Textos más populares esta semana publicados por Edu Robsy no disponibles publicados el 12 de julio de 2018 | pág. 4

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editor: Edu Robsy textos no disponibles fecha: 12-07-2018


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La Amenaza Turca

Robert E. Howard


Cuento


Caía la noche y yo deambulaba por las calles, preguntándome cuándo el Python volvería a puerto. Ya estaba harto de arrastrarme por Shangai y tenía muchas ganas de volver a ver a Spike, mi bulldog blanco. Lo había dejado a bordo y había llegado a la ciudad china por mis propios medios, para enfrentarme a un chino que decía que era el Campeón de Oriente.

Los ignoré, como hago siempre que se trata de chinos, salvo si debo noquearlos, y ayudé al chico a levantarse, le limpié la sangre que le manchaba el rostro y le di mi última moneda de diez centavos. Cerró la mano descarnada sobre la moneda y echó a correr a toda velocidad.

El llamado «Campeón» se limitó a echarme un único vistazo a mis feroces ojos y salió corriendo del ring a toda velocidad, con lo que el organizador, muy corto de miras, se negó a darme ni un céntimo.

Meditaba sobre todas aquellas injusticias, andando con pasos majestuosos, cuando me di cuenta de que delante de mí estaba pasando algo muy raro. A pocos metros, un joven delgado y fornido andaba a buen paso; en la mano llevaba un saquito de cuero. Según le miraba, una silueta maciza apareció desde una calleja lateral y pude escuchar el impacto del golpe. El joven se derrumbó, y el otro le arrebató el saquito de cuero y volvió a la carrera al callejón del que había salido.

Deduje que el joven acababa de ser agredido y desvalijado —estoy muy dotado para este tipo de deducciones— y, lanzando un aullido, me adelanté.

La víctima no estaba muy grave, al parecer. Justo cuando llegué a su altura, el joven se apoyó en las manos y empezó a llamar a la policía. Al oírle, no me detuve a prestarle ayuda y me adentré en el callejón, tan negro como la boca de un lobo. Pero escuché el sonido de la carrera precipitada del fugitivo calle abajo, y me lancé en su busca.


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12 págs. / 22 minutos / 34 visitas.

Publicado el 12 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Lágrimas Escarlata

Robert E. Howard


Cuento


1. Un grito en la noche

Kirby lanzó un juramento, y retorció el volante del pequeño descapotable cuando los neumáticos resbalaron en la tierra suelta de la carretera comarcal. Junto a él, la muchacha jadeó y se aferró a su brazo. Momentos después, había recuperado el control del automóvil, y ambos respiraron más tranquilos.

—Ya deberíamos estar muy cerca de la mansión de su tío —musitó el corpulento detective, mientras guiaba el vehículo por la brumosa noche, con los faros arrojando sendos conos de luz que penetraban en la niebla espectral. La muchacha de cabello oscuro se estremeció, y asintió.

—Ya no está lejos —dijo la joven—. ¡Pronto lo verá usted mismo, y dejará de dudar de mi historia!

Kirby sonrió; era un relato enloquecido el que había escuchado de labios de la muchacha de cabello negro en su polvorienta oficina… siniestros cultistas orientales que acechaban por entre los arbustos, sitiando una mansión en el campo, intentado poner sus bronceadas manos sobre algo que había sido traído de Oriente… ¡Y la muchacha ni siquiera sabía qué! Según afirmaba, unos hombres oscuros y extranjeros habían estado observándoles desde la maleza, se había producido numerosos intentos de robo, y los perros guardianes de su tío, cuatro mastines fieros y enormes, habían aparecido muertos con dardos envenenados.

Lo peor de la historia de la muchacha era que su tío estaba… aterrorizado. Casi hasta la muerte. Y, según todo lo que Brent Kirby había leído en los periódicos acerca de Richard Corwell, explorador y aventurero, no parecía el tipo de hombre que se asustara con facilidad.

Una señal de carretera apareció ante el resplandor de los faros. Mostraba el nombre de una ciudad cercana llamada Baskerton.


