Textos más cortos publicados por Edu Robsy etiquetados como Novela corta disponibles | pág. 9

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Las Dos Doncellas

Miguel de Cervantes Saavedra


Novela corta


Cinco leguas de la ciudad de Sevilla, está un lugar que se llama Castiblanco; y, en uno de muchos mesones que tiene, a la hora que anochecía, entró un caminante sobre un hermoso cuartago, estranjero. No traía criado alguno, y, sin esperar que le tuviesen el estribo, se arrojó de la silla con gran ligereza.

Acudió luego el huésped, que era hombre diligente y de recado; mas no fue tan presto que no estuviese ya el caminante sentado en un poyo que en el portal había, desabrochándose muy apriesa los botones del pecho, y luego dejó caer los brazos a una y a otra parte, dando manifiesto indicio de desmayarse. La huéspeda, que era caritativa, se llegó a él, y, rociándole con agua el rostro, le hizo volver en su acuerdo, y él, dando muestras que le había pesado de que así le hubiesen visto, se volvió a abrochar, pidiendo que le diesen luego un aposento donde se recogiese, y que, si fuese posible, fuese solo.

Díjole la huéspeda que no había más de uno en toda la casa, y que tenía dos camas, y que era forzoso, si algún huésped acudiese, acomodarle en la una. A lo cual respondió el caminante que él pagaría los dos lechos, viniese o no huésped alguno; y, sacando un escudo de oro, se le dio a la huéspeda, con condición que a nadie diese el lecho vacío.

No se descontentó la huéspeda de la paga; antes, se ofreció de hacer lo que le pedía, aunque el mismo deán de Sevilla llegase aquella noche a su casa. Preguntóle si quería cenar, y respondió que no; mas que sólo quería que se tuviese gran cuidado con su cuartago. Pidió la llave del aposento, y, llevando consigo unas bolsas grandes de cuero, se entró en él y cerró tras sí la puerta con llave, y aun, a lo que después pareció, arrimó a ella dos sillas.


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46 págs. / 1 hora, 21 minutos / 384 visitas.

Publicado el 21 de abril de 2016 por Edu Robsy.

Amores de Antón Hernando

Gabriel Miró


Novela corta


I

Parece que quien escribe o cuenta de su vida, necesariamente ha de decirnos las maravillas del héroe, la excelsitud del genio, la destreza del pejenicolao o los donaires y travesuras de un Don Pablo...

Yo no he de asombraros por mis audacias, ni cegar vuestro entendimiento con las lumbres del mío, ni quiero que se me tenga por pícaro, gracioso y desenvuelto.

Empiezo confesando que mi nombre es el de Antonio, y mi linaje el de Hernando, de los ricos labradores de La Mancha, humildes y temerosos de Dios. Mis padres, por llaneza y poco cuidado en imaginar, no lo tuvieron de adornarme con nombre, que, delante de Hernando, calificase el apellido y aun entrambos se diesen pompa quimérica y resonancia. Pusiéranme Gerardo, Guillermo, Galileo —de la inicial G noble entre todas—, o Alejandro, Augusto, Alberto —aun de la misma A tan principal y de sencilla elegancia—, o Cayo, Castor, Carlos —de la C, letra romántica y gentil— y al oírlo o leerlo me imaginaríais con más agrado o presunción de lances estupendos.

Yo soy moreno como el pan de las familias pobres; soy alto y desmañado; y hay en las líneas de mis facciones algo como una duda o vacilación entre el europeo y cualquier hijo de raza oriental.


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Dominio público
46 págs. / 1 hora, 21 minutos / 131 visitas.

Publicado el 28 de julio de 2020 por Edu Robsy.

Además del Frac

Felipe Trigo


Novela corta


Al buen amigo, al buen poeta Joaquín Alcaide de Zafra

I

Fumaba un magnífico cigarro, rubio y esquinoso y escogido, de quince centímetros. Estiróse el marsellés y el pantalón de punto, se inclinó ligeramente más hacia la izquierda, el cordobés y siguió para el casino. El caballo se lo llevaría Froilán a cosa de las once.

