Textos más populares esta semana publicados por Edu Robsy publicados el 17 de noviembre de 2020 | pág. 2

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editor: Edu Robsy fecha: 17-11-2020


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El Barón de la Rescoldera

José María de Pereda


Cuento


Cuando llega, en julio, a Santander, viene de Burdeos, adonde fue de París, donde pasó la primavera después de haber repartido el otoño y el invierno entre Madrid (su patria nativa), Berna, Florencia, Berlín y San Petersburgo. Ni los hielos le enfrían, ni el calor le sofoca. Es una naturaleza de roble que se endurece con los años y a la intemperie.

Pasa ya de los cincuenta, es de elevada talla, trigueño de color, de pelo áspero y rapado a punta de tijera; derecho como un poste; algo protuberante de estómago y de nariz; pequeño de pies, de manos y de boca; ancho de espaldas y de frente, y muy cerrado de barba, que se afeita todos los días cuidadosamente, menos en la parte en que radican sus anchas y bien cuidadas patillas a la macarena.

Viste todo el año de medio tiempo, y es su traje intachable en calidad y corte, así como es intachable también la blancura de su camisa, de la que ostenta no flojas pruebas en pecho, puños y pescuezo.

Fuma sin cesar grandes habanos, y saliva mucho, e infaliblemente antes de empezar a hablar lo poco que habla; y en cada desahogo de éstos, larga, zumbando, una pulgada de tabaco que ha partido con los dientes.

Para saludar, no da la mano entera, sino la punta del índice... cuando alguno le saluda; pues él no saluda a nadie en la calle, ni tampoco se para. Si el que pasea con él se detiene para hacerle alguna observación, él sigue andando inalterable. Si el detenido le alcanza después, bueno, y si no, como si jamás se hubiesen visto.

En estos casos, no usa, para sostener la conversación, más que salivazos y monosílabos: también algún carraspeo que otro. Para las grandes ocasiones tiene disponibles unas cuantas frases y pocas más interjecciones y palabras, tan breves como enérgicas: las frases para preguntar, las palabras sueltas para responder, y las interjecciones para comentarios.


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Publicado el 17 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Un Joven Distinguido (Visto Desde sus Pensamientos)

José María de Pereda


Cuento


I. En un cuarto de una fonda

No me digan a mí (enfrente del espejo y en ropas menores) que aquellos hombres de anchas espaldas y robusto pecho, que gastaban gabanes de acero y pantalones de hierro colado, eran el tipo de belleza varonil... Serían, todo lo más, forzudos; pero ¿elegantes?... ¡bah!... Hay que desengañarse: es mucho más hermosa la juventud de ahora... ¿Qué hay que pedir a esta pierna larga y delgada, como un mimbre?, ¿a este brazo descarnado y suelto, como si no tuviera coyunturas?, ¿y a este talle que se cimbrea?, ¿y a este pescuezo de cisne?... ¡Si no fuera por esta pícara nuez! Pero se me ha corregido mucho, y a la hora menos pensada desaparece por completo. De todas maneras, la cubriré con la barba... cuando la tenga... Y en verdad que sentiré tenerla, porque con ella perderá el cutis su frescura: ¡cuidado si es fresco y sonrosado mi cutis! ¡Si estuviera la cara un poco más llena de carnes y fueran los dientes algo más blancos y menudos!... porque con estos ojos rasgados, este bigotillo de seda y este pelo negro echado hacia atrás... ¡Qué hermosa frente tengo!... Y eso que no es muy ancha... Bien. Ahora el traje amelí de negligé. ¡Qué bien cae el pantalón sobre los pies! Me gustan estas campanas tan anchas, porque tapan los juanetes. ¡Pícaros juanetes! ¿Por qué he de tener yo juanetes como un hombre vulgar?... No sé si me ponga el sombrero de paja a la marinera, o el de fieltro. Como es por la tarde... Me decido por el de paja. No viste tanto, pero me va muy bien... Ahora los guantes de piel de Suecia, el bastón de espino ruso... Y a la calle... Vaya antes una mirada general... ¡Intachable!... ¡Cómo se nos conoce en el aire a los chicos distinguidos!... ¡Por cierto que estos provincianos de Santander tienen un afán de arrimarse a uno!... Y luego serán capaces de quejarse si se les da un desaire...


