Textos más vistos publicados por Edu Robsy etiquetados como Cuento no disponibles publicados el 20 de septiembre de 2016

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editor: Edu Robsy etiqueta: Cuento textos no disponibles fecha: 20-09-2016


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El Hombre Lobo

María de Francia


Cuento


Puesto que he decidido contar lais, no quiero olvidarme de El hombre—lobo. Bisclavret es el nombre en bretón; los normandos lo llaman Garwaf (Garou). Se podía oír hace tiempo e incluso con frecuencia ocurría, que ciertos hombres se convertían en lobos y habitaban en los bosques. El hombre—lobo es bestia salvaje. Mientras está rabioso, devora hombres, produce grandes daños yendo y viniendo por la espesura. Pero dejemos este asunto. Os quiero hablar de uno de ellos en concreto.

Vivía en Bretaña un barón. De él he oído grandes alabanzas. Era bello y buen caballero, y se conducía noblemente. Era muy amigo de su señor y todos sus vecinos lo querían. Se había casado con una mujer de elevada alcurnia y agradable semblante. Él la amaba y ella le correspondía. Una cosa, no obstante, molestaba a la dama, y es que cada semana perdía a su esposo durante tres días enteros, sin saber qué le acontecía ni adónde iba. Ninguno de los suyos sabía nada tampoco.

En cierta ocasión en que volvía a su casa, alegre y contento, ella le ha interrogado:

—Señor, —le ha dicho—, hermoso y dulce amigo, desearía preguntaros una cosa, si me atreviera a ello, pero temo vuestra ira. ¡No hay cosa que más tema en el mundo!

Cuando él la hubo oído, la abrazó, la atrajo hacia sí y la besó.

—Señora, —dijo—, preguntad. No hay pregunta a la que yo no quiera responderos, si sé hacerlo.

Respondió ella:

—Por mi fe, ¡estoy salvada! ¡Señor, tengo tanto miedo los días en que os separáis de mí! Siento gran dolor en el corazón y tan gran temor de perderos que si no obtengo consuelo de inmediato, creo que voy a morir pronto. Decidme adónde vais, dónde os halláis, dónde permanecéis. A mi parecer, tenéis otro amor y, si es así, cometéis grave falta.

—Señora, por Dios, gran mal me vendría si os lo digo, pues os alejaría de mi amor y yo mismo me perdería.


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Publicado el 20 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Un Cosmopolita en un Café

O. Henry


Cuento


A medianoche, el café estaba repleto de gente. Por alguna casualidad, la mesita a la cual estaba yo sentado había escapado a la mirada de los que llegaban, y dos sillas desocupadas, colocadas al lado de ella, extendían sus brazos con mercenaria hospitalidad al influjo de los parroquianos.

En ese momento, un cosmopolita se sentó en una de ellas. Me alegré, pues sostengo la teoría de que, desde Adán, no ha existido ningún auténtico ciudadano del mundo. Oímos hablar de ellos y vemos muchas etiquetas extranjeras pegadas en sus equipajes; pero, en lugar de cosmopolitas, hallamos simples viajeros.

Invoco a la consideración de ustedes la escena: las mesas con tabla de mármol; la hilera de asientos en la pared, recubiertos de cuero; los alegres parroquianos; las damas vestidas de media etiqueta, hablando en coro, de exquisito acento, acerca del gusto, la economía, la opulencia o el arte; los garçons diligentes y amantes de las propinas; la música abasteciendo sabiamente a todos con sus incursiones sobre los compositores; la mélange de charlas y risas, y, si usted quiere, la Würzburger en los altos conos de vidrio, que se inclinan hacia sus labios como una cereza madura en su rama ante el pico de un grajo ladrón. Un escultor de Mauch Chunk me manifestó que la escena era auténticamente parisién.


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Publicado el 20 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Después de 20 Años

O. Henry


Cuento


El policía efectuaba su ronda por la avenida con un aspecto imponente. Esa imponencia no era exhibicionismo, sino lo habitual en él, pues los espectadores escaseaban. Aunque apenas eran las 10 de la noche, las heladas ráfagas de viento, con regusto a lluvia, habían despoblado las calles, o poco menos.

