(Al zapatero Voifft-, con veneración.)
Hiram Witt era un gigante del espíritu, y
como pensador superaba al propio Parménides, en fuerza y profundidad.
Aparentemente, pues ni un solo europeo hablaba siquiera de sus obras.
La noticia de que había logrado, hace ya veinte años, hacer crecer de
células animales sometidas, sobre discos de vidrio, a la influencia de
un campo magnético, junto a la rotación mecánica, cerebros completamente
desarrollados —cerebros que, a juzgar por lo que se sabía, eran capaces
incluso de pensar por sí mismos—, apareció ciertamente acá y acullá en
los diarios, pero sin haber despertado un interés científico más
profundo.
Tales cosas no encajan en absoluto en nuestros tiempos. Y, además, en
los países de habla alemana, ¡qué iba a hacerse con cerebros que
pensaban por su cuenta!
Cuando Hiram Witt era todavía joven y ambicioso, no transcurría una
semana sin que mandara uno o dos de les cerebros trabajosamente
producidos por él a los grandes institutos científicos. ¡Podían
examinarlos, opinar acerca de ellos!
En honor a la verdad, así se hizo concienzudamente.
Los cerebros fueron colocados en recipientes de cristal, de
temperatura apropiada. El famoso profesor de liceo Aureliano Chupatinto
les estuvo leyendo, incluso, por intervención de un alto personaje,
conferencias a fondo sobre el enigma del universo de Häckel. Pero los
resultados fueron hasta tal punto desalentadores, que todos se vieron
literalmente forzados a prescindir de toda enseñanza ulterior. Porque,
piénsese: ya en la introducción a la primera conferencia, la mayor parte
de los cerebros estallaron entre sonoros estampidos, mientras que los
demás sufrieron unas cuantas contracciones violentas, para reventar en
seguida, sin llamar la atención y apestar más tarde atrozmente.
Información texto 'El Seso Esfumado'