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Publicado el 17 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Brumas Densas

José María de Pereda


Cuento


Éstos son dos, y cada uno de ellos pudiera pedir un cuadro aparte; pero es de saberse que siempre que trato de sacarlos del fondo de mi cartera, al tirar del uno hacia arriba, sale enredado el otro con él; de donde yo deduzco que son tal para cual, y uno en esencia, aunque dos en la forma.

Tiro, pues, de ellos, agarrando a tientas, y ahí tienen ustedes al primero.

Convengamos en que es mozo de gran estampa. Pedrusco en el anillo que recoge los dos ramales de su chalina; pedruscos en los dedos; pedruscos en el pecho y pedruscos hasta en la leontina; flamante vestido de lanilla; leve pajero muy tirado sobre los ojos; éstos de mirada firme, pero no muy noble; largo cigarro en retorcida y caprichosa boquilla; la siniestra mano en el correspondiente bolsillo del pantalón, y en la diestra, flexible junco.

Sin embargo, aunque sus ojos son negros, y negras las anchas relucientes patillas, y es regular su boca, y blanca su dentadura y alta su talla, no puede decirse de él que es lo que ordinariamente se llama una buena figura. Mirado más al pormenor, tiene juanetes en los pies, ásperas y muy gruesas las manos, demasiado redonda la cara y muy destacados los pómulos. Además, carece su persona de ese aire de que todos hablamos, que todos conocemos a la legua, pero que nadie sabe definir, y al que, por darle algún nombre, se llama vulgarmente buen aire, o aire distinguido; cuya falta es, sin duda, la causa de que, a pesar de su pedrería, que relumbra mucho, y de su boquilla, que sin cesar ahúma, pase este mozo enteramente inadvertido, como figura vulgar e insignificante.

Anda con parsimonia lo poco que anda, como hombre que no lleva prisa ni se preocupa de cuanto le rodea mientras va andando.


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Publicado el 17 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Un Artista

José María de Pereda


Cuento


—¡Gusta usted que le sirva, cabayero!

—Sí, señor.

—Sírvase usted tomar asiento aquí...

—¿Qué va a ser?

—¿Cuál?

—Digo si gusta usted cortarse, rizarse...

—Quiero que me afeiten.

—Al momento, cabayero... ¿Le gusta a usted así el respaldo? ¿Quiere usted que le suba... que le baje?

—No, señor.

—Muy bien. ¿Fría o caliente?

—Como a usted le dé la gana, con tal que me afeite pronto y bien.

—¡Oh!, como una seda, cabayero... Un poquito más alta la barbiya, si usted gusta... Así... ¡Qué calores tenemos, eh? ¡Cómo se estará asando aquel Madrí!... ¿Hace mucho que no ha estado usted por Madrí, cabayero?

—Y ¿qué sabe usted si yo he estado allá alguna vez?

—¡Oh!, yo le conozco a usted.

—Pues que sea por muchos años.

—Sí, señor. Cuando vino usted a cortarse el pelo anteayer, me lo dijo el chico que le sirvió a usted.

—Es decir, que es usted nuevo en esta peluquería.

—Ocho días hace que llegué de Madrí.

—Como en verano se aumenta la parroquia...

—No, señor: yo he venido de placer; quiero decir, a baños.

—Vamos, afeita usted por recreo.

—Hágase usted cuenta que sí; porque lo que sucede es de que al saberse que yo había venido, me solicitó el maestro; y yo, por hacerle un favor...

—Ya lo comprendo.

—Como a mí, en dejándome tiempo para bañarme, una hora para el café y otras dos para ir con los amigos al paseo, no me hace falta el resto del día...

—¿Y todos los años viene usted a bañarse aquí?

