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editor: Edu Robsy etiqueta: Novela textos no disponibles


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El Hombre Siniestro

Edgar Wallace


Novela


1. Proposición

Mister Maurice Tarn dijo con voz dulce y bondadosa:

—¡Usted es hermosa y joven! Es muy probable que viva muchos más años que yo. Comprendo Elsa que no soy el hombre que usted ha soñado para casarse. Eso sería demasiado egoísmo por mi parte, y yo no soy egoísta. Cuando yo muriera, usted sería muy rica; y mientras yo viviese, usted disfrutaría de mi riqueza de modo absoluto. Claro está que comprendo también que usted nunca me habrá mirado a mí como a un posible esposo; pero no tiene nada de extraño que un tutor se case con su pupila, y la diferencia de edad no sería tampoco un obstáculo insuperable.

Hablaba como un hombre que recita una lección aprendida de memoria minuciosamente y Elsa Marlowe le escuchó con gran asombro.

Si los muebles de la habitación hubieran desaparecido de golpe de la vista de la muchacha, o Elgin Crescent se hubiese visto transportado de repente a las afueras de Bagdad la joven no se habría sorprendido tanto. Pero Elgin Crescent seguía estando en Bayswater, y el pequeño y triste comedor de la casa de Maurice Tarn permanecía quieto y sereno; y el mismo Maurice Tarn estaba allí sentado al otro lado de la mesa; era un hombre sucio, desastrado, de aspecto repulsivo e inquietante, ajado, de cincuenta y seis años, y cuya mano temblorosa, con la que se atusaba el bigote gris, era un dato elocuente de su borrachera de la noche anterior (había tres botellas vacías en la mesa de su despacho cuando ella entró allí esa mañana) y le estaba proponiendo que se casara con él.

Elsa le miraba con los ojos muy abiertos, y no quería dar crédito a lo que estaba oyendo.

—Usted creerá que estoy loco —continuó al cabo de un instante mister Tara—, pero he pensado mucho en ello, Elsa. Yo sé que usted no tiene novio ni está enamorada de nadie; y, a no ser por la diferencia de edad, nada puede oponerse a nuestra boda.


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220 págs. / 6 horas, 25 minutos / 128 visitas.

Publicado el 19 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

El Hotel Encantado

Wilkie Collins


Novela


Primera Parte

I

Hacia 1860, la reputación del doctor Wybrow, médico londinense, había llegado a su apogeo. Se decía que las rentas de las que disfrutaba gracias al ejercicio de su profesión eran las más altas que jamás médico alguno había obtenido.

Una tarde, a finales de julio, cuando el doctor había dado fin a su almuerzo tras una mañana intensa en su consultorio, y con una enorme lista de visitas para efectuar fuera de su domicilio que deberían ocuparle el resto de la jornada, el criado le anunció que una dama deseaba verle.

—¿Quién es? —preguntó el doctor—. ¿Una desconocida?

—Sí, señor.

—No recibo desconocidos fuera de las horas de consulta. Dígale a qué hora puede volver y despídala.

—Ya se lo he dicho, señor.

—¿Bien… y qué?

—Que no quiere irse.

—¿Que no quiere irse? —Y el doctor sonrió al repetir las mismas palabras. A su manera, poseía un agudo sentido del humor, y en aquella situación había un aspecto absurdo que le divertía—. ¿Por lo menos ha dado su nombre esa obstinada señora? —preguntó.

—No, señor; no ha querido darlo… dice que no puede esperar, que el asunto es demasiado importante para aplazarlo. Está en la consulta, y no se me ocurre como echarla.

El doctor Wybrow reflexionó unos instantes. Su conocimiento de las mujeres (profesionalmente hablando) se apoyaba en una experiencia de más de treinta años; las había conocido de todas clases, especialmente de aquella que ignora por completo el valor del tiempo y que no vacila jamás en escudarse tras los privilegios de su sexo. Una mirada al reloj le convenció de que no podía demorar su excursión cotidiana a los hogares de sus enfermos. Decidió tomar la única resolución que le permitían las circunstancias. En pocas palabras: intentó escapar.


