Textos más descargados publicados por Edu Robsy publicados el 5 de marzo de 2017 | pág. 3

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editor: Edu Robsy fecha: 05-03-2017


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La Colmena Madre

Rudyard Kipling


Cuento


La polilla de la cera jamás habría entrado si la colonia no hubiera sido vieja y no estuviese superpoblada, pero cuando se concentran demasiadas abejas en una colmena, es inevitable que aparezcan enfermedades y parásitos. El calor en las galerías aumentó en el mes de junio, con el trasiego de la miel, y aunque las ventiladoras trabajaban para refrescar la colmena hasta que les dolían las alas, todo el mundo sufría.

Una abeja joven trepó por la resbaladiza y pisoteada plancha de vuelo.

—Disculpa —empezó a decir—, es mi primer vuelo recolector. ¿Serías tan amable de indicarme si ésta es mi…?

—¿… colmena? —respondió el centinela con brusquedad—. ¡Sí! ¡Pasa y que te infecte ese asqueroso parásito! ¡La siguiente!

—¡Qué vergüenza! —exclamaron media docena de obreras con las alas y los nervios destrozados, y hubo protestas y zumbidos.

La pequeña polilla de la cera, agazapada en una grieta de la plancha de vuelo, llevaba todo el día esperando esta oportunidad. Se escabulló como un fantasma y, como sabía que las abejas adultas la expulsarían de inmediato, se escondió en una de las cámaras de cría, donde las más jóvenes que aún no habían visto a los vientos soplar ni a las flores asentir con sus cabezas, debatían sobre la vida. Allí estaría a salvo, pues las recién nacidas toleraban a cualquier extranjero. Llegó tras ella la abeja que había sido insultada por el centinela.

—¿Cómo es el mundo, Melissa? —preguntó una compañera.

—¡Cruel! Vengo cargada hasta más no poder, con un material de primera, ¡y el centinela me dice que me infecte ese asqueroso parásito! —Se sentó en la corriente fresca que soplaba entre los panales.

—¡Tendríais que haber oído en qué tono insolente ha maldecido el centinela a nuestra hermana! —dijo la polilla de la cera con voz almibarada—. Ha suscitado la indignación de toda la comunidad.


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Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Ciudad de la Noche Atroz

Rudyard Kipling


Cuento


El calor denso y húmedo que cubría como un manto el rostro de la tierra aniquilaba de raíz cualquier esperanza de sueño. Las cigarras ayudaban al calor, y el aullido de los chacales a las cigarras. Era imposible estarse quieto en el eco de la casa oscura y vacía viendo cómo el abanico golpeaba el aire muerto. A las diez de la noche clavé la punta de mi bastón en el centro del jardín y esperé a ver cómo caía. Señaló directamente hacia el camino iluminado por la luna que conduce a la Ciudad de la Noche Atroz. El ruido del bastón al caer asustó a una liebre, que corrió a refugiarse en un cementerio mahometano en desuso, donde los cráneos sin mandíbulas y los fémures de cabeza roma, cruelmente expuestos a las lluvias de julio, refulgían como la madreperla en la tierra acanalada por el agua. El aire caliente y la tierra pesada habían hecho salir incluso a los muertos en busca de frescor. La liebre avanzó renqueando, olisqueó con curiosidad un trozo de cristal ahumado procedente de una lámpara rota, y se perdió en la sombra de unos tamariscos.


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Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

En el Mismo Barco

Rudyard Kipling


Cuento


—El origen de muchos delirios es un latido venoso —dijo el doctor Gilbert con dulzura.

—¿Cómo entonces quiere que le explique lo que me pasa? —la voz de Conroy se elevó casi hasta quebrarse.

—Desde luego, pero debería haber consultado con un médico antes de usar… paliativos.

—Me estaba volviendo loco. Y ahora no puedo pasarme sin ellos.

—¡No será para tanto! Uno no adquiere hábitos fatales a los veinticinco años. Piénselo una vez más. ¿Se asustaba usted cuando era niño?

—No lo recuerdo. Todo empezó cuando era un chaval.

