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Los Precursores

Horacio Quiroga


Cuento


Yo soy ahora, che patrón, medio letrado, y de tanto hablar con los catés y los compañeros de abajo, conozco muchas palabras de la causa y me hago entender en la castilla. Pero los que hemos gateado hablando guaraní, ninguno de ésos nunca no podemos olvidarlo del todo, como vas a verlo enseguida.

Fue entonces en Guaviró-mi donde comenzamos el movimiento obrero de los yerbales. Hace ya muchos años de esto, y unos cuantos de los que formamos la guardia vieja —¡así no más, patrón!— están hoy difuntos. Entonces ninguno no sabíamos lo que era miseria del mensú, reivindicación de derechos, proletariado del obraje, y tantas otras cosas que los guainos dicen hoy de memoria. Fue en Guaviró-mi, pues, en el boliche del gringo Vansuite (Van Swieten), que quedaba en la picada nueva de Puerto Remanso al pueblo.

Cuando pienso en aquello, yo creo que sin el gringo Vansuite no hubiéramos hecho nada, por más que él fuera gringo y no mensú.

¿A usted le importaría, patrón, meterte en las necesidades de los peones y fiarnos porque sí? Es lo que te digo.

¡Ah! El gringo Vansuite no era mensú, pero sabía tirarse macanudo de hacha y machete. Era de Holanda, de allaité, y en los diez años que llevaba de criollo había probado diez oficios, sin acertarle a ninguno. Parecía mismo que los erraba a propósito. Cinchaba como un diablo en el trabajo, y enseguida buscaba otra cosa. Nunca no había estado conchabado. Trabajaba duro, pero solo y sin patrón.

Cuando puso el boliche, la muchachada creímos que se iba a fundir, porque por la picada nueva no pasaba ni un gato. Ni de día ni de noche no vendía ni una rapadura. Sólo cuando empezó el movimiento los muchachos le metimos de firme al fiado, y en veinte días no le quedó ni una lata de sardinas en el estanteo.

¿Que cómo fue? Despacio, che patrón, y ahora te lo digo.


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6 págs. / 11 minutos / 200 visitas.

Publicado el 25 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Los Pretendientes del Café

Manuel Payno


Cuento


En una noche de estas que tienen los días de la semana, en que a los filarmónicos del salón de la ópera italiana no les place repetirnos la tan celebrada Lucrecia de Borgia o Beatrice de Tenda y en que los artistas dramáticos de los corrales de Nuevo México y Principal no están de humor para representarnos la famosa comedia de magia La pata de cabra, o algún vaudeville francés lleno de galicismos, me envolví en una senda cuanto vieja capa, me dirigí


con el ceño hasta la frente
y el sombrero hasta los ojos,
 

a uno de esos espléndidos cafés llenos de cristales, de espejos, de bujías y de cuadros dorados, y como cosa muy natural en estos tiempos, no tenía un real de plata con que tomar chocolate, me contenté con oír las acaloradas conversaciones sobre política, literatura y bellas artes que se suscitan noche con noche en parajes semejantes.


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5 págs. / 10 minutos / 85 visitas.

Publicado el 19 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Los Progenitores de Don Quijote

Antonio de Trueba


Cuento


I

Don Luis Díaz de Rojas, progenitor de aquellos insignes caballeros y prelados de su apellido, que conmemoran nuestras historias civiles y eclesiásticas, era uno de los mejores caballeros castellanos de su tiempo. En cuanto á su tiempo, ni las historias genealógicas ni las tradiciones vulgares le puntualizan; pero como por el hilo se saca la madeja, yo he conseguido puntualizar el tiempo en que floreció el Sr. D. Luis, que fué, sin duda alguna, el del Sr. Rey D. Juan el Segundo; y cúmpleme advertir, antes de dar á conocer más pormenor al caballero, para que no se lo juzgue con disfavor que no merece, que no le cuento entre los setenta y ocho vencidos por Suero de Quiñones en la puente del Órbigo, aunque muy bien pudo venir de su rodilla alguno de aquellos infinitos faltos de seso que en tiempo del Sr. Rey D. Felipe el Tercero venció el Sr. Miguel de Cervantes Saavedra en Argamasilla de Alba; porque achaque de la flaca humanidad es extremar lo bueno y lo malo, y amor hay cuyos ósculos se extreman tanto, que rayan en mordiscos.