Era hermosa la mañana. Al sol, en la puerta del casino, estaban ya fumando y discutiendo Badillo, Cartujano, el secretario, el boticario, Pangolín y Atanasio Mataburros. José de San José llegó y tomó su silla. Por un rato escuchó, golpeándose las espuelas con la fusta. Sonreía. No sólo advirtió que Cartujano, con la presencia de él, tomaba vuelos, sino que pudo asimismo advertir de qué manera, por respeto a él, los demás cedían un tanto en su alborotada oposición de democracias.

¡Coile! ¡Nada menos que peroraba hoy de socialismo este Badillo! ¡Qué barbaridad!

José de San José, aunque le notó ante él desconcertado, le dejó disparatar un cuarto de hora. Luego le atajó:

—Hombre, Badillo... ¡no sea usted criatura! ¡Los hombres serán siempre como son! ¡Distintos, desiguales... unos tuertos y otros ciegos, unos buenos y otros malos!... En la Historia no hay otro caso de intento social igualitario, de amor libre, sobre todo, que el de los mormones... y... ¡ya ve usted!

—¿Qué?

—¡Que... nada! ¡Que va ve usted!

No veía nada Badillo, aunque se quedó con los ojos y la boca muy abiertos.

José de San José comprendió que no habrían oído nunca, ni Badillo ni ninguno de estos otros desgraciados, hablar de los mormones. Él tampoco estaba fuerte acerca de la vida y los designios de tal secta; pero había leído de ellos algo, ayer, en una ilustración, y era lo bastante...


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Dominio público
46 págs. / 1 hora, 22 minutos / 177 visitas.

Publicado el 10 de abril de 2019 por Edu Robsy.

Lucía Miranda

Rosa Guerra


Novela corta


Advertencia

Voy a complacer al pedido del público dando a la prensa mi novela LUCÍA MIRANDA. Ella fue escrita para un certamen en el Ateneo del Plata; pero como este no tuvo lugar, mi trabajo quedó sepultado en el olvido.

No pasa de ser una novelita escrita en los ocios de quince días; era el tiempo que mediaba de un certamen a otro. No obstante, deseando saber la opinión de uno de nuestros mejores novelistas, se la envié; su contestación, que me honra altamente, irá al frente de mi novela en forma de prólogo.

Señorita Da Rosa Guerra

Señorita:

Tuve el disgusto de recibir su carta y su manuscrito en los momentos que subía al carruaje para ir al campo, y esto disculpa mi impolítica de no haberla contestado.

Le remito ahora su precioso trabajo «Lucía Miranda», después de haberlo saboreado con toda mi atención, y si Vd. quiere aceptar mi elogio, puedo a Vd. repetir que es una de las producciones de nuestra literatura, que más gusto me haya causado. Encontrará Vd. algunos párrafos marcados por mí, que a mi juicio merecerían una reforma, no porque sean malos, sino porque no son tan bellos como los que figuran en el texto de la obra. Es una lectura a dos florones, como dicen los franceses: me parece que Vd. sería de mi opinión, y entonces creo completaría Vd. su trabajo, digno de su talento y de la bella literatura argentina. Encuentro en el carácter de Lucía un encanto que siento poco por las perfecciones de ese género; pero ha puesto Vd. tanto corazón y tanta poesía en esa mujer, que me la ha hecho Vd. amar por fuerza.

En ninguna creación, a excepción de Julieta y Romeo de Shakespeare, he encontrado más dulce poesía de amor, que entre los dos esposos de su novela; ella no es común entre dos seres, y será por eso tal vez que me ha seducido tanto.


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47 págs. / 1 hora, 22 minutos / 296 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

La Última Fada

Emilia Pardo Bazán


Novela corta


Capítulo 1

Cuando Tristán de Leonís, Caballero de la Tabla redonda, e Iseo la Morena, reina del país de Cornualla, hubieron exhalado a un tiempo el último suspiro (siendo muy ardua faena el desenlazar sus cuerpos estrechamente abrazados), al pie de un espino cubierto el año todo de blanca flor, en las landas de Bretaña, país de encantamiento, se celebró un conciliábulo de fadas para tratar de la suerte del hijo que habían dejado los dos amantes.