—¿Con o sin los espasmos? Por cierto, ¿le importaría describirme de nuevo cómo es el espasmo?

—Bueno —dijo Conroy, rebulléndose en el asiento—. Yo no soy músico, pero imagínese que fuera usted una cuerda de violín… vibrando… y que alguien lo tocara con un dedo. ¡Como si un dedo rozase el alma desnuda! ¡Es terrible!

—Como una indigestión… o una pesadilla… mientras dura.

—Pero ese horror me acompaña durante días. Y la espera es… ¡y para colmo está esa adicción al medicamento! ¡Esto no puede seguir así! —Se estremeció al decirlo, y la silla crujió.

—Mi querido amigo —dijo el doctor—, cuando sea usted mayor comprenderá las cargas que soportan incluso los mejores. Cada espartano tiene su zorro.

—Eso no me ayuda. ¡No puedo! ¡No puedo! —exclamó Conroy rompiendo a llorar.

—No se disculpe —dijo Gilbert cuando el paroxismo hubo pasado—. Estoy acostumbrado a que la gente se… desahogue un poco en esta sala.

—¡Son esas tabletas! —Conroy dio un ligero pisotón mientras se sonaba la nariz—. Me han vuelto loco. Yo era un hombre sano. He probado a hacer ejercicio, de todo. Pero si me quedo sentado un minuto cuando llega el momento… aunque sean las cuatro de la madrugada, ya no me deja en paz.


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28 págs. / 50 minutos / 87 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Ellos

Rudyard Kipling


Cuento


Una vista llamaba a otra; una cima a su compañera, hacia la otra mitad del condado, y como responder a la invitación no requería mayor esfuerzo que el de tirar de una palanca, encomendé el camino a mis ruedas y me dejé llevar. Las llanuras del este, tachonadas de orquídeas, daban paso al tomillo, las encinas y la hierba gris de los promontorios cretáceos del sur, y éstos a los fértiles trigales y a las higueras de la costa, donde el ritmo regular de la marea me acompañó a mano izquierda por espacio de veinte kilómetros sin interrupción; y al girar tierra adentro, entre un cúmulo de bosques y colinas redondeadas, abandoné definitivamente todos los límites conocidos. Una vez pasada esa aldea concreta que se conoce como madrina de la capital de Estados Unidos, encontré pueblos perdidos donde las abejas, las únicas criaturas despiertas, zumbaban entre los tilos de veinticuatro metros de altura que descollaban sobre las grises iglesias normandas; milagrosos arroyos que se zambullían bajo puentes de piedra construidos para soportar un tráfico más pesado del que jamás volverían a padecer; graneros diezmales más grandes que sus iglesias; y una vieja herrería que proclamaba a los cuatro vientos su antigua condición de sala de los caballeros templarios. Y encontré gitanos en unas eras, donde aulagas, brezo y helechos combatían entre sí a lo largo de un kilómetro y medio de calzada romana; y un poco más adelante espanté a un zorro rojo que retozaba como un perro bajo el crudo sol.


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Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Valle de la Luna

Jack London


Novela


LIBRO PRIMERO

I

—¿Escuchas, Saxon? Ven aquí. ¿Y qué sucedería si fuesen los albañiles? Allí tengo amigos que son verdaderos caballeros, al igual que tú. Vendrá la banda de Al Vista, y ya sabes que toca como el cielo. Y sobre todo a ti te gustará, que bailas…

Muy cerca de ellas, una mujer corpulenta y madura cortó las insinuaciones de la muchacha. Era una mujer de espaldas móviles, abultadas y deformes, y comenzó a agitarse convulsivamente.

—¡Dios! —gritó—. ¡Oh, Dios!

Echaba miradas salvajes hacia los costados de la habitación de paredes descoloridas, llena de calor y muy sofocante por el vapor que se escapaba de las telas mojadas, que eran alisadas por las planchas encendidas, manejadas por numerosas mujeres. Parecía un animal acorralado. Las rápidas miradas de sus compañeras de labor se clavaron en ella. Hasta ese instante habían agitado firmemente los hierros a bastante velocidad, y entonces el trabajo y la eficiencia se resintieron. El grito que había lanzado esa mujer produjo un efecto semejante a una pérdida de dinero, entre aquellas planchadoras de ropa almidonada que trabajaban a destajo.

