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La Sala Número Seis

Antón Chéjov


Novela corta


I

Hay dentro del recinto del hospital un pabelloncito rodeado por un verdadero bosque de arbustos y hierbas salvajes. El techo está cubierto de orín, la chimenea medio arruinada, y las gradas de la escalera podridas. Un paredón gris, coronado por una carda de clavos con las puntas hacia arriba, divide el pabellón del campo. En suma, el conjunto produce una triste impresión.

El interior resulta todavía más desagradable. El vestíbulo está obstruido por montones de objetos y utensilios del hospital: colchones, vestidos viejos, camisas desgarradas, botas y pantuflas en completo desorden, que exhalan un olor pesado y sofocante.

El guardián está casi siempre en el vestíbulo; es un veterano retirado; se llama Nikita. Tiene una cara de ebrio y cejas espesas que le dan un aire severo, y encendidas narices. No es hombre corpulento, antes algo pequeño y desmedrado, pero tiene sólidos puños. Pertenece a esa categoría de gentes sencillas, positivas, que obedecen sin reflexionar, enamoradas del orden y convencidas de que el orden sólo puede mantenerse a fuerza de puños. En nombre del orden, distribuye bofetadas a más y mejor entre los enfermos, y les descarga puñetazos en el pecho y por dondequiera.

Del vestíbulo se entra a una sala espaciosa y vasta. Las paredes están pintadas de azul, el techo ahumado, y las ventanas tienen rejas de hierro. El olor es tan desagradable que, en el primer momento cree uno encontrarse en una casa de fieras: huele a col, a chinches, a cera quemada y a yodoformo.

En esta sala hay unas camas clavadas al piso; en las camas—éstos, sentados; aquéllos, tendidos—hay unos hombres con batas azules y bonetes en la cabeza: son los locos.

Hay cinco: uno es noble, y los otros pertenecen a la burguesía humilde.


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Dominio público
60 págs. / 1 hora, 46 minutos / 1.917 visitas.

Publicado el 8 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

Dolores

Soledad Acosta de Samper


Novela corta


Parte primera

La nature est un drame avec des personnages

VÍCTOR HUGO

—¡Qué linda muchacha! —exclamó Antonio al ver pasar por la mitad de la plaza de la aldea de N*** algunas personas a caballo, que llegaban de una hacienda con el objeto de asistir a las fiestas del lugar, señaladas para el día siguiente.

Antonio González era mi condiscípulo y el amigo predilecto de mi

—Lo que más me admira —añadió Antonio, es la cutis tan blanca y el color tan suave, o como no se ven en estos climas ardientes.

Efectivamente, los negros ojos de Dolores y su cabellera de azabache hacían contraste con lo sonrosado de su tez y el carmín de sus labios.

—Es cierto lo que dice usted —exclamó mi padre que se hallaba a mi lado—, la cutis de Dolores no es natural en este clima… ¡Dios mío! —dijo con acento conmovido un momento después—, yo no había pensado en eso antes.

Antonio y yo no comprendimos la exclamación del anciano. Años después recordábamos la impresión que nos causó aquel temor vago, que nos pareció tan extraño.

Mi padre era el médico de N*** y en cualquier centro más civilizado se hubiera hecho notar por su ciencia práctica y su caridad. Al contrario de lo que generalmente sucede, él siempre había querido que yo siguiese su misma profesión, con la esperanza, decía, de que fuese un médico más ilustrado que él.

Hijo único, satisfecho con mi suerte, mimado por mi padre y muy querido por una numerosa parentela, siempre me había considerado muy feliz. Me hallaba entonces en N*** tan sólo de paso, arreglando algunos negocios para poder verificar pronto mi unión con una señorita a quien había conocido y amado en Bogotá.


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Dominio público
62 págs. / 1 hora, 48 minutos / 263 visitas.

Publicado el 3 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

La Novela de mi Amigo

Gabriel Miró


Novela corta


A la memoria del maestro Lorenzo Casanova


«Mis ojos han desfallecido de miseria.
Pobre soy yo y en trabajos desde mi juventud».

