Textos más vistos publicados por Edu Robsy publicados el 23 de octubre de 2016 | pág. 3

Mostrando 21 a 30 de 46 textos encontrados.


Buscador de títulos

editor: Edu Robsy fecha: 23-10-2016


12345

Y Va de Cuento

Miguel de Unamuno


Cuento


A Miguel, el héroe de mi cuento, habíanle pedido uno. ¿Héroe? ¡Héroe, sí! ¿Y por qué? —preguntará el lector—. Pues primero, porque casi todos los protagonistas de los cuentos y de los poemas deber ser héroes, y ello por definición. ¿Por definición? ¡Sí! Y si no, veámoslo.

P.— ¿Qué es un héroe?

R.— Uno que da ocasión a que se pueda escribir sobre él un poema épico, un epinicio, un epitafio, un cuento, un epigrama, o siquiera una gacetilla o una mera frase.

Aquiles es héroe porque le hizo tal Homero, o quien fuese, al componer la Ilíada. Somos, pues, los escritores —¡oh noble sacerdocio!— los que para nuestro uso y satisfacción hacemos los héroes, y no habría heroísmo si no hubiese literatura. Eso de los héroes ignorados es una mandanga para consuelo de simples. ¡Ser héroe es ser cantado!

Y, además, era héroe el Miguel de mi cuento porque le habían pedido uno. Aquel a quien se le pida un cuento es, por el hecho mismo de pedírselo, un héroe, y el que se lo pide es otro héroe. Héroes los dos. Era, pues, héroe mi Miguel, a quien le pidió Emilio un cuento, y era héroe mi Emilio, que pidió el cuento a Miguel. Y así va avanzando este que escribo. Es decir,

burla, burlando, van los dos delante.

Y mi héroe, delante de las blancas y agarbanzadas cuartillas, fijos en ellas los ojos, la cabeza entre las palmas de las manos y de codos sobre la mesilla de trabajo —y con esta descripción me parece que el lector estará viéndole mucho mejor que si viniese ilustrado esto—, se decía: «Y bien, ¿sobre qué escribo ahora yo el cuento que se me pide? ¡Ahí es nada, escribir un cuento quien, como yo, no es cuentista de profesión! Porque hay el novelista que escribe novelas, una, dos, tres o más al año, y el hombre que las escribe cuando ellas le vienen de suyo. ¡Y yo no soy un cuentista!…


Leer / Descargar texto

Dominio público
5 págs. / 9 minutos / 247 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Amparo (Memorias de un Loco)

Manuel Fernández y González


Novela


Epílogo

He pasado de los treinta años, funesta edad de tristes desengaños, que dijo Espronceda.

Me he arrancado mi primera cana.

La experiencia se ha encargado de arrancarme una a una todas mis ilusiones, o por mejor decir de secar todas mis creencias.

Hoy sólo tengo dos:

Creo en un Dios incomprensible.

Creo que la vida es un sueño

La primera verdad la ha dicho la Biblia.

La segunda la ha dicho Calderón.

Si alguien dijo la primera antes que la Biblia;

Si alguien dijo la segunda antes que Calderón, quede sentado que yo no conozco fuera de aquel admirable libro y de aquel admirable poeta, al o a los que haya o hayan dicho aquellas dos verdades.

Lo que yo sé decir, por experiencia propia, es que nadie cree las verdades hasta que se las hace conocer la experiencia.

La experiencia, en general, tiene una manera muy dura de dar a conocer las verdades.

Si se nos permite que supongamos que la vida es un camino sobre el cual marchamos con los ojos vendados, se nos permitirá también suponer que la experiencia es un poste colocado en medio de nuestro camino, hacia el que marchamos a ciegas, y contra el cual nos rompemos las narices.

Pero en cambio, y por mucho que el golpe nos haya dolido, encontramos una verdad que no conocíamos;

El reverso de una medalla;

La antítesis de una bella idea;

El interior de un sepulcro blanqueado;

Sarcasmo y podredumbre.

