Textos por orden alfabético inverso publicados por Edu Robsy etiquetados como Cuento disponibles | pág. 8

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Una Voz

Emilia Pardo Bazán


Cuento


No se sabía nada de aquel atrevido hidalgo aventurero que, con propósito de mejorar de fortuna, emprendió viaje a las Indias, dejándose en el dormido poblachón castellano a su mujer, doña Claudia, hermosa y moza, y a dos hijos, muy pequeños entonces, pero que irían creciendo y sería preciso establecer. Y la esposa, desamparada, se marchitaba en la soledad tétrica del caserón solariego, labrando e hilando, en compañía no más de una dueña caduca, que daba vueltas al huso entre sus dedos secos como sarmientos negruzcos, y gemía bajito, porque la acuciaba el reuma, metido en los huesos y mal cuidado.

Los niños pudieran ser la única alegría de la abandonada; pero como nunca un mal viene solo, los niños antes daban pena que gusto, por ser el mayor corcovado, y la segunda una especie de pájaro antojadizo, que no guardaba el recato indispensable desde la niñez a las damas, y escapándose de casa todo el día, por la noche volvía rota y cubierta de polvo y briznas de paja, pues se pasaba las horas jugando al toro y a la rayuela con la chiquillería en las eras del trigo. Era inútil que su madre la reprendiese y aun la castigase; era tiempo perdido el intentar encerrarla. El mismo afán de libertad vagabunda y de horizontes anchos que realmente había arrebatado al padre del hogar, sacaba a la hija de su morada grave y llena de nostalgias, empujándola al correteo, a la actividad, a la travesura. Tenía ya diez años y no acataba a su madre.


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Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 43 visitas.

Publicado el 10 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

Una Visita Infernal

Juana Manuela Gorriti


Cuento


Mi hermana a la edad de diez y ocho años hallábase en su noche de boda. Sola en su retrete, cambiaba el blanco cendal y la corona de azahar con el velo azul de un lindo sombrerito de paja para marcharse con su novio en el coche que esperaba en la puerta a pasar su luna de miel en las poéticas soledades de una huerta.

Lista ya, sentose, llena el alma de gratas ilusiones, esperando a que su marido pudiera arrancarse del cúmulo de abrumadoras felicitaciones para venir a reunirse con ella y partir.

Una trasparente bujía color de rosa alumbraba el retrete colocada en una palmatoria de plata sobre la mesa del centro, donde la novia apoyaba su brazo.

Todo era silencio en torno suyo, y solo se escuchaban a lo lejos, y medio apagados, los rumores de la fiesta.

De súbito óyense pasos en el dormitorio. La novia cree que es su esposo, y se levanta sonriendo para salir a su encuentro; pero al llegar a la puerta se detiene y exhala un grito.

En el umbral, apareció un hombre alto, moreno, cejijunto vestido de negro, y los ojos brillantes de siniestro resplandor, que avanzando hacia ella la arrebató en sus brazos.

En el mismo instante la luz de la bujía comenzó a debilitarse, y se apagó a tiempo que la voz del novio llamaba a su amada.

Cuando esta volvió en sí, encontrose apoyada la cabeza en el pecho de su marido sentada en los cojines del coche que rodaba en dirección del Cercado.

—¡Fue el demonio! —murmuró la desposada; y refirió a su marido aquella extraña aventura. Él rió y lo achacó a broma de su misma novia.

Y pasaron años, y mi hermana se envejeció.

Un día veinticuatro de agosto, atravesando la plaza de San Francisco, mi hermana se cruzó con un hombre cuya vista la hizo estremecer. Era el mismo que se le apareció en el retrete el día de su boda.

El desconocido siguió su camino, y mi hermana, dirigiéndose al primero que encontró le dijo con afán:


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Dominio público
1 pág. / 2 minutos / 510 visitas.

