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Las Minas del Rey Salomón

Henry Rider Haggard


Novela


Dedicatoria


Este registro fiel, pero sin pretensiones,
de una aventura extraordinaria,
es respetuosamente dedicado
por el narrador,

Allan Quatermain,

a todos los niños,
chicos y grandes,
que lo lean.
 

Nota del autor

El autor se aventura a tomar esta oportunidad para agradecer a sus lectores por el cálido acogimiento que se ha otorgado a las sucesivas ediciones de esta historia durante los últimos doce años. Él espera que en su forma presente caigan en las manos de un público aún más amplio, y que en los próximos tiempos pueda seguir proporcionando entretenimiento a los que aún mantienen el corazón lo suficientemente joven como para amar una historia sobre tesoros, sobre guerra y sobre aventuras salvajes.

Ditchingham, 11 de marzo de 1898.

Post scriptum

Ahora, en 1907, con motivo de la emisión de esta edición, sólo puedo añadir lo que me alegra que mi novela pueda seguir complaciendo a tantos lectores. La imaginación ha sido verificada por los hechos; las Minas del rey Salomón que soñé han sido descubiertas, y están produciendo oro una vez más, y, según los últimos informes, también diamantes, los kukuanas o, mejor dicho, los Matabele, han sido domados por las balas del hombre blanco, pero aún así parece que hay muchas personas que encuentran placer en estas sencillas páginas. El hecho de que pueda continuar agradándoles, inclusive a una tercera o cuarta generación, o quizás más aún, estoy seguro, será esperanzador para nuestro viejo y difunto amigo, Allan Quatermain.

H. Rider Haggard.

Ditchingham, 1907.


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253 págs. / 7 horas, 23 minutos / 311 visitas.

Publicado el 29 de diciembre de 2017 por Edu Robsy.

Las Memorias de Sherlock Holmes

Arthur Conan Doyle


Novela


Parte I

Estrella de Plata

—Me temo, Watson, que voy a tener que marcharme —dijo Holmes una mañana cuando nos sentábamos a desayunar.

—¿Marcharse? ¿Dónde?

—A King’s Pyland, en Dartmoor.

No me sorprendió. Ciertamente, lo único que me extrañaba era que aún no se hubiera visto mezclado en aquel caso extraordinario, único tema de conversación a lo largo y a lo ancho de Inglaterra. Durante un día entero mi amigo había deambulado por la habitación con la cabeza gacha y el ceño fruncido, cargando y recargando la pipa con el tabaco negro más fuerte, completamente sordo a cualquiera de mis preguntas o comentarios. Del quiosco nos llegaban las nuevas ediciones de los periódicos, pero sólo recibían una ojeada antes de ir a parar a un rincón. Sin embargo, a pesar de su silencio, yo sabía muy bien que estaba meditando sobre aquello. Había tan sólo un problema ante el público que pudiera retar su poder de análisis, y era la singular desaparición del favorito para la Copa de Wessex y el trágico asesinato de su entrenador. Por tanto, cuando anunció repentinamente su intención de partir hacia el lugar del drama, no hizo más que lo que yo había supuesto y esperado.

—Estaría encantado de bajar con usted, si no le resultara engorroso —dije.

—Mi querido Watson, me haría un gran favor si viniera. Y creo que no perdería el tiempo, pues hay algunos puntos en este caso que prometen convertirlo en único. Creo que tenemos el tiempo justo para coger nuestro tren en Paddington; durante el camino entraré en detalles. Me gustaría que se llevara consigo sus excelentes prismáticos.


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291 págs. / 8 horas, 30 minutos / 661 visitas.

Publicado el 25 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

Las Lobas de Machecoul

Alejandro Dumas


Novela


I. El ayudante de campo

Lector, si has ido alguna vez de Nantes a Bourgneuf, al llegar a San Filiberto habrás rodeado, por decirlo así, el ángulo meridional del lago de Grandlieu, y continuando tu camino habrás llegado a los primeros árboles de la selva de Machecoul después de una o dos horas de marcha.

Llegado allí, a la izquierda del camino y en un soto que parece formar parte del bosque, del que únicamente le separa la carretera, habrás descubierto las agudas puntas de dos estrechas torrecillas y el techo parduzco de un pequeño castillo perdido entre las hojas.

