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El Idiota

Fiódor Mijáilovich Dostoyevski


Novela


Primera parte

I

A las nueve de la mañana de un día de finales de noviembre, el tren de Varsovia se acercaba a toda marcha a San Petersburgo. El tiempo era de deshielo, y tan húmedo y brumoso que desde las ventanillas del carruaje resultaba imposible percibir nada a izquierda ni a derecha de la vía férrea. Entre los viajeros los había que tornaban del extranjero; pero los departamentos más llenos eran los de tercera clase, donde se apiñaban gentes de clase humilde procedentes de lugares más cercanos. Todos estaban fatigados, transidos de frío, con los ojos cargados por una noche de insomnio y los semblantes lívidos y amarillentos bajo la niebla.


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Publicado el 2 de marzo de 2018 por Edu Robsy.

El Poder de la Infancia

León Tolstói


Cuento


—¡Que lo maten! ¡Que lo fusilen! ¡Que fusilen inmediatamente a ese canalla...! ¡Que lo maten! ¡Que corten el cuello a ese criminal! ¡Que lo maten, que lo maten...! —gritaba una multitud de hombres y mujeres, que conducía, maniatado, a un hombre alto y erguido. Éste avanzaba con paso firme y con la cabeza alta. Su hermoso rostro viril expresaba desprecio e ira hacia la gente que lo rodeaba.

Era uno de los que, durante la guerra civil, luchaban del lado de las autoridades. Acababan de prenderlo y lo iban a ejecutar.

"¡Qué le hemos de hacer! El poder no ha de estar siempre en nuestras manos. Ahora lo tienen ellos. Si ha llegado la hora de morir, moriremos. Por lo visto, tiene que ser así", pensaba el hombre; y, encogiéndose de hombros, sonreía, fríamente, en respuesta a los gritos de la multitud.

—Es un guardia. Esta misma mañana ha tirado contra nosotros —exclamó alguien.

Pero la muchedumbre no se detenía. Al llegar a una calle en que estaban aún los cadáveres de los que el ejército había matado la víspera, la gente fue invadida por una furia salvaje.

—¿Qué esperamos? Hay que matar a ese infame aquí mismo. ¿Para qué llevarlo más lejos?

El cautivo se limitó a fruncir el ceño y a levantar aún más la cabeza. Parecía odiar a la muchedumbre más de lo que ésta lo odiaba a él.

—¡Hay que matarlos a todos! ¡A los espías, a los reyes, a los sacerdotes y a esos canallas! Hay que acabar con ellos, en seguida, en seguida... —gritaban las mujeres.

Pero los cabecillas decidieron llevar al reo a la plaza.

Ya estaban cerca, cuando de pronto, en un momento de calma, se oyó una vocecita infantil, entre las últimas filas de la multitud.


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Publicado el 24 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Cómo Debe el Joven Escuchar la Poesía

Plutarco


Tratado, Filosofía


1

Querido Marco Sedacio, si como decía el poeta Filóxeno, de las carnes las más sabrosas son las que no son carnes, y de los peces los que no son peces, dejemos que lo demuestren aquellos de los que Catón decía que tenían el paladar más sensible que el corazón. Porque de las cosas que se dicen en la filosofía está claro para nosotros que, con las que no tienen aspecto filosófico, los jóvenes precisamente se complacen más y se ofrecen a sí mismos obedientes y sumisos. En efecto, ellos no sólo se entusiasman con placer cuando leen las fábulas de Esopo y las sentencias poéticas y el Ábaris de Heráclides y el Licón de Aristón, sino también cuando leen las doctrinas sobre las almas, si están mezcladas con mitología. Por ello, conviene vigilar cuidadosamente que ellos sean comedidos no sólo en los placeres de la comida y de la bebida, sino, aún más, que se acostumbren a serlo en las audiciones y lecturas, como usan con moderación de un companage que agrada, y tomen de ellas lo útil y saludable, pues ni las puertas cerradas guardan a una ciudad de su conquista, si por una de ellas se deja entrar a los enemigos, ni la continencia en los demás placeres salva al joven, si se entrega, sin darse cuenta, al que viene de la audición.

