Apócrifo
Había en una calle
un zapatero que vendía en su tienda tanto, que era gusto ver cómo la
gente hasta se tropezaba para ir a comprarle. Aquel zapatero vivía allí
muy contento y feliz, cuando de la noche a la mañana, ¡zas! otra
zapatería en frente.
¡Aquí fue Troya! El zapatero primitivo daba las botas, a cinco pesos, el advenedizo a cuatro y medio.
—No, pues no —dijo el antiguo—; ese recién venido no me desbanca; yo lo arruinaré. Y al otro día puso: «Botas a cuatro pesos».
El otro quién sabe qué diría, pero fijó en su rótulo: «Botas a tres pesos y medio».
—A tres pesos —anunció el antiguo.
—A dos con cuatro —el antagonista.
—A dos —el uno.
—A doce reales —el otro.
—A peso —el primero.
—A cuatro reales —el segundo.
Aquello era para volverse loco; el primer zapatero estaba por darse
un tiro, se arruinaba, y sin embargo, el otro tenía en su casa a todos
los marchantes.
El hombre se puso triste, pálido, sombrío, hasta que una noche dijo:
—Ea, pelillos a la mar; es preciso tomar una resolución extrema.
Y tomó su sombrero (que sin duda llamaría al sombrero resolución extrema) y se dirigió a la casa de su adversario.
—Buenas noches, vecino —dijo.
—Dios se las dé mejores —contestó el otro—. ¿Qué milagro es verle por esta suya?
—Extrañará usted mi visita; pero vengo a que nos arreglemos.
—Como usted quiera, vecinito; tome asiento.
—Gracias; pues es el caso que vengo a hablarle con toda claridad. ¿Vamos a formar compañía para no perjudicamos?
—Muy bien, estoy conforme.
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