Un Viaje Indiscreto
Katherine Mansfield
Cuento
1
Se parecía a santa Ana. Sí, con aquel manto negro sobre la cabeza, los mechones grises colgándole y el quinqué humeante en la mano, mi portera parecía la imagen de santa Ana. Cosa realmente hermosísima, pensé sonriéndole. Pero ella dijo con severidad:
—Son las seis en punto. Sólo tiene el tiempo justo. Hay un tazón de leche sobre la mesa escritorio.
Salí de mi pijama para zambullirme en un lebrillo de agua fría como lo hace toda dama británica en las novelas francesas. La portera abrió las contraventanas persuadida de que iría a parar a la celda de una cárcel o moriría a punta de bayoneta, y, al hacerlo, penetró una fría claridad. En el río pitaba un vaporcillo; un carro tirado por dos caballos pasó a todo galope; los rápidos remolinos de las aguas; los altos árboles negros de la otra orilla, agrupados como negros conversando. «Siniestro, sin duda», pensé, mientras me abotonaba mi secular impermeable Burberry. (Aquel Burberry tenía mucha importancia. No era mío. Me lo había prestado una amiga. Mis ojos se encandilaron al verlo colgado en su diminuto y obscuro vestíbulo. Era lo que yo necesitaba. El disfraz perfecto y apropiado; un viejo Burberry. Con un Burberry usado se ha hecho frente a más de un león. Damas envueltas en Burberrys usados han sido salvadas de botes que hacían agua en mares agitados como montañas. Un Burberry usado se me antojaba el santo y seña de todo viajero que se respetara y fuera sin disputa tenido por tal. Y, así diciendo, dejé en su lugar mi abrigo púrpura con piel de foca auténtica en el cuello y las bocamangas.)
—No conseguirá llegar allí —decía mí portera al ver que me subía el cuello—. No, nunca.
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Publicado el 9 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.