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editor: Edu Robsy etiqueta: Novela


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Oro, Seda, Sangre y Sol

Antonio de Hoyos y Vinent


Novela


Brindis

A Mariano Benlliure, el maestro admirable, el autor de La Estocada de la Tarde y El Coleo, brindo estas páginas de sangre, de oro, de seda y de sol.

Preludio

Una nota de clarín
desgarrada,
penetrante,
rompe el aire con vibrante
puñalada...
Ronco toque de timbal.

Salta el toro
en la arena.
Bufa, ruje...
Roto cruje
un capote de percal.

Acomete
rebramando, arrollando
a caballo y caballero...
Da principio
el primero
espectáculo español...

La hermosa fiesta bravía
de terror y de alegría
de este viejo pueblo fiero...
¡Oro, seda, sangre y sol!


Manuel Machado

La estocada de la tarde

I

El banquero abatió con nueve. María Montaraz se impacientó. ¡Qué animal! ¡La suerte que tenía el tío aquel! Su mano menuda y ágil, libre de la prisión del guante, buceó en el bolsillo de áureas mallas que descansaba sobre su falda. Uno, dos, tres, cinco... ¡Aquí paz, y después, gloria! De las trescientas pesetas que había llevado le quedaban en total cinco duros. ¡Qué nochecita! No acertaba ni una. Además, se le había metido en la cabeza que aquella francesona, con tipo de carabinero, que se le sentó al lado, le traía pato; y para colmo, su otro vecino, un vejete pulcro y atildado que lucía sobre la albura de la pechera impecable una perla tamaña como un garbanzo, no cesaba de darle rodillazos insinuantes, y tenía ya media pierna deshecha.

Vaya, ¡la última jugada! Puso dos duros sobre la mesa y cogió las cartas prestamente antes de que la franchuta, que ya echaba la garra, las trincase.

—¡Ocho!

El banquero volvió a abatir con nueve.


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Dominio público
182 págs. / 5 horas, 19 minutos / 222 visitas.

Publicado el 28 de abril de 2019 por Edu Robsy.

Halma

Benito Pérez Galdós


Novela


Primera parte

I

Doy a mis lectores la mejor prueba de estimación sacrificándoles mi amor propio de erudito investigador de genealogías... vamos, que les perdono la vida, omitiendo aquí el larguísimo y enfadoso estudio de linajes, por donde he podido comprobar que doña Catalina de Artal, Xavierre, Iraeta y Merchán de Caracciolo, Condesa de Halma-Lautenberg, pertenece a la más empingorotada nobleza de Aragón y Castilla, y que entre sus antecesores figuran los Borjas, los Toledos, los Pignatellis, los Gurreas, y otros nombres ilustres. Explorando la selva genealógica, más bien que árbol, en que se entrelazan y confunden tan antiguos y preclaros linajes, se descubre que, por el casamiento de doña Urianda de Galcerán con un príncipe italiano, en 1319, los Artales entroncan con los Gonzagas y los Caracciolos. Por un lado, si los Xavierres de Aragón aparecen injertos en los Guzmanes de Castilla, en la rama de los Iraetas corre la savia de los Loyolas, y en la de los Moncadas de Cataluña la de los Borromeos de Milán. De lo cual resulta que la noble señora no sólo cuenta entre sus antepasados varones insignes por sus hazañas bélicas, sino santos gloriosos, venerados en los altares de toda la cristiandad.

Como he lado al buen lector mi palabra de no aburrirle, me guardo para mejor ocasión los mil y quinientos comprobantes que reuní, comiéndome el polvo de los archivos, para demostrar el parentesco de doña Catalina con el antipapa D. Pedro de Luna, Benedicto XIII. Busca buscando, hallé también su entronque lejano con Papas legítimos, pues existiendo una rama de los Artal y Ferrench que enlazó con las familias italianas de Aldobrandini y Odescalchi, resulta claro como la luz que son parientes lejanos de la Condesa los Pontífices Clemente VIII e Inocencio XI.


