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Las Tres Preguntas

León Tolstói


Cuento


Cierto emperador pensó un día que si conociera la respuesta a las siguientes tres preguntas, nunca fallaría en ninguna cuestión. Las tres preguntas eran:

¿Cuál es el momento más oportuno para hacer cada cosa?

¿Cuál es la gente más importante con la que trabajar?

¿Cuál es la cosa más importante para hacer en todo momento?

El emperador publicó un edicto a través de todo su reino anunciando que cualquiera que pudiera responder a estas tres preguntas recibiría una gran recompensa, y muchos de los que leyeron el edicto emprendieron el camino al palacio; cada uno llevaba una respuesta diferente al emperador.

Como respuesta a la primera pregunta, una persona le aconsejó proyectar minuciosamente su tiempo, consagrando cada hora, cada día, cada mes y cada año a ciertas tareas y seguir el programa al pie de la letra. Solo de esta manera podría esperar realizar cada cosa en su momento. Otra persona le dijo que era imposible planear de antemano y que el emperador debería desechar toda distracción inútil y permanecer atento a todo para saber qué hacer en todo momento. Alguien insistió en que el emperador, por sí mismo, nunca podría esperar tener la previsión y competencia necesaria para decidir cada momento cuándo hacer cada cosa y que lo que realmente necesitaba era establecer un «Consejo de Sabios» y actuar conforme a su consejo.

Alguien afirmó que ciertas materias exigen una decisión inmediata y no pueden esperar los resultados de una consulta, pero que si él quería saber de antemano lo que iba a suceder debía consultar a magos y adivinos.

Las respuestas a la segunda pregunta tampoco eran acordes. Una persona dijo que el emperador necesitaba depositar toda su confianza en administradores; otro le animaba a depositar su confianza en sacerdotes y monjes, mientras algunos recomendaban a los médicos. Otros que depositara su fe en guerreros.


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4 págs. / 8 minutos / 483 visitas.

Publicado el 22 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Las Tres Naranjas de Amor

Alfred de Musset


Cuento


Había una vez un príncipe que no se reía nunca. Pero un día, una mujer se dijo:

—Yo haré reír a ese príncipe; reír o llorar.

Y la mujer se vistió con harapos sujetos con una cuerda, se soltó el pelo y al son de un tamboril fue a bailar delante del príncipe que estaba asomado al balcón de su palacio. Se movió tanto bailando frenéticamente que, de repente, se rompió la cuerda que sujetaba su ropa y se quedó completamente desnuda en medio de la calle. Al verla, el príncipe se puso a reír a carcajadas. La mujer no había previsto que pudiera caérsele la ropa. Cuando vio que el príncipe se reía de ella dijo:

—Quiera Dios que no vuelva a reír nunca más antes de encontrar las tres naranjas de amor.

A partir de ese momento, el príncipe se sintió muy triste. Un día se dijo:

—Quiero divertirme y reír. Iré a buscar las tres naranjas de amor allí donde se encuentren.

Y se marchó en su búsqueda yendo de pueblo en pueblo. Una mañana, encontró a la mujer que le había echado la maldición, pero no la reconoció.

—¿Adónde va usted? —le preguntó.

—Estoy buscando las tres naranjas de amor.

—Se encuentran muy lejos de aquí; tres perros las custodian al fondo de una gruta. Vaya hacia el norte y la encontrará en el hueco de un montón de rocas.


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3 págs. / 6 minutos / 142 visitas.

Publicado el 22 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Las Tres Misas

Alphonse Daudet


Cuento


I

—¿Dos pavos trufados, Garrigú?

—Sí, mi reverendo, dos magníficos pavos rellenos de trufas, y puedo decirlo porque yo mismo ayudé a rellenarlos. Parecía que el pellejo iba a reventar al asarse, tan estirado estaba…

—¡Jesús María, y a mí que me gustan tanto las trufas! Dame pronto la sobrepelliz, Garrigú. Y ¿qué más has visto en la cocina, fuera de los pavos?

—¡Oh, una porción de cosas buenas! Desde mediodía no hemos hecho otra cosa que pelar faisanes, abubillas, ortegas, gallos silvestres. Las plumas volaban por todas partes… Después, trajeron del estanque anguilas, carpas doradas, truchas…

—¿De qué tamaño eran las truchas, Garrigú?

—De este tamaño, mi reverendo. ¡Enormes!

—¡Oh, Dios mío, me parece estarlas viendo! ¿Pusiste el vino en las vinajeras?

