Textos por orden alfabético publicados por Edu Robsy etiquetados como Novela | pág. 33

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editor: Edu Robsy etiqueta: Novela


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El Señor Bergeret en París

Anatole France


Novela


I

Mientras el señor Bergeret tomaba su frugal cena, tenía a sus pies a Riquet echado sobre un almohadón. El alma de Riquet era religiosa; tributaba al hombre honores divinos y juzgaba magnánimo y poderoso a su dueño; pero, sobre todo al verle sentado a la mesa, reconocía la magnanimidad y el poder soberanos del señor Bergeret, porque si bien todos los alimentos eran para él agradables y preciosos, en particular el alimento humano parecíale augusto. Veneraba el comedor como si fuera un templo, y la mesa del comedor, como un altar. Mientras comía su dueño, Riquet aguardaba inmóvil y silencioso a sus pies.

—¡Mire qué pollito tan bien cebado! —advirtió la anciana Angélica al dejar la fuente sobre la mesa.

—Hágame el favor de trincharlo —dijo el señor Bergeret, poco diestro en el manejo de las armas e incapaz de hacer las veces de escudero trinchante.

—Con mucho gusto —afirmó Angélica—; pero no es a las mujeres, sino a los hombres, a quienes corresponde trinchar las aves.

—Yo no sé trinchar.

—El señor debiera saber.


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Dominio público
168 págs. / 4 horas, 55 minutos / 403 visitas.

Publicado el 23 de febrero de 2019 por Edu Robsy.

El Señor de Bembibre

Enrique Gil y Carrasco


Novela


CAPÍTULO I

En una tarde de Mayo de uno de los primeros años del siglo XIV, volvían de la feria de San Marcos de Cacabelos, tres al parecer criados de alguno de los grandes señores que entonces se repartían el dominio del Bierzo. El uno de ellos, como de cincuenta y seis años de edad, montaba una jaca gallega de estampa poco aventajada, pero que a tiro de ballesta descubría la robustez y resistencia propias para los ejercicios venatorios, y en el puño izquierdo cubierto con su guante llevaba un neblí encaperuzado. Registrando ambas orillas del camino, pero atento a su voz y señales, iba un sabueso de hermosa raza. Este hombre tenía un cuerpo enjuto y flexible, una fisonomía viva y atezada y en todo su porte y movimientos revelaba su ocupación y oficio de montero.

Frisaba el segundo en los treinta y seis años y era el reverso de la medalla, pues a una fisonomía abultada y de poquísima expresión, reunía un cuerpo macizo y pesado, cuyos contornos de suyos poco airosos, comenzaba a borrar la obesidad. El aire de presunción con que manejaba un soberbio potro andaluz en que iba caballero, y la precisión con que le obligaba a todo género de movimientos, le daban a conocer como picador o palafrenero. Y el tercero, por último, que montaba un buen caballo de guerra e iba un poco más lujosamente ataviado, era un mozo de presencia muy agradable, de gran soltura y despejo, de fisonomía un tanto maliciosa y en la flor de sus años. Cualquiera le hubiera señalado sin dudar por escudero o paje de lanza de algún señor principal.

Llevaban los tres conversación muy tirada, y como era natural, hablaban de las cosas de sus respectivos amos elogiándolos a menudo y entreverando las alabanzas con su capa correspondiente de murmuración:


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356 págs. / 10 horas, 23 minutos / 268 visitas.

Publicado el 14 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

El Señorito Octavio

Armando Palacio Valdés


Novela


I. Despierta el héroe

Ni las ventanas cerradas con todo esmero, ni las sendas cortinas que sobre ellas se extendían, eran dique suficiente para la luz, que vergonzantemente se colaba por los intersticios de las unas y la urdimbre de las otras. Pero esta luz apenas tenía fuerza para mostrar tímidamente los contornos de los objetos más próximos á las cortinas. Los que se hallaban un poco lejanos gozaban todavía de una completa y dulce oscuridad. Las tinieblas, desde el medio de la estancia, atajaban el paso á la luz, riéndose de sus inútiles esfuerzos.

Hé aquí los objetos que se veían ó se vislumbraban en la estancia. Apoyado en la pared de la derecha y cercano al hueco de la ventana, un armario antiguo, que debió ser barnizado recientemente, á juzgar por la prisa con que devolvía en vivos reflejos los tenues rayos de luz que sobre él caían. Enfrente, y cerca de la otra ventana, un tocador de madera sin barnizar, al gusto modernísimo, de esos que se compran en los bazares de Madrid por poco dinero. No muy lejos del tocador, una silla forrada de reps, sobre la cual descansaban hacinadas varias prendas de vestir, masculinas. Hasta el instante de dar comienzo esta verídica historia, nada más se veía. Esperemos.


