El Sueño del Príncipe
Fiódor Mijáilovich Dostoyevski
Novela
(De los anales de Mordasov)
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162 págs. / 4 horas, 44 minutos / 301 visitas.
Publicado el 19 de junio de 2016 por Edu Robsy.
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(De los anales de Mordasov)
Protegido por copyright
162 págs. / 4 horas, 44 minutos / 301 visitas.
Publicado el 19 de junio de 2016 por Edu Robsy.
Desde un principio se le había ocurrido que en su posición, la de una joven que llevaba la vida de un conejillo de Indias o de una urraca en su confinamiento de madera y tela metálica, se relacionaría con muchas personas que no admitirían que la conocían. Por este motivo su emoción era más intensa —aunque singularmente rara, y aun cuando la posibilidad de ser reconocida siguiera siendo escasa— en las ocasiones en que veía entrar a alguien a quien conocía «de fuera», como ella decía, y que podía añadir alguna cosa a la escasa identidad de su cargo. Éste consistía en sentarse allí con dos jóvenes, el otro telegrafista y el ayudante, atender al «receptor acústico», que estaba siempre funcionando, repartir sellos y giros postales, pesar cartas, responder a preguntas estúpidas, dar cambios difíciles y, sobre todo, contar palabras tan innumerables como los granos de arena del mar, las palabras de los telegramas arrojados, de la mañana a la noche, a través del hueco de la alta celosía, al otro lado de una atestada repisa que, de tanto rozarla, le producía dolor en el antebrazo. Esta pantalla transparente excluía, o encerraba, según el lado del estrecho mostrador que el azar le hubiera asignado a cada cual, el rincón más oscuro de una tienda impregnada, y no poco, en invierno, del veneno de un gas de alumbrado continuo, y en cualquier época del año de la presencia de jamones, queso, pescado seco, jabón, barniz, parafina, y otros sólidos y fluidos que ella llegó a distinguir a la perfección por su olor sin consentir en conocerlos por su nombre.
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118 págs. / 3 horas, 27 minutos / 211 visitas.
Publicado el 1 de mayo de 2017 por Edu Robsy.
En uno de los días más calurosos del verano de 1853, a la sombra de un alto tilo a orillas del río Moskvá, no lejos de Kúntsovo, dos jóvenes estaban tumbados sobre la hierba. El primero aparentaba unos veintitrés años; era alto, muy moreno, tenía la nariz afilada y un poco torcida, la frente alta y unos labios anchos en los que se dibujaba una sonrisa discreta. Tumbado boca arriba, miraba pensativamente a lo lejos, entornando ligeramente sus pequeños ojos grises; el segundo, boca abajo, con su cabeza de pelo rubio y rizado apoyada en ambas manos, miraba también a lo lejos. Era tres años mayor que su compañero, pero parecía mucho más joven; apenas le había salido el bigote y en la barbilla se le arremolinaba una suave pelusilla. Había cierta gracia infantil, cierta elegancia atractiva en los rasgos menudos de su rostro fresco y redondo, en sus ojos dulces y castaños, en sus labios bonitos y protuberantes, en sus manos blancas. Todo en él desprendía la feliz alegría de la salud y de la juventud: la despreocupación, confianza en uno mismo, el capricho y encanto propios de la juventud. Movía los ojos, sonreía y apoyaba la cabeza como los niños que saben que se les está mirando con embeleso. Llevaba un abrigo ancho y blanco parecido a una blusa; un pañuelo azul celeste envolvía su cuello fino y un sombrero arrugado de paja descansaba junto a él sobre la hierba.
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182 págs. / 5 horas, 19 minutos / 200 visitas.
Publicado el 29 de abril de 2017 por Edu Robsy.
Dice el villano en su proverbio que a veces se menosprecia algo que vale mucho más de lo que se piensa; por ello actúa adecuadamente quien teniendo conocimiento lo aplica bien, pues aquel que lo descuida podría callar algo que después sería muy agradable. Por esto dijo Chrétien de Troyes que es justo que cada uno piense y ponga siempre su empeño en hablar y enseñar bien: de un cuento de aventuras ha sacado un relato muy hermoso por el cual se prueba y se sabe que actúa más sabiamente aquel que no abandona su ciencia, de acuerdo con la gracia que Dios le otorga; el cuento trata de Erec, hijo de Lac, y aquellos que quieren vivir de contarlo, suelen destrozarlo y corromperlo delante de reyes y condes. Comenzaré ahora la narración que permanecerá en la memoria mientras dure la cristiandad; de esto se envanece Chrétien.
El día de Pascua, en primavera, el rey Artús había reunido la corte en Caradigán, su castillo; nunca se vio tan rica corte, pues tenía muchos y buenos caballeros, atrevidos, valerosos y fieros, y también ricas damas y doncellas, hijas de reyes, hermosas y gentiles; antes que la corte se separara, el rey dijo a sus caballeros que quería cazar el Ciervo Blanco a fin de restablecer la costumbre. A mi señor Galván no le satisfizo demasiado cuando oyó esta proposición:
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123 págs. / 3 horas, 35 minutos / 804 visitas.