El agente probaba puertas al pasar, haciendo girar su porra con movimientos artísticos e intrincados; de vez en vez se volvía para recorrer el distrito con una mirada alerta. Con su silueta robusta y su leve contoneo, representaba dignamente a los guardianes de la paz. El vecindario era de los que se ponen en movimiento a hora temprana. Aquí y allá se veían las luces de alguna cigarrería o de un bar abierto durante toda la noche, pero la mayoría de las puertas correspondían a locales comerciales que llevaban unas cuantas horas cerrados.

Hacia la mitad de cierta cuadra, el policía aminoró súbitamente el paso. En el portal de una ferretería oscura había un hombre, apoyado contra la pared y con un cigarro sin encender en la boca. Al acercarse él, el hombre se apresuró a decirle, tranquilizador:

—No hay problema, agente. Estoy esperando a un amigo, nada más. Se trata de una cita convenida hace 20 años. A usted le parecerá extraño, ¿no? Bueno, se lo voy a explicar, para hacerle ver que no hay nada malo en esto. Hace más o menos ese tiempo, en este lugar había un restaurante, el Big Joe Brady.

—Sí, lo derribaron hace cinco años —dijo el policía.

El hombre del portal encendió un fósforo y lo acercó a su cigarro. La llama reveló un rostro pálido, de mandíbula cuadrada y ojos perspicaces, con una pequeña cicatriz blanca junto a la ceja derecha. El alfiler de corbata era un gran diamante, engarzado de un modo extraño.


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Publicado el 20 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

La Habitación Amueblada

O. Henry


Cuento


En el bajo del West Side existe una zona de edificios de ladrillo rojo cuya población incluye un vasto sector de gente inquieta, trashumante y fugaz. La carencia de hogar hace que estos habitantes tengan multitud de hogares y se muevan de un cuarto amueblado a otro, en un incesante peregrinaje que no sólo alcanza a la morada sino también al corazón y a la mente. Cantan “Hogar, dulce hogar” en ritmo sincopado y transportan sus lares y penates en cajas de cartón; su viña se entrelaza en el sombrero de paja, y su higuera es un gomero.

Por tal motivo, es posible que las casas de ese barrio, que tuvieron infinidad de moradores, lleguen a contar asimismo con infinidad de anécdotas, en su mayoría indudablemente insulsas, pero resultaría extraño que entre tantos huéspedes vagabundos no hubiera uno o dos fantasmas.

Después de la caída del sol, cierto atardecer, un joven merodeaba entre esas ruinosas mansiones rojas y tocaba sus timbres. Al llegar a la duodécima, dejó su menesteroso bolso de mano sobre la escalinata y limpió el polvo que se había acumulado en la cinta de su sombrero y en su frente. El timbre sonó, débil y lejano, en alguna profundidad remota y hueca.

A la puerta de esta duodécima casa en la que había llamado se asomó una casera que le dejó la impresión de un gusano enfermizo y ahíto que se había comido su nuez hasta dejar vacía la cáscara, la que ahora trataba de rellenar con locatarios comestibles.

El recién llegado preguntó si había un cuarto para alquilar.

—Pase usted —respondió la casera, con una voz que parecía brotar de una garganta forrada en cuero—. Desde hace una semana tengo vacío el cuarto trasero del tercer piso. ¿Desea verlo?


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Publicado el 20 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

La Torre de las Ratas

Victor Hugo


Cuento


Desde que había empezado a anochecer, sólo tenía un pensamiento. Sabía que, antes de llegar a Bingen, un poco antes de la confluencia con el Nahe, encontraría un extraño edificio, una lúgubre morada ruinosa, de pie entre los juncos, en medio del río y entre dos altas montañas. Aquella morada ruinosa era la Maüsethurm.

Cuando era niño, por encima de mi cama tenía un pequeño cuadro rodeado de un marco negro que no sé qué criada alemana había colgado en la pared. Representaba una vieja torre aislada, enmohecida, destartalada, rodeada de aguas profundas y oscuras que la cubrían de vapores, y de montañas que la cubrían de sombras. El cielo por encima de aquella torre era sombrío y cubierto de nubes horrendas.

Por la noche, después de haber rezado a Dios y antes de dormirme, miraba siempre aquel cuadro. Lo volvía a ver en mis sueños y me parecía terrible. La torre aumentaba, el agua hervía, un relámpago caía de las nubes, el viento soplaba en las montañas y, por momentos, parecía lanzar clamores.

