Las señoritas de Bienfilâtre
Al Señor Théodore de Banville
¡Luz, Luz!…
Últimas Palabras de Goethe.
Pascal dijo que, desde el punto de vista de los hechos, el Bien y el Mal son cuestión de latitud.
En verdad, tal acto humano que aquí llamamos crimen, allá lo llaman
buena acción, y así recíprocamente. Mientras en Europa, por lo general,
se venera a los padres ya ancianos, en ciertas tribus de América se los
convence para que suban a un árbol y, acto seguido, comienzan a
sacudirlo: si caen, el deber sagrado de todo bueno hijo es, como antaño
hacían los mesenios, molerlo a hachazos de inmediato, para evitarles,
así, las preocupaciones de la decrepitud; en cambio, si hallan fuerzas
para aferrarse a alguna rama, entonces es que aún se valen para cazar o
pescar, y su inmolación queda aplazada. Otro ejemplo: entre los pueblos
del Norte, que gustan de beber vino, corre a raudales cuando el amado
sol duerme; incluso nuestra religión nacional nos aconseja que el «buen vino alegra el corazón».
Para los vecinos mahometanos, al Sur, se considera este acto un grave
delito. En Esparta, se practicaba y se honraba el robo: era una
institución hierática, un complemento indispensable en la educación de
todo respetable lacedemonio. De ahí, probablemente, los griegos. En
Laponia, es un honor para el padre de familia que su hija sea objeto de
todas las atenciones cariñosas que pueda procurarle el viajero que goza
de su hospitalidad. Al igual que en Besarabia. Al norte de Persia, y en
las tribus del Kabul, donde viven en tumbas muy antiguas, si, al recibir
en un cómodo sepulcro una cordial y hospitalaria acogida, transcurridas
veinticuatro no se ha hecho uno íntimo con toda la prole del anfitrión,
guebro, parsi o wahabita, es lógico esperar que, sin más, le sea a uno
arrancada la cabeza, suplicio en boga por estos parajes.
Información texto 'Cuentos Crueles'