Textos favoritos publicados por Edu Robsy publicados el 15 de noviembre de 2017

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editor: Edu Robsy fecha: 15-11-2017


Mujercitas

Louisa May Alcott


Novela


Primera parte

1. El juego de los peregrinos

—Sin regalos, la Navidad no será lo mismo —refunfuñó Jo, tendida sobre la alfombra.

—¡Ser pobre es horrible! —suspiró Meg contemplando su viejo vestido.

—No me parece justo que unas niñas tengan muchas cosas bonitas mientras que otras no tenemos nada —añadió la pequeña Amy con aire ofendido.

—Tenemos a papá y a mamá, y además nos tenemos las unas a las otras —apuntó Beth tratando de animarlas desde su rincón.

Al oír aquellas palabras de aliento, los rostros de las cuatro jóvenes, reunidas en torno a la chimenea, se iluminaron un instante, pero se ensombrecieron de inmediato cuando Jo dijo apesadumbrada:

—Papá no está con nosotras y eso no va a cambiar por una buena temporada. —No se atrevió a decir que tal vez no volviesen a verle nunca más, pero todas lo pensaron, al recordar a su padre, que estaba tan lejos, en el campo de batalla.

Guardaron silencio y, al cabo de unos minutos, Meg añadió visiblemente emocionada:

—Ya sabéis que mamá propuso no comprar regalos estas Navidades porque este invierno será duro para todos y porque cree que no deberíamos gastar dinero en caprichos cuando los soldados están sufriendo en la guerra. No podemos hacer mucho por ayudar, solo un pequeño sacrificio, y deberíamos hacerlo de buen grado, pero me temo que yo no puedo. —Meg meneó la cabeza pensando en todas las cosas hermosas que le apetecía tener.

—Yo no creo que lo poco que podemos gastar sirviera de mucho. Solo tenemos un dólar cada una, y en poco ayudaríamos al ejército si se lo entregáramos. Me parece bien que no nos hagamos regalos las unas a las otras, pero me niego a renunciar a mi ejemplar de Undine y Sintram. Hace mucho que deseo conseguirlo… —dijo Jo, que era un verdadero ratón de biblioteca.


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Publicado el 15 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

El Castillo de Otranto

Horace Walpole


Novela corta


Capítulo I

Manfredo, príncipe de Otranto, tenía un hijo y una hija: ésta, una bellísima doncella de dieciocho años, se llamaba Matilda. Conrado, el hijo, tres años menor, era un joven feo, enfermizo y de disposición nada prometedora. Aun así gozaba del favor de su padre, que nunca dio muestras de afecto hacia Matilda.

Manfredo había concertado un matrimonio para su vástago con la hija del marqués de Vicenza, Isabella, la cual ya había sido puesta por sus custodios en manos de Manfredo, a fin de que pudieran celebrarse los esponsales en cuanto el estado de salud de Conrado lo permitiera. La impaciencia de Manfredo por esta ceremonia la advirtieron su familia y sus vecinos. La familia, conociendo bien el carácter severo de su príncipe, no se atrevió a exteriorizar sus reservas ante su precipitación. Hippolita, la esposa, una dama afable, alguna vez se había aventurado a comentar el peligro de casar a su único hijo tan pronto, considerando su corta edad y su pésima salud; pero nunca recibió más respuesta que reflexiones acerca de su propia esterilidad, pues había dado a su esposo un solo heredero. Los arrendatarios y súbditos eran menos cautos en sus palabras: atribuían aquella boda precipitada al temor del príncipe de ver cumplida una antigua profecía según la cual «el castillo y el señorío de Otranto dejarían de pertenecer a la actual familia cuando su auténtico dueño creciera tanto que no pudiera habitarlo». Era difícil atribuir algún sentido a la profecía, y aún resultaba menos fácil concebir que tuviese algo que ver con el matrimonio en cuestión.

Pero tales misterios, o contradicciones, en ningún caso disuaden al vulgo de su opinión.


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Publicado el 15 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Tu Nombre

Eduardo Robsy


Poesía


Ayer te vi venir, bajando la calle,
andando orgullosa, pies descalzos,
sonrisa triste y paso firme,
desnudo tu cuerpo, única verdad,
perseguida por una jauría de lobos,
los golpes y heridas recientes
sobre tu piel tan blanca, tan amada.

Me dijeron: no la mires, no es tuya,
y miré hacia otra parte, no quise ver.
No quise ver cómo te rodearon.
No miré cuando taparon tu cuerpo
con sucios trapos, para protegerte
decían ellos, de ti misma.
Ni cuando a golpes te dejaron tendida,
apenas sombra de ti misma, en el suelo,
y los más crueles de ellos, riendo,
te sujetaron con bozal y correa.

Los más atrevidos, cuerpos henchidos,
te humillaban, te mancillaban,
gritaban muy alto tu nombre,
diciéndose tus dueños, pero sin mirarte,
apartándose entre ellos a empellones,
reclamando tus despojos como botín.

Mis mayores recuerdan todavía un mundo
en el que tú no eras más que un sueño,
y cada día, para ellos, una pesadilla
de la que tardaron medio siglo en despertar.
Vertiendo su sangre conjuraron tu nombre,
y de su sacrificio naciste tú, pura luz.

Nosotros, hijos descastados, te repudiamos.
Tu desnudez desluce nuestros ricos ropajes,
culpamos a tu piel blanca de nuestras negras ideas
y cada palabra que proteges y nos ofende,
se convierte en un espinoso látigo
con el que golpearte hasta que callas.

Me cuentan que en otros barrios,
en otras calles no tan lejanas,
nunca han sabido de ti, o peor aún,
conociéndote, han fingido olvidarte.
A quien, en tu ausencia, menciona tu nombre,
le insultan, le golpean y le silencian.
Y quién así reprime, dice hacerlo en tu nombre.


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Publicado el 15 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.