Textos más populares este mes publicados por Edu Robsy etiquetados como Cuento | pág. 38

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editor: Edu Robsy etiqueta: Cuento


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Un Pobre Hombre Rico o el Sentimiento Cómico de la Vida

Miguel de Unamuno


Cuento


Dilectus meus misit manum suam Per foramen, et venter meus intremuit ad tactum eius.

Cantica Canticorum, V, 4.

I

Emeterio Alfonso se encontraba a sus veinticuatro años soltero, solo y sin obligaciones de familia, con un capitalino modesto y empleado a la vez en un Banco. Se acordaba vagamente de su infancia y de cómo sus padres, modestos artesanos que a fuerza de ahorro amasaron una fortunita, solían exclamar al oírle recitar los versos del texto de retórica y poética: “¡Tú llegarás a ministro!” Pero él, ahora, con su rentita y su sueldo no envidiaba a ningún ministro.

Era Emeterio un joven fundamental y radicalmente ahorrativo. Cada mes depositaba en el Banco mismo en que prestaba sus servicios el fruto de su ahorro mensual. Y era ahorrativo, lo mismo que en dinero, en trabajo, en salud, en pensamiento y en afecto. Se limitaba a cumplir, y no más, en su labor de oficina bancaria, era aprensivo y se servía de toda clase de preservativos, aceptaba todos los lugares comunes del sentido también común, y era parco en amistades. Todas las noches al acostarse, casi siempre a la misma hora, ponía sus pantalones en esos aparatos que sirven para mantenerlos tersos y sin arrugas.

Asistía a una tertulia de café donde reía las gracias de los demás y él no se cansaba en hacer gracia. El único de los contertulios con quien llegó a trabar alguna intimidad fué Celedonio Ibáñez, que le tomó de “¡oh amado Teótimo!” para ejercer sus facultades. Celedonio era discípulo de aquel extraordinario Don Fulgencio Entrambosmares del Aquilón de quien se dió prolija cuenta en nuestra novela Amor y Pedagogía.


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31 págs. / 54 minutos / 225 visitas.

Publicado el 22 de septiembre de 2021 por Edu Robsy.

De Cómo Fray Roquiño Dejó Este Mundo Miserable

Ramón María Tenreiro


Cuento


Siglo tras siglo, guiados por el lácteo resplandor estelar, protegidos por piadosas hermandades de caballeros, los peregrinos llegaban en devota muchedumbre desde los más remotos términos europeos. Sin dejar el bordón ni quitarse los harapientos hábitos de camino, cuyos desgarrones y mugre proclaman los trabajos de las luengas jornadas, derramando su alegría en ardorosos himnos, cantados en las hablas más diversas, una feliz mañana penetraban bajo las húmedas bóvedas que cobijan las reliquias del protoevangelizador de las Españas.

Puestos ánimo y ojos en descubrir lo antes posible el sedente simulacro del Apóstol, revestido de plata, cuajado de gemas, que bendice a la cristiandad desde el sagrado recogimiento de su camarín, al trepar anhelante por el suave alcor, en cuya altura media asiéntase la basílica, apenas entreveía el piadoso viajero la robusta faz de la sagrada fábrica, defendida por macizas torres, recias como fortalezas; casi no tenía miradas para la soberbia “Gloria” que da acceso al templo, arquitectónica alegoría del triunfo de la Iglesia; no paraba atención en las semivivientes esculturas de apóstoles y profetas, sostén y fundamento de la comunión cristiana, que consideran impasibles el azaroso curso de las generaciones peregrinas desde los fustes de las columnas del pórtico; no admiraba el coro de ancianos músicos, arrobados en celestial coloquio, que orna la archivolta; ni aun se espantaba de la exangüe fantasma gigantesca del tremendo Cristo-Juez, coronado emperador del universo, que en el tímpano muestra las llagas de su cuerpo y exige virtudes en reparación de ellas.


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5 págs. / 10 minutos / 33 visitas.

Publicado el 3 de noviembre de 2023 por Edu Robsy.

El Ogro

Vicente Blasco Ibáñez


Cuento


En todo el barrio del Pacífico era conocido aquel endiablado carretero, que alborotaba las calles con sus gritos y los furiosos chasquidos de su tralla.

Los vecinos de la gran casa en cuyo bajo vivía habían contribuido a formar su mala reputación. ¡Hombre más atroz y malhablado! ¡Y luego dicen los periódicos que la policía detiene por blasfemos!

