Textos más descargados publicados por Edu Robsy etiquetados como Cuento no disponibles | pág. 8

Mostrando 71 a 80 de 1.406 textos encontrados.


Buscador de títulos

editor: Edu Robsy etiqueta: Cuento textos no disponibles


678910

Una Carretera Iluminada por la Luna

Ambrose Bierce


Cuento


TESTIMONIO DE JOEL HETMAN, JR.

Soy un hombre de lo más desafortunado. Rico, respetado, bastante bien educado y de buena salud (aparte de otras muchas ventajas generalmente valoradas por quienes las disfrutan y codiciadas por los que las desean). A veces pienso que sería menos infeliz si tales cualidades me hubieran sido negadas, porque entonces el contraste entre mi vida exterior e interior no exigiría continuamente una atención ingrata. Bajo la tensión de la privación y la necesidad del esfuerzo, podría olvidar en ocasiones el oscuro secreto, cuya explicación —siempre misteriosa— el mismo hace inevitable.

Soy hijo único de Joel y Julia Hetman. El primero fue un rico hacendado, la segunda una mujer bella y bien dotada, a la que estaba apasionadamente ligado por lo que ahora sé que fue una devoción celosa y exigente. El hogar familiar se encontraba a unas cuantas millas de Nashville, en Tennessee, en una vivienda amplia, irregularmente construida, sin ningún orden arquitectónico definido, y algo apartada de la carretera, con un parque de árboles y arbustos.

En la época a la que me refiero yo tenía diecinueve años y estudiaba en Yale. Un día recibí un telegrama de mi padre tan urgente que, obedeciendo a su inexplicada solicitud, partí inmediatamente con dirección a casa. En la estación de ferrocarril de Nashville, un pariente lejano me esperaba para poner en mi conocimiento la razón de la llamada: mi madre había sido bárbaramente asesinada; el móvil y el autor nadie los conocía, pero las circunstancias fueron las siguientes:


Información texto

Protegido por copyright
11 págs. / 20 minutos / 115 visitas.

Publicado el 1 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Una Bromita

Antón Chéjov


Cuento


Un claro mediodía de invierno... El frío es intenso, el hielo cruje, y a Nádeñka, que me tiene agarrado del brazo, la plateada escarcha le cubre los bucles en las sienes y el vello encima del labio superior. Estamos sobre una alta colina. Desde nuestros pies hasta el llano se extiende una pendiente, en la cual el sol se mira como en un espejo. A nuestro lado está un pequeño trineo, revestido con un llamativo paño rojo.

—Deslicémonos hasta abajo, Nadezhda Petrovna —le suplico—. ¡Siquiera una sola vez! Le aseguro que llegaremos sanos y salvos.

Pero Nádeñka tiene miedo. El espacio desde sus pequeñas galochas hasta el pie de la helada colina le parece un inmenso abismo, profundo y aterrador. Ya sólo al proponerle yo que se siente en el trineo o por mirar hacia abajo se le corta el aliento y está a punto de desmayarse; ¡qué no sucederá entonces cuando ella se arriesgue a lanzarse al abismo! Se morirá, perderá la razón.

—¡Le ruego! —le digo—. ¡No hay que tener miedo! ¡Comprenda, de una vez, que es una falta de valor, una simple cobardía!

Nádeñka cede al fin, y advierto por su cara que lo hace arriesgando su vida. La acomodo en el trineo, pálida y temblorosa; la rodeo con un brazo y nos precipitamos al abismo. El trineo vuela como una bala. El aire hendido nos golpea en la cara, brama, silba en los oídos, nos sacude y pellizca furibundo, quiere arrancar nuestras cabezas. La presión del viento torna difícil la respiración. Parece que el mismo diablo nos estrecha entre sus garras y, afilando, nos arrastra al infierno. Los objetos que nos rodean se funden en una solo franja larga que corre vertiginosamente... Un instante más y llegará nuestro fin.

—¡La amo, Nadia! —digo a media voz.

El trineo comienza a correr más despacio, el bramido del viento y el chirriar de los patines ya no son tan terribles, la respiración no se corta más y, por fin, estamos abajo.


Información texto

Protegido por copyright
4 págs. / 8 minutos / 136 visitas.

Publicado el 7 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Una Aventura Verídica

Katherine Mansfield


Cuento


«Ante la ávida mirada del viajero, la pequeña ciudad se extiende como un tapiz de tonos marchitos surcado por los hilos de plata de los canales y animado por las notas del carillón del Gran Campanario. En Brujas la vida se ha detenido hace tiempo y sólo ensueños fantásticos alientan sobre sus torres y portaladas medievales, que nos encantan la vista, inspiran el alma y colman la mente con la majestuosa belleza de lo contemplativo.»