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Dominio público
234 págs. / 6 horas, 50 minutos / 453 visitas.

Publicado el 28 de abril de 2019 por Edu Robsy.

Vida de Pedro Saputo

Braulio Foz


Novela


Libro primero

Capítulo I. Nacimiento de Pedro Saputo

¡Bendito sea Dios, que al fin el gran Pedro Saputo ha encontrado quien recogiese sus hechos, los ordenase convenientemente, y separando lo falso de lo verdadero levantase con la historia acrisolada y pura de su vida la digna estatua que debíamos a su talento y a sus virtudes! ¿Qué me dará el mundo por este servicio, por esta deuda común que pago, no tocándome a mí más que a cualquier otro vecino? Pero ¡maldito sea el interés!, no quiero otra recompensa que saber, como lo sé desde ahora, que este libro se leerá con gusto por viejos y jóvenes, por sabios y por ignorantes, en las ciudades y en las aldeas. ¡Oh, cuántos buenos ratos en las veladas de invierno pasarán con él calentándose a la lumbre o al brasero! Pues no quiero más recompensa, como digo; esto, y esto sólo es lo que me he propuesto. Y pues lo doy por conseguido, nada más se me ofrece advertir, ni prevenir a mis lectores.

En la villa de Almudévar, tres leguas de la famosa ciudad de Huesca, en la carretera de Zaragoza, nació Pedro Saputo de una virgen o doncella que vivía sola porque había quedado de quince años sin padre ni madre, y era pobre, no teniendo más bienes que una casita en la calle del Horno de afuera, y manteniéndose con el oficio de lavandera y el de cocinera de todas las bodas y de las grandes fiestas del lugar; en su juventud cantaba con mucha gracia porque tenía una voz extremada y tocaba el pandero como una gitana. Con estas habilidades nunca le faltaba lo necesario, y algún regalo y buen pasatiempo. Iba muy aseada; no envidiaba nada a pobres ni a ricos; todos la querían bien, y ella no quería mal a nadie.


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Dominio público
300 págs. / 8 horas, 46 minutos / 359 visitas.

Publicado el 22 de abril de 2019 por Edu Robsy.

Lucio Tréllez

José Ortega Munilla


Novela


I

Entró Lucio en la estancia, y dejó su sombrero sobre la mesa de reluciente caoba, cargada de jarroncillos blancos y cajas de dulces, vacías. Quitose los guantes, y arrojolos dentro del sombrero. Después pasó su mano, huesuda y grande, por el negro cabello y por la frente, en que brillaba el sudor, y entonces se acercó a la ventana. Estaba allí aquella muchachuela cuya cabeza, bañada por la luz de la luna, tenía extraña belleza, reflejándose suavemente la plateada luz del astro sobre sus sienes morenas, y en su cabello negro, un poco alborotado y rizoso. Sus codos se apoyaban en el alfeizar, y sus manos, pequeñas y delgaditas, sostenían el rostro, en actitud de meditación profunda.

—Luciana —dijo, con voz seca y vibrante, el joven— ¿y madre? ¿Cómo se encuentra?

—¡Ah! ¿Viniste ya? —contestó ella, volviéndose—. Está divinamente. La acosté a las nueve, la di su chocolate, y que quieras que no quieras, se lo tomó... Ahora duerme que es un gusto el mirarla... Ven y la verás... ¡Qué sueño más tranquilo! Mira, chico, parece que no, y la envidio ese sueño. Respira pausadamente y no hace aquellos gestos horribles que otras noches me llenaban de miedo.

—¿Y padre? —preguntó Lucio, dejándose caer en una silla de las cuatro o cinco que, arrimadas a la pared, constituían, con la mesa, todo el mueblaje del reducido cuartito.

—Se fue a las ocho y media a su café del Siglo.

Oyose entonces un cascabeleo acompasado, y luego se oyeron además unos menudos pasos, como si anduviese por allí una persona muy chiquita. Era una persona chiquita, sí; era Esmeralda, la apoplética y achacosa perra de aguas, que venía con gran retraso a ver a su amo y señor.

