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editor: Edu Robsy etiqueta: Novela


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Abel Sánchez

Miguel de Unamuno


Novela


Al morir Joaquín Monegro encontróse entre sus papeles una especie de Memoria de la sombría pasión que le hubo devorado en vida. Entremézclanse en este relato fragmentos tomados de esa confesión ––así la rotuló––, y que vienen a ser al modo de comentario que se hacía Joaquín a sí mismo de su propia dolencia. Esos fragmentos van entrecomillados. “La Confesión” iba dirigida a su hija:

No recordaban Abel Sánchez y Joaquín Monegro desde cuándo se conocían. Eran conocidos desde antes de la niñez, desde su primera infancia, pues sus dos sendas nodrizas se juntaban y los juntaban cuando aún ellos no sabían hablar. Aprendió cada uno de ellos a conocerse conociendo al otro. Y así vivieron y se hicieron juntos amigos desde nacimiento, casi más bien hermanos de crianza. En sus paseos, en sus juegos, en sus otras amistades comunes, parecía dominar e iniciarlo todo Joaquín, el más voluntarioso; pero era Abel quien, pareciendo ceder, hacía la suya siempre. Y es que le importaba más no obedecer que mandar. Casi nunca reñían. «¡Por mí como tú quieras… !», le decía Abel a Joaquín, y este se exasperaba a las veces porque con aquel «¡como tú quieras… !» esquivaba las disputas.

—¡Nunca me dices que no! —exclamaba Joaquín.

—¿ Y para qué? —respondía el otro. —

—Bueno, este no quiere que vayamos al Pinar —dijo una vez aquel, cuando varios compañeros se disponían a un paseo.

—¿Yo? ¡pues no he de quererlo… ! —exclamó Abel—. Sí, hombre, sí; como tú quieras. ¡Vamos allá!

—¡No, como yo quiera, no! ¡Ya te he dicho otras veces que no! ¡Como yo quiera no! ¡Tú no quieres ir!

—Que sí, hombre…

—Pues entonces no lo quiero yo…

—Ni yo tampoco…

—Eso no vale —gritó ya Joaquín—. ¡O con él o conmigo!


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Dominio público
99 págs. / 2 horas, 53 minutos / 1.612 visitas.

Publicado el 6 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Papá Goriot

Honoré de Balzac


Novela


Al grande e ilustre Geoffrey Saint Hilaire,
como testimonio de admiración
por su labor y su talento.

De Balzac.

I. Una pensión burguesa

La señora Vauquer, de soltera De Conflans, es una anciana que desde hace cuarenta años regenta una pensión en la calle Neuve-Sainte-Geneviève, entre el barrio latino y el de Saint-Marcel. Esta pensión, conocida bajo el nombre de Casa Vauquer, admite tanto a hombres como mujeres, jóvenes y ancianos, sin que las malas lenguas hayan atacado nunca las costumbres de tan respetable establecimiento. Pero también es cierto que desde hacía treinta años nunca se había visto en ella a ninguna persona joven, y para que un hombre joven viviese allí era preciso que su familia le pasara mensualmente muy poco dinero. No obstante, en el año 1819, época en la que da comienzo este drama, hallábase en Casa Vauquer una joven pobre. Aunque la palabra drama haya caído en descrédito por el modo abusivo con que ha sido prodigada en estos tiempos de dolorosa literatura, es preciso emplearla aquí: no que esta historia sea dramática en la verdadera acepción de la palabra; pero, una vez terminada la obra, quizás el lector habrá derramado algunas lágrimas intra muros y extra. ¿Será comprendida más allá de París? Nos permitimos ponerlo en duda. Las particularidades de esta historia llena de observaciones y de colores locales no pueden apreciarse más que entre el pie de Montmartre y las alturas de Montrouge, en ese ilustre valle de cascote continuamente a punto de caer y de arroyos negros de barro; valle repleto de sufrimientos reales, de alegrías a menudo ficticias, y tan terriblemente agitado que se precisa algo exorbitante para producir una sensación de cierta duración.


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Dominio público
286 págs. / 8 horas, 20 minutos / 1.384 visitas.

Publicado el 1 de abril de 2017 por Edu Robsy.

Los Piratas de las Bermudas

Emilio Salgari


Novela


CAPÍTULO I. LA CAZA A LA CORBETA

EL sol iba al ocaso entre grises nubarrones, que, hinchados por el viento de poniente, se habían ido extendiendo poco a poco sobre el Atlántico.

Las olas, que reflejaban los últimos fulgores del día, murmuraban, corriendo libremente la extensión inmensa que existe entre las costas americanas y las cuatrocientas Bermudas, islotes colocados en torno de la Gran Bermuda, que es la única isla habitada de aquel gran montón de tierras perdidas en medio del grande Océano oriental.