Vivía el caballero de Rojas en su señorío de este nombre, que era en Bureba, más acá de Burgos, donde, como buen cristiano y buen hidalgo, hallaba gran placer en hospedar y agasajar en su noble casa á los caballeros extranjeros que por allí pasaban peregrinando á Santiago de Compostela.

La Puebla de Rojas, que hoy es lugar tan mermado de gente que apenas tiene doscientos moradores, era entonces villa tan populosa, que la cercana Bribiesca, y aún lastres veces más lejana Burgos, la envidiaron más de una vez viéndola preferida de Reyes, como solía serlo del señor don Enrique IV, que gustaba de posar en ella y holgaba viendo escaramucear á sus gentes de armas en los amenos llanos de Marimena, que son cabeza de la villa.


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13 págs. / 23 minutos / 44 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

Los Ricos Improvisados

Alejandro Larrubiera


Cuento


Con los cincuenta y pico de años frisaba ya mi buen amigo D. Polibio Antúnez cuando tuvo la suerte de heredar á un tío suyo multimillonario, al que no conocía más que «de oídas», uno de esos tíos de novela que en la niñez abandonan su pueblo, descalzos y con los pantalones rotos, y retornan al cabo de los años mil á sus lares, podridos de dinero, con una afección crónica al hígado y un humor endiabladamente melancólico é irascible.

Don Polibio y D.ª Margarita, su mujer, creyeron soñar despiertos al verse en una notaría y saber de boca del representante del Nihil prius fide, que tenían á su disposición doscientos mil duros, mal contados, multitud de fincas rústicas y una posesión espléndida llamada El Castañar, en uno de los más pintorescos é ignorados valles asturianos.

Don Poli y señora, por el bien parecer, intentaron verter unas lagrimitas á la memoria del difunto; pero así como así no asoma el llanto á los ojos: redújose toda la manifestación de pesar á un forzado suspiro y á un «¡Pobre tío Pepe!», dicho á dúo con acento plañidero.

Y en la misma noche del día en que visitaron al notario, los Antúnez, ¡oh, Humanidad ingrata!, pusiéronse de veinticinco alfileres, y observantes del refrán egoísta del muerto al hoyo y el vivo al bollo, fuéronse á un famosísimo restaurant, bautizado en inglés —que ahora lo inglés priva en Castilla,— á endulzar la amargura de haber perdido un tío como aquel tío de Asturias. Esto de darse un banquete servidos por camareros con frac y calzón corto era el anhelo mayor del matrimonio desde hacía veinte años.


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6 págs. / 10 minutos / 47 visitas.

Publicado el 18 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Loto-en-Flor

José de la Cuadra


Cuento


Cuando el «San Esteban», bergantín de la matrícula de Guayaquil, echó anclas en aquel encantador y pequeñito —tan pequeñito como encantador— puerto peruano del norte, cuyo nombre no hace al caso; el capitán hízome ver la conveniencia de que tomara pasaje en otro barco, pues el «San Esteban» necesitaba urgentes reparaciones antes de tornar a hacerse a la mar, con lo cual se retardaría el viaje algo más de tres semanas.

La verdad, no me, era indispensable regresar en seguida a Guayaquil, y más bien deseoso de vivir la vida de aquella bonita población desconocida, determiné esperar a que el bergantín fuera reparado, y busqué alojamiento en el puerto.

A la postre lo hallé, no muy confortable por cierto, en un mesón cuyos propietarios —una pareja de japoneses— me cedieron una habitación y un sitio en su mesa a cambio de una cantidad muy oriental por lo fantásticamente elevada.

La comida era detestable; el cuarto, sucio; el celeste posadero se permitía llamarme, familiarmente “mono”; y, la patrona, en ratos de mal humor, me dirigía algunas frases en el idioma del dorado archipiélago, que no debían ser muy cariñosas precisamente.

Metido ya en la aventura, todo arrepentimiento holgaba. La línea peruana de vapores no reconocía, de modo oficial como si dijéramos, la existencia de aquel lindo puertecillo; y, de no resolverme a embarcar mi delicada humanidad en alguna grosera e incómoda chata que hubiera podido llevarme a Guayaquil, estaba condenado a esperarla completa restauración del «San Esteban», cuyo parrillaje iba camino de prolongarse aún.

De todas estas contrariedades me consoló tu dulce sonrisa nipona, Loto-en-flor...


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3 págs. / 5 minutos / 123 visitas.