De lo que se deduce que: costándonos el conocimiento de cada verdad una contusión, y siendo infinitas las verdades que nos obligan a descubrir las ilusiones que debemos a nuestro amor propio, un hombre no puede llegar a tener experiencia, sin encontrarse completamente descoyuntado.


Leer / Descargar texto


89 págs. / 2 horas, 36 minutos / 285 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

La Paz del Hogar

Honoré de Balzac


Cuento


Dedicada a mi querida sobrina
Valentina Surville

La aventura narrada en esta historia tuvo lugar hacia el año de 1809, en aquella época en que el fugaz imperio de Napoleón llegaba al brillante apogeo de su gloria. Los clarines de la gran victoria de Wagran resonaban aun en el corazón de la monarquía austríaca. Habíase firmado un tratado de paz entre Francia y los Aliados. Semejantes á astros que verifican sus revoluciones, reyes y príncipes se agruparon en torno de Napoleón, quien se complacía en uncir la Europa á su carro, como una especie de ensayo del magnífico poder que desplegó más tarde en Dresde.

Á guiarnos por el dicho de los contemporáneos, París no presenció nunca fiestas más hermosas que las que precedieron y siguieron al matrimonio de Napoleón con la archiduquesa de Austria. Ni aun en los días más brillantes de la monarquía acudieron tantos reyes y príncipes á las orillas del Sena, ni jamás la aristocracia francesa gozó de mayores riquezas ni esplendidez. Los diamantes desparramados con profusión sobre los atavíos, y los bordados de oro y plata de los uniformes formaban tan singular contraste con la sencillez republicana, que parecía como si las riquezas del mundo entero se hubiesen amontonado en los salones de París. Una embriaguez general se había apoderado de este efímero imperio. Los militares, sin excluir al mismo Emperador, gozaban como advenedizos los tesoros conquistados con la sangre de un millón de soldados adornados con la sencilla charretera de lana, y cuyas exigencias se habían satisfecho hasta entonces con algunas pocas varas de cinta encarnada. La mayor parte de las mujeres señalaban ya en esta época aquel bienestar de costumbres y aquel relajamiento moral que caracterizaron el reinado de Luis XV.


Información texto

Protegido por copyright
41 págs. / 1 hora, 12 minutos / 165 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Lucía Miranda

Rosa Guerra


Novela corta


Advertencia

Voy a complacer al pedido del público dando a la prensa mi novela LUCÍA MIRANDA. Ella fue escrita para un certamen en el Ateneo del Plata; pero como este no tuvo lugar, mi trabajo quedó sepultado en el olvido.

No pasa de ser una novelita escrita en los ocios de quince días; era el tiempo que mediaba de un certamen a otro. No obstante, deseando saber la opinión de uno de nuestros mejores novelistas, se la envié; su contestación, que me honra altamente, irá al frente de mi novela en forma de prólogo.

Señorita Da Rosa Guerra

Señorita:

Tuve el disgusto de recibir su carta y su manuscrito en los momentos que subía al carruaje para ir al campo, y esto disculpa mi impolítica de no haberla contestado.

Le remito ahora su precioso trabajo «Lucía Miranda», después de haberlo saboreado con toda mi atención, y si Vd. quiere aceptar mi elogio, puedo a Vd. repetir que es una de las producciones de nuestra literatura, que más gusto me haya causado. Encontrará Vd. algunos párrafos marcados por mí, que a mi juicio merecerían una reforma, no porque sean malos, sino porque no son tan bellos como los que figuran en el texto de la obra. Es una lectura a dos florones, como dicen los franceses: me parece que Vd. sería de mi opinión, y entonces creo completaría Vd. su trabajo, digno de su talento y de la bella literatura argentina. Encuentro en el carácter de Lucía un encanto que siento poco por las perfecciones de ese género; pero ha puesto Vd. tanto corazón y tanta poesía en esa mujer, que me la ha hecho Vd. amar por fuerza.