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Dominio público
209 págs. / 6 horas, 6 minutos / 491 visitas.

Publicado el 21 de septiembre de 2017 por Edu Robsy.

El Signo de los Cuatro

Arthur Conan Doyle


Novela


Capítulo I. La ciencia del razonamiento deductivo

Sherlock Holmes cogió el frasco de la esquina de la repisa de la chimenea y sacó la jeringuilla hipodérmica de su elegante estuche de tafilete. Ajustó la delicada aguja con sus largos, blancos y nerviosos dedos y se remangó la manga izquierda de la camisa. Durante unos momentos, sus ojos pensativos se posaron en el fibroso antebrazo y en la muñeca, marcados por las cicatrices de innumerables pinchazos. Por último, clavó la afilada punta, apretó el minúsculo émbolo y se echó hacia atrás, hundiéndose en la butaca tapizada de terciopelo con un largo suspiro de satisfacción.

Yo llevaba muchos meses presenciando esta escena tres veces al día, pero la costumbre no había logrado que mi mente la aceptara. Por el contrario, cada día me irritaba más contemplarla, y todas las noches me remordía la conciencia al pensar que me faltaba valor para protestar. Una y otra vez me hacía el propósito de decir lo que pensaba del asunto, pero había algo en los modales fríos y despreocupados de mi compañero que lo convertía en el último hombre con el que uno querría tomarse algo parecido a una libertad. Su enorme talento, su actitud dominante y la experiencia que yo tenía de sus muchas y extraordinarias cualidades me impedían decidirme a enfrentarme con él.

Sin embargo, aquella tarde, tal vez a causa del beaune que había bebido en la comida, o tal vez por la irritación adicional que me produjo lo descarado de su conducta, sentí de pronto que ya no podía aguantar más.

—¿Qué ha sido hoy? —pregunté—. ¿Morfina o cocaína? Holmes levantó con languidez la mirada del viejo volumen de caracteres góticos que acababa de abrir.

—Cocaína —dijo—, disuelta al siete por ciento. ¿Le apetece probarla?


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135 págs. / 3 horas, 57 minutos / 125 visitas.

Publicado el 26 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

El Sillón Maldito

Gastón Leroux


Novela


I. La muerte de un héroe

—¡Menudo trago va a pasar!

—Desde luego, pero dicen que es un hombre que no se asusta de nada…

—¿Tiene hijos?

—No, ¡y es viudo!

—¡Tanto mejor!

—Bueno, en cualquier caso hay que confiar en que no morirá… ¡Pero apresurémonos!

Al oír esos fúnebres propósitos, Gaspard Lalouette —un hombre honrado, marchante de cuadros y de antigüedades establecido desde hace diez años en la calle Lafitte, y que ese día se paseaba por el quai Voltaire, examinando los escaparates de los vendedores de grabados antiguos y de chamarilería— alzó la cabeza…

En ese mismo momento lo empujó suavemente en la estrecha acera un grupo de tres jóvenes tocados con la boina de estudiante que acababan de salir de la esquina de la calle Bonaparte y que, sin dejar de hablar, no se molestaron siquiera en disculparse.

Gaspard Lalouette, por temor a involucrarse en un infame altercado, se tragó el mal humor que sintió ante semejante falta de educación, y pensó que los jóvenes iban corriendo a asistir a algún duelo, sin ocultar su temor por el desenlace fatal.

Y volvió a considerar con atención un cofrecillo estampado con flores de lis que supuestamente databa de San Luis y había podido contener el salterio de Blanca de Castilla. Fue entonces cuando una voz, detrás de él, dijo:

—¡Se mire como se mire, es un hombre verdaderamente valiente!

Y otra contestó:

—¡Se dice que ha dado tres veces la vuelta al mundo!… Pero a decir verdad, no me cambiaría con él. ¡Mientras no lleguemos tarde!

Lalouette se volvió. Los que pasaban eran dos ancianos, camino del Instituto, apretando el paso.


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155 págs. / 4 horas, 32 minutos / 167 visitas.

Publicado el 21 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Sitio de Sebastopol

León Tolstói


Novela


DICIEMBRE DE 1854.

El crepúsculo matutino colorea el horizonte hacia el monte, Sapun; la superficie del mar, azul obscura, va, surgiendo de entre las sombras, de la noche y sólo espera el primer rayo de sol para cabrillear alegremente; de la bahía, cubierta de brumas, viene frescachón el viento; no se ve ni un copo de nieve; la tierra está negruzca, pero, la escarcha hiere el rostro y cruje bajo los pies. Sólo el incesante rumor de las olas, interrumpido a intervalos por el estampido sordo del cañón, turba la calma del amanecer.