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153 págs. / 4 horas, 28 minutos / 295 visitas.

Publicado el 13 de enero de 2017 por Edu Robsy.

El Idiota

Fiódor Mijáilovich Dostoyevski


Novela


Primera parte

I

A las nueve de la mañana de un día de finales de noviembre, el tren de Varsovia se acercaba a toda marcha a San Petersburgo. El tiempo era de deshielo, y tan húmedo y brumoso que desde las ventanillas del carruaje resultaba imposible percibir nada a izquierda ni a derecha de la vía férrea. Entre los viajeros los había que tornaban del extranjero; pero los departamentos más llenos eran los de tercera clase, donde se apiñaban gentes de clase humilde procedentes de lugares más cercanos. Todos estaban fatigados, transidos de frío, con los ojos cargados por una noche de insomnio y los semblantes lívidos y amarillentos bajo la niebla.


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760 págs. / 22 horas, 10 minutos / 1.283 visitas.

Publicado el 2 de marzo de 2018 por Edu Robsy.

El Italiano o el Confesionario de los Penitentes Negros

Ann Radcliffe


Novela


Prólogo


Envuelto en una bruma de silencio y misterio,
Medita sus pasiones, las encarna en hechos,
Y las manda a otros en alas del Destino,
Como esa Voluntad invisible que nos guía,
¡Súbitas, calladas, inescrutables!
 

Hacia el año 1764, un grupo de ingleses que se hallaba de viaje por Italia se detuvo durante una excursión a los alrededores de Nápoles, ante el pórtico de Santa Maria del Pianto, iglesia aneja a un antiguo convento de la orden de los penitentes negros. La magnificencia de su atrio, aunque desgastado por el tiempo, despertó en los viajeros tanta admiración que sintieron curiosidad por visitar su interior, y con este propósito subieron la escalinata de mármol que conducía hasta ella.

A la sombra, detrás de los pilares, un individuo paseaba con los brazos cruzados y la mirada baja, recorriendo toda la extensión del atrio, tan absorto en sus pensamientos que no se dio cuenta de que se acercaban desconocidos. El rumor de pasos, no obstante, le sobresaltó; se volvió y, sin detenerse, corrió a una puerta que daba acceso a la iglesia y desapareció.

Había algo demasiado sorprendente en su figura y demasiado singular en su reacción para pasar inadvertido a los visitantes: era un hombre alto, cargado de hombros, de tez pálida y facciones duras; con unos ojos que, al mirar por encima del embozo de la capa, parecían reflejar una enorme ferocidad.

Los viajeros, al entrar en el templo, buscaron con la mirada al personaje que los había precedido, pero no lo descubrieron en ninguna parte; sólo vieron surgir otra figura de las sombras que poblaban las largas naves laterales: un fraile del convento contiguo, que era quien solía enseñar a los visitantes los objetos de especial interés que guardaba la iglesia, y que con esa intención acudía ahora al encuentro de los que llegaban.


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528 págs. / 15 horas, 24 minutos / 310 visitas.

Publicado el 25 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

El Judío Errante

Eugène Sue


Novela


Dedicatoria

Aceptad la dedicatoria de este libro, mi querido Camilo; es un recuerdo de sincera amistad y a la par un testimonio de vivo agradecimiento. Nunca olvidaré que vuestros excelentes trabajos, frutos de una larga y hábil experiencia, me han servido para poner de relieve y en movimiento en mi modesta esfera de narrador, algunos hechos consoladores o terribles, más o menos relacionados con el problema de la organización del trabajo, cuestión que dominará bien pronto todas las otras, por ser de vida o muerte para las masas.

Si en la mayor parte de los episodios de esta obra, he intentado poner de manifiesto la acción admirablemente benéfica y práctica que un hombre de corazón noble y de espíritu ilustrado, podría ejercer sobre la clase obrera, a vos os lo debo.