Después de un esfuerzo visible, la muchacha se reprimió, y la plancha se detuvo sobre el vestido humedecido, de delicados volados, que estaba extendido sobre la mesa.

—¡Y suponía que ella ya lo tenía de nuevo!… ¿No creías lo mismo? —dijo la joven.

—Es una vergüenza… Es una mujer de edad y de cierta condición… —respondió Saxon, mientras alisaba el vuelo de un encaje con la plancha de rejilla. Sus movimientos eran delicados, rápidos y seguros, y aunque su rostro estaba pálido por la fatiga y el calor abrumador, sin embargo no había lentitud en el ritmo de su tarea.


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567 págs. / 16 horas, 32 minutos / 122 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Vagabundo de las Estrellas

Jack London


Novela


1

Toda mi vida he sido consciente de la existencia de otros tiempos y de otros lugares. He sido consciente de la existencia de otras personas en mi interior. Y créame, lector, igual le ha sucedido a usted. Mire de nuevo en su niñez, y recordará esta conciencia de la que hablo como una experiencia de su infancia. Por aquel entonces usted no estaba acabado todavía, no estaba consumado. Era plástico, un alma fluctuante, una conciencia y una identidad en proceso de formación, de formación y olvido.

Ha olvidado mucho, querido lector, y aun así, al leer estas líneas, recuerda vagamente las visiones confusas de otros tiempos y de otros lugares que sus ojos de niño contemplaron. Hoy le parecen sueños. Sin embargo, aunque fuesen sueños, por tanto ya soñados, ¿de dónde surge su materia? Los sueños no son más que una grotesca mezcla de las cosas que ya conocemos. La esencia de nuestros sueños más puros es la esencia de nuestra experiencia. Cuando era niño soñó que caía de alturas prominentes; soñó que volaba por el aire como vuelan los seres alados; le turbaron arañas repulsivas y criaturas babosas de innumerables patas; oyó otras voces, vio otras caras inquietantemente familiares, y contempló amaneceres y puestas de sol distintos a los que hoy, al mirar atrás, sabe que ha contemplado.

Bien. Estas visiones infantiles son visiones de ensueño, de otra vida, cosas que nunca había visto en la vida que ahora está viviendo. ¿De dónde surgen, pues? ¿De otras vidas? ¿De otros mundos? Quizá, cuando haya leído todo lo que voy a escribir, encontrará respuesta a las incógnitas que le he planteado y que usted mismo, antes de llegar a leerme, se había planteado también.


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297 págs. / 8 horas, 41 minutos / 131 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Talón de Hierro

Jack London


Novela


Prólogo

No se puede considerar el Manuscrito Everhard como un documento histórico importante. Según los historiadores, está plagado de errores —no errores factuales, sino de interpretación—. Al retroceder los siete siglos transcurridos desde que Avis Everhard completara ese manuscrito, los acontecimientos y sus consecuencias, para ella confusos y oscuros, aparecen más claros para nosotros. Avis no dispuso de perspectiva. Estuvo demasiado cerca de los hechos que relató. Mejor dicho, estuvo inmersa en esos sucesos.

No obstante, y como documento personal, el Manuscrito Everhard posee un inestimable valor, aunque nos encontremos, junto con los errores de perspectiva, con la parcialidad del amor. En cualquier caso, sentimos un gran aprecio por su trabajo y disculpamos generosamente a Avis Everhard por el tono épico con que describió a su esposo. Sabemos, hoy día, que no fue tan colosal la figura de su hombre, y que tuvo que afrontar aquellos sucesos con menor grandeza que la que el manuscrito tiende a hacernos creer.