En los buques de guerra todo permanece en silencio. El reloj de arena acaba de marcar las ocho, y hacia el Norte la actividad del día reemplaza poco a poco a la calma de la noche. Aquí, un pelotón de soldados que va a relevar a los centinelas; oyese el ruido metálico de sus fusiles; un médico, que se dirige apresuradamente hacia su hospital; un soldado que se desliza fuera de su choza para lavarse con agua helada el rostro curtido, y vuelta la faz a Oriente reza su oración, acompañada de rápidas persignaciones. Allá, enorme y pesado furgón de crujientes ruedas, tirado por dos camellos, llega al cementerio donde recibirán sepultura los muertos que, apilados, llenan el vehículo. Al pasar por el puerto, produce desagradable sorpresa la mezcla de olores; huele a carbón de piedra, a estiércol, a humedad, a carne muerta.

Mil y mil objetos varios; madera, harina, gaviones, carne, vense arrojados en montón por todas partes.

Soldados de diferentes regimientos, unos con fusiles y morrales, otros sin morrales ni fusiles, agólpanse en tropel, fuman, discuten y transportan los fardos al vapor atracado junto al puente de tablas y próximo a zarpar. Botes y lanchas particulares llenos de gente de todas clases, soldados, marinos, vendedores y mujeres, abordan al desembarcadero y desatracan de él sin cesar.


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125 págs. / 3 horas, 40 minutos / 119 visitas.

Publicado el 5 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Soberbio Orinoco

Julio Verne


Novela


Volumen I

I. Miguel y sus dos colegas

—Verdaderamente, no hay motivo para que esta discusión no termine —dijo Miguel, que procuraba interponerse entre los dos ardientes contrarios.

—Pues bien, no acabará —respondió Felipe—, al menos por el sacrificio de mi opinión a la de Varinas.

—Ni por el abandono de mis ideas en provecho de Felipe —replicó Varinas.

Desde hacía tres horas, los dos testarudos sabios disputaban, sin ceder un ápice, sobre la cuestión del Orinoco. Este célebre río del Sur de América, principal arteria de Venezuela, ¿se dirigía en su curso superior de Este a Oeste, como los mapas más recientes indicaban, o venía del Suroeste, y en este caso, el Guaviare o el Atabapo no debían ser considerados como afluentes?

—Es el Atabapo el que es el Orinoco —afirmaba enérgicamente Felipe.

—Es el Atabapo —afirmaba enérgicamente Felipe.

—Es el Guaviare —afirmaba con no menos energía Varinas.

La opinión de Miguel era la que han adoptado los modernos geógrafos. Según éstos, los manantiales del Orinoco están situados en la parte de Venezuela que confina con el Brasil y con la Guayana inglesa, de forma que este río es venezolano en todo su recorrido.

Pero en vano Miguel procuraba convencer a sus dos amigos, que además no estaban conformes en otro punto no menos importante.

—No —repetía el uno—. El Orinoco nace en los Andes colombianos, y el Guaviare, que pretende usted que es un afluente, es todo el Orinoco: colombiano en su curso superior, venezolano en su curso inferior.

—¡Error! —aseguraba el otro—. El Atabapo es el Orinoco y no el Guaviare.

—¡Eh, amigos míos! —respondió Miguel—. Prefiero creer que tal río, uno de los más hermosos de América, no riega más país que el nuestro.


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329 págs. / 9 horas, 37 minutos / 216 visitas.

Publicado el 14 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Sochantre de mi Pueblo

Ginés Alberola


Novela


I

Limpia como los chorros del agua y madrugadora como las alondras del campo, Isabel, de antiguo había puesto singular empeño en que la escuela regentada por su padre apareciese a diario, desde el amanecer, con el bruñido brillo que los almireces, velones, calderas, sartenes, perolas, ollas, platos, aparecían colocados por los testeros de la cocina y sobre el pretil de la chimenea, en la parte de casa reservada a la familia.

La escuela, como el hospital, como la cárcel, como el cementerio, como todos los establecimientos públicos por las regiones meridionales, carece en absoluto no ya de esplendor, sino hasta de condiciones higiénicas. Se cuidan más los ediles, con su alcalde a la cabeza, en las horas del reparto territorial de favorecer los intereses propios que los del amigo; y mas los intereses del amigo que los del pueblo. Se atiende allí con mayor solicitud a los gastos de cualquier fiesta religiosa que a los gastos de cualquier mejora pública.