Si por contraste he pintado las horribles consecuencias del olvido de la justicia, de toda caridad, de toda simpatía hacia los desgraciados, que llenos de privaciones, de miserias y de dolor, hace mucho tiempo sufren en silencio sin reclamar más que el derecho al trabajo, es decir, un salario cierto, proporcionado a sus labores y a sus módicas necesidades, a vos también debe agradecerse.

La tierna y respetuosa afección que os profesa esa muchedumbre de obreros a quien empleáis, y cuya condición moral y material mejoráis cada día, es una de esas raras y gloriosas excepciones que hacen más censurable aún el egoísmo, al cual un pueblo de trabajadores honrados y laboriosos se ve con frecuencia impunemente sacrificado.

Adiós, amigo; dedicaros este libro, a vos, artista eminente, a vos, uno de los más nobles corazones y de los más claros talentos que conozco, es manifestar que a falta de ingenio, se encontrarán por lo menos en mi obra tendencias saludables y convicciones generosas. Es todo vuestro.
 


EUGENIO SUE.

París 25 de junio de 1844.


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1.278 págs. / 1 día, 13 horas, 17 minutos / 316 visitas.

Publicado el 11 de febrero de 2019 por Edu Robsy.

El Legado de Caín

Wilkie Collins


Novela


A la señora de Henry Powell Bartley:

Permítame asociar mi nombre al suyo al publicar esta novela.
No encuentro empleo más placentero para la pluma que he
utilizado para escribir mis libros, que el de reconocer lo
que le debo a la pluma que con habilidad y paciencia
ha copiado mis manuscritos para la imprenta.

WlLKIE COLLINS

Wimpole Street

6 de diciembre de 1888

PRIMER PERÍODO: 1858-1859

Acontecimientos ocurridos en la prisión, relatados por el Alcaide

CAPÍTULO I

El Alcaide explica

A petición de alguien que tiene unos derechos sobre mí que no puedo dejar de reconocer, consiento en volver la vista a lo sucedido hace muchos años, y en describir acontecimientos que tuvieron lugar entre los muros de una prisión inglesa durante el periodo en que desempeñé en ella el cargo de Alcaide.

Al examinar mi tarea a la luz de lo que después supe, creo que procederé sabiamente si ejerzo cierto control sobre la libertad de mi pluma.

Me propongo mantener en silencio el nombre del pueblo en el cual se ubica la prisión confiada en una época a mi cuidado. Observaré una discreción similar en lo que concierne a los individuos involucrados, algunos de los cuales ya han muerto, mientras que otros aún viven en la actualidad.


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Protegido por copyright
369 págs. / 10 horas, 47 minutos / 176 visitas.

Publicado el 1 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Lirio del Valle

Honoré de Balzac


Novela


A LA SEÑORA CONDESA NATALIA DE MANERVILLE

«Cedo en tu deseo. El privilegio de la mujer que amamos más de lo que ella nos ama, es el de hacernos olvidar cada dos por tres las reglas del buen sentido. Por no ver formarse un pliegue en vuestra frente, para disipar la enfurruñada expresión de vuestros labios, entristecidos ante la menor negativa, franqueamos milagrosamente las distancias, damos nuestra sangre, comprometemos nuestro porvenir. Hoy quieres mi pasado, helo aquí. Únicamente sábelo bien, Natalia: al obedecerte, he debido pisotear renuencias invioladas. ¿Mas por qué sospechar de los súbitos y prolongados ensueños que se apoderan de mí a veces en plena felicidad? ¿No podrías tú jugar con los contrastes de mi carácter sin preguntar sus causas? ¿Por qué tu cólera de mujer amada, ante un silencio? ¿Posees en tu corazón secretos que, para ser absueltos, tienen necesidad de los míos? En fin, tú lo has adivinado, Natalia, y tal vez sea mejor que lo sepas todo: sí, mi vida está dominada por un fantasma, que se dibuja vagamente a la menor palabra que lo provoca y que a menudo se agita sobre mí. Tengo imponentes secretos en el fondo de mi alma, como esos productos marinos que se divisan en tiempo sereno y despejado y que las olas de la tempestad arrojan despedazados a la arena. Aunque la elaboración que necesitan las ideas para ser expresadas haya contenido estas antiguas emociones, que tanto mal me causan cuando se despiertan demasiado repentinamente, si en esta confesión hubiesen fragmentos que te hieran, acuérdate que eres tú quien me ha amenazado si no te obedecía; no me castigues, pues por haberlo hecho quisiera que mi confidencia redoblase tu cariño. Hasta la noche.