—Sí, mi reverendo, he puesto vino en las vinajeras… ¡Pero, caramba!, no se parece al que beberá usted después de la misa de medianoche. Si viera en el comedor del castillo los botellones que resplandecen llenos de vino de todos colores… Y la vajilla de plata, los centros de mesa cincelados, los candelabros, las flores… ¡Nunca se ha visto una cena de nochebuena semejante! El señor Marqués ha invitado a todos los señores de la vecindad. En la mesa habrá cuarenta personas, sin contar al juez ni al escribano… ¡Ah, qué suerte tiene usted, que es de la partida, mi reverendo!. Sólo con haber olfateado los hermosos pavos, el perfume me sigue a todas partes… ¡Ah!

—Vamos, vamos, hijo mío. Guardémonos del pecado de la gula, sobre todo en la noche de Navidad. Ve pronto a encender los cirios y a dar el primer toque para la misa, porque las doce se acercan y no hay que retrasarse…


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Publicado el 14 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Las Tres Carreras: Mimo XIII

Marcel Schwob


Cuento


Las higueras han dejado caer sus higos y los olivos sus aceitunas, porque algo extraño ha ocurrido en la isla de Scira. Una muchacha huía, perseguida por un muchacho. Se había levantado el bajo de la túnica y se veía el borde de sus pantalones de gasa. Mientras corría dejó caer un espejito de plata. El muchacho recogió el espejo y se miró en él. Contempló sus ojos llenos de sabiduría, amó el juicio de éstos, cesó su persecución y se sentó en la arena. Y la muchacha comenzó de nuevo a huir, perseguida por un hombre en la fuerza de su edad. Había levantado el bajo de su túnica y sus muslos eran semejantes a la carne de un fruto. En su carrera, una manzana de oro rodó de su regazo. Y el que la perseguía cogió la manzana de oro, la escondió bajo su túnica, la adoró, cesó su persecución y se sentó en la arena. Y la muchacha siguió huyendo, pero sus pasos eran menos rápidos. Porque era perseguida por un vacilante anciano. Se había bajado la túnica, y sus tobillos estaban envueltos en un tejido de muchos colores. Pero mientras corría, ocurrió algo extraño, porque uno después de otro se desprendieron sus senos, y cayeron al suelo como nísperos maduros. El anciano olió los dos, y la muchacha, antes de lanzarse al río que atraviesa la isla de Scira, lanzó dos gritos de horror y de pesar.


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1 pág. / 1 minuto / 38 visitas.

Publicado el 22 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Las Traquinias

Sófocles


Teatro, Tragedia, Tragedia griega


PERSONAJES

DEYANIRA.
NODRIZA.
HILO.
CORO de mujeres.
MENSAJERO.
LICAS.
HERACLES.
ANCIANO.

ACTO ÚNICO

DEYANIRA. —Hay una máxima que surgió entre los hombres desde hace tiempo, según la cual no se puede conocer completamente el destino de los mortales, ni si fue feliz o desgraciado para uno, hasta que muera. Sin embargo, yo sé, aun antes de llegar al Hades, que el mío es infortunado y triste. Yo, cuando habitaba aún en Pleurón en la casa de mi padre Eneo, experimenté una repugnancia muy dolorosa por el matrimonio, en mayor grado que cualquier mujer etolia. En efecto, tenía como pretendiente un río, me refiero a Aqueloo, el cual, bajo tres apariencias, me pedía a mi padre. Se presentaba, unas veces, en figura de toro, otras, como una serpiente de piel moteada y, otras, con cara de buey en un cuerpo humano. De su sombrío mentón brotaban chorros de agua como de una fuente. Mientras yo esperaba temerosa a semejante pretendiente, pedía una y otra vez, desventurada, morir antes que acercarme nunca a este tálamo.

Algún tiempo después, llegó a mí, causándome gran alegría, el ilustre hijo de Zeus y Alcmena, quien, entrando en combate con aquél, me libera. Y cómo fue la lucha no podría decirlo, pues no lo sé. Sin embargo, quien haya permanecido sentado ante el espectáculo sin miedo, éste podría contarlo. Yo, en efecto, me hallaba fuera de mí por el temor de que mi belleza me pudiera proporcionar algún día pesadumbre.


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Publicado el 20 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Las Suplicantes

Esquilo


Teatro, Tragedia, Tragedia griega


Personajes del drama

Coro de las Danaides
Dánao, Padre de las Danaides
Pelasgo, el rey de los argivos
Heraldo

Las suplicantes

La acción, en Argos. Al fondo de la orquéstra, una colina con estatuas de los dioses agorales.