(Libro de los Salmos, LXXXVII)

I. Su infancia

Mi madre fue lavandera; mi padre, albañil. Tuve una hermanita que se llamaba Lucía. La vida de esta hermana puedo decir que se redujo al espanto de su muerte... Mi padre había salido a la faena; mi madre, a lavar en una acequia muy honda que pasaba cerca de nuestra casa. Lucita quedó a mi cuidado. Tenía yo diez años; ella no llegaba a tres; ¡qué digo tres: ni dos y medio! Jugamos con un gato largo y flaco, de piel de conejo de patio, manso, paciente por comodidad y egoísmo; cuando lo tomábamos guardaba sus viejas uñas y se fingía dormido. Después, jugamos a tiendas; es decir, era yo solo quien hacía de mercader y de criada que compraba azafrán, perejil, arroz, pimiento molido, cebollas, lentejas (fíjese en la humildad de nuestro comercio; y es que copiábamos en bromas las veras de lo que mercaba nuestra madre). Y Lucía, sentadita, con los ojos muy anchos... ¿Usted ha observado cómo miran los hermanitos a los hermanos grandes? ¡Qué admiración tan tierna y verdadera tienen esos ojos! Pues Lucita contemplaba mis manos y mi boca porque yo remedaba la voz, las falacias, los ademanes del abacero y la charla gritadora de las mujeres de su parroquia. Siendo tan chiquitina, demostraba saber su debilidad y menoría. Le pasmaba mi destreza para hacer cucuruchos de periódicos, y más que todo admiraba mi peso de cortezas de naranja... Pero también nos cansamos de las riendas. Entonces le dije si quería pan, porque yo tenía hambre. Busqué en la alacena. Y el pan era duro.

—Lo torraremos, ¿verdad? —le propuse—, y yo seré un hornero que cocería el pan que tú trajeses al horno, ¿quieres?


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Dominio público
63 págs. / 1 hora, 50 minutos / 101 visitas.

Publicado el 24 de julio de 2020 por Edu Robsy.

El Pozo del Yocci

Juana Manuela Gorriti


Novela corta


Noticia

A María Patrick

Cuando al escribir estas líneas, te las dediqué, Mary, lejos estaba de imaginar que cuando las publicara, traicionados los vínculos que nos unían, y la probidad del más noble de los sentimientos, esta dedicatoria había de ser para ti un sangriento reproche. Que Dios te perdone, Mary, como te perdona el corazón que destrozaste sin piedad.

I. El Abra de Tumbaya de Juana Manuela Gorriti

Mediaba el año de 1814. La libertad sudamericana había cumplido su primer lustro de existencia entre combates y victorias; era ya un hecho: tenía ejércitos guiados por heroicos paladines, y desde las orillas del Desaguadero, hasta la ciudadela de Tucumán, nuestro suelo era un vasto palenque, humeante, tumultuoso, ensangrentado, que el valor incansable de nuestros padres, disputaba palmo a palmo, al valor no menos incansable de sus opresores.

En aquel divorcio de un mundo nuevo, que quería vivir de su joven existencia, y de un modo añejo, que pretendía encadenarlo a la suya, decrépita y caduca; en ese inmenso desquiciamiento de creencias y de instituciones, todos los intereses estaban encontrados, los vínculos disueltos; y en el seno de las familias ardía la misma discordia que en los campos de batalla.

A los primeros ecos del clarín de mayo, los jóvenes habían corrido a alistarse bajo la bandera de los libres. Los viejos, apegados a sus tradiciones, volvían los ojos hacia España; y temiendo contaminarse al contacto del suelo rebelde que pisaban, recogían sus tesoros, y se alejaban desheredando a sus hijos insurgentes y dejándoles por único patrimonio una eterna maldición.

Vióseles a centenares, arrastrando consigo el resto de sus familias, vagar errantes, siguiendo los ejércitos realistas en sus peligrosas etapas al través de frígidos climas, o marcharse a la Península, dejándolas abandonadas entre hostiles pueblos del Alto Perú.


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Dominio público
63 págs. / 1 hora, 51 minutos / 156 visitas.

Publicado el 20 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

Noche al Raso

José María Roa Bárcena


Novela corta


Manuscrito hallado entre papeles viejos


Al conde de Bassoco

I

Cuando aún no había caminos de hierro entre nosotros, ni eran fáciles los medios de transporte, y el invento de Fulton solía verse anunciado, como si dijéramos en figura, por un par de bueyes soñolientos que más de una vez remplazaron a los cansados troncos de mulas en el tiro de carruajes; allá por los años de 1840, para acabar con esta perífrasis, venía de Orizaba a Puebla, con todo y la polvienta funda de manta, de rigor, un coche ocupado por los siguientes personajes:

Un procurador o agente de negocios, de enjuto y avinagrado rostro, de traje negro y algo mugriento, y cuyo desaliño, se sintetizaba, digámoslo así, en las enlutadas y largas uñas, parte integrante de los utensilios de su profesión; y que chocaban entonces, por no verse, como ahora, en las manos de los más atildados mancebos, y aun de las más bellas damas.