Las paredes agrietadas de aquella casa solar, sus ventanas destrozadas y su tejado invadido por los musgos parásitos, le dan, no obstante sus pretensiones feudales y de las dos torrecillas que la defienden, una apariencia tan mezquina, que no excitaría la envidia de los caminantes que la contemplan, a no ser por su deliciosa situación delante de los seculares árboles del bosque de Machecoul, cuyas verdes olas se confunden con el horizonte hasta donde puede alcanzar la vista.

Este pequeño castillo pertenecía, en 1831, a un antiguo hidalgo apellidado el marqués de Souday, cuyo nombre había tomado, y del cual vamos a ocuparnos después de haberlo hecho con su propiedad.


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723 págs. / 21 horas, 6 minutos / 106 visitas.

Publicado el 10 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Las Indias Negras

Julio Verne


Novela


I. DOS CARTAS CONTRADICTORIAS

Al Sr. J. R. Starr, ingeniero

30, Canongate EDIMBURGO

“Si el Sr. Jacobo Starr tiene a bien pasarse mañana por las minas de Aberfoyle, galerías y Dochart, pozo Yarow, se le comunicará una cosa que ha de interesarle.

“El Sr. Jacobo Starr será esperado todo el día en la estación de Callandar, por Harry Ford, hijo del antiguo capataz Simón Ford.

«Se le encarga que conserve el secreto respecto de esta carta».

Tal fue la carta que Jacobo Starr recibió por el primer correo del 3 de diciembre de 18…, carta que llevaba el timbre de la administración de correos de Aberfoyle, condado de Stirling, Escocia.

Esta carta excitó vivamente la curiosidad del ingeniero. No se le ocurrió siquiera que pudiera encerrar un engaño. Conocía hacía mucho tiempo a Simón Ford; uno de los más antiguos capataces de las minas de Aberfayle, de las cuales había sido veinte años director, que es lo que en las minas inglesas se llama viewer.


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163 págs. / 4 horas, 46 minutos / 104 visitas.

Publicado el 16 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Las Hojas Caídas

Wilkie Collins


Novela


A Caroline

Por la experiencia habida en la recepción de Las hojas caídas entre los lectores inteligentes, que han seguido la publicación periódica de la novela tanto en Inglaterra como en el extranjero, tengo la satisfacción de saber que el diseño de la obra habla por sí solo, y que la escrupulosa delicadeza del tratamiento empleado en determinadas porciones del relato ha sido apreciada en su justo punto, exactamente del modo que yo podía desear. Al no tener más explicaciones que dar ni (en lo tocante al tema elegido) disculpa alguna que pedir, dejo mi libro sin ninguna alegación más a modo de prefacio, para que aparezca ante el público lector revestido tan sólo por los méritos que pueda tener.

WILKIE COLLINS

Gloucester Place, Londres

1 de julio de 1879

PRÓLOGO

I

Los irresistibles influjos que un buen día han de reinar con supremacía absoluta sobre nuestros pobres corazones, amén de dar forma al breve y triste transcurso de nuestras vidas, a veces provienen de un origen remoto y misterioso, y encuentran el camino inescrutable para llegar a nosotros a través de los corazones y las vidas de algunas personas que nos resultan desconocidas.

Mientras gastaba su primera chaqueta y jugaba sus primeras partidas de bolos el joven cuya atribulada trayectoria nos proponemos aquí seguir, un terrible infortunio doméstico que sobrevino en el hogar de unos desconocidos estaba destinado, sin embargo, a surtir un definitivo efecto sobre su propia felicidad y a modelar a conciencia el posterior transcurso de su vida.


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Protegido por copyright
467 págs. / 13 horas, 38 minutos / 88 visitas.

Publicado el 1 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Las Historias de Jean Marie Cabidoulin

Julio Verne


Novela


Capítulo I. Partida retrasada

¡Eh, capitán Bourcart…! ¿Es que no es hoy la marcha?

—No, monsieur Brunel, y temo que no podamos partir mañana…, ni aún dentro de ocho días.

—Es gran contrariedad.

—Que me inquieta mucho —declaró Bourcart, moviendo la cabeza—. El Saint-Enoch debía estar en el mar desde fines del mes último, a fin de llegar en buena época a los lugares de pesca. Ya verá usted cómo se deja adelantar por los ingleses o los americanos.