(Entra el CORO y se detiene al pie de una colina con altares y estatuas de dioses. Primero, evoluciona. Luego, se dirige a los dioses y la tierra de Argos, a la que acaban de arribar).

CORO. Que Zeus Suplicante benévolo mire nuestra naval hueste que un día zarpara de la fina arena del delta del Nilo. Tras haber dejado de Zeus la provincia, vecina de Siria, al exilio huimos; no es que, condenadas por popular voto, en pago de un crimen, la patria dejemos; es que nuestro pecho, por naturaleza, al macho aborrece, y así ha rechazado bodas con los hijos de Egipto, y su insania.

Dánao, mi padre y mi consejero, autor de mi intriga, sopesando todas las suertes del juego, esto ha decidido, que mi honor protege: huir velozmente por la ola marina, y arribar a Argólide, de donde procede toda nuestra estirpe, que, un día, se jacta, nació de la vaca que un tábano pica, al tacto y al hálito de Zeus, nuestro Padre. ¿A qué territorio llegar, pues, podemos más benigno que este, con el brazo armado de arma suplicante, la rama ceñida de albísima lana?

¡Que esta ciudadela, que este territorio, que sus aguas puras, que los altos dioses y los subterráneos que ocupan sus tumbas, que Zeus salvador, en lugar tercero, que el hogar protege de los hombres puros, acojan benévolos a este equipo nuestro hecho de mujeres, con el aire suave propio de esta tierra; mas que el macho enjambre lleno de insolencia, nacido de Egipto, antes de que ponga su pie en esta tierra,


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22 págs. / 39 minutos / 629 visitas.

Publicado el 4 de marzo de 2018 por Edu Robsy.

Las Siete Jarras para Crema

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


—Supongo que ya no veremos más por aquí a Wilfrid Pigeoncote, ahora que heredó la dignidad de baronet y un montón de dinero —dijo tristemente la señora de Peter Pigeoncote a su marido.

—No podemos pretenderlo —replicó él—. Siempre tratábamos de impedir que viniera a vernos cuando era un don nadie. Creo que no lo veo desde que era un niño de doce años.

—Había una razón para no fomentar su amistad —dijo la señora de Peter—. Con ese notorio defecto suyo, no era la clase de persona con la que uno desea tener tratos.

—Bien, el defecto todavía existe, ¿no? —dijo su marido—, ¿o supones que las propiedades producen una alteración del carácter?

—Oh, por supuesto, hay siempre esa desventaja —admitió la mujer—, pero a uno le gustaría hacer amistad con la futura cabeza de la familia, aunque sea por mera curiosidad. Además, cinismo aparte, su riqueza alterará el modo en que la gente considere su defecto. Cuando un hombre es absolutamente rico, no meramente acomodado, toda sospecha de motivos sórdidos desaparece; la cosa se reduce a una desagradable enfermedad.


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6 págs. / 10 minutos / 92 visitas.

Publicado el 14 de mayo de 2018 por Edu Robsy.

Las Señoritas

George Sand


Cuento


Les demoiselles o señoritas del Berry nos parecen primas de las milloraines normandas que el autor de La Normandie merveilleuse describe como seres de estatura gigantesca. Se mantienen inmóviles y su forma, poco definida, no permite reconocer ni sus miembros ni su rostro. Cuando alguien se acerca a ellas, huyen dando una serie de saltos irregulares muy rápidos.

Las señoritas o damas blancas son de todos los países. No creo que sean de origen galo, sino más bien de la Francia de la Edad Media. Sea como fuere, contaré una de las leyendas más completas que he podido recoger a propósito de ellas.

Un gentilhombre del Berry, llamado Jean de la Selle, vivía el siglo pasado en su castillo situado al fondo de los bosques de Villemort. La zona, triste y salvaje, se alegra un poco en la linde con los bosques, allí donde el terreno seco, plano y cubierto de robles, se inclina hacia praderas que humedecen una serie de pequeños lagos hoy mal cuidados.

Ya en el tiempo del que hablamos, las aguas empapaban los prados del señor de la Selle, dado que el buen gentilhombre no poseía suficiente fortuna como para hacer sanear sus tierras. Poseía una gran extensión, pero de escasa calidad y de pequeño rendimiento.