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33 págs. / 59 minutos / 33 visitas.

Publicado el 12 de julio de 2018 por Edu Robsy.

El Rubí Mandarín

Robert E. Howard


Cuento


Nunca olvidaré la noche en la que luché contra Butch Corrigan en el Peaceful Haven, la sala de boxeo de los muelles de Hong Kong. Butch parecía más un gorila que un ser humano, y se comportaba como tal. Fue una noche dura para un marino, incluso para Dennis Dorgan, el campeón del Python. En el tercer asalto me lanzó tal directo a la mandíbula que caí de cara, hundiendo la nariz totalmente en la lona; intentaba desclavarla cuando me salvó la campana. En el cuarto asalto, me echó la cabeza hacia atrás, tan lejos que pude contarme las pecas de la espalda. En el quinto, me tiró por encima de las cuerdas y uno de sus compañeros me rompió una botella en el cráneo mientras intentaba volver al ring. Fue lo del botellazo lo que me puso de mal humor; Butch estaba muy cerca de mí y hundí en su vientre peludo el puño izquierdo hasta el codo para, acto seguido, golpear como si lo hiciera con un mazo su oreja derecha mientras el pobre hombre intentaba incorporarse. Ya estaba medio noqueado a fuerza de machacarle su mandíbula de acero y aquel último golpe, que prácticamente arrancó desde mi talón derecho, le desmoralizó tanto que se fue al suelo y se olvidó de levantarse. Sus acólitos debieron llevársele, con los pies por delante, y arrojarlo a un abrevadero de caballos para que volviera a la vida.


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17 págs. / 29 minutos / 31 visitas.

Publicado el 12 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Huracán Negro

Robert E. Howard


Cuento


1. «¡Me llevo a esta mujer!»

Emmett Glanton pisó a fondo los frenos de su viejo Ford modelo T y el vehículo se detuvo chirriando a menos de un metro de la aparición que se había materializado en mitad de la noche negra e impenetrable.

—¿Qué demonios pretendes saltando de ese modo frente a mi coche? —aulló iracundo, reconociendo a la figura que posaba de forma grotesca ante el resplandor de los faros dél auto. Se trataba de Joshua, el leñador de pocas luces que trabajaba para el viejo John Bruckman; pero Joshua se hallaba en un estado en el que Glanton no le había visto jamás. Bajo la blanca luminosidad de las luces, el rostro ancho y brutal de aquel tipo parecía convulsionado; mostraba espuma en los labios, y sus ojos estaban rojos, como los de un lobo rabioso. Agitaba los brazos y graznaba de forma incoherente.

Impresionado, Glanton abrió la puerta y se apeó del vehículo. De pie, era varios centímetros más alto que Joshua, pero su figura fibrosa y ancha de hombros no resultaba impresionante si se comparaba con la masa encorvada y simiesca del tarado.

Había algo amenazante en la actitud de Joshua. La expresión vacua y apática que solía lucir por lo general, había desaparecido por completo. Enseñaba los dientes y gruñía como una bestia salvaje, y se dirigió hacia Glanton.

—¡No te acerques a mí, condenado! —avisó Glanton—. Además, ¿qué demonios te pasa?

—¡Te diriges allí! —boqueó el tarado, gesticulando vagamente en dirección sur—. El viejo John te llamó por teléfono. ¡Le oí!

—Sí. Me llamó —repuso Glanton—. Me pidió que viniera lo más rápido que me fuera posible. No me dijo por qué. ¿Y qué? ¿Quieres que te lleve allí de vuelta?


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31 págs. / 55 minutos / 31 visitas.

Publicado el 12 de julio de 2018 por Edu Robsy.

En Alta Sociedad

Robert E. Howard


Cuento


Soy impopular en la Sala de Boxeo de los Muelles de Frisco desde la noche en que el presentador subió al ring y anunció: —¡Señoras y señores! La dirección lamenta anunciarles que el combate que debía enfrentar a Dorgan el Marino contra Jim Ash no podrá celebrarse. Dorgan acaba a tumbar a Ash en los vestuarios, y están reanimando a este último con ayuda de un pulmonor.