—¡Toma, Esmeralda! —dijo en voz baja Luciana, llamando a la perra—. ¡Como entres en la alcoba, te voy a dar un buen par de azotes! ¡Diablo de animalito!... ¡Siéntate aquí!


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Dominio público
182 págs. / 5 horas, 20 minutos / 119 visitas.

Publicado el 22 de abril de 2019 por Edu Robsy.

Dulce y Sabrosa

Jacinto Octavio Picón


Novela


Advertencia para esta edición

Si creyera que el publicar un escritor sus obras completas implica falta de modestia, no reimprimiría las mías. Lo hago porque están casi todas agotadas; pensando que es deber de padre no consentir que mueran sus hijos, aunque no sean tan buenos ni tan hermosos como él quiso engendrarlos; y también porque considero que el hombre tiene derecho a despedirse de la juventud recordando lo que durante ella hizo honradamente y con amor.

Otra disculpa pienso que atenúa mi atrevimiento. Porque ser partidario del arte por el arte, y yo lo soy muy convencido, no puede amenguar ni estorbar, aun cultivando esta que se llama amena literatura, el entusiasmo por ideas de distinta índole; las cuales unas veces veladamente se transparentan y otras ostensiblemente se muestran en la labor de cada uno; pues no es posible, y menos en nuestra época, que el literato y el artista sientan y piensen ajenos al ambiente que respiran. Quien carece de fuerzas para conquistar la costosa gloria de adelantarse a su tiempo, tenga la persistente virtud de servirle: así lo he pretendido; mas él ha caminado tan deprisa, que hoy acaso parezcamos tímidos los que ayer fuimos osados. De éstos quise ser: de los que al estudiar lo pasado y observar lo presente procuran preparar lo porvenir y se esperanzan con ello. Por eso rindo tributo de constancia y firmeza a las ideas de mi juventud, algunas hoy tan combatidas, reuniendo estos pobres libros, sin que me arredre el recuerdo de cómo unos fueron censurados, ni espere que retoñe la benevolencia con que otros fueron alabados. Discurro al igual de aquel gran prosista que decía: «No es temor, como no es vanidad».

Bien quisiera, lector, que pensáramos a dúo y que mi conciencia hallase siempre eco en la tuya: si por torpe desespero de lograrlo, por sincero creo merecerlo.


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Dominio público
271 págs. / 7 horas, 55 minutos / 216 visitas.

Publicado el 16 de abril de 2019 por Edu Robsy.

La Honrada

Jacinto Octavio Picón


Novela


I

El día fue muy caluroso, de legítimo verano madrileño; pero quedó la noche tan fresca y apacible, que Plácida y doña Susana —hija y madre— prolongaron la velada permaneciendo en el gabinete hasta más tarde de lo acostumbrado.

El airecillo que penetraba por los anchos huecos de los balcones venía impregnado en el perfume de las acacias de la Castellana, y era tan suave que apenas movía el fleco de los cortinajes. Los ruidos que la circulación produce disminuían poco a poco; pasaban menos coches, y los tranvías a más largos intervalos, oyéndose con mayor facilidad las voces de las gentes que llamaban al sereno y las carreras que éste daba para abrir las puertas. Según iba avanzando la noche era tal el silencio, que sonaba claro y distinto el pertinaz chirrido de un grillo preso en la vecindad para recreo de chicos, y si por el paseo se acercaba un grupo de caballeros, se entendían frases enteras del diálogo. También cruzaban por entre los troncos de los árboles parejas de hombre y mujer, andando despacito y de bracete; pero de lo que éstos decían no era posible sorprender palabra, confundiéndose su amoroso cuchicheo con el apagado son que movían las ramas al rozarse. En el reloj de un convento cercano dieron las doce, vibrando lenta y pausadamente las campanadas.


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Dominio público
225 págs. / 6 horas, 35 minutos / 156 visitas.