Publicado el 7 de marzo de 2017 por Edu Robsy.
La iglesia de Shepperton era muy diferente hace veinticinco años. Es cierto que su sólida torre de piedra nos sigue mirando por su ojo inteligente, el reloj, con el aire amistoso de antaño; pero todo lo demás ¡ha cambiado tanto! Ahora hay un gran tejado de pizarra a ambos lados del campanario; las ventanas son altas y simétricas; las puertas exteriores tienen brillantes vetas de roble, y las interiores, revestidas de fieltro rojo, guardan un silencio reverencial; en cuanto a sus muros, ningún liquen volverá a crecer en ellos: han quedado tan lisos y desnutridos como la coronilla del reverendo Amos Barton, después de diez años de calvicie y un exceso de jabón. En el interior, la nave está llena de bonitos bancos en los que puede sentarse todo el mundo; y en ciertos rincones privilegiados, menos expuestos al fuego de los ojos del pastor, hay asientos reservados para los más pudientes de Shepperton. Varias columnas de hierro sustentan las amplias galerías, y en una de ellas se encuentra la gloria suprema, la auténtica joya de la iglesia de Shepperton: un órgano, no muy desafinado, en el que un recaudador de modestos arrendamientos, convertido por la fuerza de las circunstancias en organista, acompaña tu salida apresurada tras la bendición con un minué sagrado o un sencillo Gloria.
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461 págs. / 13 horas, 27 minutos / 145 visitas.
Publicado el 10 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.
El año 1824, en el último baile de la Ópera, algunas máscaras quedaron admiradas de la belleza de un joven que se paseaba por los corredores y por el salón de descanso en esa actitud propia del que busca a una mujer a quien, circunstancias imprevistas, retienen en el baile. El secreto de aquel paso, ora presuroso, ora indolente, sólo es conocido por algunas ancianas y por unos cuantos callejeros eminentes. En aquella inmensa sala de citas, la multitud observa poco a la multitud, los intereses son apasionados y hasta la ociosidad parece preocupada. El joven petimetre estaba tan ensimismado en su inquieta busca, que no notaba su éxito: no veía, y no oía siquiera las exclamaciones burlonamente admirativas de ciertas máscaras, los asombros serios, los mordaces chistes y las palabras dulces que le dirigían. Aunque su belleza lo clasificase entre el número de personajes excepcionales que van al baile de la Ópera a buscar una aventura, y que la esperan cual se esperaba un premio en la ruleta cuando Frascati vivía, parecía estar seguro de su fortuna. Nuestro joven iba a ser el héroe de uno de esos misterios de tres personajes que componen todo el baile de máscaras de la Ópera, y que son conocidos solamente por los que desempeñan algún papel; porque, para las damas que van allí a fin de poder decir: Yo he visto; para los provincianos, para los jóvenes inexpertos, para los extranjeros, la Ópera suele ser la mansión del cansancio y del aburrimiento. Para éstos, aquella multitud negra, lenta, agitada, que va, viene, serpentea, da vueltas, sube, baja y sólo puede ser comparada a un hormiguero, es tan incomprensible como la Bolsa para un aldeano que ignora la existencia del papel del Estado. Salvo raras excepciones, en París los hombres no se disfrazan: un hombre con dominó parece ridículo. En esto brilla el genio de la nación.
Información texto 'Esplendores y Miserias de las Cortesanas'
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586 págs. / 17 horas, 6 minutos / 576 visitas.
Publicado el 13 de mayo de 2017 por Edu Robsy.
—¿Cuál es el tema de su obra? —pregunté, con displicencia, al señor elegante, extremadamente ágil y desenvuelto, llamado Iván Kamychov, que necesitado de fondos y declarándose un principiante, me proponía la publicación de un grueso manuscrito.
—¿Qué le puedo decir?… El tema no es nuevo… Amor…, asesinato… Lea, usted verá… Son las memorias de un juez de instrucción. —Sin duda fruncí las cejas, porque Kamychov pestañeó, se estremeció y agregó rápidamente—: Mi relato está en viejo estilo judicial, pero usted encontrará un hecho real…, la verdad… Todo lo que evoco pasó ante mi vista, de pe a pa; fui testigo y hasta participé en el hecho…
—Lo importante no es la verdad, y no es indispensable haber visto un hecho para describirlo. Nuestro público está harto de los Gaboriau y de los Chkliarevski. Harto de asesinatos misteriosos, de hábiles detectives y de jueces sagaces. Es verdad que hay público y público. Hablo del que lee nuestro diario. ¿Cuál es el título de su relato?
—Un drama en la cacería.
—Veamos, no es un título serio… y, en verdad, tengo tantos textos para publicar que me es prácticamente imposible aceptar otros, aunque sean meritorios.
—A pesar de todo, señor, guarde mi manuscrito… Usted dice: «No es serio», pero no puede calificarse así lo que no se ha leído… ¿Ypor qué no quiere usted admitir que hasta los jueces de instrucción sepan escribir seriamente?