Un día le pregunté a la criada cómo se llamaba aquella torre. Santiguándose, me respondió que se llamaba la Maüsethurm. Y luego me contó una historia. Que en otros tiempos, en Maguncia, en su país, había habido un malvado arzobispo llamado Hatto, que era también abad de Fuld, sacerdote avaro, según ella, que «abría la mano más para bendecir que para dar». Que un mal año compró todo el trigo de las cosechas para revendérselo muy caro al pueblo, pues aquel cura quería ser muy rico. La hambruna fue tal que los campesinos morían de hambre en los pueblos del Rin. Que entonces el pueblo se reunió alrededor del burgo de Maguncia, llorando y solicitando pan. Que el arzobispo se lo negó.


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Publicado el 20 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Historia de Fantasmas

E.T.A. Hoffmann


Cuento


Cipriano se puso de pie y empezó a pasear, según costumbre, siempre que su ser estaba embargado por algo muy importante y trataba de expresarse ordenadamente, y recorrió la habitación de un extremo a otro.

Los amigos se sonrieron en silencio. Se podía leer en sus miradas: «¡Qué cosas tan fantásticas vamos a oír!» Cipriano se sentó y empezó así:

—Ya saben que hace algún tiempo, después de la última campaña, me hallaba en las posesiones del Coronel de P… El Coronel era un hombre alegre y jovial, así como su esposa era la tranquilidad y la ingenuidad en persona.

Mientras yo permanecía allí, el hijo se encontraba en la armada, de modo que la familia se componía del matrimonio, de dos hijas y de una francesa que desempeñaba el cargo de una especie de gobernanta, no obstante estar las jóvenes fuera de la edad de ser gobernadas. La mayor era tan alegre y tan viva que rayaba en el desenfreno, no carente de espíritu; pero apenas podía dar cinco pasos sin danzar tres contradanzas, así como en la conversación saltaba de un tema a otro, infatigable en su actividad. Yo mismo presencié cómo en el espacio de diez minutos hizo punto… leyó…, cantó…, bailó, y que en un momento lloró por el pobre primo que había quedado en el campo de batalla y aún con lágrimas en los ojos prorrumpió en una sonora carcajada, cuando la francesa echó sin querer la dosis de rapé en el hocico del faldero, que al punto comenzó a estornudar, y la vieja a lamentarse: «Ah, che fatalità! Ah carino, poverino!» Acostumbraba a hablar al susodicho faldero sólo en italiano, pues era oriundo de Padua.


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Publicado el 20 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

La Muerta Enamorada

Théophile Gautier


Cuento


Me preguntas, hermano, si he amado; sí. Es una historia singular y terrible, y, a pesar de mis sesenta y seis años, apenas me atrevo a remover las cenizas de este recuerdo. No quiero negarte nada, pero no referiría una historia semejante a otra persona menos experimentada que tú. Se trata de acontecimientos tan extraordinarios que apenas puedo creer que hayan sucedido. Fui, durante más de tres años, el juguete de una ilusión singular y diabólica. Yo, un pobre cura rural, he llevado todas las noches en sueños (quiera Dios que fuera un sueño) una vida de condenado, una vida mundana y de Sardanápalo. Una sola mirada demasiado complaciente a una mujer pudo causar la perdición de mi alma; pero, con la ayuda de Dios y de mi santo patrón, pude desterrar al malvado espíritu que se había apoderado de mí. Mi vida se había complicado con una vida nocturna completamente diferente. Durante el día yo era un sacerdote del Señor, casto, ocupado en la oración y en las cosas santas. Durante la noche, en el momento en que cerraba los ojos, me convertía en un joven caballero, experto en mujeres, perros y caballos, jugador de dados, bebedor y blasfemo. Y cuando, al llegar el alba, me despertaba, me parecía lo contrario, que me dormía y soñaba que era sacerdote. Me han quedado recuerdos de objetos y palabras de esta vida sonámbula, de los que no puedo defenderme y, a pesar de no haber salido nunca de mi parroquia, se diría al oírme que soy más bien un hombre que lo ha probado todo, y que, desengañado del mundo, ha entrado en religión queriendo terminar en el seno de Dios días tan agitados, que un humilde seminarista que ha envejecido en una ignorada casa de cura, en medio del bosque y sin ninguna relación con las cosas del siglo.