—No, señor. Ésta es la primera vez; pero otros amigos de mi arte han venido otros veranos, y me han hablado muy bien de este pueblo. Lo demás, yo siempre he salido a San Sebastián. Hay muy buena sociedad allí.

—¿De modo que usted no piensa quedarse todo el año en esta barbería?


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Publicado el 17 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

En Candelero

José María de Pereda


Cuento


—Que va a Alicante; que prefiere a Valencia; que acaso se decida por Barcelona.

—Que ya no va a Barcelona, ni a Valencia, ni a Alicante, porque viene a Santander.

—Que ya no va a ninguna parte.

—Que le son indispensables los baños de mar, y que tiene que tomarlos.

—Que se decide por la playa del Sardinero.

—Que vendrá en julio; que acaso no pueda venir hasta principios de agosto; que lo probable es que ya no venga hasta muy cerca de setiembre.

—Que ya no viene ni en julio, ni en agosto, ni en setiembre.

—Que, por fin, viene, y se cree que se hospedará en una fonda del Sardinero.

—Que es cosa resuelta que llegará el tantos de julio, y que no se hospedará en el Sardinero, sino en la ciudad.

—Que no se sabe si le tendrá en su casa el marqués de X, o el conde de Z, o don Pedro, o don Juan, o don Diego.

—Que resueltamente se hospedará en casa del señor de Tal.

Eso, y mucho más por el estilo, cuentan, corrigen, desmienten, rectifican y aseguran todos los días estos periódicos locales, con el testimonio de los de Madrid y algunas correspondencias particulares, desde mayo a fin de julio, casi en cada año, refiriéndose a alguno de los personajes que a la sazón se hallen en candelero.

Un día vemos conducir a hombros, por la calle, una lujosa sillería, un espejo raro, una mesa de noche muy historiada... algo, en fin, que no se ve en público a todas horas; observamos que las señoras indígenas transeúntes se quedan atónitas mirando los muebles, y hasta las oímos exclamar: «Son para el gabinete que le están poniendo. El espejo es de Fulanita, la mesa de Mengaño y la sillería de Perengaño».

Y llega el tantos de julio; y por la tarde se ven fraques, levitas y tal cual uniforme, camino de la Estación, y además el carruaje que envía el señor de Tal, propio, si le tiene, y si no, prestado.


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Publicado el 17 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Las del Año Pasado

José María de Pereda


Cuento


¿Conoce el lector a las de doña Calixta? En un libro que anda por ahí con el rótulo de Tipos y Paisajes, se habla de ellas y de otras muchas cosas más. Si no las conoce, compre el libro. Si las conoce, con decirle que no se separan de ellas en todo el verano las aludidas en el título de este croquis, debe hallarlas en su memoria a poco que la registre.

A mayor abundamiento, le daré algunas señas particulares. Son dos, madre e hija. La madre es achaparrada, con el pescuezo más bien embutido que colocado entre los hombros, y la cabeza ensartada en el pescuezo, como una calabaza en la punta de una estaca; tiene ancha y risueña la boca, fruncido el entrecejo, grises los ojos, poca frente, mucho pelo, mala dentadura y peor el cutis de la cara. La hija, por uno de esos caprichos inconcebibles de la naturaleza es todo lo contrario de su madre: de bizarras líneas, de hermosas y correctísimas proporciones; modelo del arte clásico, mármol griego, y, como de tal sustancia, fría e inanimada. Se llama Ofelia. Su madre no responde más que al nombre de Carmelita, aunque otra cosa se le grite al oído.

Los que lo entienden, dicen que Ofelia podría ser irresistible por la sola fuerza de su propia hermosura, con expresión en la fisonomía, flexibilidad en el talle y gusto en el vestir; pues además de rígida e inanimada, parece que es sumamente cursi. En cuanto a Carmelita, basta verla en la calle una vez para que el menos autorizado en la materia pueda decidir de plano que es un espantapájaros.

Táchese en las dos, como resabio de su mal gusto, un afán inmoderado de hacer ver a todo el mundo que siempre llevan zapatos nuevos, de los más relumbrantes o de los más historiados.


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Publicado el 17 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

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