FÉLIX.»


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Protegido por copyright
318 págs. / 9 horas, 17 minutos / 233 visitas.

Publicado el 30 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Lobo de Mar

Jack London


Novela


CAPITULO I

Apenas sé por dónde empezar; pero a veces, en broma, pongo la causa de todo ello en la cuenta de Charley Furuseth. Este poseía una residencia de verano en Mill Valley, a la sombra del monte Tamalpaís, pero ocupábala solamente cuando descansaba en los meses de invierno y leía a Nietzsche y a Schopenhauer para dar reposo a su espíritu. Al llegar el verano, se entregaba a la existencia calurosa y polvorienta de la ciudad y trabajaba incesantemente. De no haber tenido la costumbre de ir a verle todos los sábados y permanecer a su lado hasta el lunes, aquella mañana de un lunes de enero no me hubiese sorprendido navegando por la bahía de San Francisco.

No es que navegara en una embarcación poco segura, porque el Martínez era un vapor nuevo que hacia la cuarta o quinta travesía entre Sausalito y San Francisco. El peligro residía en la tupida niebla que cubría al mar, y de la que yo, hombre de tierra, no recelaba lo más mínimo. Es más: recuerdo la plácida exaltación con que me instalé en el puente de proa, junto a la garita del piloto, y dejé que el misterio de la niebla se apoderara de mi imaginación. Soplaba una brisa fresca, y durante un buen rato permanecí solo en la húmeda penumbra, aunque no del todo, pues sentía vagamente la presencia del piloto y del que ocupaba la garita de cristales situada a la altura de mi cabeza, que supuse sería el capitán.


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294 págs. / 8 horas, 34 minutos / 202 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Minero

Natsume Sōseki


Novela


Pasé mucho tiempo caminando a través del pinar. Los pinares de los cuadros no parecen tan extensos, pero en este lugar solo había pinos, pinos y más pinos. Nada más. No veía la razón de continuar mi paseo si los árboles no desaparecían. En realidad, habría sido mejor haberme quedado quieto desde el principio, ponerme delante de uno de ellos y jugar a ver quién se salía con la suya.

Salí de Tokio sobre las nueve de la noche del día anterior y me puse a caminar como un loco en dirección norte. En cierto momento me sentí exhausto. No conocía por allí a nadie en cuya casa pudiera descansar y tampoco tenía dinero para pagar un humilde alojamiento en el que pasar la noche. Con la intención de echar al menos una cabezada, me deslicé en la oscuridad bajo el alero de un templo. Creo que estaba consagrado a Hachiman, el dios de la guerra. Aún era de noche cuando me desperté muerto de frío y, a partir de ese momento, caminé sin descanso. Pero ¡quién habría sido capaz de seguir así, rodeado solo de malditos pinos, indefinidamente!

Mis piernas parecían pesar una tonelada. Cada paso que daba era un suplicio, como si alguien me hubiera atado unas barras de acero a las pantorrillas. Me recogí el quimono hasta dejar las piernas desnudas para ver si así avanzaba con mayor facilidad. En cualquier otro lugar habría sido capaz de echar a correr, pero no allí, rodeado de pinos.

Encontré una casa de té. Tras las persianas de bambú, divisé una tetera oxidada colocada sobre un brasero. Junto a la entrada había un banco que miraba hacia el camino y, en el suelo, unas sandalias. Vi a un hombre abrigado con un quimono acolchado sentado de espaldas.


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165 págs. / 4 horas, 48 minutos / 156 visitas.

Publicado el 28 de abril de 2017 por Edu Robsy.

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