Publicado el 5 de septiembre de 2021 por Edu Robsy.

Madrugueiro

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Llamaban así en Baizás al cohetero, por su viveza de genio característica, por aquel adelantarse a todo, que unas veces degeneraba en precipitación peligrosa, en su arriesgado oficio, y otras, le había traído suerte, adelanto. En la pila le habían puesto Manuel, y era toda su familia una hijastra, Micaela, lunática, histérica, leve como una paja trigal, de anchos y negrísimos ojos escudriñadores, y que tenía fama de bruja y zahorí. Infundía en la aldea miedo, porque se suponía que adivinaba hasta las intenciones, y que sólo ella podría decir quién era el autor de tal oculto robo, de tal misteriosa muerte, y qué mujer de la parroquia abría, por las noches, la cancela de su casa a un mocetón, mientras el marido estaba allá en las Indias...

Además, descollaba Micaeliña en aplicar los evangelios, cosidos en una bolsita de tela roja, a la testuz de las vacas y ternerillos, previniéndolos contra el aojamiento y la envidia, y sabía de las encantaciones del famoso libro de San Cipriano, encontrado entre otros muy ratonados en una alacena vieja, en casa del cohetero. El oficio de éste se rozaba con la química elemental, que tenía sus ribetes de alquimia, y por tal camino se acercaba a la magia.

El único escéptico que había en Baizás, respecto a las artes de Micaeliña, era su padrastro... «A fe de Manoel, que un día agarro un palo de tojo y le saco del cuerpo las meiguerías».

Entre sus desvaríos, solía afirmar la moza que o poco había de vivir, o moriría rica.., ¡más rica que la mayorazga de Bouzas! Como que se encontraría, bajo la corteza de la tierra, en los huecos de las paredes so las vigas carcomidas de algún antiguo edificio, un tesoro: y, con las fórmulas de encantamiento que estudiaba un día tras otro, lo descubriría, lo haría suyo, se bañaría en oro, a oleadas.


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4 págs. / 8 minutos / 461 visitas.

Publicado el 27 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

¡Malpocado!

Ramón María del Valle-Inclán


Cuento


La vieja más vieja de la aldea camina con su nieto de la mano, por un sendero de verdes orillas triste y desierto, que parece aterido bajo la luz del alba. Camina encorvada y suspirante, dando consejos al niño, que llora en silencio.

—Ahora que comienzas a ganarlo, has de ser humildoso, que es ley de Dios.

—Sí, señora, sí…

—Has de rezar por quien te hiciere bien y por el alma de sus difuntos.

—Sí, señora, sí…

—En la feria de San Gundián, si logras reunir para ello, has de comprarte una capa de juncos, que las lluvias son muchas.

—Sí, señora, sí…

Y la abuela y el niño van anda, anda, anda…

La soledad del camino hace más triste aquella salmodia infantil, que parece un voto de humildad, de resignación y de pobreza, hecho al comenzar la vida. La vieja arrastra penosamente las madreñas, que choclean en las piedras del camino, y suspira bajo el mantelo que lleva echado por la cabeza. El nieto llora y tiembla de frío; va vestido de harapos. Es un zagal albino, con las mejillas asoleadas y pecosas: lleva trasquilada sobre la frente, como un siervo de otra edad, la guedeja lacia y pálida, que recuerda las barbas del maíz.


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3 págs. / 5 minutos / 529 visitas.

Publicado el 22 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Nochebuena

Ramón María del Valle-Inclán


Cuento


Era en la montaña gallega. Yo estudiaba entonces gramática latina con el señor Arcipreste de Céltigos, y vivía castigado en la rectoral. Aún me veo en el hueco de una ventana, lloroso y suspirante. Mis lágrimas caían silenciosas sobre la gramática de Nebrija, abierta encima del alféizar. Era el día de Nochebuena, y el Arcipreste habíame condenado a no cenar hasta que supiese aquella terrible conjugación: «Fero, fers, ferré, tuli, latum».

Yo, perdida toda esperanza de conseguirlo, y dispuesto al ayuno como un santo ermitaño, me distraía mirando al huerto, donde cantaba un mirlo que recorría a saltos las ramas de un nogal centenario. Las nubes, pesadas y plomizas, iban a congregarse sobre la Sierra de Céltigos en un horizonte de agua, y los pastores, dando voces a sus rebaños, bajaban presurosos por los caminos, encapuchados en sus capas de junco. El arco iris cubría el huerto, y los nogales oscuros y los mirtos verdes y húmedos parecían temblar en un rayo de anaranjada luz. Al caer la tarde, el señor Arcipreste atravesó el huerto. Andaba encorvado bajo un gran paraguas azul. Se volvió desde la cancela, y viéndome en la ventana me llamó con la mano. Yo bajé tembloroso. Él me dijo:

—¿Has aprendido eso?