—Y lo que le falta a usted, ¿son esos dos hombres?

—Sí…, monsieur Brunel… Sin el uno no lo podría pasar; sin el otro, sí, a no imponérmelo los reglamentos.

—Y éste no es el tonelero, ¿verdad? —dijo M. Brunel.

—No. En mi barco, el tonelero es tan indispensable como la arboladura, el timón o la brújula, puesto que tengo dos mil barriles en el fondo de la bodega.

—¿Y cuántos hombres a bordo, capitán Bourcart?

—Seríamos treinta y cuatro si estuviéramos completos. Entre nosotros, es más útil tener un tonelero para cuidar los barriles que un médico para cuidar los enfermos. Los barriles exigen sin cesar reparaciones, mientras que los hombres… se reparan solos.

Además… ¿es que se está alguna vez enfermo en la mar?

—No debía estarse en aire tan puro. Sin embargo… a veces.

—Monsieur Brunel. Hasta ahora yo no he tenido un enfermo en el Saint-Enoch.

—Mi enhorabuena, capitán. Pero, ¿qué quiere usted? Un navío es un navío, y, como tal, está sometido a los reglamentos marítimos.

Cuando la tripulación se compone de cierto número de oficiales y de marineros, es preciso llevar a bordo un médico. Usted lo sabe.

—Sí… Y por esa razón el Saint-Enoch no está hoy en el cabo de San Vicente, donde debía estar.


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Protegido por copyright
166 págs. / 4 horas, 51 minutos / 141 visitas.

Publicado el 14 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Las Dos Dianas

Alejandro Dumas


Novela


PRIMERA PARTE

I. UN HIJO DE CONDÉ Y UNA HIJA DE REY

Era el día 5 de mayo del año 1551. De una casita de humilde apariencia salieron una mujer de unos cuarenta años próximamente y un mancebo de diez y ocho, y atravesaron juntos el pueblo de Montgomery, que radica en la región de Auge.

Era el mancebo uno de esos tipos de raza normanda, de cabellos castaños, ojos azules, dientes blancos como la nieve y labios sonrosados. Llamaba la atención la finura y satinado de su cutis, cualidad que con frecuencia da a los hombres del Norte una belleza femenina que resta poder a la energía varonil, no menos que su talle fuerte y flexible a la vez, que parecía participar de las características de la encina y de la caña. Vestía con sencillez y elegancia un jubón de paño color violeta adornado con bordados de seda del mismo color. Del mismo paño que el jubón eran sus calzas, bordadas en seda como aquél. Completaban su atavío unas botas altas de cuero negro, de las que solían usar los pajes y los escuderos, y una gorra de terciopelo, ligeramente ladeada y adornada con una pluma blanca, que daba sombra a su frente, espejo de calma y de entereza varonil.

Su caballo, cuyas riendas había pasado por su brazo, le seguía irguiendo de vez en cuando su cabeza para aspirar el aire, y recibiendo con relinchos de alegría las emanaciones que aquél le traía.

La mujer parecía pertenecer, si no a la clase social más humilde, por lo menos a la que se hallaba colocada entre ésta y la que llamamos media. Vestía con extremada sencillez, pero a la par con aseo y limpieza tan exquisitos, que parecían irradiar elegancia. El mancebo habíala ofrecido varias veces su brazo, que ella se negó a tomar cual si considerase que suponía un honor excesivamente alto para ella.


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Protegido por copyright
894 págs. / 1 día, 2 horas, 5 minutos / 198 visitas.

Publicado el 10 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Las Costumbres Nacionales

Edith Wharton


Novela


Libro primero

I

—Undine Spragg, ¿cómo te atreves? —protestó su madre, levantando una mano prematuramente ajada y repleta de anillos para salir en defensa de la nota que acababa de entregar un apático botones.

Pero su defensa era tan frágil como su protesta, y siguió sonriendo a su visita mientras la señorita Spragg, con un rápido movimiento de sus jóvenes dedos, se apoderaba de la carta y se apartaba para leerla junto a la ventana.

—Supongo que es para mí —se limitó a decirle a su madre por encima del hombro.

—¿Ha visto usted cosa igual, señora Heeny? —murmuró la señora Spragg con orgullo y reprobación.