Pero cuanto más se apegue este placer al hombre que es dado por naturaleza a sentir y razonar, tanto más daña y destruye, si es descuidado, a aquel que lo acepta. Por tanto, ya que no es, quizá, posible ni provechoso apartar de la poesía a un joven de la edad que tienen ahora mi Soclaro y tu Cleandro, debemos vigilarlos muy bien, porque están más necesitados de dirección en las lecturas que en las calles.


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Publicado el 19 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Espejo del Mar

Joseph Conrad


Novela


Dedicatoria

A
Mrs. Katherine Sanderson que hizo extensivas su cálida bienvenida
y su amable hospitalidad al amigo de su hijo, animando aquellos primeros y oscuros días tras mi despedida del mar,
quedan estas páginas afectuosamente dedicadas.

Nota del autor

Tal vez menos que ningún otro libro escrito por mí, o por cualquier otra persona, precisa este volumen de prefacio. Sin embargo, y puesto que todos los demás —incluida la Memoria personal, que no es sino un fragmento de biografía— van a llevar su correspondiente Nota del Autor, no puedo en modo alguno dejar a éste sin la suya, no fuera a crearse por ello una falsa impresión de indiferencia o hastío. Veo con toda nitidez que no va a ser tarea fácil. Siendo la necesidad —madre de la invención— enteramente inconcebible en este caso, no sé que inventar a manera de exposición; y al ser, asimismo, la necesidad el mayor incentivo posible para el esfuerzo, ni siquiera sé por dónde empezar a esforzarme. Aquí cuenta también la natural inclinación. Toda mi vida he tenido aversión al esfuerzo.

Bajo estas descorazonadoras circunstancias, me veo, sin embargo, forzado a proseguir por un sentido del deber. Esta Nota es algo prometido. En menos de lo que dura un minuto me impuse, con unas cuantas palabras poco cautas, una obligación que desde entonces no ha cesado de oprimirme el corazón.


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193 págs. / 5 horas, 38 minutos / 401 visitas.

Publicado el 30 de enero de 2018 por Edu Robsy.

Las Minas del Rey Salomón

Henry Rider Haggard


Novela


Dedicatoria


Este registro fiel, pero sin pretensiones,
de una aventura extraordinaria,
es respetuosamente dedicado
por el narrador,

Allan Quatermain,

a todos los niños,
chicos y grandes,
que lo lean.
 

Nota del autor

El autor se aventura a tomar esta oportunidad para agradecer a sus lectores por el cálido acogimiento que se ha otorgado a las sucesivas ediciones de esta historia durante los últimos doce años. Él espera que en su forma presente caigan en las manos de un público aún más amplio, y que en los próximos tiempos pueda seguir proporcionando entretenimiento a los que aún mantienen el corazón lo suficientemente joven como para amar una historia sobre tesoros, sobre guerra y sobre aventuras salvajes.

Ditchingham, 11 de marzo de 1898.

Post scriptum

Ahora, en 1907, con motivo de la emisión de esta edición, sólo puedo añadir lo que me alegra que mi novela pueda seguir complaciendo a tantos lectores. La imaginación ha sido verificada por los hechos; las Minas del rey Salomón que soñé han sido descubiertas, y están produciendo oro una vez más, y, según los últimos informes, también diamantes, los kukuanas o, mejor dicho, los Matabele, han sido domados por las balas del hombre blanco, pero aún así parece que hay muchas personas que encuentran placer en estas sencillas páginas. El hecho de que pueda continuar agradándoles, inclusive a una tercera o cuarta generación, o quizás más aún, estoy seguro, será esperanzador para nuestro viejo y difunto amigo, Allan Quatermain.

H. Rider Haggard.

Ditchingham, 1907.


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253 págs. / 7 horas, 23 minutos / 286 visitas.

Publicado el 29 de diciembre de 2017 por Edu Robsy.

