Libro primero
Capítulo primero
La huida a Egipto
A la sombra de una imponente roca estaba sentado
Wilhelm, estaba en un lugar sobrecogedor y privilegiado, un lugar en el
que el empinado sendero que llevaba por aquellos montes se arqueaba y se
precipitaba abruptamente a lo hondo. El sol aún estaba a buena altura e
iluminaba las copas de los pinos hincados en el abismo rocoso que se
abría a sus pies. Estaba anotando algo en su pizarra, cuando Félix, que
andaba trepando por allí, se acercó a él con una piedra en la mano.
—¿Cómo se llama esta piedra, padre? —preguntó el niño.
—No lo sé —repuso Wilhelm.
—¿No será oro lo que brilla tanto? —dijo aquél.
—No, no lo es —contestó éste—, y ahora recuerdo que la gente suele llamarlo oro de gato.
—¿Oro de gato? —dijo el niño sonriendo—. ¿Por qué?
—Probablemente porque es falso y piensan que los gatos son falsos también.
—Lo tendré en cuenta —dijo el niño guardando la piedra en una
mochila de cuero. Sacando acto seguido algo más, preguntó—: ¿Qué es
esto?
—Un fruto —respondió el padre— y a juzgar por su superficie escamosa debe de estar emparentado con las piñas.
—Pero no parece una piña, es redonda.
—Vamos a preguntarle a los cazadores. Ellos conocen el bosque y
todos sus frutos, saben sembrar, plantar y esperar, luego dejan que
crezcan los tallos y se hagan tan altos como puedan.
—Los cazadores lo saben todo, ayer el guía me mostró cómo un ciervo
había atravesado el camino. Me hizo volver sobre mis pasos para que
viera la pista, como ellos lo llaman, entonces vi claramente marcadas en
el suelo dos pezuñas. Debía de ser un ciervo muy grande.
—Ya noté cómo le consultabas al guía.
Información texto 'Los años itinerantes de Wilhelm Meister'