Ocurrió el suceso, durante la época de
caza, en el Castillo de Banneville. El otoño era lluvioso y
triste; las hojas secas, en vez de crujir bajo los pies, se
pudrían en las rodadas de los caminos empapadas por los
aguaceros.
Casi desnudo ya de
hojas, el bosque desprendía humedad como una sala de baños. Al
penetrar en él, se sentía bajo los árboles, azotados por los
chubascos, un tufo mohoso, un vaho de agua pantanosa, de
hierbas humedecidas, de tierra mojada, y los cazadores,
abrumados por aquella inundación continua; los perros,
macilentos, con el rabo entre las patas y el pelo pegado sobre
los lomos, y las jóvenes cazadoras, con los vestidos calados
por la lluvia, regresaban todas las tardes, fatigadas de
cuerpo y alma.
Después de comer, en el gran salón
jugaban a la lotería, displicentes y sin animación, mientras
el viento empujaba con violencia los postigos y hacia girar
las veletas como un trompo. Quisieron entretenerse narrando
cuentos, como dicen las novelas que se hace; pero a ninguno se
le ocurrió nada que distrajera. Los cazadores explicaban
aventuras a escopetazos, matanzas de conejos, y las mujeres se
quebraban la cabeza sin hallar algo semejante a la imaginación
de Scheherazada.
Se disponían a buscar otra diversión,
cuando una muchacha, jugando distraídamente con la mano de una
tía suya, vieja solterona, tropezó en una sortija hecha con
cabellos rubios, que había visto ya otras veces sin que fijara
su atención, y haciéndola girar en el dedo, preguntó:
—Dime, tía: ¿qué significa esto?
Parece pelo de niño.
La señorita se ruborizó, luego
palideció y dijo al fin con voz temblorosa:
—Es una historia tan triste, tan
triste, que jamás quiero referirla, porque originó la
desgracia de toda una vida. Entonces era yo muy joven, pero me ha
quedado un recuerdo tan doloroso, que aún me hace llorar.
Información texto 'Una Viuda'