que habitan en su seno; así pues, sólo podía llorar por ellos y dejarlos dormir eternamente, allí donde no había olas crueles que pudieran seguir dañándolos.


Información texto

Protegido por copyright
18 págs. / 32 minutos / 64 visitas.

Publicado el 23 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Libro de Maravillas para Niñas y Niños

Nathaniel Hawthorne


Cuento infantil


Prefacio

Desde hace mucho tiempo el autor considera que gran número de mitos clásicos podrían reescribirse como lectura fundamental para los niños. A partir de esta idea, el breve volumen que aquí se ofrece al público reelabora media docena de estos mitos. El plan demandaba una gran libertad, pero cualquiera que intente adaptar estas historias en su forja intelectual observará que son prodigiosamente independientes de modos y circunstancias históricas. En esencia, siguen siendo las mismas después de haber pasado por cambios que afectarían la identidad de casi cualquier otra cosa.

El autor, por lo tanto, no se declara culpable de sacrilegio si a veces ha modelado de nuevo unas formas santificadas por una antigüedad de dos o tres mil años. Ninguna época puede reclamar derechos de autor sobre estas fábulas inmortales. Parece que no tuvieran origen y, sin duda, mientras exista el hombre es imposible que perezcan, pero, por esta misma indestructibilidad, son legítimamente susceptibles de que cada época las vista con su propio atuendo de modos y sentimientos y les infunda su propia moral. En la versión presente quizá han perdido mucho de su aspecto clásico (o bien el autor no tuvo el cuidado de conservarlo), y tal vez han adoptado un aspecto gótico o romántico.

Al llevar a cabo esta placentera tarea —pues realmente ha sido una labor idónea para el tiempo caluroso, y una de las más placenteras literariamente que hayamos emprendido—, el autor no siempre consideró necesario rebajar el nivel para facilitar la compresión de los niños. En general ha permitido que el tema se elevara, cada vez que a eso tendía y cuando él mismo tenía el suficiente aliento para seguirlo sin esfuerzo. En imaginación y sentimiento, los niños tienen una enorme sensibilidad para todo lo propfundo o lo elevado, mientras también sea sencillo. Lo único que les desconcierta es lo artificioso y lo complejo.


Información texto

Protegido por copyright
148 págs. / 4 horas, 19 minutos / 226 visitas.

Publicado el 24 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

Las Aventuras de Pinocho

Carlo Collodi


Cuento infantil


I

Cómo fue que el maestro Cereza, carpintero de oficio, encontró un palo que lloraba y reía como un niño.

Había una vez…

—¡Un rey! —dirán en seguida mis pequeños lectores.

—No, muchachos, se equivocan. Había una vez un pedazo de madera.

No era una madera de lujo, sino un simple pedazo de leña de esos palos que en invierno se meten en las estufas y chimeneas para encender el fuego y caldear las habitaciones.

No recuerdo cómo ocurrió, pero es el caso que, un día, ese trozo de madera llegó al taller de un viejo carpintero cuyo nombre era maestro Antonio, aunque todos lo llamaban maestro Cereza, a causa de la punta de su nariz, que estaba siempre brillante y roja como una cereza madura.

Apenas vio el maestro Cereza aquel trozo de madera, se alegró mucho y, frotándose las manos de gusto, murmuró a media voz:

—Esta madera ha llegado a tiempo; con ella haré la pata de una mesita.

Dicho y hecho. Cogió en seguida un hacha afilada para empezar a quitarle la corteza y a desbastarla. Cuando estaba a punto de dar el primer golpe, se quedó con el brazo en el aire, porque oyó una vocecita muy suave que dijo:

—¡No me golpees tan fuerte!

¡Figúrense cómo se quedó el buen viejo!

Giró sus espantados ojos por toda la habitación, para ver de dónde podía haber salido aquella vocecita, y no vio a nadie. Miró debajo del banco, y nadie; miró dentro de un armario que estaba siempre cerrado, y nadie; miró en la cesta de las virutas y del aserrín, y nadie; abrió la puerta del taller, para echar también una ojeada a la calle, y nadie. ¿Entonces?…

—Ya entiendo —dijo, riéndose y rascándose la peluca—; está claro que esa vocecita me la he figurado yo. Sigamos trabajando.

Y, volviendo a tomar el hacha, descargó un solemnísimo golpe en el trozo de madera.


Información texto

Protegido por copyright
131 págs. / 3 horas, 49 minutos / 418 visitas.

Publicado el 28 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

La Raspa Mágica

Charles Dickens


Cuento infantil


Érase una vez un rey que tenía una reina; él era el más viril de los hombres, y ella la más hermosa de las mujeres. La profesión del rey era funcionario. El padre de la reina había sido médico en otra ciudad.