En ninguna creación, a excepción de Julieta y Romeo de Shakespeare, he encontrado más dulce poesía de amor, que entre los dos esposos de su novela; ella no es común entre dos seres, y será por eso tal vez que me ha seducido tanto.


Leer / Descargar texto


47 págs. / 1 hora, 22 minutos / 299 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Memorias de una Vieja Verde

Manuel Fernández y González


Novela


ESTUDIOS AL NATURAL

CAPITULO I. Dos retratos en bosquejo.

Habia en una noche del invierno pasado en un café de los más concurridos de la imperial, coronada é invicta villa y córte de Madrid, sentada á una mesa en un rincon, y puesta á la vidriera que daba á la calle, acompañada de una hembra ambígua, que no se sabia si era criada, amiga ó acompañanta alquilona, una señora que llamaba la atencion de los otros concurrentes del café.

Llovia como si no hubiese llovido nunca.

Hacia un frio de diez bajo cero.

A pesar de este frio, las dos señoras, por no decir mujeres, tomaban sorbete.

La más notable de ambas, la que propiamente podia llamarse mujer, era una jamona admirablemente conservada.

Podia pasar por jóven; tenia un grande atractivo. Relampagueaba los ojos como una mujer en la fuerza de sus pasiones: estaba de saca, es decir, con el corazon desalquilado.

O viuda de mucho tiempo.

O solterona, que á pesar de sus méritos no habia podido echar el guante á un prójimo.

Habia en aquel relampagueo de ojos algo de voracidad, y de una voracidad muy semejante á lo que se llama hambre canina, dicho sea esto con perdon de la señora doña Emerenciana del Resalto y Sobradillo, que así se llamaba, y continúa llamándose, á Dios gracias, la interesante prenda de que nos ocupamos.

Debemos decir que era soltera, y segun ella afirmaba, y afirma aún, doncella.

Vivia y vive de sus rentas.

Vestia y viste de una manera elegantísima y distinguida.

Con una gran sencillez.

Tiene la garganta larga y mórbida.

El seno reelevado.

Los hombros redondos.

Las mejillas con dos hoyitos que, cuando se sonrie, producen dos deliciosas bellezas.

La frente serena, un tanto estrecha, es verdad, á causa de lo bajo de los cabellos.


Leer / Descargar texto


113 págs. / 3 horas, 18 minutos / 214 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Philibert Lescale

Stendhal


Cuento


Conocía superficialmente a aquel M. Lescale de seis pies de estatura; era uno de los hombres de negocios más ricos de París: tenía una factoría en Marseille y varios buques en el mar. Acaba de morir. No era un hombre taciturno, pero si pronunciaba diez palabras al día era casi de milagro. Pese a eso le gustaba la alegría y hacía todo lo necesario para que lo invitáramos a las cenas que habíamos establecido los sábados y que celebrábamos casi en secreto. Tenía olfato comercial y yo lo habría consultado si se me hubiera presentado algún negocio dudoso.

Al morir me hizo el honor de escribirme una carta de tres líneas. Se interesaba en ella por un joven que no llevaba su apellido. Se llamaba Philibert.

Su padre le había dicho:

—Haz lo que te venga en gana, no me importa: cuando cometas tonterías yo ya estaré muerto. Tienes dos hermanos; dejaré mi fortuna al menos torpe de los tres; a los otros dos les dejaré cien luises de renta.

Philibert había recibido todos los premios en el colegio pero lo cierto es que, al salir de éste, no sabía absolutamente nada. Después fue húsar por tres años y realizó dos viajes a América. Cuando realizó el segundo de éstos, se decía enamorado de una cantante que parecía una pícara empedernida, capaz de inducir a su amante a contraer deudas, a hacer falsificaciones y más tarde incluso a cometer algún lindo delito que lo conduciría directamente a los tribunales. Así se lo dije al padre.

El señor Lescale mandó llamar a Philibert, al que no había visto desde hacía dos meses.

—Si estás dispuesto a abandonar París y a viajar a Nueva Orléans —le dijo—, te daré quince mil francos que sólo recibirás a bordo del barco en el que trabajarás como sobrecargo.

