Nemrod
Arturo Robsy
Cuento
El Buen Dios, que a veces ha tenido que ser duro con sus criaturas, sacó por fin al Rey Nemrod, el formidable cazador, de su bien ganado infierno y lo instaló en el mirador celeste, un lugar muy claro desde el que todos los mundos se ven como con lupa.
El Buen Dios es paciente y sabe esperar en cada esquina del tiempo,. Es así porque un Buen Dios nunca tiene prisa; nunca corre para llegar al final de sus artificios y qué duda cabe de que el mundo es su artificio preferido, su laboratorio particular donde investiga lentamente las profundidades del alma que dio a los hombres.
—Son almas puras, Miguel. —suele decir— Son almas pequeñas pero limpias, Rafael. Son almas con luz, Gabriel, pero están acosadas por la tiniebla.
El día en que el Buen Dios hizo subir a Nemrod al mirador se cumplían los cinco mil años del viejo asunto de Babel. Como todos saben, este Nemrod, hijo de Cus y nieto del Cam que flotó sobre el mundo del diluvio, fue rey de Babel, de Erec, Acad, Calne, constructor de Nínive, Rehobot, Cala y Resen.
Babel, en la tierra llana de Sinar, fue una construcción de ladrillos; la primera, quizá, en la que el hombre se independizaba de la piedra y edificaba sobre la técnica y su imaginación. Con orgullo eligieron la empresa imposible de una torre que llegara al cielo para hacerse un nombre y perdurar entre los siglos.
Los deslumbrados ojos de Nemrod miraron la tierra, envejecida pero pujante:
—¿Qué son —preguntó el alma del rey— esas increíbles agujas que casi podría coger con la mano?
—Rascacielos les llaman. dijo el Buen Dios, mirando fijamente al escandalizado Nemrod.
—En verdad... —comenzó el rey con cierta humildad— Mi querida Babel jamás hubiera osado subir tan alto. ¿Usan ladrillos?
—Usan ladrillos, ciertamente. Y andamios de hierro. En cierto modo, Nemrod, esas torres gigantes son hijas de tu minúscula Babel.
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Publicado el 21 de abril de 2016 por Edu Robsy.