No hay duda de que Ernest Everhard fue un personaje excepcional, aunque no tan grandioso como lo concibió su mujer. Ernest fue, en todo caso, uno más dentro del amplio conjunto de héroes que a lo ancho del mundo han dedicado su vida a la revolución; aunque hemos de concederle un mérito singular: su elaboración e interpretación de la filosofía de la clase trabajadora. «Ciencia proletaria» y «Filosofía proletaria» eran los términos con que se refería en su ideario; con lo que mostraba cierto provincianismo ideológico —un defecto, no obstante, al que nadie en aquellos tiempos podía escapar.


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250 págs. / 7 horas, 18 minutos / 177 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Rickshaw Fantasma

Rudyard Kipling


Cuento


No turben mi reposo malos sueños,
ni me asedien las Fuerzas de lo Oscuro.

Himno vespertino

Una de las pocas ventajas que tiene la India sobre Inglaterra es su mayor familiaridad. Al cabo de cinco años de servicio un hombre conoce directa o indirectamente a doscientos o trescientos funcionarios de su provincia, las cantinas de diez o doce regimientos y baterías, y cerca de mil quinientas personas ajenas a la casta funcionarial. En diez años puede haber duplicado su número de conocidos, y en veinte tener conocimiento o amistad con todos los ciudadanos ingleses del Imperio y viajar a cualquier destino sin pagar facturas de hotel.

Algunos trotamundos para quienes la diversión es un derecho han ido borrando esta calidez de trato incluso en mi memoria, pese a lo cual las casas todavía siguen abiertas a todo aquel que pertenezca al círculo íntimo, siempre y cuando no sea un zafio o una oveja negra, y nuestra pequeña comunidad es muy, pero que muy amable y servicial.

Rickett, de Kamartha, se alojaba con Polder, de Kumaon, hará cosa de quince años. Pensaba pasar dos noches con él, mas cayó enfermo de fiebres reumáticas y por espacio de seis semanas desorganizó el establecimiento de Polder, impidió trabajar a Polder y a punto estuvo de morir en el dormitorio de Polder. Polder aún hoy se comporta como si hubiera contraído una importante deuda con Rickett, y todos los años envía a los pequeños de la familia Rickett un paquete con regalos y juguetes. En todas partes sucede lo mismo. Hombres que no se toman la molestia de ocultar que a uno le tienen por un zopenco inútil, y mujeres que mancillan la reputación de uno y no comprenden las diversiones de su esposa, se dejarán la piel por uno si cae enfermo o se ve en graves problemas.


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Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Mexicano

Jack London


Cuento


I

Nadie conocía su historia, y menos los de la Junta. Él era el «pequeño misterio», el «gran patriota» y, a su manera, trabajaba tan duro como ellos por la inminente Revolución Mexicana. No estaban muy dispuestos a reconocerlo, pues a nadie en la Junta le gustaba aquel hombre. El día en que apareció por primera vez en los cuartos atestados y bulliciosos, todos sospecharon que era un espía, uno de los agentes comprados por el servicio secreto de Díaz. Demasiados de sus camaradas estaban en las cárceles civiles y militares de los Estados Unidos, y otros, encadenados, seguían siendo conducidos hasta la frontera para ser fusilados contra paredones de adobe.

A primera vista, el muchacho no los impresionó favorablemente. Era un muchacho, sí, de no más de dieciocho años, y no demasiado desarrollado para su edad. Anunció que se llamaba Felipe Rivera y que deseaba trabajar para la Revolución. Eso fue todo: ni una palabra de más, ni una explicación. Se quedó de pie, esperando. No apareció una sonrisa en sus labios, ni benevolencia en sus ojos. El gallardo Paulino Vera tuvo un estremecimiento. Había en ese muchacho algo siniestro, terrible, inescrutable. Había algo venenoso en sus ojos negros, parecidos a los de una serpiente. Ardían como un fuego frío, como con una gran amargura concentrada. Los paseaba de las caras de los conspiradores a la máquina de escribir que la pequeña señorita Sethby usaba industriosamente. Sus ojos se posaron en los de ella un solo instante —se había arriesgado a levantar la vista—, y también ella sintió algo innominado que la hizo detenerse. Tuvo que releer para recuperar el hilo de la carta que estaba escribiendo.


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29 págs. / 51 minutos / 261 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

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