Publicado el 3 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Una Visita al Viejo Poeta

Miguel de Unamuno


Cuento


En el nutrido sosiego que venía a posarse plácido desde el cielo radiante, iba a fundirse la resignada calma que de su seno exhalaba la vieja ciudad, dormida en perezosa siesta. Me sumí en las desiertas callejuelas que a la Colegiata ciñen, y en una de ellas, donde me habían dicho que habitaba el viejo poeta, de tan largo tiempo enmudecido, di a la aldaba del portalón que lo era de la única casa de la calleja. Resonó el aldabonazo, quebrando el soñoliento silencio en los muros que formaban la calleja, flanqueada, como un foso, de un lado por el tapial de la huerta de un convento, y por agrietadas paredes del otro.

Me pasaron, y al cruzar un pequeño jardincillo emparedado, uno de esos mustios jardines enjaulados en el centro de las poblaciones, vi a un anciano regando una maceta. Se me acercó. Era su conocidísima figura.

—Ahora mismo subo —me dijo.

—No; prefiero hacerle aquí la visita; ¿qué más da?

—Como usted quiera… Rosa, baja unas sillas.

Desprendíase una calmosa melancolía de aquel pedazo de naturaleza encerrada entre las tapias de abigarradas viviendas. Dos o tres arbolillos se alzaban al arrimo de ellas, en busca de sol, y en ellos se refugiaban los pájaros. En un rincón, junto a un pozo, sombreaba a un banco de piedra una higuera. La casa tenía un corredor de solana, con balaustrada de madera, que miraba al jardincillo. El vertedero de la cocina servía para regar la higuera. Y todo ello parecía ruinas de naturaleza abrazadas a ruinas de humana vivienda.

Allí encima se alzaba la airosa torre de la Colegiata, a la que doraba el sol con sus rayos, muy inclinados ya; la torre severa, que contribuía a dar al pedazo de cielo desde allí visible su anguloso perfil. Unas gallinas picoteaban el suelo.

—Es mi retiro y mi consuelo —me dijo.

—Yo creí que preferiría usted el campo verdadero…, el aire libre…


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Dominio público
5 págs. / 10 minutos / 82 visitas.

Publicado el 25 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Una Visita al Manicomio

Juana Manuela Gorriti


Cuento


I

En el lindo pueblecito del Cercado, lugar sombroso y romántico, situado como un apéndice de Lima, entre el circuito de sus murallas, elévase ese suntuoso y lúgubre edificio rodeado de huertos, jardines y fuentes.

Envuélvelo profundo silencio, tan solo interrumpido allá, de vez en cuando, por algún extraño grito que aleja a los paseantes de aquel ameno sitio, y desgarra el corazón a aquellos que vagan atraídos por el amor de seres queridos encerrados entre sus fúnebres muros. Cuán honda compasión inspiran esas madres, hijas y esposas que vienen cada día a pasar horas enteras ante la gran verja, pegado el rostro a las barras de hierro, fijos los tristes ojos en esa puerta que recuerda el Lacciate ogni speranza de la terrible leyenda.

—Jamás me atrevería a pasar esos siniestros umbrales, madre Teresa —dije a la hermana de Caridad, superiora de esa casa, un día que pasando por allí me divisó desde el peristilo, y me llamaba con expresivas señas.

—Pues sí, que los atravesará usted —insistió ella, viniendo a mí, que me había detenido cerca de la verja. Estaba vacilando, entre usted y Carmencita, para dar a la una o la otra una delicada misión.

—¿De qué se trata, madre?

—De devolver a su familia a Delfina H. que está ya del todo curada de su locura; pero empleando para ello las precauciones necesarias a fin de que no se aperciba de qué lugar sale, pues la hemos hecho creer que se halla en una casa de campo a seis leguas de Lima, donde la hermana María y yo estamos convaleciendo, y la trajimos a ella enferma de tercianas a la cabeza. He ahí todo. Ahora invente usted a su modo y compóngase como pueda.