No vierais, por cierto, cosa más linda que el tal espino. La albura que cubría enteramente sus ramas estaba rafagueada de un rosa muy sutil, y el viento, al agitar su follaje, hacía caer una lluvia de pétalos siempre olorosos. No era un arbusto, sino un árbol grande, y su mole de plata parecía que alumbraba todo el bosque, el cual se extendía casi una legua en derredor. Y le tenían miedo los labriegos a aquel bosque, sabiendo que lo poblaban trasgos y brujas, y, sobre todo, que en el grueso tronco del espino se hallaba preso nada menos que el sabio Merlín, protobrujo y mago en jefe.

Contábase que le había encerrado en tal cárcel su discípula y amada Bibiana, a quien el brujo, senilmente enamorado, dio cierto y que se sirvió de él para jugarle una mala pasada. Las crónicas, que no entienden de achaques del corazón, aseguran que Bibiana sufrió, al encerrar a Merlín, una equivocación fatal, de la cual le pesó mucho, y bien quisiera deshacerlo; mas yo os digo que las largas guedejas, más blancas que las flores del espino, de Merlín, no atraían a la maga, y al darle prisión, quiso librarse del peso y enojo de sus ternezas tardías.


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Dominio público
47 págs. / 1 hora, 22 minutos / 163 visitas.

Publicado el 8 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Juan Vulgar

Jacinto Octavio Picón


Novela corta


I

Tiene, al comenzar este verídico relato, diecisiete años. Su infancia ha sido la de casi todos los muchachos de pueblo. Nunca estuvo para él la fruta demasiado alta, ni logró su abuela esconder las golosinas en sitio que no descubriera, ni había en la comarca perro que no le temiese. A pedradas turbaba él sosiego de los pájaros ocultos en las frondas, y entre burlas y veras, con sus requiebros, traía desasosegados los corazones de las mozas. Más de una cuando él a la fuente se acercaba, fingió que no podía con el cántaro para que Juan la ayudase a levantarlo, mientras otra, dejándole ver los remangados brazos, alzaba vigorosamente el suyo, como dándole a entender cuán apretado lazo formaría con ellos en torno de su cuello.


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Dominio público
47 págs. / 1 hora, 22 minutos / 154 visitas.

Publicado el 16 de abril de 2019 por Edu Robsy.

Lo Irreparable

Felipe Trigo


Novela corta


I

Athenógenes Aranguren de Aragón entró.

No era un juez como cualquiera. Ni por el nombre, que ya tenía en sí mismo una marca de rareza, ni por su traza y su traje. Joven, muy guapo, listo. Y fino y exageradamente elegante como un goma de Madrid.

Juez y todo, por sus años, que llegaban mal a veintisiete, habíase relacionado en la ciudad, tan pronto como llegó, con muchachos de buen tono. Con unos que tenían automóviles, con otros que tenían coches, y con otros, en fin, que tenían al menos bicicletas y caballos. Era conservador.

Al verle se le hizo sitio en el corro de la estufa. Los más humildes callaron. Los más selectos dirigiéronle sonrisas y afables acogimientos. Porque sobre estos muchachos ricos de los coches y los galgos, tenía Athenógenes, que ya había sido por tradición de su familia un gran sportsman en León, el prestigio de su talento y su carrera.

— ¡Hola! ¿Qué?

— ¿Qué hay? — ¿Qué se sabe en el Juzgado?

— ¿Qué se cuenta del Pernales?

— ¿Nuevas noticias?

— ¡Atiza esa estufa, Quintín!

El bello juez, rubio, que traía esta noche brillantes en la corbata y americana de cinta, sacó primero una larga cajetilla de cigarros color té, brindó, encendió luciendo su preciosa fosforera, y púsose en seguida a contar lo que sabía de los bandidos. El Pernales y el Chato de Mairena continuaban por tierras de Arahal; y lo de los otros tres de la dispersa banda, que se habrían corrido a Extremadura, según la Prensa, era incierto. Belloteros, puestos en fuga por los guardias al pie de Almendralejo, los que habían dado lugar a tal alarma. Belloteros. Es decir, rúrales raterillos, ladrones de bellotas.


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Dominio público
47 págs. / 1 hora, 23 minutos / 53 visitas.