Leí este párrafo de la guía mientras esperaba a Madame en el salón del hotel. Aquello resultaba extremadamente confortador y sentí que mi corazón, cohibido bajo las grises envolturas de mil y una ciudades, despertaba exultante.

Me pregunté si tendría ropa suficiente para quedarme cuando menos un mes. «Soñar durante todo el día —pensaba—. Tomar una barca y dejarla ir flotando de aquí para allá por los canales o amarrarla a un verde arbusto de los que crecen en matorral por las orillas, contemplar absorta las fachadas de las mansiones medievales, y luego, al toque de oración, hallarse tendida sobre el crecido césped de la pradera de Béguinage mirando los altos olmos cuyo follaje tocado por el oro crepuscular temblará en el aire azul. De la diminuta capilla llegarían los ecos de rezos monjiles y una quedaría saturada de poesía para todo el invierno.»

Me remontaba majestuosamente en las flamantes alas de mi fantasía, cuando Madame entró a decirme que no disponía de habitación para mí. Ni una cama ni un solo rincón estaban libres. Se mostró muy amable, y parecía encontrar en aquello algún secreto motivo de regocijo, pues me miraba como si esperase que fuera yo a echarme a reír de contento.

—Mañana —dijo— creo que habrá. Espero que se vaya del once un joven que se ha sentido indispuesto repentinamente. Ahora está en la farmacia. ¿Quiere tomarse la molestia de ver su habitación?


Información texto

Protegido por copyright
7 págs. / 13 minutos / 37 visitas.

Publicado el 9 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Una Aventura Parisiense

Guy de Maupassant


Cuento


¿Existe en la mujer un sentimiento más agudo que la curiosidad? ¡Oh! ¡Saber, conocer, tocar lo que se ha soñado! ¿Qué no haría por ello? Una mujer, cuando su curiosidad impaciente está despierta, cometerá todas las locuras, todas las imprudencias, tendrá todas las audacias, no retrocederá ante nada. Hablo de las mujeres realmente mujeres, dotadas de ese espíritu de triple fondo que parece, en la superficie, razonable y frío, pero cuyos compartimentos secretos están los tres llenos: uno de inquietud femenina siempre agitada; otro de astucia coloreada de buena fe, de esa astucia de beato, sofisticada y temible; el último, por fin, de sinvergüencería encantadora, de trapacería exquisita, de deliciosa perfidia, de todas esas perversas cualidades que empujan al suicidio a los amantes imbécilmente crédulos, pero que arroban a los otros.

Aquella cuya aventura quiero contar era una provinciana, vulgarmente honesta hasta entonces. Su vida tranquila en apariencia, discurría en su hogar, entre un marido muy ocupado y dos hijos a los que criaba como mujer irreprochable. Pero su corazón se estremecía de curiosidad insatisfecha, de un prurito de lo desconocido. Pensaba en París sin cesar, y leía ávidamente los periódicos mundanos.  La descripción de las fiestas, de los vestidos, de los placeres, hacía hervir sus deseos; pero sobre todo la turbaban misteriosamente los ecos llenos de sobreentendidos, los velos levantados a medias en frases hábiles, y que dejan entrever horizontes de disfrutes culpables y asoladores.

Desde allá lejos veía París en una apoteosis de lujo magnífico y corrompido.


Información texto

Protegido por copyright
6 págs. / 12 minutos / 72 visitas.

Publicado el 17 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Una Avanzada del Progreso

Joseph Conrad


Cuento


1

Dos blancos eran los encargados de la factoría:

Kayerts, el jefe, bajo y gordo; Carlier, el ayudante, alto, cabezudo y con el corpachón encaramado en un par de piernas largas y delgadas. El tercer empleado era un negro de Sierra Leona que se empeñaba en que le llamasen Henry Price. Sin embargo, los naturales de río abajo, no sabemos por qué razón, le habían puesto el nombre de Makola, del que no podía desprenderse en todas sus andanzas por el país. Hablaba inglés y francés con acentos cantarines, escribía con buena letra, sabía llevar los libros y abrigaba en lo más profundo del corazón el culto de los espíritus malos. Su mujer era una negra de Loanda muy gordinflona y parlan—china; tres chiquillos correteaban al sol ante la puerta de su vivienda, baja y con aspecto de choza.


Información texto

Protegido por copyright
29 págs. / 51 minutos / 97 visitas.