—¡Y bien! ¡espéreme usted aquí un momento!... Supongo que en este carruaje he de llevarla.

—Precisamente.

—Vuelvo luego.


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Dominio público
12 págs. / 21 minutos / 81 visitas.

Publicado el 3 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Una Visita

Manuel Payno


Cuento


Eran las diez de la mañana, y me hallaba yo en pie en la boca del portal de Mercaderes, pensando a cuál de las muchas visitas que tenía que hacer iría primero. Saqué de la faltriquera una porción de cartas de recomendación, y comencé a revisar sus rótulos: «A la señora doña…» No es hora de esta visita, dije para mí, porque ésta es una de tantas señoras que va a la comedia, después a una tertulia, después llega a su casa, y gasta dos horas en quitarse los adornos y preparar los del día siguiente; en una palabra, es señora de tono, y por consiguiente duerme hasta las doce del día. Leí otro sobre: «Al señor don Espiridión Rivadullo». ¡Oh!, este señor sólo a la hora de comer puede encontrarse, porque como es agiotista, corre desde las seis de la mañana de casa del ministro a los almacenes de comercio, de los almacenes a la tesorería general, de la tesorería general a la aduana, de donde al fin sale el pobrecito con ocho o diez cargadores con dinero, y va a su casa rendido de fatiga, sin haber sacado más provecho que 8 o 10 000 pesos de ganancia. Pero para no molestar la atención del lector, diré que después de examinar muchos sobrescritos, me pareció la hora inoportuna y me decidía a marcharme al Ateneo a leer con permiso del conserje algunos periódicos, cuando fijé la atención en una carta, cuyo sobre decía: «A don Jacinto Rebollo, empleado en la oficina de rezagos. México. Calle de Zapateros número 4, vivienda interior», y dije: Ahora sí comencé mis visitas, porque los empleados entran a las once a sus oficinas, y precisamente ésta es hora muy oportuna para buscar a mi don Jacinto. Eché a andar, y llegué a la calle de Zapateros, no sin haber recogido antes mucho polvo y algunas chinches de los petates que sacudían con un palo en la puerta de las accesorias.


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Dominio público
6 págs. / 11 minutos / 60 visitas.

Publicado el 19 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Una Velada

Ángel de Estrada


Cuento


Varios objetos de importancia componen el ajuar del salón de la fonda. Sobre la pared blanca con su cal nueva, un retrato de Zumalacárregui, luce boina azul, símbolo de la nacionalidad del mesonero. En un ángulo, con el teclado para adentro, un piano Pleyel, muestra rota su tela, y por entre ella surgen dos travesanos como internos huesos grises. Al frente se ve un retablo en forma de gruta con su Ángel Custodio arriba, y en el hueco, al Niño-Dios, la Virgen, y un trozo de buey al lado de un San José ciego.

Poned una mesa de pino sobre la alfombra desteñida, y entre dos puertas y sus cortinas de crochet blanco, una lámpara colgante, y he ahí el escenario.

El médico del pueblo diserta por lo largo aquella noche. Las nuevas de la ciudad han sido terribles; la fiebre amarilla está en su apogeo. Y la voz del conferenciante hace desfilar las pestes todas, desde la negra hasta el cólera. — Vengamos á cuentas — exclama un viejo octogenario:— Qué nos importa de lo antiguo, y ni aun que el cólera ande merodeando en los alrededores de Genova? ¿La peste de Buenos Aires puede ó no asolar el campo?

El médico se repantigó en su asiento. Todos clavaron en él la vista, pero don Juan Benítez, malogrando otra nueva conferencia, exclamó al punto:

— No sale de las costas; es científico. Ni aquí, ni aun en Flores habrá un solo caso.

Se sintió en la rueda respiro de feliz holgura, y un fraile franciscano sonrió melancólicamente. Su actitud atrajo la atención.

— ¿Marcháis siempre, padre?

— Mañana mismo.

— Pues es valor!