Sí, he amado como no ha amado nadie en el mundo, con un amor insensato y violento, tan violento que me asombra que no haya hecho estallar mi corazón. ¡Oh, qué noches! ¡Qué noches!


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Publicado el 20 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

La Perspectiva Nevski

Nikolái Gógol


Cuento


No hay nada mejor, por lo menos para Petersburgo, que la perspectiva Nevski. Ella allí lo significa todo. ¡Con qué esplendor refulge esta calle, ornato de nuestra capital!… Yo sé que ni el más mísero de sus habitantes cambiaría por todos los bienes del mundo la perspectiva Nevski… No sólo el hombre de veinticinco años, de magníficos bigotes y levita maravillosamente confeccionada, sino también aquel de cuya barbilla surgen pelos blancos y cuya cabeza está tan pulida como una fuente de plata, se siente entusiasmado de la perspectiva Nevski. ¡En cuanto a las damas!… ¡Oh!… Para las damas, la perspectiva Nevski es todavía más agradable. ¿Y para quién no es ésta agradable?… Apenas entra uno en ella percibe olor a paseo. Aunque vaya uno preocupado por algún asunto importante e indispensable, es seguro que al llegar a ella se olvidan todos los asuntos.


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Publicado el 20 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Seis Fósforos

Aleksandr Grin


Cuento


I

Estaba anocheciendo. La tormenta se había aplacado, pero las olas todavía no habían tomado aquel aspecto pintoresco que nos provoca un sentimiento protector hacia el mar cuando, acostados en la costa, miramos su verde profundidad. Entre las enormes y temibles masas de agua negra se divisaba una cavidad con un brillo vidrioso, que al mismo momento que uno la notaba subía a la altura de un edificio de tres plantas.

Dentro de la multitud de estas masas de agua daba vueltas un bote en que navegaban dos personas.

El que estaba remando tenía la cabeza descubierta; su cara era ruda y afilada, estaba descalzo y vestía harapos. El viento hacía llorar sus ojos enrojecidos; su cuello y su cara, ennegrecidos por las adversidades, estaban cubiertos por una pelusa sucia. Su cabeza, de pelo largo como el de una mujer, estaba amarrada con un pañuelo, manchado en la sien por sangre seca. Remaba echando el cuerpo completo hacia atrás y cerrando los ojos. Cuando se inclinaba para adelante levantando los remos, los volvía abrir. Siguiendo la dirección de su mirada fija se podía adivinar que el hombre estaba mirando el cajón estanco de la borda.


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Publicado el 20 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

El Duende Conversador

Aleksandr Grin


Cuento


Estaba frente a la ventana silbando una canción sobre Ana…
—Ernest Hornung

I

Un duende con dolor de muela —parecía una calumnia sobre este ser que tiene a su servicio tantos brujos y brujas, que pudiera devorar barriles de azúcar sin ningún peligro; pero era cierto, era verdad—, un duende pequeño y triste estaba sentado al lado de una estufa fría, que hacía tiempo que había olvidado el fuego. Meneando rítmicamente su despeinada cabeza, aguantaba la mejilla amarrada con un trapo, se quejaba lastimoso, como un niño; en sus ojos, rojos y turbios, latía el sufrimiento.

Estaba lloviendo. Entré a esta casa abandonada para escampar y lo vi; se le olvidó que tenía que desaparecer…

—Ahora da lo mismo —dijo él con voz parecida a la voz de un loro, cuando el pájaro está en gracia—, de todas formas, nadie creerá que me viste.

Después de hacer con mis dedos, por si acaso, los cuernos de caracol, o sea “jettatura”, le respondí:

—No temas. No recibirás de mí ningún tiro con moneda de plata, ni conjuros complicados. …Pero la casa está vacía.

—Y, oh. Sin embargo, es tan difícil dejarla —objetó el pequeño duende—. Atiéndeme. De acuerdo, te lo contaré. De todas formas me duele la muela. Hablando me siento mejor. Mucho mejor… oh. Cariño, fue sólo una hora, y por eso estoy trabado aquí. Tengo que comprender, sabes, qué fue lo que pasó y por qué. Pero los míos, los míos —suspiró sollozando—. Los míos, bueno, mejor dicho, los nuestros, hace tiempo están peinando colas de caballos del otro lado de las montañas desde que se fueron de aquí, pero yo no puedo porque tengo que comprender.


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Publicado el 20 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

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