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Cena de Navidad

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Fue la mía de aquel año una Nochebuena original. Cuando se sepa cómo la pasé, se comprenderá que tuvo su nota característica.

Me encontraba yo en el pueblo de E *** en plena Andalucía pintoresca, arreglando asuntos de interés, cobranzas y otras cosas que mi padre me había encargado —y no había más remedio sino obedecer—. En mi deseo de volver a Madrid, a ver gente y divertirme, andaba buscando pretextos, y me los ofrecieron las Pascuas. Tanto insistí en que me permitiesen pasarlas allá, en familia, que mi padre acabó por escribirme: «Bueno; me perjudicas, pero ven. Todo será volverte cuando pasen Reyes, hasta terminar esos arreglos...».

Como se hizo tanto de rogar, la carta llegó el mismo día de Nochebuena, y apenas me dio tiempo de atropellar el sucinto equipaje y a pedir un caballejo, en el cual iría hasta el tren. Tenía en mi poder una fuerte suma cobrada el día antes, y que pensaba girar, enviándola a la sucursal del banco más próxima, por medio de mi grande amigo el sargento de la Guardia Civil; pero esto me hubiese retrasado, y opté, sencillamente, por guardármela en el bolsillo, pensando que no podía tener mejor portador.

Salí del pueblo a cosa de las cinco de la tarde —el tren pasaba a las ocho—, al trote cochinero del jacucho de alquiler. Un chiquillo hacía de espolique y llevaba mi maleta. Como era invierno, la tarde ya declinaba, y los montes lejanos tenían sobre sus crestas vislumbres rosa y oro. Yo iba pensando que pasaría la Nochebuena en el tren, y, predispuesto al lirismo, por la influencia del ocaso, me acordaba de mi madre, de mis hermanas, del comedor nuestro, que estaría tan iluminado y tan bonito, con la mucha plata que lo adorna; en fin, mis ideas de juerga alegre en Madrid se habían borrado, y las reemplazaban otras sentimentales. La gran poesía de la fiesta del hogar me enternecía hondamente.


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4 págs. / 8 minutos / 191 visitas.

Publicado el 3 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

Chamamé

Javier de Viana


Cuento


Patricio mezcló las cartas con arte, puso sobre la mesa el mazo y dijo con áspera, imperativa voz:

—¡Corten caballeros!... ¡Hay cien pesos de banca!...

Lo dijo con tal energía que osciló la luz de la vela, afanada de esparcir humildes claridades sobre el tapete verde.

Cortaron. El tallador volcó un tres y un rey.

—Copo el tres! —gritó uno de los jugadores; y con sus dedos, temblorosos de emoción, movió la carta elegida, haciéndola formar un ángulo recto con la que dejaba al banquero.

—Este esperó un instante, la mano sobre el naipe, la mirada sobre la mano.

Su contricante, impaciente, temiendo quizá la demora fuese calculada, para distraer su atención, y «armar el pastel a gusto», tornó a decir:

—¡Copo!... ¡y dése güelta!...

El tallador sonreía.

—Me han dejao el ancho, —murmuró.— El finao mi padre —que Dios tenga en su santa gloria,— me solía decir: «Si querés conservar salú, toma solamente agua ’e manantial; si querés vivir tranquilo, sin quebraderos de cabeza, no tengás nunca ni mujer ni caballo propio, y si querés ganar al monte, apuntale siempre al rey, ¡qu’es el que tiene más panza, y la panza es gobierno!... ¿Me doy güelta?...

—¡Dése güelta!...

—¡Allá vá!

Volcó el naipe que mostró una sota.

—¡El rey chico! —exclamó;— como quien dice, el sargento; detrás viene el comisario... Vamos tironiando despacito que no se juega plata ’e locos... Este es basto; no castiga a naides... ¡Espadas!... por ai me gusta... ¡un mancarrón!... ¡Mala seña, compañero!: ¡lo vienen convidando pa que dispare!...