Publicado el 2 de septiembre de 2023 por Edu Robsy.

La Palma Rota

Gabriel Miró


Novela corta


I

—¿Llora usted, maestro? —decía bromeando con dulzura don Luis, el viejo ingeniero, a Gráez, el viejo músico, pálido y descarnado por enfermedades y pesadumbres.

—¡Oh, no es para tanto! —repuso irónico un abogado muy pulido y miope, con lentes de oro de mucho resplandor.

—¡Yo no sé si lloraba... pero estas páginas resuenan en mi alma como una sinfonía de Beethoven!

Y luego el músico, pasando de la suavidad a la aspereza, volviose y dijo al de los espejuelos:

—¡Que no es para tanto! ¡Qué saben ustedes los que viven y sienten con falsilla!

Y Gráez acomodose en su butaca para seguir leyendo. Tenía en sus manos un libro de blancas cubiertas: Las sierras y las almas; y encima estaba con trazos de carmín el nombre de su autor: Aurelio Guzmán.

¡Nos lo va a proclamar genio; y eso le falta a Guzmán!

¿Tan orgullosa es esa criatura? —preguntó Luisa, que atendía silenciosa enfrente de Gráez.

—Ustedes le conocen mucho. Ha sido compañero de su hermano.

—Apenas nos vemos. ¿Cuánto tiempo hace que no entra en esta casa, Luisa? —preguntó el padre.

—¡Oh, no recuerdo!

—Ni a ninguna —añadió el de los lentes.

—¿No son las águilas amigas de la soledad?

El abogado sonrió levemente como significando: ¡nos resignaremos a que Guzmán sea águila y todo lo que le plazca a este señor!

—¡Bendito sea el que resucita lo bello a la ancianidad y le mueve a amar el mismo dolor! —murmuró Gráez, y dejó salir gozosamente su mirada a los campos.


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Dominio público
48 págs. / 1 hora, 24 minutos / 94 visitas.

Publicado el 24 de julio de 2020 por Edu Robsy.

Mi Media Naranja

Felipe Trigo


Novela corta


Primera parte

I

Como el otro, yo quisiera poder ser:


entre señores, señor,
y allá entre los reyes, rey.
 

Mas no puedo.

Comprendo que siempre me falta ó me sobra algo para estar adecuadamente entre las gentes.

Aquí, por ejemplo, delante de mi novia, delante de mi Inés.

¿Me sobra? ¿Me falta?

No lo sé.

Probablemente, ambas cosas á un tiempo.

Me falta un poco de vergüenza, y me sobra este ansioso pensar en mí... señora de esta noche.

Tengo prisa. Tengo verdadera impaciencia por oir las siete y porque se acabe este té. Un coche. Jala me estará esperando. Estará encendida la chimenea de leña en mi salón, y la mesa.

Me distraigo. Háblame mi novia, y pienso en Jala.

Jala debe de estar allí desde hace media hora. La mesa y la lumbre, elegantísima, alzadas quizá las sedas de sus faldas para calentarse mejor los pies tendidos hacia el fuego. Juraría que se aburre, que bosteza, y que está tirada atrás en el respaldo, sin haberse quitado aún la suelta capa turca, color fresa... ¡Cómo sabe que es rubia, la ladrona!

—¡Toma! ¡de coco!

—¿Qué?

—¡De coco!... ¡Y pan racional!... ¿Quieres manteca?

—No, gracias, Inés.

Casi tan rubia como Inés.

La pobre Inés no sabe, no podrá saber nunca por qué tomo el té esta noche, lo mismo que tantas otras noches, sin galletas, sin manteca y sin el pan racional.

A fin de que no advierta mi preocupación, hablo con su padre y con los amigos. Además, me he sentado en frente del reloj, aun á trueque de que me vaya tostando la espalda el aire de esta estufa.

—Sí, sí, señores... á mí me parecería también peor la dictadura del rojo fanatismo.

—¿Peor que cuál, querido Aurelio?

—Peor que el otro... que el blanco, que el negro, padre Garcés. Peor que el de ustedes.


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Dominio público
48 págs. / 1 hora, 25 minutos / 178 visitas.

Publicado el 13 de abril de 2019 por Edu Robsy.

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