El joven se marchó y se arreglaron para que su estancia en América durara más que su etapa de pasión.


Información texto

Protegido por copyright
3 págs. / 5 minutos / 80 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

San Carlos

Julio Verne


Cuento


—¿Ha llegado Jacopo?

—No. Hace dos horas que tomó el camino a Cauterets; pero debe haber hecho grandes rodeos para explorar los alrededores.

—¿Alguien sabe si el bote del lago de Gaube es aún conducido por el viejo Cornedoux?

—Nadie, capitán; hace tres meses que no hemos ido al valle de Broto —respondió Fernando—. Estos infelices carabineros conocen todas nuestras guaridas. Ha sido necesario abandonar los caminos habituales. Después de todo, ¿qué gruta o cueva de los Pirineos les son desconocidas?

—Eso es cierto —respondió el capitán San Carlos—, pero aun cuando este país me haya sido completamente desconocido, era imposible permitirme cualquier vacilación. Del lado de los Pirineos orientales, fuimos perseguidos día y noche, y expuestos a innumerables peligros, por medio de artimañas que casi no podían ser puestas en práctica, apenas reuníamos nuestro sustento para la jornada. Cuando uno se juega la vida, es necesaria ganársela; allá abajo no teníamos nada más que perderla. ¡Y este Jacopo que no acaba de llegar! ¡Eh, ustedes! —dijo, dirigiéndose hacia un grupo compuesto por siete u ocho hombres recostados a un inmenso bloque de granito.

Los contrabandistas interpelados por su jefe se volvieron hacia él.

—¿Qué quiere usted, capitán? —dijo uno de ellos.

—Ustedes saben que se trata de hacer pasar inadvertidos diez mil paquetes de tabaco prensados. Es dinero contante. Y encontrarán bien que el fisco nos deje esta limosna.

—¡Bravo! —dijeron los contrabandistas.


Información texto

Protegido por copyright
19 págs. / 34 minutos / 258 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Sopla el Viento

Katherine Mansfield


Cuento


Repentinamente… horriblemente… ella se despierta. ¿Qué ha ocurrido? Ha ocurrido algo horrible. No, no ha ocurrido nada. Es sólo el viento que estremece la casa, sacudiendo las ventanas, golpeando un hierro del techo y haciendo temblar su cama. Las hojas pasan aleteando frente a su ventana, alejándose hacia arriba; en la avenida un periódico completo se agita en el aire como una cometa perdida y cae clavándose en un pino. Hace frío. El verano ha terminado… es otoño, todo es feo. Los carros pasan ruidosamente, balanceándose de lado a lado; dos chinos avanzan a pasitos cargados con un balancín de madera del que penden los cestos cargados de verduras… sus coletas y sus blusas azules volando al viento. Un perro blanco de tres patas pasa aullando frente a la cerca. ¡Todo ha terminado! ¿Qué ha terminado? ¡Oh, todo! Y ella empieza a recogerse el pelo con dedos temblorosos, sin atreverse a mirar en el espejo. En el vestíbulo, mamá habla con la abuela.

—¡Una perfecta idiota! Imagínate, dejar todo en la cuerda con un tiempo como éste… Ahora mi mejor mantel de Tenerife está hecho jirones. ¿Qué es ese olor tan raro? ¡Se quema el guisado! ¡Oh, cielos, este viento!

A las diez tiene lección de música. Ante esta idea, empieza a sonar en su cabeza el movimiento en tono menor de Beethoven, con sus trinos largos y terribles como el redoble de pequeños tambores… Marie Swanson corre por el jardín de la casa de al lado para recoger los crisantemos antes de que se destrocen. La falda se le vuela por encima de la cintura, ella trata de bajársela, de metérsela entre las piernas mientras se agacha, pero de nada sirve… el viento se la levanta. Todos los árboles y arbustos se agitan a su alrededor. Ella arranca las flores tan rápido como puede, pero está muy aturdida. No sabe lo que hace: arranca las plantas de raíz y dobla y retuerce los tallos, patalea y maldice.