Pocos espectáculos tan tristes como los ofrecidos por los ayuntamientos de los pueblos, aun en sus mis solemnes sesiones. No se discute allí por el bien común, sino por el medro y la granjería particular. No libran los ediles unos con otros altas polémicas que tengan por fin mejorar el estado de una población más o menos populosa, pero al fin y al cabo de una población entera, se pelean como lobeznos hambrientos por repartirse el botín municipal. Los nombramientos de este alguacil, de aquel sereno, de tal escribiente, de cual sepulturero, interesan más, mucho más que el medio y manera de allegar recursos para cosa tan innecesaria, a su juicio, como un establecimiento de educación intelectual.


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134 págs. / 3 horas, 55 minutos / 84 visitas.

Publicado el 7 de abril de 2019 por Edu Robsy.

El Sombrero de Tres Picos

Pedro Antonio de Alarcón


Novela


AL SEÑOR

D. JOSÉ SALVADOR DE SALVADOR

Dedico esta obra.

P. A. de Alarcón.

Julio de 1874.

PREFACIO DEL AUTOR

Pocos españoles, aun contando a los menos sabios y leídos, desconocerán la historieta vulgar que sirve de fundamento a la presente obrilla.

Un zafio pastor de cabras, que nunca había salido de la escondida Cortijada en que nació, fue el primero a quien nosotros se la oímos referir.—Era el tal uno de aquellos rústicos sin ningunas letras, pero naturalmente ladinos y bufones, que tanto papel hacen en nuestra literatura nacional con el dictado de pícaros. Siempre que en la Cortijada había fiesta, con motivo de boda o bautizo, o de solemne visita de los amos, tocábale a él poner los juegos de chasco y pantomima, hacer las payasadas y recitar los romances y relaciones;—y precisamente en una ocasión de éstas hace ya casi toda una vida..., es decir, (hace ya más de treinta y cinco años), tuvo a bien deslumbrar y embelesar cierta noche nuestra inocencia (relativa) con el cuento en verso de El Corregidor y la Molinera, o sea de El Molinero y la Corregidora, que hoy ofrecemos nosotros al público bajo el nombre más trascendental y filosófico (pues así lo requiere la gravedad de estos tiempos) de El Sombrero de tres picos.

Recordamos, por señas, que cuando el pastor nos dio tan buen rato, las muchachas casaderas allí reunidas se pusieron muy coloradas, de donde sus madres dedujeron que la historia era algo verde, por lo cual pusieron ellas al pastor de oro y azul; pero el pobre Repela (así se llamaba el pastor) no se mordió la lengua, y contestó diciendo: que no había por qué escandalizarse de aquel modo, pues nada resultaba de su relación que no supiesen hasta las monjas y hasta las niñas de cuatro años....


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85 págs. / 2 horas, 30 minutos / 1.144 visitas.

Publicado el 26 de abril de 2016 por Edu Robsy.

El Sueño

Émile Zola


Novela


Capítulo I

Durante el duro invierno de 1860, el Oise se heló, las llanuras de la baja Picardía quedaron cubiertas por grandes nevadas y, sobre todo, llegó una borrasca del Nordeste que casi sepultó la ciudad de Beaumont el día de Navidad. La nieve, que ya había empezado a caer por la mañana, arreció por la tarde y se fue acumulando durante toda la noche. Empujada por el viento, se precipitaba en la parte alta de la ciudad, en la calle de los Orfebres, en cuyo extremo se encuentra como encajada la fachada norte del crucero de la catedral, y golpeaba la puerta de santa Inés, la antigua portada románica, ya casi gótica, decorada con numerosas esculturas bajo la desnudez del hastial. Al día siguiente, al alba, casi alcanzaba en ese lugar una altura de tres pies.

La calle aún dormía, emperezada por la fiesta de la víspera. Dieron las seis. En las tinieblas, azuladas por la caída lenta e insistente de los copos, sólo daba señales de vida una forma indecisa, una niña de nueve años que, refugiada bajo las arquivoltas de la portada, había pasado allí la noche tiritando y resguardándose lo mejor que pudo. Iba cubierta de andrajos y tenía la cabeza envuelta en un jirón de pañuelo, y los pies, desnudos dentro de unos grandes zapatos de hombre. Seguramente, había ido a parar a aquel lugar después de haber estado recorriendo la ciudad durante mucho tiempo, ya que había caído allí de puro cansancio. Para ella, era el fin del mundo, pues ya no le quedaba nadie ni nada, el abandono final, el hambre que corroe, el frío que mata; en su debilidad, ahogada por la pesada carga que oprimía su corazón, dejaba de luchar, y, cuando una ráfaga de viento arremolinaba la nieve, no le quedaba sino el alejamiento físico, el instinto de cambiar de lugar, de hundirse en aquellas viejas piedras.


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225 págs. / 6 horas, 34 minutos / 143 visitas.

Publicado el 24 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

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