Dos naves, cubiertas de velas hasta los topes, avanzaban dulcemente empujadas por las olas, que batiendo contra ellas a babor, alzábanlas con mesurado murmullo, que sonaba cual la gran poesía de los mares.

El viento de lebeche, bastante fresco, hinchaba las telas, silbando entre centenares y centenares de jarcias y cables y poleas.

Una de dichas naves era una espléndida corbeta, larga y sutil, pero de mucho porte, puesto que de sus bordas salían veinticuatro bocas de cañón, mientras que en el puente y en el ancho castillo de popa había dispuestos en barbeta cuatro gruesas piezas de caza.

Estaba, como hemos dicho, cubierta de velas de un extremo a otro. Las mismas bonetas habían sido desplegadas y tendidas las banderas.

La otra era, en cambio, una barca gruesa, ancha, pesada, de aforo muy inferior a la corbeta que la precedía, con poquísimas piezas de artillería colocadas todas en cubierta.

Ambas naves llevaban, sin embargo, un número considerable de tripulantes, cual si fuesen buques de guerra.

En la corbeta, en lo alto del palo mayor, ondeaba una bandera roja, señal de fuego permanente, a cada hora, a cada instante, contra todos y contra todo; en la barca una bandera listada, blanca y azul y sin estrellas, porque los Estados Unidos no se habían coligado todavía, ni tenían fijas las orgullosas estrellas de la confederación.


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221 págs. / 6 horas, 27 minutos / 739 visitas.

Publicado el 26 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Arroz y Tartana

Vicente Blasco Ibáñez


Novela


I

A las tres de la tarde entró doña Manuela en la plaza del Mercado, envuelto el airoso busto en un abrigo cuyos faldones casi llegaban al borde de la falda, cuidadosamente enguantada, con el limosnero al puño y velado el rostro por la tenue blonda de la mantilla.

Tras ella, formando una pareja silenciosa, marchaban el cochero y la criada: un mocetón de rostro carrilludo y afeitado que respiraba brutal jocosidad, luciendo con tanta satisfacción como embarazo los pesados borceguíes, el terno azul con vivos rojos y botones dorados y la gorra de hule de ancho plato, y a su lado una muchacha morena y guapota, con peinado de rodete y agujas de perlas, completando este tocado de la huerta su traje mixto, en el que se mezclaban los adornos de la ciudad con los del campo.

El cochero, con una enorme cesta en la mano y una espuerta no menor a la espalda, tenía la expresión resignada y pacienzuda de la bestia que presiente la carga. La muchacha también llevaba una cesta de blanco mimbre, cuyas tapas movíanse al compás de la marcha, haciendo que el interior sonase a hueco; pero no se preocupaba de ella, atenta únicamente a mirar con ceño a los transeúntes demasiado curiosos o a pasear ojeadas hurañas de la señora al cochero o viceversa. Cuando, doblando la esquina, entraron los tres en la plaza del Mercado, doña Manuela se detuvo como desorientada.


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Dominio público
288 págs. / 8 horas, 25 minutos / 724 visitas.

Publicado el 19 de abril de 2016 por Edu Robsy.

Zaragoza

Benito Pérez Galdós


Novela


I

Me parece que fué al anochecer del 18 cuando avistamos á Zaragoza. Entrando por la puerta de Sancho, oímos que daba las diez el reloj de la Torre Nueva. Nuestro estado era excesivamente lastimoso en lo tocante á vestido y alimento, porque las largas jornadas que habíamos hecho desde Lerma por Salas de los Infantes, Cervera, Agreda, Tarazona y Borja, escalando montes, vadeando ríos, franqueando atajos y vericuetos hasta llegar al camino real de Gallur y Alagón, nos dejaron molidos, extenuados y enfermos de fatiga. Con todo, la alegría de vernos libres endulzaba todas nuestras penas.

Eramos cuatro los que habíamos logrado escapar entre Lerma y Cogollos, divorciando nuestras inocentes manos de la cuerda que enlazaba á tantos patriotas. El día de la evasión reuníamos entre los cuatro un capital de once reales; pero después de tres días de marcha, y cuando entramos en la metrópoli aragonesa, hízose un balance y arqueo de la caja social, y nuestras cuentas sólo arrojaron un activo de treinta y un cuartos. Compramos pan junto á la Escuela Pía, y nos lo distribuímos.


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209 págs. / 6 horas, 7 minutos / 641 visitas.