La señora Heeny, una mujer de aspecto enérgico y profesional, con impermeable, el velo gastado y caído hacia atrás, y un bolso de cocodrilo bastante usado a sus pies, siguió la mirada de la madre con gesto de conformidad y buen humor.

—Nunca he visto a una joven más adorable —asintió, respondiendo más al espíritu que a la letra de la pregunta de su anfitriona.


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Protegido por copyright
459 págs. / 13 horas, 24 minutos / 80 visitas.

Publicado el 28 de agosto de 2018 por Edu Robsy.

Las Bostonianas

Henry James


Novela


LIBRO PRIMERO

I

—Olive bajará dentro de unos diez minutos; me pidió que se lo dijera. Unos diez minutos: esa es Olive. Ni cinco ni quince, pero tampoco diez exactamente, sino más bien nueve u once. No me pidió que le dijera que se siente feliz de verlo, porque no sabe si lo está o no, y por nada del mundo se expondría a decir algo impreciso. Si hay alguien honesto esa es Olive Chancellor; es la rectitud en persona. Nadie dice nada impreciso en Boston; la verdad es que no sé cómo tratar a esta gente. Bien, de cualquier manera estoy muy contenta de verlo.

Estas palabras fueron pronunciadas con aire voluble por una mujer rubia, regordeta y sonriente que entró en una angosta sala en la que un visitante que aguardaba desde hacía algunos minutos se encontraba inmerso en la lectura de un libro. El caballero no había siquiera necesitado sentarse para comenzar a interesarse en la lectura; al parecer había tomado el volumen de una mesa tan pronto como llegó, y, manteniéndose de pie, después de una sola mirada al apartamento, se había sumido en sus páginas. Puso a un lado el libro al acercarse la señora Luna, sonrió, le estrechó la mano y dijo como respuesta al último comentario de la dama:

—Usted ha sugerido que dice mentiras. Tal vez esa sea una.

—Oh, no, no hay de qué maravillarse en que me alegre su visita —respondió la señora Luna— si le digo que he pasado ya tres largas semanas en esta ciudad donde nadie miente.

—Sus palabras no me parecen demasiado elogiosas —dijo el joven—. Yo no pretendo mentir.

—Oh, cielos, ¿cuál es la ventaja entonces de ser un sureño? —preguntó la dama—. Olive me ha encargado de decirle que espera que se quede usted a comer. Y si lo ha dicho es que verdaderamente lo espera. Está dispuesta a correr el riesgo.

—¿Tal como estoy? —preguntó el visitante, adoptando un aspecto más bien humilde.


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Protegido por copyright
534 págs. / 15 horas, 36 minutos / 705 visitas.

Publicado el 29 de enero de 2017 por Edu Robsy.

Las Aventuras del Capitán Hatteras

Julio Verne


Novela


El Bergantín

Mañana, el bergantín Forward, al mando del capitán K.Z., saldrá de New Princes Docks con destino desconocido. Esta noticia apareció en el Liverpool Herald del 5 de abril de 1860.

Para el puerto más activo de Inglaterra, la salida de un bergantín es un hecho de poca importancia. ¿Quién va a hacerle caso en medio del intenso movimiento de buques de todas dimensiones y nacionalidades?

Sin embargo, el 6 de abril, desde que empezó a amanecer, un gentío llenaba los muelles de New Princes. La numerosa cofradía de los marinos de la ciudad parecía que se hallaba allí en pleno.

Los trabajadores de los muelles de los alrededores habían abandonado sus faenas; los negociantes, sus escritorios, y los mercaderes sus almacenes. No pasaba un momento sin que los omnibuses multicolores que transitaban detrás de la dársena llevaran un nuevo cargamento de curiosos. La ciudad entera quería ver zarpar al Forward.

Este era un bergantín de ciento setenta toneladas, con hélice y una máquina de vapor de ciento veinte caballos de fuerza. Si no ofrecía nada extraordinario a los ojos de los profanos, los marinos veían en él ciertas particularidades que no podía dejar de pasar desapercibidas para hombres de oficio.

Así es que a bordo del Nautilus, anclado a no gran distancia, un grupo de marineros hacía conjeturas sobre el destino del Forward.

Uno de ellos decía:

¿Desde cuándo los buques de vapor van aparejados con tanto velamen?


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136 págs. / 3 horas, 58 minutos / 247 visitas.

Publicado el 19 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

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