—¡No sé lo qu’es eso! —replicó el otro picado. Y Patricio con sorna:

—Es verdá —dijo;— aquí no estamos en las guerrillas.

—¿Y en las guerrillas, qué?

—¡Nada! que hay más campo para disparar.

—¡Le albierto que si es pa insulto!...


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3 págs. / 5 minutos / 33 visitas.

Publicado el 21 de diciembre de 2022 por Edu Robsy.

Chaqueña

Javier de Viana


Cuento


Habíamos andado todo el día, a tranco de mula por el serpeante camino que a veces cruza en diámetro un vallecito circular, a veces se hunde, a manera de reptil en el amplio túnel formado por las insolentes ramasones de los quebrachos, grandes como catedrales.

Iba cayendo la tarde y teníamos la vista y la mente fatigadas con la incesante contemplación de la selva sin término. Un viento del sur, espantando el bochorno, castigábanos en cambio con el polvo rojizo y sutil de las arenosas tierras de la pampa chaqueña; el tormento del polvo, digno competidor de la saña perversa de mosquitos y jejenes. El cielo mantenía en la inmensidad de su imperio el impertinente azul que enceguece, que domina, que anonada con la monotonía de sus luminosidades.

Saliendo de un laberinto de frondas ásperas y amenazantes, abrióse de pronto ante nosotros un risueño vallecito tapizado con el dañino capihacuá (pasto que pincha), terror de las cabalgaduras a las cuales se obliga a cruzar sobre ellos sin la protección de las polainas de cuero.

Formaba el descampado aquel, una circunferencia casi perfecta en un diámetro no mayor de quinientos metros. Aquí y allá, sobre el tapiz de hierba, gallardeaban las palmas carandaís, la teja natural de las techumbres comarcanas.

Por todas partes la selva lujuriosa rodeaba el valle con alta, ancha, impenetrable barrera, entre cuyos verdes diversos, echaban como una sonrisa los lapachos con las grandes manchas rosadas de sus flores, junto al cobre de los adustos guayacanes y la púrpura imperial de los ceibos. En el centro del playo centelleaba cual pupila de acero un lagunejo de aguas blancas donde bogaban dulcemente, semejando diminutos barcos negros, los pescadores mbiguás.


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4 págs. / 7 minutos / 27 visitas.

Publicado el 9 de noviembre de 2022 por Edu Robsy.

Clase de Box

Roberto Arlt


Cuento


El ring, a la sombra del murallón rojo, desprende su rectangular horizontal y blanca, enrejada por tres paralelas de soga.

Simoens el telegrafista, detenido a pocos pasos de la bolsa de arena, espera la llegada del profesor.

Es éste un momento odioso en su vida de fabricante de voluntad. Hace frío, el viento encrespona el humo que sale de las chimeneas, y los músculos se le enrigidecen.

Más allá de la bolsa, en un patio de asfalto, superficies humanas, vestidas como él con un pantalón blanco, que no le llega a las rodillas, camiseta sin mangas y alpargatas, juegan a la pelota. A veces la bola negra o blanca rebasa los lindes, y, sobre la punta de los pies, la superficie de un hombre roza el suelo en vertiginoso intento de detención.

El cielo, reteñido de azul agrio, pesa de tal manera sobre la perpendicular roja, que la muralla parece inclinarse algunos grados hacia la tierra, vista desde abajo.

Simoens quiere vencer la ansiedad que le pone una sensación de blandura en el estómago. No quiere pensar que dentro de algunos minutos le golpearán el rostro.

Incluso, afecta aspecto displicente, a fin de no llamar la atención de ningún gimnasta. Comienza a saltar sobre la punta de sus pies, como si “hiciera cuerda”. Así lo ha observado en los boxeadores profesionales cuando bajo el frío cielo de las noches deportivas esperan en sus ángulos el minuto próximo de calzar guante. Esto le impide “enfriarse”.


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8 págs. / 14 minutos / 27 visitas.

Publicado el 19 de diciembre de 2023 por Edu Robsy.