Publicado el 25 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Pepita Jiménez

Juan Valera


Novela


El señor deán de la catedral de..., muerto pocos años ha, dejó entre sus papeles un legajo, que, rodando de unas manos en otras, ha venido a dar en las mías, sin que, por extraña fortuna, se haya perdido uno solo de los documentos de que constaba. El rótulo del legajo es la sentencia latina que me sirve de epígrafe, sin el nombre de mujer que yo le doy por título ahora; y tal vez este rótulo haya contribuido a que los papeles se conserven, pues creyéndolos cosa de sermón o de teología, nadie se movió antes que yo a desatar el balduque ni a leer una sola página.

Contiene el legajo tres partes. La primera dice: Cartas de mi Sobrino; la segunda, Paralipómenos; y la tercera, Epílogo. Cartas de mi hermano.

Todo ello está escrito de una misma letra, que se puede inferir fuese la del señor deán. Y como el conjunto forma algo a modo de novela, si bien con poco o ningún enredo, yo imaginé en un principio que tal vez el señor deán quiso ejercitar su ingenio componiéndola en algunos ratos de ocio; pero, mirado el asunto con más detención y, notando la natural sencillez del estilo, me inclino a creer ahora que no hay tal novela, sino que las cartas son copia de verdaderas cartas, que el señor deán rasgó, quemó o devolvió a sus dueños, y que la parte narrativa, designada con el título bíblico de Paralipómenos, es la sola obra del señor deán, a fin de completar el cuadro con sucesos que las cartas no refieren.

De cualquier modo que sea, confieso que no me ha cansado, antes bien me ha interesado casi la lectura de estos papeles; y como en el día se publica todo, he decidido publicarlos también, sin más averiguaciones, mudando sólo los nombres propios, para que, si viven los que con ellos se designan, no se vean en novela sin quererlo ni permitirlo.


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Dominio público
175 págs. / 5 horas, 7 minutos / 591 visitas.

Publicado el 29 de abril de 2016 por Edu Robsy.

Satiricón

Petronio


Novela


Capítulo I

Tiempo ha que prometí entreteneros con la narración de mis aventuras, y hoy, que estamos oportunamente congregados no sólo para intrincarnos en disertaciones científicas, sino también para distraernos en festivo coloquio y animarnos con fábulas o relatos alegres, voy a cumplir mi promesa. Fabricio Vegento, con su peculiar ingenio, acaba ahora de trazaros un cuadro satírico de los errores de la religión y de los furores proféticos, o los comentarios que los sacerdotes hacen de los misterios que no comprenden.

Pero ¿es acaso menos ridícula la manía de los declamadores, que claman: "He aquí las heridas que recibí por defender las libertades públicas!" "¡He aquí el hueco del ojo que perdí por vosotros!" "¡Dadme un guía que me conduzca con los míos!" "¡Mis rodillas, llenas de cicatrices, no pueden sostener mi cuerpo!". Tanto énfasis sería insoportable si no les abriera el camino de la elocuencia; ahora, esa hinchazón de estilo, ese vano estrépito sentencioso, que a nadie aprovecha, hacen de los jóvenes que debutan en los estrados y de los escolares unos necios con ínfulas de maestros; porque todo lo que ven y aprenden en las Academias no les ofrece imagen alguna de la sociedad. Se les llena la cabeza con el relato de piratas preparando cadenas para los cautivos; de tiranos cuyos bárbaros edictos obligan a los padres a que decapiten sus propios hijos; de respuestas monstruosas del oráculo que piden el sacrificio de tres vírgenes, y a veces más, para librar a la ciudad del flagelo de la peste. Un diluvio de frases comunes, sonoras y de períodos vulgares perfectamente redondeados, que casi hacen estremecer.


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Dominio público
161 págs. / 4 horas, 43 minutos / 466 visitas.

Publicado el 20 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

Mirando Atrás Desde 2000 a 1887

Edward Bellamy


Novela


Prefacio del autor

Sección Histórica del Shawmut College, Boston, 26 de diciembre de 2000


Viviendo como vivimos en el año que cierra el siglo veinte, disfrutando de las bendiciones de un orden social a la vez tan sencillo y lógico que no parece sino el triunfo del sentido común, no hay duda de que es difícil comprender, para aquellos cuyos estudios no han sido en gran parte históricos, que la presente organización de la sociedad tiene, en su plenitud, menos de un siglo de edad. No hay hecho histórico, sin embargo, mejor establecido, que hasta casi el final del siglo diecinueve era creencia general que el antiguo sistema industrial, con todas sus espantosas consecuencias sociales, estaba destinado a perdurar, posiblemente con algún pequeño remiendo, hasta el fin de los tiempos. ¡Qué extraño y casi increíble parece que una tan prodigiosa transformación moral y material como la que ha tenido lugar desde entonces haya podido ser llevada a cabo en un intervalo tan breve! La presteza con la cual los hombres se acostumbran, como a algo natural, a las mejoras en su condición, que, cuando fueron anticipadas, parecían no dejar lugar a desear nada más, no podría ser ilustrada de forma más notable. ¡Qué reflexión podría ser mejor calculada para presidir el entusiasmo de los reformadores que cuentan para su recompensa con la entusiasta gratitud de las edades futuras!