Publicado el 20 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Una Apuesta

Antón Chéjov


Cuento


I

Era una oscura noche de otoño. El viejo banquero caminaba en su despacho, de un rincón a otro, recordando una recepción que había dado quince años antes, en otoño. Asistieron a esta velada muchas personas inteligentes y se oyeron conversaciones interesantes. Entre otros temas se habló de la pena de muerte. La mayoría de los visitantes, entre los cuales hubo no pocos hombres de ciencia y periodistas, tenían al respecto una opinión negativa. Encontraban ese modo de castigo como anticuado, inservible para los estados cristianos e inmoral. Algunos opinaban que la pena de muerte debería reemplazarse en todas partes por la reclusión perpetua.

—No estoy de acuerdo —dijo el dueño de la casa—. No he probado la ejecución ni la reclusión perpetua, pero si se puede juzgar a priori, la pena de muerte, a mi juicio, es más moral y humana que la reclusión. La ejecución mata de golpe, mientras que la reclusión vitalicia lo hace lentamente. ¿Cuál de los verdugos es más humano? ¿El que lo mata a usted en pocos minutos o el que le quita la vida durante muchos años?

—Uno y otro son igualmente inmorales —observó alguien— porque persiguen el mismo propósito: quitar la vida. El Estado no es Dios. No tiene derecho a quitar algo que no podría devolver si quisiera hacerlo.

Entre los invitados se encontraba un joven jurista, de unos veinticinco años. Al preguntársele su opinión, contestó:

—Tanto la pena de muerte como la reclusión perpetua son igualmente inmorales, pero si me ofrecieran elegir entre la ejecución y la prisión, yo, naturalmente, optaría por la segunda. Vivir de alguna manera es mejor que de ninguna.

Se suscitó una animada discusión. El banquero, por aquel entonces más joven y más nervioso, de repente dio un puñetazo en la mesa y le gritó al joven jurista:


Información texto

Protegido por copyright
8 págs. / 14 minutos / 150 visitas.

Publicado el 7 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Una Agradable Velada

Robert Chambers


Cuento


Et pis, doucement on s'endort,
On fait sa carne, on fait sa sorgue,
On ronffle, et, c omme un tuyau d'orgue,
Le tuyau se met à ronffler plus fort…

ARISTI DE BRUANT

I

Al ascender a la plataforma de un vagón funicular de Broadway de la calle Cuarenta y dos, alguien dijo:

—Hola, Hilton; Jamison te está buscando.

—Hola, Curtis —contesté—. ¿Qué es lo que desea Jamison?

—Quiere saber qué has estado haciendo toda la semana —dijo Curtis aferrándose desesperadamente de la barandilla al ponerse el coche en movimiento—; dice que pareces creer que el Manhattan Illustrated Weekly fue creado con el sólo propósito de procurarte salario y vacaciones.

—¡El viejo gato capón e hipócrita! —dije indignado—. Sabe perfectamente dónde he estado. ¡Vacaciones! ¿Cree que el Campamento del Estado en junio es cosa fácil de sobrellevar?

—Oh —dijo Curtis— ¿has estado en Peekskill?

—Yo diría que sí —respondí mientras sentía crecer mi cólera al pensar en mi cometido.

—¿Mucho calor? —preguntó Curtis con aire ensoñador.

—Treinta y dos a la sombra —respondí—. Jamison quería tres páginas completas y tres medias páginas para impresión policroma y un montón de dibujos lineales por añadidura. Podría haberlos inventado. ¡Ojalá lo hubiera hecho! Fui lo bastante tonto como para preocuparme y deslomarme con el fin de lograr algunos dibujos honestos y este es el agradecimiento que recibo.

—¿Llevabas una cámara?

—No. La llevaré la próxima vez. No desperdiciaré ya mi tiempo trabajando a conciencia para Jamison —dije malhumorado.


Información texto

Protegido por copyright
28 págs. / 49 minutos / 101 visitas.

Publicado el 3 de enero de 2017 por Edu Robsy.

Un Vigilante Junto al Muerto

Ambrose Bierce


Cuento


I

En una habitación del piso superior de una vivienda desocupada situada en esa parte de San Francisco que se conoce con el nombre de North Beach, yacía bajo una sábana el cadáver de un hombre. La hora estaba próxima a las nueve de la noche; la habitación, apenas iluminada por una sola vela. Aunque el tiempo era bueno, las dos ventanas estaban cerradas con las persianas bajadas, contrariando la costumbre de dar mucho aire a los muertos. El mobiliario se componía tan sólo de tres piezas: un sillón, una pequeña mesita de lectura sobre la que estaba la vela y una mesa de cocina alargada sobre la cual estaba el cadáver del hombre. Los tres muebles, lo mismo que el cadáver, parecían haber sido llevados recientemente, pues un observador, de haber existido alguno, habría visto que no tenían polvo, mientras que el resto de la habitación tenía una capa espesa, e incluso había telarañas en los ángulos de las paredes.