Publicado el 16 de abril de 2019 por Edu Robsy.

¡Si Yo Fuera Rico!

Luis Mariano de Larra


Novela


Al Sr. D. José Laméyer

Siento, querido Pepe, que no seas ya un conspicuo abogado de los más célebres de la península, ni un eximio diputado de los más influyentes en la cosa pública, para hartarme de endilgarte epítetos y calificativos modernos, entre los que descollarían el valioso y el docto y el perspicuo, y tantos otros dictados académicos, arcaicos y churriguerescos, tan del gusto de los críticos fin del siglo, que felizmente nos corrigen, guían y desmenuzan.

En vez de toda esa hojarasca ditirámbica, te habrás de contentar con que te tenga por lo que eres: un joven de gran talento, de sólida instrucción y de sentimientos nobles y generosos, digno heredero de aquel honradísimo y cumplido caballero D. Gerardo Laméyer, que te dió el ser, y á quien jamás he olvidado ni en mi recuerdo, ni en mis oraciones.

Siguiendo su ejemplo y sus lecciones, ocupas hoy, aunque muy joven todavía, un puesto distinguido en el partido liberal, en el foro y quizás pronto en el Parlamento. Á todas partes te seguirá solícito mi nunca desmentido afecto, y en todas te deseo triunfos sin cuento y dichas sin número.

Compártelos con todos los seres caros á tu cariño, y no olvides entre ellos, por muchos que sean, que siempre será tu invariable y apasionado amigo,

Luis Mariano de Larra

10 diciembre 1892


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Dominio público
227 págs. / 6 horas, 38 minutos / 185 visitas.

Publicado el 15 de abril de 2019 por Edu Robsy.

El Médico Rural

Felipe Trigo


Novela


Primera parte

I

Partió el tren, negro, largo, con sus dos locomotoras. Esteban y Jacinta, en el andén, al pie de las maletas, le vieron alejarse entre el encinar, con una emoción de adiós a algo doloroso de que habíales arrancado y despedido para siempre. Fue en los dos jóvenes, en los dos casi chiquillos, tan honda y compartida esta emoción, que al deshacerse las últimas volutas de vapor en el final del puente, ellos se miraron y cogiéronse la mano. Jacinta se acercó a darle un beso y a ordenarle los encajes de la gorra a su hijo, que dormía en brazos de la vieja y fiel criada; y Esteban, inundado por la bondad de su mujer, sintió en los ojos humedad de lágrimas, en una dulce angustia de la honradísima alegría que le causaba el poder empezar, al fin, a hacerla venturosa.

—Bueno, ¿y quién habrá venido por nosotros? ¿Nadie? —desconfió Nora, la sirviente, que había criado a Jacinta y que, por quererla como madre, trataba a Esteban con la misma confianza—. El pueblo no se ve. Sería bueno que tuviésemos que ir a pata con estos cachivaches.

—No, mujer —repuso Esteban—. El pueblo, a dos leguas. Yo escribí, y seguramente habrá alguien esperándonos.

Miraban, y no veían más que al jefe de la pequeña estación y al mozo, que andaban trajinando con unas cubas descargadas; a la pareja de la Guardia Civil, que entreteníase viendo la pelea de un pavo con un gallo, y a unos niños que al pie de la empalizada jugaban con un perro.

—¡Pregunta, hombre! —incitó Nora.

Y cuando el joven vacilaba sobre si ir a preguntar al jefe, a los guardias, a otros campesinos que allá lejos ocupábanse en cargar de jaras un vagón o a una fresca mujer que asomada a una ventana de encima del telégrafo consideraba curiosamente el porte señorial de los llegados, oyóse un carro que fuera se acercaba al trote.


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Dominio público
291 págs. / 8 horas, 30 minutos / 269 visitas.

Publicado el 14 de abril de 2019 por Edu Robsy.