Un militar retirado, con una pierna de menos y muletas y dos o tres cicatrices demás; de los que en tiempo de la insurrección se batieron al lado de Rosains, o acompañaron en la cueva tradicional a don Guadalupe Victoria, fomentándole sus sueños de dicha doméstica y patriótica, cifrados, según lenguas mordaces, en casarse con una india de Guatemala y ser uno y otra coronados rey y reina de América, como entonces se decía.

Un aficionado a la pintura, que desde su juventud había sido almonedero en México, en la calle de la Canoa.

Por último, un hacendado actual, boticario retirado del oficio, con buenos pesos extraídos de la zarzaparrilla y la borraja; cuyo aspecto hacía recordar el ruibarbo, y cuya levita parecía haber probado muchos años atrás todos los ungüentos de la farmacia.


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Dominio público
64 págs. / 1 hora, 52 minutos / 99 visitas.

Publicado el 16 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Doña Berta

Leopoldo Alas "Clarín"


Novela corta


Capítulo 1

Hay un lugar en el Norte de España adonde no llegaron nunca ni los romanos ni los moros; y si doña Berta de Rondaliego, propietaria de este escondite verde y silencioso, supiera algo más de historia, juraría que jamás Agripa, ni Augusto, ni Muza, ni Tarick habían puesto la osada planta sobre el suelo, mullido siempre con tupida hierba fresca, jugosa, obscura, aterciopelada y reluciente, de aquel rincón suyo, todo suyo, sordo, como ella, a los rumores del mundo, empaquetado en verdura espesa de árboles infinitos y de lozanos prados, como ella lo está en franela amarilla, por culpa de sus achaques.

Pertenece el rincón de hojas y hierbas de doña Berta a la parroquia de Pie del Oro, concejo de Carreño, partido judicial de Gijón; y dentro de la parroquia se distingue el barrio de doña Berta con el nombre de Zaornín, y dentro del barrio se llama Susacasa la hondonada frondosa, en medio de la cual hay un gran prado que tiene por nombre Aren. Al extremo Noroeste del prado pasa un arroyo orlado de altos álamos, abedules y cónicos humeros de hoja obscura, que comienza a rodear en espiral el tronco desde el suelo, tropezando con la hierba y con las flores de las márgenes del agua.


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64 págs. / 1 hora, 53 minutos / 377 visitas.

Publicado el 17 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Julia

Ignacio Manuel Altamirano


Novela corta


La estrella del amor faltó a mi cielo
Juan Carlos Gómez

I

— A propósito de noches lluviosas, como ésta, debo decirte que me entristecen por una razón más de las que hay para que nublen el espíritu de los otros.

(Declamó esto hace pocas noches, mi amigo Julián, nombre tras el cual me permito esconder la personalidad de uno de nuestros más distinguidos generales).

— ¿Cuál es esa razón? —le pregunté.

— Vas a saberla —me respondió—. Es una historia que pertenece al tesoro de recuerdos de mi juventud; a ese archivo que nunca registramos sin emoción y sin pesar. No te encojas de hombros; por desgraciada que pueda haber sido tu juventud, las memorias que ella debe haberte dejado son gratas hoy para ti, lo aseguro. En la primavera de la vida, hasta las espinas florecen y hasta las penas tienen un sabor de felicidad. Ese es el tiempo en que baila delante del carro de la vida un cortejo de risueños fantasmas: el Amor con su dulce premio, la Fortuna con su corona de oro; la Gloria con su aureola de estrellas; la Verdad con su brillo de sol, como dice el poeta Schiller. Entonces, hasta los días negros tienen un rayo de luz; es la esperanza, amigo; la esperanza, que no suele alumbramos cuando llegamos a la edad madura sino como una estrella pronta a ocultarse en la parda nube de la vejez.