Pepe el carretero hacía méritos diariamente, según algunos vecinos, para que le cortaran la lengua y le llenasen la boca de plomo ardiendo, como en los mejores tiempos del Santo Oficio. Nada dejaba en paz, ni humano ni divino. Se sabía de memoria todos los nombres venerables del almanaque, únicamente por el gusto de faltarles, y así que se enfadaba con sus bestias y levantaba el látigo, no quedaba santo, por arrinconado que estuviese en alguna de las casillas del mes, al que no profanase con las más sucias expresiones. En fin, ¡un horror! Y lo más censurable era que, al encararse con sus tozudos animales, azuzándoles con blasfemias mejor que con latigazos, los chiquillos del barrio acudían para escucharle con perversa atención, regodeándose ante la fecundidad inagotable del maestro.

Los vecinos, molestados a todas horas por aquella interminable sarta de maldiciones, no sabían cómo librarse de ellas.

Acudían al del piso principal, un viejo avaro, que había alquilado la cochera a Pepe no encontrando mejor inquilino.

—No hagan ustedes caso—contestaba—. Consideren que es un carretero, y que para este oficio no se exigen exámenes de urbanidad. Tiene mala lengua, eso sí; pero es hombre muy formal y paga sin retrasarse un solo día. Un poco de caridad, señores.

A la mujer del maldito blasfemo la compadecían en toda la casa.


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5 págs. / 9 minutos / 99 visitas.

Publicado el 22 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Metzengerstein

Edgar Allan Poe


Cuento


Pestis eram vivus—moriens tua mors ero.
Martín Lutero

El horror y la fatalidad han estado al acecho en todas las edades. ¿Para qué, entonces, atribuir una fecha a la historia que he de contar? Baste decir que en la época de que hablo existía en el interior de Hungría una firme aunque oculta creencia en las doctrinas de la metempsicosis. Nada diré de las doctrinas mismas, de su falsedad o su probabilidad. Afirmo, sin embargo, que mucha de nuestra incredulidad (como lo dice La Bruyère de nuestra infelicidad) "vient de ne pouvoir être seuls".

Pero, en algunos puntos, la superstición húngara se aproximaba mucho a lo absurdo. Diferían en esto por completo de sus autoridades orientales. He aquí un ejemplo: El alma —afirmaban (según lo hace notar un agudo e inteligente parisiense)— "ne demeure qu' une seule fois dans un corps sensible: au reste, un cheval, un chien, un homme même, n'est que la ressemblance peu tangible de ces animaux".

Las familias de Berlifitzing y Metzengerstein hallábanse enemistadas desde hacía siglos. Jamás hubo dos casas tan ilustres separadas por su hostilidad tan letal. El origen de aquel odio parecía residir en las palabras de una antigua profecía: "Un augusto nombre sufrirá una terrible caída cuando, como el jinete en su caballo, la mortalidad de Metzengerstein triunfe sobre la inmortalidad de Berlifitzing".


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9 págs. / 16 minutos / 173 visitas.

Publicado el 10 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Cristo de la Calavera

Gustavo Adolfo Bécquer


Cuento


El rey de Castilla marchaba a la guerra de moros, y para combatir con los enemigos de la religión había apelado en son de guerra a todo lo más florido de la nobleza de sus reinos. Las silenciosas calles de Toledo resonaban noche y día con el marcial rumor de los atabales y los clarines, y ya en la morisca puerta de Visagra, ya en la de Valmardón o en la embocadura del antiguo puente de San Martín, no pasaba hora sin que se oyese el ronco grito de los centinelas anunciando la llegada de algún caballero que, precedido de su pendón señorial y seguido de jinetes y peones, venía a reunirse al grueso del ejército castellano.

El tiempo que faltaba para emprender el camino de la frontera y concluir de ordenar las huestes reales discurría en medio de fiestas públicas, lujosos convites y lucidos torneos, hasta que, llegada, al fin, la víspera del día señalado de antemano por su alteza para la salida del ejército, se dispuso un postrer sarao, con el que debieran terminar los regocijos.


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12 págs. / 21 minutos / 542 visitas.

Publicado el 19 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

A Través del Espejo y lo que Alicia Encontró Allí

Lewis Carroll


Cuento


Capítulo 1. La casa del espejo

Desde luego hay una cosa de la que estamos bien seguros y es que el gatito blanco no tuvo absolutamente nada que ver con todo este enredo... fue enteramente culpa del gatito negro. En efecto, durante el último cuarto de hora, la vieja gata había sometido al minino blanco a una operación de aseo bien rigurosa (y hay que reconocer que la estuvo aguantando bastante bien); así que está bien claro que no pudo éste ocasionar el percance.