Sí Sé Por Qué

Felipe Trigo


Novela


Primera parte

I

En el expreso, con un recelo casi de terror, conocí ayer á estos que habrán de ser mis compañeros de buque: Albert, cónsul; Carlos Victoria, el famoso dramaturgo, y Alejo Hugo Martín, attaché militar en la Argentina.

¡Oh, mi forzosa intimidad con los extraños! ¡Mi débil voluntad, además, para cortarla..., yo que contaba siquiera en esta empresa con la soledad del Océano, y á quien el simple encuentro de un amigo por las calles de Madrid causaba angustia al corazón, temblores y una afonía instantánea y sofocada, como si me echasen una cuerda al cuello!... Por lo pronto, anoche, en el tren, un señor al pie de mi litera; tres al despertar, forzádome á sus charlas... y un hotel ahora, aquí, donde, á más de los nuevos conocidos, me aguardan cuatro periodistas. Son gaditanos, que se han apresurado á saludar al dramaturgo; quieren despedirle de España cenando en Puerta de Tierra, y, con la jovialidad del montilla, se obstinan en que yo les acompañe.

En última consecuencia, debo confesar que no me es completamente insoportable la continua conversación; por primera vez desde hace mucho tiempo, gracias á ella, me ha faltado para ensimismarme en la manía de mis reflexiones dolorosas, y á ratos incluso llego á reír y bromear. Encontraríame satisfecho, ante éstos que no hubieran podido sospechar hallarse departiendo con un enfermo grave, si á última hora no hubiese cedido á la insana cobardía de hablarles de mi enfermedad, de mi neurastenia...

¡Maldita neurastenia!... Les conté todo: que estoy á régimen; que no duermo; que lloro á veces como un niño...; que una extraña piedad me acongoja ante el espectáculo de un mendigo ó de una mujer desamparada...


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Dominio público
221 págs. / 6 horas, 27 minutos / 80 visitas.

Publicado el 14 de abril de 2019 por Edu Robsy.

Del Frío al Fuego

Felipe Trigo


Novela


A Consuelo Seco y Fabre

Muchas de las impresiones que forman este libro, fueron sentidas por nosotros dos juntos, sobre el mar. Tú pasaste bajo los cielos anchos incognoscida, poderosa.

Sea el libro la consagración de aquella rara vida intensa nuestra, enorme. Él tiene quizás rayos de sol, del sol de fuego; él tiene acaso fantásticos rayos de luna.

Y tiene sólo una verdad perenne: tu verdad.


Felipe Trigo

I

Al saltar al bote siento la transcendencia de mi resolución y comprendo las conmemoraciones. Mandaría esculpir en esa grada del embarcadero: «POR AQUÍ SALIÓ AL OTRO LADO DEL MUNDO ANDRÉS SERVÁN»... Mi madre, mis hermanas, alguna mujer acaso bien querida, podrían venir a ver en Barcelona la última piedra que pisé de España —si no volviese.

—¿Al Reus?

—Al Reus.

Juega el timón y orienta el esfuerzo del remero por entre dos bergantines. La negra mole del buque se destaca no lejos, coronada de humo. Permanece en mitad del puerto, donde lo dejé por la mañana, sólo que ha vuelto a la ciudad la banda izquierda y le rodean más lanchas.

Todo igual. Tronchos y algas flotantes en las sucias aguas, olor a limos y a sardinas, vaporcillos y velas que cruzan, grandes barcos llenos de cordajes por la extensa línea de los muelles... El viejo patrón rema con la misma indiferencia que reinaron otros paseándome por las bahías en Cádiz, en Santander... sino que esta vez no seré yo el que se queda envidiando a los que van a surcar el Océano; voy también a los países del oriente, del sol y la hermosura, del fuego y de la guerra... habiendo bastado para ello una instancia al Ministerio escrita en una hora de mayor aburrimiento y con idéntico fastidio que el parte de la guardia.


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Dominio público
227 págs. / 6 horas, 38 minutos / 195 visitas.

Publicado el 14 de abril de 2019 por Edu Robsy.

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