Al ilustre maestro
Don Jacinto Octavio Picón
Por cariño, por gratitud у por admiración.
Alejandro Larrubuiera.
I
Los pobres de espíritu y de bolsillo, fracasados y los poetas chirles
calumnian á la Fortuna motejándola de loca y de antojadiza,
pareciéndose en esto á los que beben los vientos por conseguir los
favores de una beldad, y, al ser desdeñados, se vengan ridiculamente
llamándola voluble, coqueta y, si á mano viene, fea y antipática.
No la denigran los que ella favorece y encumbra; pero, en cambio,
creyendo debérselo todo, y aun más, á los propios méritos, la son
olvidadizos é ingratos, que tal es la condición humana.
En el número de estos felices mortales podía contarse á D. Roque
Gutiérrez, comerciante acaudalado, de gran crédito en la plaza
madrileña.
En realidad, D. Roque no se lo debía todo á la diosa que preside al
bien y al mal, hay que hacerle esa justicia: había luchado desde
pequeñito en la lóbrega tienda de un famoso pañero por emular á éste en
riqueza y en crédito, y tales fueron sus mañas, que al cabo de los años
se vió dueño del almacén de su principal. Y cátate á Roque hecho un
personaje en el mundo mercantil, y su tenducha, sita en la calle de
Toledo, cerca de la de la Colegiata, mirada con envidia por sus colegas,
que si murmuraban de la estrechez y de la obscuridad de la misma y del
inmueble ruinoso y de un solo piso en que se encontraba, no podían menos
de reconocer que su propietario valía «cien mil duros», mal contados. Y
esta es una cifra, señores, que cuando se pronuncia hace abrir tamaños
ojos y tamaña boca.
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