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Dominio público
249 págs. / 7 horas, 15 minutos / 406 visitas.

Publicado el 15 de enero de 2023 por Edu Robsy.

Insolación y Morriña

Emilia Pardo Bazán


Novela


Insolación

I

La primer señal por donde Asís Taboada se hizo cargo de que había salido de los limbos del sueño, fué un dolor como si la barrenasen las sienes de parte á parte con un barreno finísimo; luego le pareció que las raíces del pelo se convertían en millares de puntas de aguja y se le clavaban en el cráneo. También notó que la boca estaba pegajosita, amarga y seca; la lengua, hecha un pedazo de esparto; las mejillas ardían; latían desaforadamente las arterias, y el cuerpo declaraba á gritos que, si era ya hora muy razonable de saltar de la cama, no estaba él para valentías tales.

Suspiró la señora; dió una vuelta, convenciéndose de que tenía molidísimos los huesos; alcanzó el cordón de la campanilla, y tiró con garbo. Entró la doncella, pisando quedo, y entreabrió las maderas del cuarto-tocador. Una flecha de luz se coló en la alcoba, y Asís exclamó con voz ronca y debilitada:

—Menos abierto... Muy poco... Así.

—¿Cómo le va, señorita?—preguntó muy solícita la Angela (por mal nombre Diabla).—¿Se encuentra algo más aliviada ahora?

—Sí, hija..., pero se me abre la cabeza en dos.

—¡Ay! ¿Tenemos la maldita de la jaquecona?

—Clavada... A ver si me traes una taza de tila...

—¿Muy cargada, señorita?

—Regular...

—Voy volando.

Un cuarto de hora duró el vuelo de la Diabla. Su ama, vuelta de cara á la pared, subía las sábanas hasta cubrirse la cara con ellas, sin más objeto que sentir el fresco de la batista en aquellas mejillas y frente que estaban echando lumbre.

De tiempo en tiempo exhalaba un gemido sordo.

En la mollera suya funcionaba, de seguro, toda la maquinaria de la Casa de la Moneda, pues no recordaba aturdimiento como el presente, sino el que había experimentado al visitar la fábrica de dinero y salir medio loca de las salas de acuñación.


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269 págs. / 7 horas, 50 minutos / 338 visitas.

Publicado el 23 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

La Quimera

Emilia Pardo Bazán


Novela


Prólogo

Había prescindido en mis novelas de todo prefacio, advertencia, aclaración o prólogo, entregándolas mondas y lirondas al lector, que allá las interpretase a su antojo, puesto que tanta molestia quisiera tomarse; y esta costumbre seguiría en La Quimera si, apenas iniciada su publicación por la excelente revista La Lectura, no apareciese en un diario de circulación máxima un suelto anunciando que «claramente se adivina, al través de los personajes de La Quimera, el nombre de gentes muy conocidas en la sociedad de Madrid, por lo cual el libro será objeto de gran curiosidad y de numerosos comentarios».

Desde Pequeñeces, se me figura que al público se le ha abierto el apetito. Fue Pequeñeces (tendrán que reconocerlo los más adversos al Padre Coloma) plato tan sabroso, que trabajo le mando al cocinero que sazone otro mejor. ¿Qué especias emplear? ¿Qué salsa componer? No vale cargar la mano en la guindilla, que no por eso saldrá el carrick más en punto. Pequeñeces, a la verdad, y es justo decirlo, alborotó sin recurrir a tratar de aberraciones, perversiones y demoniuras con que hoy las letras van familiarizándose. Por ley natural de la escala de sensaciones, se piden nuevos estímulos; vibra irritada la curiosidad, y la musa ceñida de negras espinas, la de la sátira social, que levanta ampollas como puños, aguarda su hora. A todo novelista que por exigencias del asunto tiene que situar la acción en altas esferas o sacar a plaza tipos más o menos semejantes a los que por ahí bullen, se le pregunta con ahínco: «—¿Nos trae usted la continuación de Pequeñeces? Eso sí que nos encantaría. Agotaríamos la edición...».


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Dominio público
421 págs. / 12 horas, 17 minutos / 274 visitas.

Publicado el 4 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

7891011