In interiore hominis habitat veritas.
La verdad, habríame descorazonado tu carta, haciéndome temer por tu
porvenir, que es todo tu tesoro, si no creyese firmemente que esos
arrechuchos de desaliento suelen ser pasaderos, y no más que síntoma de
la conciencia que de la propia nada radical se tiene, conciencia de que
se cobra nuevas fuerzas para aspirar a serlo todo. No llegará muy lejos,
de seguro, quien nunca sienta cansancio.
De esa conciencia de tu poquedad recogerás arrestos para tender a
serlo todo. Arranca como de principio de tu vida interior del
reconocimiento, con pureza de intención, de tu pobreza cardinal de
espíritu, de tu miseria, y aspira a lo absoluto si en el relativo
quieres progresar.
No temo por ti. Sé que te volverán los generosos arranques y las altas ambiciones, y de ello me felicito y te felicito.
Me felicito y te felicito por ello, sí, porque una de las cosas que a
peor traer nos traen —en España sobre todo— es la sobra de codicia
unida a la falta de ambición. ¡Si pusiéramos en subir más alto el ahínco
que en no caer ponemos, y en adquirir más tanto mayor cuidado que en
conservar el peculio que heredamos! Por cavar en tierra y esconder en
ella el solo talento que se nos dio, temerosos del Señor que donde no
sembró siega y donde no esparció recoge, se nos quitará ese único
nuestro talento, para dárselo al que recibió más y supo acrecentarlos,
porque "«al que tuviere le será dado y tendrá aún más, y al que no
tuviere, hasta lo que tiene le será quitado»" (Mat., XXV). No seas
avaro, no dejes que la codicia ahogue a la ambición en ti; vale más que
en tu ansia por perseguir a cien pájaros que vuelan te broten alas, que
no el que estés en tierra con tu único pájaro en mano.
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