Sin embargo, él vivía contento gracias a sus gustos modestos y a su carácter tranquilo y jovial. Los campesinos de sus tierras y de los alrededores lo tenían por un hombre de bondad extraordinaria y de rara delicadeza. Decían de él, que antes de perjudicar lo más mínimo a un vecino, fuera quien fuese, se dejaría quitar la camisa del cuerpo y su caballo de entre las piernas.


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6 págs. / 11 minutos / 235 visitas.

Publicado el 22 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Las Ratoneras Prohibidas

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


—¿Te dedicas a actividades de casamentero?

Hugo Peterby planteó la pregunta con cierto interés personal.

—No es mi especialidad —contestó Clovis—. Todo va muy bien mientras lo estás haciendo, pero los efectos secundarios resultan a veces tan desconcertantes... las miradas de reproche mudo de las mismas personas a las que has ayudado e incitado a experimentos matrimoniales. Es tan malo como vender a un hombre un caballo con media docena de vicios ocultos y ver que los descubre, hecho pedazos, durante la estación de caza. Supongo que estarás pensando en la joven Coulterneb. Cierto que es divertida, que en cuanto al físico está muy bien y creo que tiene algo de dinero. Lo que no veo es cómo conseguirás nunca proponérselo. Desde que la conozco no recuerdo que haya dejado de hablar tres minutos seguidos. Tendríais que apostar a correr seis veces alrededor del prado de hierba, para lanzarle luego tu propuesta antes de que ella recuperara el aliento. El prado está preparado para el heno, pero si realmente estás enamorado de ella no dejarás que ese tipo de consideraciones te detengan; sobre todo porque el heno no es tuyo.

—Creo que podría arreglármelas bastante bien con la proposición si pudiera quedarme a solas con ella cuatro o cinco horas —contestó Hugo—. El problema es que no es probable que consiga todo ese tiempo de gracia. El tipo ése, Lanner, está mostrando signos de interesarse en la misma dirección. Es angustiosamente rico, y bastante guapo a su manera; la verdad es que hasta nuestra anfitriona está evidentemente halagada de tenerlo aquí. Si se entera de que está predispuesto a sentirse atraído por Betty Coulterneb, ella lo considerará una unión espléndida y se pasará el día entero arrojándole a uno en brazos del otro. ¿Y qué oportunidades tendré yo entonces? Lo que me preocupa es mantenerlo lejos de ella lo más posible, y si tú pudieras ayudarme...


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5 págs. / 8 minutos / 26 visitas.

Publicado el 13 de mayo de 2018 por Edu Robsy.

Las Ratas de las Paredes

H.P. Lovecraft


Cuento


El 16 de julio de 1923 me mudé a Exham Priory, después de que el último obrero acabara su tarea. Los trabajos de restauración habían constituido una imponente tarea, pues de la abandonada construcción apenas si quedaba un montón de ruinas, pero por tratarse del lar de mis antepasados no escatimé en gastos. Nadie habitaba la finca desde el reinado de Jacobo I, en que una tragedia de caracteres terriblemente dramáticos, aunque en gran medida incomprensibles, se cernió sobre el cabeza de la familia, cinco de sus hijos y varios criados, y obligó a marcharse de allí, en medio de sombras de sospecha y terror, al tercer hijo, mi progenitor por línea paterna y único superviviente del infortunado baje.

Con el único heredero denunciado por asesinato, la propiedad volvió a manos de la corona, sin que el acusado hiciera el menor intento por excusarse o recuperar la heredad. Trastornado por un horror mayor que el de la conciencia o la ley, y expresando sólo el rabioso deseo de borrar aquella antigua mansión de su vista y memoria, Walter de la Poer, undécimo barón de Exhain, marchó a Virginia, en donde se estableció y fundó la familia que, en el siglo siguiente, era conocida por el nombre de Delapore.

Exham Priory quedó abandonado, aunque con el tiempo pasó a formar parte de las propiedades de la familia Norrys y fue objeto de numerosos estudios como consecuencia de su singular arquitectura, consistente en unas torres góticas levantadas sobre una infraestructura sajona o románica, cuyos cimientos a su vez eran de un estilo o mezcla de estilos de época anterior: romano y hasta druida o el címrico originario, si es cierto lo que cuentan las leyendas. Los cimientos eran de aspecto muy singular, pues se confundían por uno de sus lados con la sólida caliza del precipicio desde cuyo borde el priorato dominaba un desolado valle que se extendía tres millas al oeste del pueblo de Anchester.


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29 págs. / 52 minutos / 257 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

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