Los Moradores Bajo la Tumba
Robert E. Howard
Cuento
Me desperté de repente y me incorporé en la cama, preguntándome somnoliento quién podría estar aporreando la puerta con tanta violencia; amenazaba con romper las jambas. Se oyó un grito, afilado intolerablemente por un terror demencial.
—¡Conrad! ¡Conrad! —gritaba alguien al otro lado de la puerta—. ¡Por amor de Dios! ¡Déjame entrar! ¡Lo he visto!… ¡Lo he visto!
—Suena a la voz de Job Kiles —dijo Conrad levantando su robusto cuerpo del diván en el que había estado durmiendo tras cederme su cama—. ¡No tires la puerta abajo! —gritó cogiendo las zapatillas—. Ya voy.
—¡Date prisa! —berreó el visitante invisible—. ¡Acabo de mirar al mismísimo infierno a los ojos!
Conrad encendió la luz y abrió la puerta de par en par; y medio cayéndose, medio tambaleándose, entró una figura con los ojos desorbitados, que reconocí como el hombre agrio y tacaño que vivía en la pequeña hacienda vecina a la de Conrad. Ahora se observaba un espeluznante cambio en el anciano, normalmente tan circunspecto y comedido. Con el ralo cabello erizado y gotas de sudor sobre su piel cenicienta, su cuerpo se convulsionaba con violentos espasmos.
—En el nombre de Dios, ¿qué ocurre, Kiles? —exclamó Conrad, mirándole fijamente—. ¡Parece que hubieras visto un fantasma!
—¡Un fantasma! —la aguda voz de Kiles se rompió y se tornó en un estertor de risa histérica—. ¡He visto un demonio del infierno! Créeme, lo he visto… ¡esta noche! ¡Hace tan sólo unos minutos! ¡Miró por la ventana y se rió de mí! ¡Oh, Dios mío… su risa!
—¿La risa de quién? —gruñó Conrad impaciente.
—¡De mi hermano Jonas! —gritó el viejo Kiles.
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Publicado el 12 de julio de 2018 por Edu Robsy.