— Es voluntad de Dios.


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Dominio público
6 págs. / 11 minutos / 71 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Una Tragedia

Miguel de Unamuno


Cuento


Recordáis, los que hayáis leído las Memorias de Goethe, aquel profesor Plessing de que nos habla el autor del Werther? Fue un joven misántropo y preocupado que quiso ponerse en relaciones con él; que le dirigió, como a un director laico de conciencia, unas largas cartas, a que él no respondió; que se quejaba de esto y que al fin se puso al habla con él, sin lograr interesarle en sus fantásticas cuitas. Pues vamos a contaros una historia algo parecida a la de Plessing, pero que acaba en tragedia.

Era un escritor, llamémosle Ibarrondo, que ejercía grande influencia sobre su pueblo con sus escritos y a quien oían con atención, y algunos con recogimiento, muchos de los jóvenes de su país y aun de otros países. Y eran no pocos los que se imaginaban que Ibarrondo estaba para atender privadamente a lo que ellos le preguntaran y a que les dijese—por carta y a su nombre—lo que estaba diciendo arreo al público todo. Hasta hubo quien le preguntó qué es lo que debía leer, sin más que este indicio: «Soy un joven de dieciocho años hambriento de cultura.» Y lo que más le atosigaba a Ibarrondo era la gran porción de locos, chiflados, ensimismados y hasta mentecatos que le iban con sus locuras, chifladuras, ensimismaduras y mentecatadas.

Era un joven, llamémosle Pérez, de esos que creen ingenuamente que se les ha ocurrido lo que habían leído y que toman por ideas originales las reminiscencias de lecturas y que se imaginan que van a romper moldes viejos cuando se disponen a hacerlo con otros más viejos todavía.


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Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 68 visitas.

Publicado el 22 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

Una Tiple

Carmen de Burgos


Cuento


El teatro estaba completamente lleno; iluminado y decorado con riqueza y buen gusto, servía de marco á la espléndida guirnalda de muje. res hermosas que, con los hombros y los brazos desnudos, ocupaban los palcos y plateas, siendo la admiración de los elegantes que ocupaban la sala y del pueblo apiñado en la entrada general.

Era la noche del debut de la nueva tiple, que, precedida de gran fama, acababa de llegar á Italia, la patria del bell canto; tiple que iba á dar a conocer sus extraordinariasfacultades en Milán, donde siendo aceptada ya tenía asegurada su fama y su porvenir de artista. El renombre de la signora Giovani era grande y novelesco, uniendo á sus extraordinarias facultades una belleza poco común, que la hacía más interesante.

Se decía de la signora Giovani que poseedora de una gran fortuna y casada muy joven con un hombre, á quien adoraba, había sido abandonada por él, dejándola en la miseria con un hijo de corta edad, por el que la madre hubo de buscar en el arte un medio de ganar el pan, siendo tan aplaudida por su talento y belleza como por su intachable conducta.

El público esperaba con ansiedad el momento de levantarse el telón, que ya tardaba más de lo acostumbrado, y dejaba oir un rumor de impaciencia.

Entre tanto, la signora Giovani, pálida y temblorosa, vestida con el lujoso traje que había de lucir en la escena, decia suplicante al empresario.

—Suspended la función, por caridad, esta noche.

—Es imposible, señora. El teatro está lleno y el público espera.

—¿Cómo queréis que cante cuan do mi hijo expira?

—Exagera usted, y, puede creerlo, no es sólo mi interés, sino el suyo lo que me obliga á rogarla que cante. Es el porvenir de usted y el de su hijo. Se diría que la tiple había tenido miedo.

—Su estado no es tan desesperado como usted cree—dijo interviniendo en la conversación otro caballero—. Yo le ví esta mañana.


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Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 4 visitas.

Publicado el 21 de enero de 2025 por Edu Robsy.

Una Tertulia de Antaño

Ramón María del Valle-Inclán


Cuento


I

—He visto a Xavier Bradomín y me prometió venir esta noche.