Clavel del Aire

Javier de Viana


Cuento


Al indio querido, Gumersindo Gadea.


Allá, en mi país, en el regazo de una de esas graciosas cuchillas que forman el mayor encanto de mi tierra uruguaya, el viejo Faustino Laguna poseía cien cuadras de terreno, seis bueyes, cuatro caballos, un rancho, dos hijos y una nieta.

Uno de los hijos contaba treinta años, el otro veintidós, la nietita cinco. El viejo Faustino ignoraba su edad; sólo sabía que eran muchos los años, muchos.

En la pequeña heredad trabajaban los tres hombres, sembrando maíz, trigo, zapallos, porotos y garbanzos. La ganancia no era mucha, pero se vivía, humildemente, sobriamente, resignadamente. Si la labor era ruda y no faltaban motivos de tristezas, había en cambio tres focos de luz y alegría: el sol, el cielo y la pequeñita Marta.

Algunas veces se presentaban inviernos malos. El frío era cruel, las lluvias continuas, los huracanes feroces. Se sufría entonces, pero se soportaba en la seguridad de los días lindos y buenos que habrían de suceder á las borrascas.

Pero he ahí que de pronto, inesperadamente, en pleno verano, se obscurece el cielo indicando la proximidad de una terrible tormenta, la más terrible, la más espantosa tormenta: la guerra civil. La guerra, ya se sabe, es un huracán al cual no resisten ni los ombúes centenarios, ni los coronillas de hierro. Por donde ella pasa se señorea la desolación. Destruye todo, hasta la esperanza, hasta la fe.

Al viejo Faustino le llevaron los dos hijos, dicíéndoles que los necesitaban para hacerlos matar—no sabían dónde—en una loma, en un llano, al norte ó al sur... para hacerlos matar en algún paraje en nombre de... en defensa de... ¡Para hacerlos matar!... '

Desde aquel día de enero en que se inició la tormenta en mi amado é infeliz país, no hubo, en largo transcurso de nueve meses, un sólo día de sol: fué un formidable temporal.


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3 págs. / 5 minutos / 32 visitas.

Publicado el 22 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Come-Cola

Javier de Viana


Cuento


Malambio Ojeda tenía la mala costumbre de preparar con demasiada lentitud las cosas. En cierta oportunidad debía correr un caballo de su patrón y todo el mundo esperaba una derrota.

La más incrédula era Leonilda, la hija del capataz, quien díjole con mofa cruel:

—¡Lástima de potrillo!... ¡Tan lindo y tener que comer cola!...

—¡Le juego un pañuelo de seda y le doy el campo! —respondió el mozo.

—¡Jugado! —respondió ella en el acto.

Llegó el día de la prueba, y el moro de Malambio ganó por más de dos cuerpos el primer “terno”, no obstante haberle tocado competir con el favorito.

Por eso al volver al camino para la decisión —la lucha entre los tres ganadores de los respectivos “ternos”, nadie aceptaba, sino con gran usura, apuestas contra el moro.

Comenzaron las “partidas”, que Malambio, prudente, decidido a largar con ventaja, prolongó por largo tiempo. Su caballo, hasta entonces tranquilo, se enardeció extremadamente. Leonilda, que a orilla del camino presenciaba la lucha desde el pescante del breack, batió palmas, y gritó:

—¡Come-cola, come-cola!

Malambio púsose tan nervioso como su moro, y cuando bajaron la bandera, largó atravesado, dando lugar a que los contrarios le sacasen una ventaja que de ningún modo pudo recuperar después, y una vez más “comió cola”...

Por la noche hubo gran baile en la pulpería, y el desgraciado mozo decidió corregirse de su exceso de preparación y declararle a Leonilda el amor que de largo tiempo atrás le profesaba. Más de dos horas estuvo preparando las frases con que habría de abordarla. Entró al fin a la sala y díjole:

—Aquí le traigo el pañuelo perdido.

—Tuvo güen gusto —agradeció ella observando la prenda.

