LIBRO PRIMERO
I
—¿Escuchas, Saxon? Ven aquí. ¿Y qué sucedería si fuesen los
albañiles? Allí tengo amigos que son verdaderos caballeros, al igual que
tú. Vendrá la banda de Al Vista, y ya sabes que toca como el cielo. Y
sobre todo a ti te gustará, que bailas…
Muy cerca de ellas, una mujer corpulenta y madura cortó las
insinuaciones de la muchacha. Era una mujer de espaldas móviles,
abultadas y deformes, y comenzó a agitarse convulsivamente.
—¡Dios! —gritó—. ¡Oh, Dios!
Echaba miradas salvajes hacia los costados de la habitación de
paredes descoloridas, llena de calor y muy sofocante por el vapor que se
escapaba de las telas mojadas, que eran alisadas por las planchas
encendidas, manejadas por numerosas mujeres. Parecía un animal
acorralado. Las rápidas miradas de sus compañeras de labor se clavaron
en ella. Hasta ese instante habían agitado firmemente los hierros a
bastante velocidad, y entonces el trabajo y la eficiencia se
resintieron. El grito que había lanzado esa mujer produjo un efecto
semejante a una pérdida de dinero, entre aquellas planchadoras de ropa
almidonada que trabajaban a destajo.
Después de un esfuerzo visible, la muchacha se reprimió, y la
plancha se detuvo sobre el vestido humedecido, de delicados volados, que
estaba extendido sobre la mesa.
—¡Y suponía que ella ya lo tenía de nuevo!… ¿No creías lo mismo? —dijo la joven.
—Es una vergüenza… Es una mujer de edad y de cierta condición…
—respondió Saxon, mientras alisaba el vuelo de un encaje con la plancha
de rejilla. Sus movimientos eran delicados, rápidos y seguros, y aunque
su rostro estaba pálido por la fatiga y el calor abrumador, sin embargo
no había lentitud en el ritmo de su tarea.
Información texto 'El Valle de la Luna'