El policía efectuaba su ronda por la avenida con un aspecto
imponente. Esa imponencia no era exhibicionismo, sino lo habitual en él,
pues los espectadores escaseaban. Aunque apenas eran las 10 de la
noche, las heladas ráfagas de viento, con regusto a lluvia, habían
despoblado las calles, o poco menos.
El agente probaba puertas al pasar, haciendo girar su porra con
movimientos artísticos e intrincados; de vez en vez se volvía para
recorrer el distrito con una mirada alerta. Con su silueta robusta y su
leve contoneo, representaba dignamente a los guardianes de la paz. El
vecindario era de los que se ponen en movimiento a hora temprana. Aquí y
allá se veían las luces de alguna cigarrería o de un bar abierto
durante toda la noche, pero la mayoría de las puertas correspondían a
locales comerciales que llevaban unas cuantas horas cerrados.
Hacia la mitad de cierta cuadra, el policía aminoró súbitamente el
paso. En el portal de una ferretería oscura había un hombre, apoyado
contra la pared y con un cigarro sin encender en la boca. Al acercarse
él, el hombre se apresuró a decirle, tranquilizador:
—No hay problema, agente. Estoy esperando a un amigo, nada más. Se
trata de una cita convenida hace 20 años. A usted le parecerá extraño,
¿no? Bueno, se lo voy a explicar, para hacerle ver que no hay nada malo
en esto. Hace más o menos ese tiempo, en este lugar había un
restaurante, el Big Joe Brady.
—Sí, lo derribaron hace cinco años —dijo el policía.
El hombre del portal encendió un fósforo y lo acercó a su cigarro. La
llama reveló un rostro pálido, de mandíbula cuadrada y ojos
perspicaces, con una pequeña cicatriz blanca junto a la ceja derecha. El
alfiler de corbata era un gran diamante, engarzado de un modo extraño.
Información texto 'Después de 20 Años'