Bajo la sábana podían perfilarse los rasgos del cuerpo, incluso los del rostro, pues tenían esa definición tan innaturalmente nítida que parece pertenecer a los rostros de los muertos, aunque en realidad es característica sólo de aquéllos que han sido desgastados por la enfermedad. Por el silencio de la habitación se podía deducir, correctamente, que no estaba situada en la parte delantera de la casa ni daba a una calle: en realidad sólo daba a un promontorio rocoso, pues la parte trasera del edificio se había asentado en una colina.


Información texto

Protegido por copyright
13 págs. / 24 minutos / 78 visitas.

Publicado el 1 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Un Viejo Manuscrito

Franz Kafka


Cuento


Se diría que el sistema de defensa de nuestra patria adolece de serios defectos. Hasta ahora no nos hemos ocupado de ese asunto, y sí de nuestras obligaciones cotidianas; pero algunos acontecimientos recientes nos inquietan.

Soy zapatero remendón; mi tenducho da a la plaza del palacio imperial. Apenas abro mis persianas en el crepúsculo matutino, ya se ven soldados armados, apostados en todas las bocacalles que dan a la plaza. Pero no son soldados nuestros, son evidentemente nómadas del norte. De algún modo que no comprendo, se han introducido hasta la capital, que, sin embargo, está bastante lejos de las fronteras. De todos modos, allí están; cada día su número parece mayor.

Como es su costumbre, acampan al aire libre, y abominan de las casas. Se entretienen en afilar las espadas, en aguzar las flechas, en ejercicios ecuestres. De esta plaza tranquila y siempre escrupulosamente limpia, han hecho una verdadera pocilga. Muchas veces intentamos salir de nuestros negocios y hacer un recorrido, para limpiar por lo menos la suciedad más visible; pero esas salidas son cada vez más escasas, porque es un trabajo inútil y corremos además el peligro de hacernos aplastar por los caballos salvajes, o de que nos hieran con los látigos.


Información texto

Protegido por copyright
2 págs. / 3 minutos / 262 visitas.

Publicado el 14 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Un Viejo

Guy de Maupassant


Cuento


Todos los periódicos habían insertado este anuncio: "La nueva estación balneario de Rondelis ofrece ventajas deseables para una estancia prolongada e incluso para una permanencia definitiva. Sus aguas ferruginosas, reconocidas como las primeras del mundo contra todas las afecciones de la sangre, parecen poseer además cualidades particulares, propias para prolongar la vida humana. Este resultado singular es tal vez debido en parte a la situación excepcional del pequeño pueblo, edificado en plena montaña, en el medio de un bosque de abetos. Pero desde siempre han existido casos de longevidad extraordinarios."

Y el público asistía en masa.

Una mañana, el médico de las aguas fue requerido por un nuevo viajero, el señor Daron, llegado hacía unos días y que había alquilado una casa encantadora, en el límite del bosque. Era un anciano de ochenta y seis años, todavía joven, enjuto, bien parecido, activo y que tenía una preocupación infinita por disimular su edad.

Hizo sentar al médico y lo interrogó rápidamente:

—Doctor, si estoy bien, es gracias a la higiene. Sin ser demasiado viejo, tengo ya una cierta edad, pero evito todas las enfermedades, todas las indisposiciones, todos los más ligeros malestares gracias a la higiene. Se dice que el clima de este país es muy bueno para la salud. Estoy dispuesto a creerlo, pero antes de establecerme aquí, quiero pruebas. Le rogaría, pues, que viniese a visitarme una vez por semana para darme exactamente los siguientes informes:

Primero deseo la lista completa, muy completa, de todos los habitantes de la ciudad y de los alrededores que han pasado de los ochenta años. Necesito también algunos detalles físicos y sicológicos de ellos. Quiero conocer su profesión, su forma de vida, sus costumbres. Cada vez que una de estas personas muera, usted deberá avisarme, e indicarme la causa precisa de su muerte, así como las circunstancias.


Información texto

Protegido por copyright
4 págs. / 7 minutos / 122 visitas.

Publicado el 17 de junio de 2016 por Edu Robsy.

678910