Humano, Demasiado Humano

Friedrich Nietzsche


Filosofía


REFERENTE A HUMANO, DEMASIADO HUMANO EN ECCE HOMO

1. Humano, demasiado humano, es el monumento de una crisis. Lleva el subtítulo Libro para espíritus libres: casi cada una de sus frases es la expresión de una victoria; pero con esta obra yo me desembaracé de lo que no era propio de mi naturaleza. El idealismo me es extraño: el título significa: «Allí donde vosotros veis cosas ideales, yo veo cosas humanas, demasiado humanas»… Yo conozco mejor al hombre… En ningún otro sentido se debe entender aquí la frase espíritu libre: únicamente en el sentido de un espíritu que ha llegado a ser libre, que ha vuelto a tomar posesión de sí mismo. El tono, el sonido de la voz ha cambiado completamente; este libro parecerá prudente, fresco, y en ciertos casos hasta duro y sarcástico. Parece que cierta intelectualidad de gusto noble se sobrepone constantemente a una corriente pasional que corre por lo bajo. Esto da un sentido al hecho de que precisamente con la celebración centenaria de la muerte de Voltaire quiso justificarse la publicación del libro en 1878. Porque Voltaire, al contrario de todos aquellos que escribieron después que él, es ante todo un gran señor del espíritu; exactamente lo que yo soy también.


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306 págs. / 8 horas, 56 minutos / 3.114 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Embudo de Cuero

Arthur Conan Doyle


Cuento


—Esto que acabo de leerle — prosiguió Dacre — es la minuta oficial del proceso de Marie Madeleine d'Aubray, marquesa de Brinvilliers, una de las más célebres envenenadoras y asesinas de todos los tiempos.

Permanecí sentado y en silencio, bajo el peso abrumador de aquel incidente de índole tan extraordinaria y de la prueba decisiva con que Dacre había explicado lo que realmente significaba. Recordé de una manera confusa ciertos detalles de la vida de aquella mujer; su desenfrenado libertinaje, la sangre fría y la prolongada tortura a que sometió a su padre enfermo, y el asesinato de sus hermanos por móviles de mezquinas ventajas. Recordé también la entereza de su muerte, que contribuyó en algo a expiar los horrores de su vida, haciendo que todo París simpatizase con sus últimos momentos y la proclamara como a una mártir a los pocos días de haberla maldecido como asesina. Una objeción, y sólo una, surgía en mi cerebro:

—¿Cómo fue que las iniciales de su nombre y apellido fuesen inscritas junto con el distintivo de su rango en el embudo? O es que llevaban su respeto medieval a la nobleza hasta el punto de inscribir sus títulos en los instrumentos de tortura?

—Ese mismo problema me tuvo intrigado a mí; pero es susceptible de una explicación sencilla — dijo Dacre —. Ese caso despertó en su tiempo un interés extraordinario, y resulta muy natural que la Reynie, jefe de Policía, retuviese el embudo como recuerdo macabro. No era suceso frecuente el que una marquesa de Francia fuese sometida al interrogatorio extraordinario. Ahora bien, el grabar las iniciales de la mujer en el embudo para que sirviera de información a los demás, es, desde luego, un recurso de lo más corriente en un caso así.

—¿Y esto? — pregunté, apuntando con el dedo hacia las marcas que se veían en el gollete de cuero.

Dacre me contestó, retirándose de mi lado:


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1 pág. / 1 minuto / 2.798 visitas.

Publicado el 26 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

El Cuento del Niño Malo

Mark Twain


Cuento


Había una vez un niño malo cuyo nombre era Jim. Si uno es observador advertirá que en los libros de cuentos ejemplares que se leen en clase de religión los niños malos casi siempre se llaman James. Era extraño que este se llamara Jim, pero qué le vamos a hacer si así era.

Otra cosa peculiar era que su madre no estuviese enferma, que no tuviese una madre piadosa y tísica que habría preferido yacer en su tumba y descansar por fin, de no ser por el gran amor que le profesaba a su hijo, y por el temor de que, una vez se hubiese marchado, el mundo sería duro y frío con él.

La mayor parte de los niños malos de los libros de religión se llaman James, y tienen la mamá enferma, y les enseñan a rezar antes de acostarse, y los arrullan con su voz dulce y lastimera para que se duerman; luego les dan el beso de las buenas noches y se arrodillan al pie de la cabecera a sollozar. Pero en el caso de este muchacho las cosas eran diferentes: se llamaba Jim y su mamá no estaba enferma ni tenía tuberculosis ni nada por el estilo.