—Y espero me conceda esta polca...

Sonrió la moza y respondióle con hiriente ironía:

—¡Comió cola, Malambio!... Estoy comprometida.


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1 pág. / 2 minutos / 23 visitas.

Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Comedia

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Parece tonto esto de narrar cosas que pueden verse sólo con asomarse a la ventana o a la puerta. Por puertas y ventanas trepan al asalto la helada, el bochorno, el tráfago y las impurezas de la vía pública... ¡Quién poseyese una urna hialina, y en ella se claustrase, aletargándose antes como los milagrosos faquires!

Dentro de la urna, tapadas con cera las aberturas de los sentidos, revulsa la lengua para obturar la laringe, allá el dolor que revolotee y entenebrezca el aire. ¡Dolor! ¡Dolor ajeno, sobre todo! ¿En qué nos atañe? ¿No le basta a cada cual su ración? ¿No es inconcebible tortura la mera percepción del dolor universal? Si revuela a nuestro alrededor un solo murciélago, nos crispa; si en una gruta pabellonada de sartas de murciélagos se nos aplana encima el enjambre, nos ahoga. El dolor universal agita el aire con millares de alas de sombra. No nos cabe dentro sino el sufrimiento propio, ¡y rebosa tantas veces!

Una mujer —una sirviente, niñera en casa de modestos empleados pasaba, a fin de orear y dar jugadero al niño, largas horas en aquel jardín de plazuela, bajo los árboles no muy hojosos, al pie de la ruin estatua del poeta dramático. Vigilaba, inquietamente, de buena fe, al chico, rubito celestial, aureolado de bucles; no le perdía de vista; le limpiaba con la mano las arenas incrustadas en las rodillas, por las caídas frecuentes, y le enjugaba el pasajero llanto con labios calientes, maternales. Los actores del teatro fronterizo, al salir del ensayo, se fijaron en el cupidín, y algunos le atusaron los rizos. Especialmente, un representante menos joven de lo que parecía, faz picaresca y rasurada de estudiante de la tuna, ojos gastados y curiosos, embebidos de sensualidad y desilusión, indicó a sus compañeros.

—El chiquillo es divino, pero la niñera no es maleja. ¿Cómo te llamas?

—Lorenza. Y el pequeño, Manolito; en casa le dicen Malito.

—¿Qué edad tienes?


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3 págs. / 6 minutos / 139 visitas.

Publicado el 3 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

Como en el Tiempo de Antes

Javier de Viana


Cuento


Al gran amigo Fulgencio Pinaseo.


El techo celeste estaba como la bóveda de un horno calentado con leña de coronilla.

En el ardor de fragua de aquella siesta excepcional, hasta el aire tenía pereza de moverse.

En medio del firmamento, el sol era como una inmensa mano de hierro enrojecido, pesando sobre todo lo terrestre.

Era colosal el silencio, porque los fuelles pulmonares, alimentados por lenta corriente sanguínea, no podían efectuar su tarea de oxigenación sino mediante el casi absoluto reposo de todos los órganos.

La naturaleza entera dormía sin un susurro, la naturaleza toda respiraba apenas, sin movimiento visible, sin ruido perceptible.

En la estancia de los Eucaliptos, los peones, tirados sobre cojinillos, medio desnudos, soportaban el flechazo de los tábanos por no mover una mano; y en sus bocas abiertas, para facilitar la entrada y salida del aire sin ningún esfuerzo, solían meterse, curioseando, las moscas.

El calor, derritiendo la grasa de los maneadores, había aflojado el «ñudo», y el cuarto de oveja cayó desde la cumbrera hasta tocar el suelo del galpón... «Malaquías»—el perro viejo y artero, más ladrón que una urraca;—«Malaquías», que estaba sin comer desde la víspera, olfateó la carne, levantó la cabeza, y volvió á bajarla, sin ánimo para levantarse, arrancar un trozo y mascarla.