Información texto

Protegido por copyright
5 págs. / 9 minutos / 108 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Una Casita en el Campo

Émile Zola


Cuento


La tienda del sombrerero Gobichon está pintada de color amarillo claro; es una especie de pasillo oscuro, guarnecido a derecha e izquierda por estanterías que exhalan un vago olor a moho; al fondo, en una oscuridad y un silencio solemnes, se encuentra el mostrador. La luz del día y el ruido de la vida se niegan a entrar en aquel sepulcro.

La villa del sombrerero Gobichon, situada en Arcueil, es una casa de una sola planta, plana, construida en yeso; delante de la vivienda hay un estrecho huerto cercado por una pared baja. En medio se encuentra un estanque que no ha contenido agua jamás; por aquí y por allá se yerguen algunos árboles tísicos que no han tenido nunca hojas. La casa es de un blanco crudo, el huerto es de gris sucio. El Bièvre corre a cincuenta pasos arrastrando hedores; en el horizonte se ven buhedos, escombros, campos devastados, canteras abiertas y abandonadas, todo un paisaje de desolación y miseria.

Desde hace tres años, Gobichon tiene la inefable felicidad de cambiar cada domingo la oscuridad de su tienda por el sol ardiente de su casita rural, el aire del desagüe de su calle por el aire nauseabundo del Bièvre.

Durante treinta años había acariciado el insensato sueño de vivir en el campo, de poseer tierras en las que construir el castillo de sus sueños. Lo sacrificó todo para hacer realidad su capricho de gran señor; se impuso las más duras privaciones; lo vieron a lo largo de treinta años, privarse de un polvo de tabaco o una taza de café, acumulando una perra gorda tras otra. Hoy ya ha colmado su pasión. Vive un día de cada siete en intimidad con el polvo y los guijarros. Podrá morir contento.

Cada sábado, la salida es solemne. Cuando el tiempo es bueno, se hace el trayecto a pie, así se goza de las bellezas de la naturaleza. La tienda queda al cuidado de un viejo dependiente encargado de decir al cliente que se presente: «El señor y la señora están en su villa de Arcueil».


Información texto

Protegido por copyright
2 págs. / 3 minutos / 509 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Una Víctima de la Publicidad

Émile Zola


Cuento


Conocí a un chico, fallecido el año pasado, cuya vida fue un prolongado martirio. Desde que tuvo uso de razón, Claude se había hecho este razonamiento: «El plan de mi existencia está trazado. No tengo más que aceptar las ventajas de mi tiempo. Para marchar con el progreso y vivir totalmente feliz, me bastará con leer los periódicos y los carteles publicitarios, mañana y tarde, y hacer exactamente lo que esos soberanos guías me aconsejen. En ello radica la verdadera sabiduría, la única felicidad posible». A partir de aquel día, Claude adoptó los anuncios de los periódicos y de los carteles como código de vida. Éstos se convirtieron en el guía infalible que le ayudaba a decidirlo todo; no compró nada, no emprendió nada que no le hubiera sido recomendado por la voz de la publicidad. Así fue como el desventurado vivió en un auténtico infierno.

Claude adquirió un terreno formado por tierras de aluvión donde sólo pudo construir sobre pilotes. La casa, construida según un sistema novedoso, temblaba cuando hacía viento y se desmoronaba con las lluvias tormentosas. En su interior, las chimeneas, provistas de ingeniosos sistemas fumívoros, humeaban hasta asfixiar a la gente; los timbres eléctricos se obstinaban en guardar silencio; los retretes, instalados según un modelo excelente, se habían convertido en horribles cloacas; los muebles, que debían obedecer a mecanismos particulares, se negaban a abrirse y cerrarse.

Tenía sobre todo un piano que no era sino un mal organillo y una caja fuerte inviolable e incombustible que los ladrones se llevaron tranquilamente a la espalda una hermosa noche invernal.


Información texto

Protegido por copyright
2 págs. / 4 minutos / 335 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

12345