Prólogo
Andábame, cierta ociosa tarde, dedicado a la busca y caza de
cualquier volumen de valía, en miserable baratillo de libros de viejo,
cuando, revolviendo empolvadas revistas, del año de la nanita a no
dudar, apiladas en un óstugo poco visible, mis manos tropezaron con dos
libretas atadas juntamente por tosco bramante. Ostentaba la una tapas de
hule negro y estaba forrada la otra con risueña cretona de llamativos
colorines, entre los que predominaba el tono rosa.
Quitéles la atadura y vi, sorprendido, que eran dos manuscritos,
de letra varonil el de cubierta de hule y escrito con caracteres
femeninos él forrado de cretona. Los hojeé y pude cerciórame que
contenían las dianas confesiones de dos corazones que, aunque
distanciados por hados adversos, latieron próximos.
No necesité más para entregar al modesto librero las dos
pesetillas que me exigió por la venta y marché a mi casa, con mi
hallazgo bajo el brazo, más contento que unas pascuas.
Ya en mi despacho, leí reposadamente ambos cuadernos y comprendí
que, mal o bien, con ellos podía formarse una novela, sin más trabajo
que entremezclar las anotaciones de uno y otro Diario para que
apareciesen por rigoroso orden cronológico. Así corno así, las dos
Memorias se complementaban y esclarecían.
Puse manos a la tarea, que quedó reducida a una labor de
ordenación y copia, y juzgando inútil la indicación en cada apuntamiento
de si procedía de la libreta de él o de la de ella, ya que por su
redacción o contexto el lector menos avisado habría de deducirlo, no me cuidé de consignar esta procedencia.
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