Al contrario, la mujer era fuerte y muy poco religiosa; es más, no se preocupaba por Jim. Decía que si se partía la nuca no se perdería gran cosa. Solo conseguía acostarlo a punta de cachetadas y jamás le daba el beso de las buenas noches; antes bien, al salir de su alcoba le jalaba las orejas.


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Publicado el 18 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Misterio del Cementerio

H. P. Lovecraft


Cuento


Una historia de detectives

I. La Tumba De Burns

Era mediodía en la pequeña población de Mainville, y un penado grupo de gente estaba reunido alrededor de la tumba de Burns. Joseph Burns había muerto.

(Al morir había pronunciado las siguientes y extrañas instrucciones: Antes de meter mi cuerpo en la tumba, colocad esta bola en el suelo, en un punto marcado como “A”. Y entonces había tendido una pequeña bola dorada al rector).

La gente lamentaba mucho su muerte. Después de que los funerales hubieran concluido, el señor Dobson (El rector) dijo:

—Amigos, ahora hemos de cumplir las últimas voluntades del difunto.

Y, tras decir esto, bajó a la tumba (A poner la bola en el punto marcado como “A”). Pronto el grupo de dolientes comenzó a impacientarse y, al cabo de un tiempo, el señor Cha’s Greene (el abogado) bajó a echar un vistazo. En seguida regresó con cara de espanto y dijo:

—¡El señor Dobson no está ahí abajo!

II. El Misterioso Señor Bell

Eran las tres y diez de la tarde cuando la campana de la puerta de la mansión Dobson resonó con fuerza, y el criado acudió a abrir la puerta, para encontrarse con un hombre entrado en años, de pelo negro y grandes patillas. Manifestó que quería ver a la señorita Dobson. Tras ser conducido a su presencia, dijo:

—Señorita Dobson, sé dónde está su padre, y por la suma de 10.000 libras haré que vuelva con usted. Puede llamarme señor Bell.

—Señor Bell —dijo la señorita Dobson— ¿Le importa que abandone por un momento la habitación?

—En absoluto —repuso el señor Bell.

Ella regresó al cabo de poco tiempo, para decir:

—Señor Bell, entiendo. Usted ha raptado a mi padre y ahora me está pidiendo un rescate.


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4 págs. / 7 minutos / 630 visitas.

Publicado el 16 de mayo de 2018 por Edu Robsy.

El Romance del Bosque

Ann Radcliffe


Novela


Volumen I

Capítulo I


Soy un hombre,
Tan cansado de desastres, tan maltratado por la suerte,
Que expondría mi vida a cualquier riesgo,
Con tal de enmendarla, o librarme de ella.
 

—Una vez que el sórdido interés se apodera del alma, congela en ella cualquier brote de sentimientos generosos y afectuosos. Pues, no menos enemigo de la virtud que del gusto, pervierte a este y aniquila a aquella. Tal vez, amigo mío, llegará un día en que la muerte hará desaparecer la avaricia, y a la justicia le será permitido recobrar sus derechos.

Tales fueron las palabras del abogado Nemours a Pierre de la Motte mientras este último entraba, hacia la media noche, en el coche que iba a alejarle de París, librándolo de sus acreedores y de la persecución de la ley. De la Motte le agradeció aquella postrera prueba de amabilidad, y la ayuda que le había prestado en su huida. Y cuando el carruaje se alejaba, pronunció un triste adiós. La melancolía del momento y lo crítico de su situación le dejaron sumido en un callado ensueño.

Cualquiera que haya leído a Guyot de Pitaval, el más fiel de cuantos escritores han consignado las actas de los tribunales legislativos de París durante el siglo diecisiete, sin duda recordará la sorprendente historia de Pierre de la Motte y del marqués Phillipe de Montalt. Pues bien: que sepan todos ellos que el personaje aquí presentado es el propio Pierre de la Motte.

Mientras Madame de la Motte asomaba por la ventanilla del carruaje y echaba una última ojeada a las murallas de París, ese París que fue escenario de su pasada felicidad y morada de numerosos amigos suyos, la entereza que hasta entonces la había sostenido sucumbió a la intensidad del dolor.

—¡Adiós a todos! —susurró ella—, ¡después de esta última ojeada, estaremos separados para siempre!


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436 págs. / 12 horas, 43 minutos / 610 visitas.

Publicado el 14 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

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