Kamychov balbuceaba, hacía girar un lápiz entre sus dedos y se miraba la punta de sus zapatos. Terminó por conmoverme.
—Perfectamente, déjeme su manuscrito. Pero no le prometo leerlo en seguida. Tendrá que esperar…
—¿Mucho tiempo?
—No sé… Vuelva dentro de dos o tres meses…
—¡Oh, cuánto tiempo! Bueno, no me atrevo a insistir…, será como usted quiera.
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161 págs. / 4 horas, 42 minutos / 164 visitas.
Publicado el 9 de febrero de 2018 por Edu Robsy.
Se tiene lástima del pobre género humano que se degüella por «algunas aranzadas de hielo» decían los filósofos del siglo XVIII; y esto es lo peor que podían decir tratándose del Canadá, cuya posesión disputaban, en aquella época, los franceses a los soldados de Inglaterra.
Doscientos años antes, Francisco I exclamó, respecto a ciertos territorios americanos reclamados por el rey de España y por el de Portugal: «Me gustaría mucho ver el artículo del testamento de Adán que les lega esa vasta herencia». El rey de Francia no iba tan descaminado en sus pretensiones, puesto que algún tiempo después una parte de aquellos territorios tomaron el nombre de Nueva Francia; y aun cuando los franceses no han podido conservar aquella magnífica colonia americana, la mayor parte da sus habitantes son franceses de corazón y están unidos a la antigua Galia por los lazos de la sangre, por la identidad da raza y por los instintos naturales, que la política internacional no llegará nunca a desterrar.
En realidad, las «algunas aranzadas de hielo» tan mal calificadas por los filósofos, forman un reino cuya superficie es igual a la de Europa.
Un francés fue el que tomó posesión de aquellos vastos territorios en 1534.
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340 págs. / 9 horas, 55 minutos / 122 visitas.
Publicado el 14 de marzo de 2017 por Edu Robsy.
No, capitán, no cedo a usted la plaza.
—Lo siento, conde; pero por nada ni por nadie modifico mis pretensiones.
—¿De veras?
—Sí, señor.
—Tenga en cuenta, sin embargo, que soy el más antiguo en esa pretensión.
—La antigüedad no da ningún derecho en estos asuntos.
—Le obligaré a cederme el puesto, capitán.
—No lo creo, conde.
—Me parece que una estocada…
—Quizás un pistoletazo…
—Tome mi tarjeta.
—Allá va la mía.
Dichas estas palabras, los dos adversarios cambiaron sus tarjetas, en las que se leía:
Héctor Servadac, capitán del Estado Mayor en Mostaganem, en una; y
Conde Basilio Timascheff, a bordo de la goleta Dobryna, en la otra.
Al separarse, preguntó el conde Timascheff:
—¿Dónde pueden verse nuestros testigos?
—Hoy a las dos, si a usted le parece bien —respondió Héctor—, en el Estado Mayor.
—¿En Mostaganem?
—En Mostaganem.
Y, dicho esto, el capitán Servadac y el conde Timascheff se saludaron con cortesía. Al ir a separarse, el conde Timascheff hizo esta observación:
—Capitán, creo que debemos callar la verdadera causa de este duelo.
—También lo creo yo —respondió Servadac.
—No se pronunciará nombre alguno.
—Ninguno.
—¿Y el pretexto?
—¿El pretexto? Una discusión musical, señor conde.
—Perfectamente —respondió Timascheff—, yo habré defendido a Wagner, lo cual está en mis ideas.
—Y yo a Rossini, lo cual está también en las mías —replicó, sonriéndose, el capitán Servadac. Después, el conde Timascheff y el oficial de Estado Mayor se saludaron y se separaron definitivamente.
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379 págs. / 11 horas, 4 minutos / 143 visitas.
Publicado el 16 de marzo de 2017 por Edu Robsy.
El 10 de agosto de 1862, a las cuatro de la tarde, y ante el famoso salón de conversación de Baden-Baden, había extraordinaria concurrencia. El tiempo era delicioso: los árboles verdes, las blancas casas de la coqueta ciudad, las montañas que la coronan, todo respiraba un aire de fiesta y brillaba bajo los rayos del sol esplendente; todo sonreía, y un reflejo de esa sonrisa indecisa y encantadora vagaba sobre los rostros, viejos y jóvenes, feos y agradables. Las caras pintadas y pálidas de las loretas parisienses no llegaban a destruir esa impresión de alegría general; las cintas llamativas, las plumas, el oro y el acero, cuyos destellos aparecían sobre los sombreros y los velos, evocaban el animado brillo y el leve estremecimiento de flores primaverales y de alas jaspeadas; pero las notas disonantes de la jerga francesa que hablaban aquellas mujeres no tenía nada de común con el canto de los pájaros.
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186 págs. / 5 horas, 25 minutos / 261 visitas.
Publicado el 29 de enero de 2017 por Edu Robsy.