—No, señor.

—¿Por qué?

—Porque es muy difícil.

El señor Arcipreste sonrió bondadoso.

—Está bien. Mañana lo aprenderás. Ahora acompáñame a la iglesia.


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2 págs. / 4 minutos / 149 visitas.

Publicado el 4 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Novelas y Cuentos

Serafín Estébanez Calderón


Novela corta, cuento


A DON LUIS USOZ Y RIO

Cosa difícil por cierto será, querido amigo mío, el que esos desairados rasgos de mi pluma y esas fantasías de mi imaginación abatida logren de la severidad y corrección de tu gusto y de tus conocimientos en los primores y galas de nuestro feliz idioma la indulgencia de que tanto necesitan los frutos de mi estéril ingenio. Cosa será, por cierto, difícil; pues en época como la presente, en que por todas partes y en todas las lenguas de Europa se ven brotar obras de imaginación, hijas de ingenios esclarecidos, que se afanan por coger una hoja de laurel en senda tan áspera, a puro ser batida y trillada; es preciso achacar antes a lance de buena fortuna, que no a deliberado fruto del talento y del estudio, el crear, el escribir por tal estilo, que merezca los honores de la lectura. Mas no todo lo que se escribe se escribió con el estudiado objeto de mantener la atención pública, con la pretensión de crear en los otros nuevas sensaciones, con el prurito de hacerse notable, de hacerse mirar, como ventana de donde sale disparado cohete volador. No, amigo mío: se escribe por fiebre, por enfermedad; se escribe también por consuelo, por desahogo, por verdadero remedio. ¿Quién podrá explicar a cuál de los dos instintos deban referirse esas inspiraciones que vas a leer? ¿Ni quién puede jamás, en medio de las borrascas de la vida, explicarse, comprenderse a sí mismo, darse cuenta de los resortes que han movido a su mente, ni de las ideas que han presidido a sus inspiraciones? Nadie, amigo mío.


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137 págs. / 3 horas, 59 minutos / 209 visitas.

Publicado el 29 de abril de 2016 por Edu Robsy.

Nuestro Primer Cigarro

Horacio Quiroga


Cuento


Ninguna época de mayor alegría que la que nos proporcionó a María y a mí, nuestra tía con su muerte.

Inés volvía de Buenos Aires, donde había pasado tres meses. Esa noche, cuando nos acostábamos, oímos que Inés decía a mamá:

—¡Qué extraño!… Tengo las cejas hinchadas.

Mamá examinó seguramente las cejas de tía, pues después de un rato contestó:

—Es cierto… ¿No sientes nada?

—No… sueño.

Al día siguiente, hacia las dos de la tarde, notamos de pronto fuerte agitación en casa, puertas que se abrían y no se cerraban, diálogos cortados de exclamaciones, y semblantes asustados. Inés tenía viruela, y de cierta especie hemorrágica que vivía en Buenos Aires.

Desde luego, a mi hermana y a mí nos entusiasmó el drama. Las criaturas tienen casi siempre la desgracia de que las grandes cosas no pasen en su casa. Esta vez nuestra tía—¡casualmente nuestra tía!—¡enferma de viruela! Yo, chico feliz, contaba ya en mi orgullo la amistad de un agente de policía, y el contacto con un payaso que saltando las gradas había tomado asiento a mi lado. Pero ahora el gran acontecimiento pasaba en nuestra propia casa; y al comunicarlo al primer chico que se detuvo en la puerta de calle a mirar, había ya en mis ojos la vanidad con que una criatura de riguroso luto pasa por primera vez ante sus vecinillos atónitos y envidiosos.

Esa misma tarde salimos de casa, instalándonos en la única que pudimos hallar con tanta premura, una vieja quinta de los alrededores. Una hermana de mamá, que había tenido viruela en su niñez, quedó al lado de Inés.


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Dominio público
9 págs. / 16 minutos / 1.185 visitas.

Publicado el 28 de julio de 2016 por Edu Robsy.

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