La manera en que Dina les lavaba la cara a sus mininos sucedía de la siguiente manera: primero sujetaba firmemente a la víctima con un pata y luego le pasaba la otra por toda la cara, sólo que a contrapelo, empezando por la nariz: y en este preciso momento, como antes decía, estaba dedicada a fondo al gatito blanco, que se dejaba hacer casi sin moverse y aún intentando ronronear... sin duda porque pensaba que todo aquello se lo estarían haciendo por su bien.

Pero el gatito negro ya lo había despachado Dina antes aquella tarde y así fue como ocurrió que, mientras Alicia estaba acurrucada en el rincón de una gran butacona, hablando consigo misma entre dormida y despierta, aquel minino se había estado desquitando de los sinsabores sufridos, con las delicias de una gran partida de pelota a costa del ovillo de lana que Alicia había estado intentando devanar y que ahora había rodado tanto de un lado para otro que se había deshecho todo y corría, revuelto en nudos y marañas, por toda la alfombra de la chimenea, con el gatito en medio dando carreras tras su propio rabo.


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Publicado el 13 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Cuentos Completos

Mark Twain


Cuento


La célebre rana saltadora del condado de Calaveras

Para complacer la petición de un amigo que me escribía desde el este, fui a visitar al viejo Simon Wheeler, hombre amable y charlatán, a fin de pedirle noticias de un amigo de mi amigo, Leonidas W. Smiley. Tal había sido su petición, y he aquí el resultado. Tengo la vaga sospecha de que el tal Leonidas W. Smiley es un mito; de que mi amigo jamás conoció a tal personaje; y de que lo único que le movió a solicitarme aquel favor fue la conjetura de que, si yo preguntaba por él al viejo Wheeler, este se acordaría de cierto infame Jim Smiley y emprendería el relato mortalmente aburrido de los exasperantes recuerdos que de este tenía, un relato tan largo y tedioso como desprovisto de ningún interés para mí. Si esa fue su intención, lo logró plenamente.

Encontré a Simon Wheeler descabezando un confortable sueñecito al lado de la estufa del bar, en la desvencijada taberna del decadente campo minero de Angel, y pude apreciar que era gordo y calvo, con una expresión de agradable benevolencia y simplicidad pintada en su tranquila fisonomía. Se levantó y me dio los buenos días. Le expliqué que un amigo mío me había encargado que hiciera ciertas pesquisas acerca de un querido compañero de su niñez llamado Leonidas W. Smiley: el reverendo Leonidas W. Smiley, joven ministro evangelista que, según le habían dicho, había residido durante una temporada en el campamento de Angel. Añadí que, si podía contarme algo acerca de este reverendo Leonidas W. Smiley, le quedaría sumamente agradecido.


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995 págs. / 1 día, 5 horas, 2 minutos / 600 visitas.

Publicado el 13 de marzo de 2018 por Edu Robsy.

Discurso de Todos los Diablos

Francisco de Quevedo y Villegas


Cuento


Infierno enmendado o el entremetido y la dueña y el soplón

Discurso del chilindrón legítimo del enfado, ahora de don Francisco de Quevedo Villegas, caballero de la Orden de Santiago; y limpio de manchas de traslados y descuidos de impresores, y añadidas muchas cosas que faltaban.

Delantal del libro, y séase prólogo, o proemio quien quisiere

Estos primeros renglones, que suelen, como alabarderos de los discursos, ir delante haciendo lugar con sus lectores al hombro, píos, cándidos, benévolos o benignos, aquí descansan deste trabajo, y dejan de ser lacayos de molde y remudan el apellido, que por los menos es limpieza. Y a Dios y a ventura, sea vuesa merced quien fuere, que soy el primer prólogo sin tú y bien criado que se ha visto, o lea, u oiga leer. Éste es el discurso del Entremetido y la Dueña: si le pareciere que son una propia cosa, sea en buena hora; que ya sabemos que no hay entremetimiento sin dueña ni dueña sin entremetimiento. Ni se detenga vuesa merced en examinar qué género de animal es la triste figura de los estrados; y avergüéncese, pues en cosa tan menuda se atollan tan reverendas hopalandas y un grado tan iluminado y una barba tan rasa. Ésta es de mis obras la quinta demonia, como la quinta esencia.


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52 págs. / 1 hora, 31 minutos / 980 visitas.

Publicado el 14 de mayo de 2018 por Edu Robsy.

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