Tenían diecinueve hijos y no paraban de tener más. Diecisiete de los niños cuidaban del bebé; y Alicia, la mayor, cuidaba de todos. Sus edades iban desde los siete años a los siete meses.

Pero sigamos con nuestra historia.

Un día el rey iba camino de la oficina cuando se detuvo en la pescadería para comprar una libra y media de salmón —pero no de la parte de la cola— que la reina (una prudente ama de casa) quería que le enviaran. El Sr. Pickles, el pescadero, dijo:

—Desde luego, señor. ¿Alguna cosa más? Buenos días.

El rey continuó melancólico hacia la oficina, porque faltaba mucho para el día de cobro trimestral y a varios de sus queridos hijos la ropa se les quedaba pequeña. No se había alejado mucho cuando el chico de los recados del Sr. Pickles llegó corriendo en su busca y le dijo:

—Señor, no se ha fijado usted en la anciana dama que estaba en la tienda.

—¿Qué anciana dama? —preguntó el rey— Yo no vi ninguna.

El rey no había visto a la anciana porque, para él, la anciana era invisible, aunque el chico del Sr. Pickles sí la veía. Probablemente porque ensuciaba y salpicaba con el agua, en la que dejaba caer los lenguados con violencia, de tal manera que si la dama no hubiese resultado visible para él, le habría estropeado la ropa.

En ese momento la anciana llegó corriendo. Su vestido era de seda tornasolada de una calidad magnífica, y olía a lavanda seca.

—¿Es usted el rey Watkins I? —preguntó la anciana.

—Me llamo Watkins, sí —respondió el rey.

—Padre, si no me equivoco, de la hermosa princesa Alicia —afirmó la dama.

—Y de otras dieciocho preciosidades más —replicó el rey.


Información texto

Protegido por copyright
11 págs. / 20 minutos / 251 visitas.

Publicado el 7 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

La Bella y la Bestia

Jeanne-Marie Le Prince de Beaumont


Cuento infantil


Había una vez un mercader muy rico que tenía seis hijos, tres varones y tres mujeres; y como era hombre de muchos bienes y de vasta cultura, no reparaba en gastos para educarlos y los rodeó de toda suerte de maestros. Las tres hijas eran muy hermosas; pero la más joven despertaba tanta admiración, que de pequeña todos la apodaban “la bella niña”, de modo que por fin se le quedó este nombre para envidia de sus hermanas.

No sólo era la menor mucho más bonita que las otras, sino también más bondadosa. Las dos hermanas mayores ostentaban con desprecio sus riquezas antes quienes tenían menos que ellas; se hacían las grandes damas y se negaban a que las visitasen las hijas de los demás mercaderes: únicamente las personas de mucho rango eran dignas de hacerles compañía. Se lo pasaban en todos los bailes, reuniones, comedias y paseos, y despreciaban a la menor porque empleaba gran parte de su tiempo en la lectura de buenos libros.

Las tres jóvenes, agraciadas y poseedoras de muchas riquezas, eran solicitadas en matrimonio por muchos mercaderes de la región, pero las dos mayores los despreciaban y rechazaban diciendo que sólo se casarían con un noble: por lo menos un duque o conde

La Bella —pues así era como la conocían y llamaban todos a la menor— agradecía muy cortésmente el interés de cuantos querían tomarla por esposa, y los atendía con suma amabilidad y delicadeza; pero les alegaba que aún era muy joven y que deseaba pasar algunos años más en compañía de su padre.

De un solo golpe perdió el mercader todos sus bienes, y no le quedó más que una pequeña casa de campo a buena distancia de la ciudad.

Totalmente destrozado, lleno de pena su corazón, llorando hizo saber a sus hijos que era forzoso trasladarse a esta casa, donde para ganarse la vida tendrían que trabajar como campesinos.


Información texto

Protegido por copyright
16 págs. / 29 minutos / 137 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

La Amiguita de Fancy

Louisa May Alcott


Cuento infantil


Era un carro largo y estrecho, cuya caja tenía la forma de una gran cesta, con ruedas bajas, y tirado por un corpulento pollino. La señorita Fairbairn, la institutriz, gobernaba diestramente el tiro desde el pescante; y a su espalda, asomando sus cabecitas a los bordes de la cesta, se veía a un puñado de niñitos sonrientes, con pequeñas palas de madera y cubitos de lata en las manos, camino de la playa. Recorrieron un buen trecho desde la explanada frente al hotel, a través de la pedregosa carretera hacia las afueras, y desde allí al amplio y suave arenal. Nada más llegar, todos los niños salvo uno, se tiraron inmediatamente del carro a cavar hoyos y estanques, o a construir castillos y fortalezas. Hacían esto mismo día tras día, y nunca se cansaban de ello; pero la pequeña Fancy había inventado nuevos juegos para ella, y rara vez cavaba en la arena. Cultivaba un hermoso jardín de algas marinas que las olas regaban todos los días; mantenía un palacio de bonitas conchas, donde albergaba a todo tipo de pequeñas criaturas acuáticas, como si fueran personajes de cuentos de hadas; tenía amigos y compañeros de juego entre las gaviotas y los correlimos; aprendía cosas curiosas observando a los cangrejos, a las medusas y a los cangrejos herradura; y todos los días vigilaba atentamente esperando ver una sirena.