El gato barcino soñaba sobre una bolsa de cerda, cuando una rata le pasó atrevidamente por delante. Abrió un ojo; la raya de la pupila se dilató en círculo; pusiéronsele erécticas las orejas y las uñas... y volvió á entornar los ojos, á envainar las agujas unginales, y á hacerse un ovillo, entregándose al sueño..


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3 págs. / 6 minutos / 32 visitas.

Publicado el 25 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Como la Gente

Javier de Viana


Cuento


Cuando visito un pueblo o una ciudad provincial, gusto de recorrer los suburbios, porque son ellos quienes me suministran pasta maleable para intentar arte. Los pueblos y las ciudades provinciales se parecen a las toronjas: sólo la cáscara tiene sabor y valor sativo; el interior son granos y agua: funcionarios, «pa. venus» y brutos solemnes envueltos en el pergamino de un título universitario. Todo sin sustancia y todo uniforme, como un artículo de confección o una romanza en pianola. Nadie es suyo; nadie es alguien. En cambio, en la orilla, acodado al mostrador de zinc de una taberna, se ven almas al través de las ropas desgarradas; almas sucias, almas cubiertas de cicatrices, desteñidas, remendadas, pero ingenuas, simples, naturales, verídicas, porque no tienen fuerza para mentir...

Una noche me encontré en el beberaje de un almacén orillero, en un pueblucho de la provincia de Buenos Aires, con un tipo extraño, uno de esos tipos que son como la osamenta de un drama. Su potente armadura ósea denunciaba la robustez pasada; porque ahora menguado en carnes, arrugado el rostro como un sobre vacío, sin luz los ojos, trémulos los dedos flacos, nudosos, negros, con arqueadas uñas de roedor troglodita, tenía todo el aspecto de una tapera.

Le hablé. Al principio sólo pude sacarle frases incoherentes; luego, sobada con la mordaza de la ginebra, se le ablandó la lengua, y, a tropezones me contó su vida.


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2 págs. / 4 minutos / 65 visitas.

Publicado el 24 de noviembre de 2022 por Edu Robsy.

Cómo se Vive

Javier de Viana


Cuento


A mi buen compañero I. Medina Vara.


Felisa había permanecido toda la noche en vela.

Era una noche de invierno, del áspero invierno campero, impetuoso como un toro cerril, soberbio como río salido de madre, inclemente como el granizo.

Una noche amedrentadora.

El cielo era negro cual hollín de cocina vieja. Ni una sola estrella habíase atrevido á aventurarse en lobreguez semejante.

A ratos, reventaba el trueno en las lejanas cavernas del firmamento.

A ratos zigzagueaba un relámpago, semejando el brillo fosforescente de los ojos de un felino rampante entre húmedos pajonales.

El viento, en ráfagas discontinuas, silbaba agrias melodías al enredarse en las férreas ramazones de los eucaliptos, donde anidaban águilas... ó voltejeaba, al ras de la tierra, resquebrajando y humillando á los rosales y á los jazmines, á las camelias y á las glicinas...

Solita, en el sobrado de la Estancia, solita en el lecho, que parecíale inmenso para ella sola, Felisa, sentía helársele la sangre á cada centelleo eléctrico, que inundaba de luz el cuarto y á cada retumbo de trueno que hacía estremecer las tejas del techado...

Luego, en un reposo de ruidos y luces amenazantes, tras un pequeño silencio, la lluvia empezó á caer, á caer en gotas gruesas, espaciadas, lentas... Cesó de pronto... En seguida, violentamente, ferozmente, el aguacero se desplomó con ansias de exterminio, mientras rugían los truenos, y se cruzaban en todo sentido los relámpagos, marcando arrugas lívidas sobre la faz carbonosa de la noche.

Noche de rabia. Una de esas noches en que el pavón nocturno y el cuervo simbólico y el buho agorero, parecen reunirse en fatídica trilogía para salmonear la divinidad del suicidio y el encanto del precipicio, para las almas transidas, exhaustas y deshojadas...


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Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 26 visitas.

Publicado el 25 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

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