Al lector
Este cuento debió llevar por título «Segismundo o la vida es
sueño», pero luego elegí uno más breve, como para ser voceado en la
Puerta del Sol por vendedores afanosos, entre el ajetreo y la
balumba de todas las horas. «Un sueño», llamose, pues, a secas, y
con tan simple designación llega a ti, amigo mío, a hablarte de
cosas pretéritas que suelen tener un vago encanto…
Claro que no es un cuento histórico. Mi buena estrella me libre
de presumir tal cosa, ahora que tanto abundan los eruditos y los
sabios, a mí, que por gracia de Dios no seré erudito jamás, y que
sabio… no he acertado a serlo nunca.
Es, sí, un cuento de «ambiente histórico», como
diría un italiano. Lo que pasa en él, «pudo haber
sido».
Si hay contradicciones, si hay inexactitudes y errores, si esto
no se compadece con aquello, si lo de acá no concierta con lo de
allá, perdónamelo, amigo, pensando que Lope de Figueroa no ha
existido nunca; que todo fue un sueño, a ratos lógico, desmadejado
y absurdo a ratos, y que, como dijo el gran ingenio, a quien fui a
pedir un nombre para bautizar estas páginas, «los sueños…
¡sueños son!».
Amado Nervo
Capítulo 1. Lope de Figueroa, Platero
Cuando Su Majestad abrió los ojos, todavía presa de cierta
indecisión crepuscular que al despertarse había experimentado otras
veces, y que era como la ilusión de que flotaba entre dos vidas,
entre dos mundos, advirtió que la fina y vertical hebra de luz que
escapaba de las maderas de una ventana, era más pálida y más fina
que de ordinario.
Su Majestad estaba de tal suerte familiarizada con aquella hebra
de luz, que bien podía notar cosa tal. Por ella adivinaba a diario,
sin necesidad de extender negligentemente la mano hacia la
repetición que latía sobre la jaspeada malaquita de su mesa de
noche, la hora exacta de la mañana, y aun el tiempo que hacía.
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