De mí sé decir que nunca evoco los recuerdos de aquellos años que se han ido, ¡ay!, tan pronto, sin experimentar un sentimiento de agradable tristeza, no de dolor ni de amargura, porque, francamente, como no puedo decir que soy desventurado del todo ahora, así como no puedo envanecerme de haber sido feliz cuando joven, no tengo derecho de hacer la exclamación de la Francesca del Dante. Siento, al recordar las historias de mi juventud, algo como el vago perfume que suele traemos la brisa al dirigir la última mirada a los jardines de que nos alejamos.


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Dominio público
65 págs. / 1 hora, 53 minutos / 733 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Media Naranja

José Alcalá Galiano


Novela corta


Capítulo 1

— Confiesa que te quejas de vicio, querida Clara. Con tus veintiocho años de edad, tu hermosura, tu independencia de viuda, tus ochenta mil duros de renta y tus ochenta mil adoradores, con este precioso palacito, tus carruajes, tu elegancia y tu fama, no hay derecho á quejarse de la vida y venir con esos argumentos traidos por los cabellos, y con esas románticas declamaciones, á quererme probar que eres desgraciada. ¡Já, já! ¡Desgraciada tú! ¡Que lo dijera yo!… ¡Pero tú!…

— Qué quieres: pues lo soy, y mucho. Hay momentos en que me cambiaria por ti, y eso que me estás siempre queriendo convencer de que eres la más infeliz de las mujeres.

— Es que yo lo soy de veras. Yo soy pobre y tú no sabes lo que esta palabra significa cuando se tienen mis veinticinco años, algunas pretensiones y ambición de brillar en el mundo. Tú no sabes lo que es creerse guapa y encontrarse pobre; ver que el bolsillo no responde á las exigencias del espejo.

— Yo he sido pobre, Emilia, y sin embargo, te lo juro, hay veces que cambiaria esta riqueza por la modesta posición que tenía ántes de casarme.

— Que te quejases de casada, lo comprendo. Cuando te casaron eras casi una niña y no habias tenido ocasión de conocer el mundo, sus encantos y sus exigencias. Saliste de un colegio, y á los catorce años recien cumplidos te casaron con un viejo de sesenta. Tú, sin voluntad ni experiencia, te dejaste seducir y convencer, y fuiste [ pág. ]al altar como una oveja al matadero. Cuando pudiste abrir los ojos habias caido ya en las redes; cuando pudiste medir la trascendencia del paso que habias dado y el término á que conducia aquel camino de oro por donde tu marido en su opulencia te llevaba, ya era tarde: eras víctima, eras esclava, y no te quedaba más que resignarte; pero después…


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65 págs. / 1 hora, 54 minutos / 276 visitas.

Publicado el 17 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Mala Cuna y Mala Fosa

Silverio Lanza


Novela corta


Advertencia

He procurado desfigurar esta novela lo menos que me ha sido posible. Sin embargo, suprimo algunos párrafos y frases, y cambio varios nombres propios.

El editor:

J. B. A.

Dedicatoria

Dedico este cuentecito al cadáver que ocupa el primer lugar de la fosa núm. ... del patio de... en el Cementerio general del Sur de Madrid.

El autor.

Síntesis

7 de noviembre de 1879


A ver... una que cante.

—Ama...

—Señá Virginia, una que cante.

—A ver... esa tísica.

—¡Juanita!...

—¡Sarasa!

—¡Ole, por la Juana!

—A ver... a cantar.

—Vaya una salivilla.

—Eso es un esputo.

—¡Silencio!...

Juana cantando:


Soy lo mismo que la piedra
en el medio de la calle;
toda la gente la pisa
y no se queja de nadie.


Fin de la sínesis

Pergaminos, ejecutorias, títulos de infamia, et sic de caeteris

Con un capitán de caballería que, al decir de algunos, ha llegado hasta el extremo de pegarle a la pobre señora.

Pedro Antonio de Alarcón


¡Oh! Los capitanes... ¡ah!...

Tres estrellas en el cielo fijan la posición de su observador. Tres estrellas en una manga fijan la posición de quien las lleva. Un capitán siempre es un capitán.

La madre... pues bien... era madre. Tenía la mayor honra y la mayor desgracia de la mujer. Por serlo era digna de respeto.


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Dominio público
66 págs. / 1 hora, 55 minutos / 98 visitas.

Publicado el 13 de enero de 2022 por Edu Robsy.

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