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Jack Trevor no era celoso. Se dijo esto a sí mismo una docena de veces; se lo dijo a Marjorie Banning sólo una vez.
—¡Celoso! —flameó ella, y añadió, ganando control de su ira—: No acabo de comprenderte. ¿Qué entiendes tú por celoso?
Jack se sintió, y pareció, incómodo.
—La palabra «celoso», desde luego, suena tonta en este caso —trompicó—. Lo que quiero decir es «suspicaz».
Volvió a aturullarse.
Estaban sentados en el Parque, bajo un olmo
aparrado, y, aunque no se encontraban lejos de la enloquecedora
multitud, la misma locura de ésta la ahuyentaba lo suficiente como para
dejarla minimizada a una cantidad perdonable. Había a la vista
exactamente tres parejas de enamorados, una niñera con un cochecito, un
policía y unos cuantos niños jugando.
—Lo que quiero decir es… —dijo Jack desesperadamente—. Me fío de ti, cariño, y… bueno, no quiero conocer tus secretos, pero…
—¿Pero…? —repitió ella fríamente.
—Bueno, meramente señalo el hecho de que te he visto tres veces pasar en un coche despampanante…
—Un coche de una cliente —dijo ella con calma.
—Pero, seguramente, el acicalar el cabello de la
gente no requiere el mediodía y la tarde completos —insistió él—. La
verdad es que lamento profundamente darte la lata, pero el hecho es que
siempre que te he visto en el coche ha coincidido con los días en que,
según tus palabras, no podías quedar conmigo por las tardes.
Ella no respondió inmediatamente.
Él se lo estaba poniendo muy difícil, y ella se
resintió amargamente, no sólo de las dudas y sospechas albergadas por él
respecto a sus movimientos, sino del hecho de no poder ofrecerle
explicación alguna. Lo que más le dolía era la justificación que su
silencio podía darle.
—¿Quién ha estado inoculándote esas ideas? —preguntó ella—. ¿Lennox Mayne?
Información texto 'Calzado de Blanco'