—¿De dónde ha salido ese viejo Don Juan? ¿Qué hace ahora?

—Creo que conspira.

Sentadas en un gran sofá de caoba, vasto como un lecho, sostenían esta conversación dos antiguas damas de la reina destronada, aquella reina de los tristes destinos. Hablaban en un tono que era a la vez ligero y confidencial.

—¿Dónde te hallaste a Xavier Bradomín?

—Al salir de misa en las Góngoras. Me anunció, con gran misterio, su visita.

—¡Intentará convertirte al partido del Pretendiente!

La otra dama tosió burlona:

—Ya estoy muy vieja y muy fea para ponerme la boina.

La Duquesa de Ordax no mentía. Era una vieja menuda, inquieta y muy morena, con los ojos hundidos y llenos de fuego. Tenía la cara arrugada, las cejas con retoque, y llevaba un peinado de rizos aplastados sobre la frente, lo que acababa de darle cierto parecido con los retratos de la reina María Luisa. Hablaba con un desgarro vivo y popular.

—En otro tiempo, no digo que no me hubiera calado mi boina roja. ¡Y poco guapa que estaría!

La Marquesa de Galián la escuchaba sonriendo bajo el velo de su sombrero, que le dejaba el rostro en un misterio albo y estelar.

—Bradomín te convencerá. Tiene don apostólico. ¡Así al menos me explico yo sus conquistas!

La Duquesa interrumpió:

—Si vieras cómo está ahora de viejo y de triste. Ha tenido bien mala suerte. ¡Perder un brazo el mismo día que llegó a la guerra!

Y seguía riéndose, casi inconsciente de sus palabras. La Marquesa de Galián murmuró lentamente:

—Mala suerte, sí… Pero aún habrá sentido más hacerse viejo…


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Dominio público
21 págs. / 38 minutos / 206 visitas.

Publicado el 30 de abril de 2017 por Edu Robsy.

Una Tarde en el Mar

Joaquim Ruyra


Cuento


¡Vaya una tarde espléndida! ¡Qué cielo tan azul, y qué revoltijo de golondrinas y vencejos alegraba los aires! Ah, ¡quién como ellos tuviese alas para derramarse libremente por el espacio, lejos, muy lejos, más arriba de montes y llanuras! Era triste lance verse obligado al encierro de un aula penosa, que henchían las vaharadas del resistero y la gente menuda. Ea, enojaba tener que ir a la escuela; colgar de un banco, a guisa de inútiles instrumentos, las piernas que anhelaban corretear; verse uno obligado a arrastrar por los signos de un libro la imaginación que se sentía atraída por los chillidos de las golondrinas, por el cuchicheo del viento, por cada brizna de hierba, por cada hoja de árbol. Era triste cosa, ¿pero qué remedio? Uno se hallaba constreñido al cumplimiento del deber. Y yo me encaminaba hacia allá perezosamente, cabizbajo, doliéndome en el alma… A cada paso me detenía suspirando. ¡Dios mío, cuánta agalla habría en el robledal! Moras y endrinas ya maduras. Si yo hiciese novillos…

Encontrábame ya a la vista de la escuela cuando una voz conocida me estremeció de pies a cabeza. Aquella voz era la de Volivarda, un muchacho pescador, que me llamaba con un dilatado ¡eeep! desde la profundidad de una calleja.

Valiente sorpresa; toma, ¿quién pensara en él? Inmediatamente mi cara se puso risueña, y cruzó por mi fantasía la visión del mar y de la costa pintoresca. ¡Volivarda y yo habíamos nadado juntos con tanta frecuencia, habíamos gozado tanto pescando pulpos y cangrejos en la roca!…

—¿A dónde vas, Volivarda? Acércate hombre, y echaremos un párrafo. Pronto, que he de ir a la escuela.


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11 págs. / 19 minutos / 103 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

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