—¡Vale, pues que Dorgan se enfrente a otro! —bramó la multitud.

—No es posible —dijo el presentador—. Alguien le ha echado un frasco de tabasco en los ojos.

Esta es la historia a grandes rasgos, salvo que no era salsa tabasco. Yo estaba tumbado en una mesa, en mi vestuario, mientras mi segundo me daba unas friegas, cuando entró un tipo de aspecto erudito, gafas oscuras y una enorme barba blanca.

—Soy el doctor Stauf —declaró—. La comisión me ha encargado que le examine para ver si está usted en condiciones de boxear.

—De acuerdo, pero dese prisa —le indicó mi ayudante, Joe Kerney—. Dennis debe subir al ring en menos de cinco minutos.

El doctor Stauf dio unos golpecitos en mi poderoso torso, me examinó los dientes y efectuó un examen completo.

—¡Oh! —exclamó—. ¡Ajá! —añadió—. Tus ojos tienen un problema. ¡Pero lo arreglaré!

Sacó de su maletín un frasco y un cuentagotas y, acto seguido, levantándome los párpados, dejó caer en mis ojos unas cuantas gotas de producto.

—Si esto no hace de usted otro hombre —dijo—, es que no me llamo Barí... digo, Stauf.

—¡Eh, qué está pasando? —pregunté, sentándome y sacudiendo la cabeza—. Tengo la impresión de que se me están dilatando los ojos, o algo parecido.

—Un producto muy saludable —dijo Stauf—. A fuerza de moverse por callejones oscuros, ha conseguido usted estropearse la vista. Pero este producto se la devolverá y... ¡yow!


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20 págs. / 35 minutos / 30 visitas.

Publicado el 12 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Las Cobras Amarillas

Robert E. Howard


Cuento


Cuando el Python atracó en el puerto de Busán yo estaba dispuesto a pasar una plácida estancia en tierra porque, por lo que sabía, no había ninguna sala de boxeo en Corea. No obstante, yo acababa de encontrar un bar muy adecuado —yo y mi bull-dog blanco, Spike, estábamos saboreando una cerveza tostada— cuando Bill O'Obrien apareció y me dijo con voz excitada.

—¡Grandes noticias, Dennis! ¿Conoces a Dutchy Grober, de Nagasaki? Bien, actualmente es propietario de un bar aquí mismo y, para poder reunir dinero para pagar todas sus deudas, está organizando combates de boxeo. Te he concertado un combate contra un inglés coriáceo, del Ashanti. ¡Demos un paseo en rickshaw para celebrarlo!

—¡Sal de mi vista! —gruñí irritado. Yo tenía otros planes... aspiraba a un poco de calma, de tranquilidad—. Vete tú solo de fiesta, si es lo que quieres... pero llévate a Spike. A él le encanta montar en rickshaw.

Bill y Spike se marcharon, y yo me puse en busca de algún lugar donde poder echar un sueñecito, porque ya sabía que me esperaba un duro combate aquella misma noche. Mientras pasaba ante la puerta abierta de la trastienda del local, me fijé en un hombre sentado a una mesa, con la cabeza apoyada en los brazos. Me pareció reconocerle; entré en la sala para mirarle más de cerca. No me había equivocado, le conocía de antiguo... era Jack Randall, un ingeniero de minas. Le di una buena palmada en la espalda y aullé:

—¡Salud, Jack!

—¡Oh, eres tú, Dorgan! —dijo, suspirando aliviado—. Me has dado un susto de muerte. Debí quedarme dormido en la silla... No duermo mucho últimamente. Siéntate, te pediré algo de beber.

—Dime, Jack —le pregunté mientras sorbíamos alcohol—, pareces agotado. ¿Problemas?


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14 págs. / 26 minutos / 29 visitas.

Publicado el 12 de julio de 2018 por Edu Robsy.

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