I. EL AGUINALDO DE LA DUQUESA
Hacia la mitad de la calle de la Universidad, entre los números 51 y
57, se ven cuatro hoteles que pueden citarse entre los más lindos de
París. El primero pertenece al señor Pozzo di Borgo, el segundo al conde
Mailly, el tercero al duque de Choiseul y el último, que hace esquina a
la calle Bellechasse, al barón de Sanglié.
El aspecto de este edificio es noble. La puerta cochera da entrada a
un patio de honor cuidadosamente enarenado y tapizado de parras
centenarias. El pabellón del portero está a la izquierda, envuelto entre
el follaje espeso de la hiedra, donde los gorriones y los huéspedes de
la garita parlotean al unísono. En el fondo del patio, a la derecha, una
amplia escalinata resguardada por una marquesina, conduce al vestíbulo y
a la gran escalera.
La planta baja y el primer piso están ocupados por el barón
únicamente, que disfruta sin compartirlo con nadie un vasto jardín,
limitado por otros jardines, y poblado de urracas, mirlos y ardillas que
van y vienen de ése a los otros en completa libertad, como si se
tratara de habitantes de un bosque y no de ciudadanos de París.
Las armas de los Sanglié, pintadas en negro, se descubren en todas
las paredes del vestíbulo. Son un jabalí de oro en un campo de gules. El
escudo tiene por soporte dos lebreles, y está rematado con el penacho
de barón con esta leyenda: Sang lié au Roy.
Como media docena de lebreles vivos, agrupados según su capricho, se
aburren al pie de la escalera, mordisquean las verónicas floridas en los
vasos del Japón o se tienden sobre la alfombra alargando la cabeza
serpentina. Los lacayos, sentados en banquetas de Beauvais, cruzan
solemnemente los brazos, como conviene a los criados de buena casa.
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