Información texto

Protegido por copyright
21 págs. / 37 minutos / 65 visitas.

Publicado el 23 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Historia de una Ballena

Louisa May Alcott


Cuento infantil


Freddy se sentó a meditar en el banco a la sombra del árbol. Se trataba de un amplio asiento blanco, de unos cuatro pies de largo, formando una concavidad desde sus extremos hasta el centro, que le hacía parecer un columpio; y no sólo era cómodo, también era curioso, porque estaba tallado de una sola pieza en un hueso de ballena. Freddy solía sentarse allí, y pensaba en el banco porque le interesaba sobremanera, aunque nadie pudo decirle nada al respecto, salvo que llevaba allí mucho tiempo.

–Pobre y vieja ballena, me pregunto cómo habrás llegado hasta aquí, de dónde vienes, y si fuiste una criatura buena y feliz mientras viviste –dijo Freddy en voz alta, acariciando el viejo hueso con su pequeña mano.

Y en eso se oyó un gran crujido; y una repentina ráfaga de viento agitó los árboles, como si un enorme monstruo gimiese y suspirase. Freddy pudo escuchar entonces una voz fantástica, resonante, aunque curiosamente quebrada, como si alguien tratara de hablar con la mandíbula rota.

–¡Ah, Freddy, Freddy! –llamó la gran voz–. Te contaré todo lo que quieras saber, porque tú eres la única persona que me ha compadecido, o se ha preocupado de indagar mi origen y mis peripecias.

–¡Cómo!, ¿es que puede hablar? –preguntó Freddy, muy sorprendido y un poco asustado.

–Por supuesto que puedo; debes saber que estás sentado sobre una parte de mi mandíbula. Podría hablar aún mejor si toda mi boca estuviera aquí; pero me temo que mi voz sería entonces tan estridente, que no serías capaz de escucharla sin estremecerte. De todos modos, no creo que nadie más de por aquí pueda entenderme. No son muchos en total los que podrían hacerlo, te lo aseguro; pero tú eres un chiquillo reflexivo, con una viva fantasía, y además con un gran corazón, así que tú oirás mi historia.


Información texto

Protegido por copyright
12 págs. / 21 minutos / 122 visitas.

Publicado el 23 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

El Príncipe Fatal y el Príncipe Fortuné

Jeanne-Marie Le Prince de Beaumont


Cuento infantil


Había una vez una reina que tuvo dos hijos. A un hada, buena amiga de la reina, le habían pedido que fuera la madrina de los príncipes y que les hiciera algún don.

—Le concedo al mayor —dijo— todo tipo de desventuras hasta la edad de veinticinco años, y le pongo por nombre Fatal.

Al escuchar esas palabras, la reina lanzó grandes gritos y conjuró al hada a que cambiara aquel don.

—No sabes lo que pides —le dijo el hada a la reina—; si no es desventurado, será perverso.

La reina no se atrevió a decir nada más, pero le rogó al hada que le permitiera elegir un don para su segundo hijo.

—Es posible que lo elijas todo al revés —contestó el hada—; pero no importa, estoy dispuesta a concederte lo que me solicites para él.

—Deseo —dijo la reina —que triunfe siempre en todo cuanto quiera hacer; es la forma de hacerle feliz.

—Bien podrías engañarte, —dijo el hada—; por lo tanto, no le concedo ese don sino hasta los veinticinco años.

Le pusieron nodrizas a los dos pequeños príncipes, pero desde el tercer día, la nodriza del primogénito tuvo fiebre; le pusieron otra que se rompió una pierna al caerse; a una tercera se le retiró la leche tan pronto como el príncipe Fatal empezó a mamar de ella; y como corrió el rumor de que el príncipe le traía mala suerte a todas sus nodrizas, ninguna quiso alimentarlo, ni aproximarse a él. La pobre criatura, hambrienta, gritaba, pero nadie se apiadaba de él. Una robusta campesina, que tenía un número considerable de hijos y muchas dificultades para darles de comer, se ofreció para cuidar de él a condición de que le dieran una fuerte suma de dinero; y como el rey y la reina no querían al príncipe Fatal, le dieron a la nodriza lo que solicitaba, y le dijeron que se llevara el niño a su pueblo.


Información texto

Protegido por copyright
9 págs. / 16 minutos / 99 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

123