1. Donde tengo un asunto con dos hombres enmascarados
—¿Qué haces con una espada, chico? ¡Ah, por San Denis, es una mujer! ¡Una mujer con espada y casco!
El alto rufián, de negras patillas, se detuvo, con la mano en la
empuñadura de la espada, y me miró con la boca abierta, estupefacto.
Sostuve su mirada sin inconveniente. Una mujer, sí, y en un lugar
apartado, un claro en un bosque poblado por las sombras, lejos de
cualquier reducto humano. Pero yo no llevaba la cota de malla, las
calzas y las botas españolas para realzar mi silueta…, y el casco que me
envolvía los rojos cabellos y la espada que colgaba junto a mi cintura
no eran, ni mucho menos, simples adornos.
Estudié al rufián que el azar me había hecho encontrar en el
corazón del bosque. Era bastante alto, con la cara marcada por las
cicatrices, con mal aspecto; su casco estaba guarnecido con oro y bajo
su capa brillaba una armadura y unas espalderas. La capa era una prenda
notable, de terciopelo de Chipre, hábilmente bordada con hilo de oro.
Aparentemente, su propietario había dormido bajo un árbol majestuoso,
muy cerca de nosotros. Un caballo esperaba a su lado, atado a una rama,
con una rica silla de cuero rojo e incrustaciones doradas. Al ver al
hombre, suspiré, pues había caminado desde el alba y mis pies, con las
pesadas botas que calzaba, me hacían sufrir cruelmente.
—¡Una mujer! —repitió el rufián lleno de sorpresa—. ¡Y vestida como
un hombre! Quítate esa capa desgarrada, muchacha, ¡tengo una que va
mejor a tus formas! ¡Por Dios, eres una fregona alta y delgada, y muy
bella! ¡Vamos, quítate la capa!
—¡Basta, perro! —le amonesté con rudeza—. No soy una dulce prostituta destinada a distraerte.
—Entonces, ¿quién eres?
—Agnès de La Fère —le contesté—. Si no fueras extranjero, me conocerías.
Sacudió la cabeza.
Información texto 'Espadas por Francia'