Por la peor habitación del detestable Hotel Lisboa paseábase
infatigablemente el estudiante de tercer año de Medicina Stepan
Klochkov. Al par que paseaba, estudiaba en voz alta. Como llevaba largas
horas entregado al doble ejercicio, tenía la garganta seca y la frente
cubierta de sudor.
Junto a la ventana, cuyos cristales empañaba la nieve congelada,
estaba sentada en una silla, cosiendo una camisa de hombre, Aniuta,
morenilla de unos veinticinco años, muy delgada, muy pálida, de dulces
ojos grises.
En el reloj del corredor sonaron, catarrosas, las dos de la tarde;
pero la habitación no estaba aún arreglada. La cama hallábase deshecha, y
se veían, esparcidos por el aposento, libros y ropas. En un rincón
había un lavabo nada limpio, lleno de agua enjabonada.
—El pulmón se divide en tres partes —recitaba Klochkov—. La parte superior llega hasta cuarta o quinta costilla...
Para formarse idea de lo que acababa de decir, se palpó el pecho.
—Las costillas están dispuestas paralelamente unas a otras, como las
teclas de un piano —continuó— Para no errar en los cálculos, conviene
orientarse sobre un esqueleto o sobre un ser humano vivo... Ven, Aniuta,
voy a orientarme un poco...
Aniuta interrumpió la costura, se quitó el corpiño y se acercó.
Klochkov se sentó ante ella, frunció las cejas y empezó a palpar las
costillas de la muchacha.
—La primera costilla —observó— es difícil de tocar. Está detrás de la
clavícula... Esta es la segunda, esta es la tercera, esta es la
cuarta... Es raro; estás delgada, y, sin embargo, no es fácil orientarse
sobre tu tórax... ¿Qué te pasa?
—¡Tiene usted los dedos tan fríos!...
—¡Bah! No te morirás... Bueno; esta es la tercera, esta es la cuarta... No, así las confundiré... Voy a dibujarlas...
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